La familia en el contexto transcultural

Jairo A. Rozo C. gs orcid
Fundación Universitaria Los Libertadores, Colombia

Resumen

En este artí­culo abordamos el proceso migratorio y su efecto en la familia. En una primera parte se analizan algunos elementos generales que afectan a la familia que migra, como la decisión de migrar, el ajuste, el duelo, los cambios de roles y el distanciamiento cultural. Luego se analiza diferentes patrones culturales que pueden caracterizar a las familias según su origen: Latinoamérica, el Magreb, África subsahariana, Europa del Este y China. Finalizamos con algunas conclusiones sobre la familia y su capacidad de adaptación, así­ como algunas pautas para los padres en el proceso de educar a sus hijos desde la distancia.

Palabras clave: familia, transcultural, migración, distancia cultural.

La familia en un nuevo país (1)

La falacia neoliberal suele dibujar la migración como el impulso de individuos autónomos que eligen la opción migratoria en un cálculo racional de costos y beneficios. Sin embargo, esto rara vez es cierto en la realidad migrante. La mayoría de las veces, la familia es el origen de la necesidad de desplazamiento y se asume la familia como meta final de un proceso de asentamiento exitoso.

Como lo recalca Crespo y Suárez (2007), la literatura científica ha venido demostrando que los procesos de reagrupación familiar en España, han sido masivos y acelerados. De una migración laboral hemos pasado en muy poco tiempo a una migración familiar.

El proceso migratorio no es, salvo excepciones, un proceso individual. La familia adquiere en él un papel fundamental. La inserción y posición del individuo dentro de un grupo familiar condiciona el proceso migratorio, desde la toma de decisión sobre qué miembro debe o no migrar, las expectativas depositadas en la aventura migratoria, la inserción del inmigrante en la sociedad de acogida y el mantenimiento de los vínculos con la sociedad de origen (Crespo y Suárez, 2007).

Las familias inmigrantes asumen un fuerte reto ante el salto a la incertidumbre que implica el proceso migratorio. La inmigración actual está impulsada, generalmente, por la búsqueda de mejores condiciones económicas, en otras ocasiones, el proceso migratorio se ha desarrollado huyendo de la violencia y de la persecución política o religiosa. Sea por una u otra razón, la migración y sus consecuencias, implican una dura prueba para el sistema familiar, que muchas veces se desarticula, se transforma y en la mayoría de las ocasiones se adapta a las nuevas condiciones de vida. Sin embargo, en otras tantas, el sistema familiar paga un duro costo, que se expresa en la ruptura del mismo en el nuevo país.

En la búsqueda de la subsistencia de la familia, el reto migratorio lo asume, en su etapa inicial, un miembro o un par de miembros de la misma, mientras se dan las condiciones de la reagrupación familiar. La separación de la familia, afectiva y espacialmente, trae consecuencias diversas y difíciles para la futura reunificación. Los sentimientos de culpa, por haber dejado a los hijos o a algunos de ellos en su país de origen, generan muchos conflictos en los padres o en los miembros de la familia que si han podido viajar.

Por otro lado, llegar a una nueva cultura implica un ajuste psicológico pero también sociocultural para el sistema familiar. Los diferentes componentes de la familia viven la tensión constante que implica el esfuerzo continuo de adaptarse, y muchas veces la expresión de dicho estrés implica choques y conflictos dentro del propio sistema familiar.

Según Hofstede (2001) existen al menos cuatro dimensiones para medir las diferencias culturales: el colectivismo-individualismo (relación entre persona y sociedad), la distancia jerárquica (relación con la autoridad), la relación entre competencia/cooperación y la capacidad de resolver conflictos (evitar la incertidumbre). Según estas dimensiones Zlobina, Basabe y Páez (2004) encontraron algunas diferencias importantes a la hora de predecir el choque cultural entre los diferentes grupos de inmigrantes y la sociedad española, representada en la zona geográfica del País Vasco.

Principalmente, y desde el punto de vista que nos interesa directamente, que es el de la familia; los diferentes grupos culturales presentaban una valoración distinta de los lazos de unión familiar y grupal, lo cual hacia que su evaluación de la sociedad española fuera muy distinta dependiendo del grupo al cual se pertenecía, y aumentando o disminuyendo, en cada caso, la tensión cultural. Por ejemplo, las personas de Europa consideran que en España se valora menos los lazos de amistad y que se vive con distancia las relaciones sociales. Los encuestados latinoamericanos y subsaharianos coincidían al considerar que había una menor valoración de los lazos familiares y un menor colectivismo. Las personas africanas enfatizaban mucho la ayuda hasta el último pariente y la existencia de redes sociales más estrechas en sus países de origen que en el de acogida.

Tal distanciamiento es comprensible entre la sociedad española y otras sociedades debido a las diferencias que la cultura occidental -propia de los países desarrollados centrados en el consumismo, el individualismo, el logro y el éxito- marca con respecto a otros países, donde el colectivismo es muy fuerte, donde la familia extensa es aún muy importante y donde los lazos familiares se defienden, respetan y valoran de una forma muy distinta. Con esto no estamos desarrollando un juicio de valor sobre si unas sociedades son buenas y otras malas, lo que queremos resaltar es que son diferentes y que al existir una serie de valores socioculturales distintos, se facilita el llamado choque cultural.

Las conclusiones de dicho estudio resaltaban que los tres principales aspectos de la sociedad española que dificultan el ajuste psicosocial de los diferentes grupos de inmigrantes son: la mayor planificación de la vida social y económica, el grado más alto de consumismo junto con menor cercanía en las relaciones y por último, la percepción de que la sociedad española es más igualitaria, tanto en general como en las relaciones de género. Este último punto, el de las relaciones de género, es muy importante dentro del contexto de adaptación e integración de la familia inmigrante en la sociedad española.

Muchos de los grupos culturales de donde provienen los inmigrantes, refuerzan una estructura social con una tajante división y diferenciación de los roles de género y donde el hombre domina, en uno u otro grado, las actividades de la mujer y sus posibilidades de desarrollo social.

Muchas mujeres inmigrantes reconocen que su pareja ha cambiado mucho desde que se han instalado en España. El hecho de que la mujer trabaje, cuando en su país de origen no podía hacerlo, sumado a que, en muchos casos, el varón este desempleado, puede hacer que el hombre se cuestione su rol, distanciándose de su pareja, expresando su frustración emocional a través de conductas agresivas contra ella y sus hijos o autodestructivas, como el consumo excesivo de alcohol (Endevin y Soliva, 2007). Muchas mujeres, por el miedo a ser rechazadas por sus parejas, pueden asumir demasiadas responsabilidades dentro de la familia, sobrecargándose de trabajos y responsabilidades, dentro y fuera de casa, limitando su libertad, y perpetuando el rol de cuidadoras de todos los demás, en detrimento, muchas veces, de su salud personal.

Las personas inmigrantes latinoamericanas provienen de sociedades en general, muy machistas, más aún si provienen del medio rural, lo mismo sucede con los inmigrantes provenientes de países asiáticos, África subsahariana o del Magreb. Estos últimos, en el estudio de Zlobina y cols. (2004), percibían a los españoles como más expresivos e igualitarios en sus relaciones de género, con pocos tabúes en el sexo y con una menor valoración de la vida espiritual. Estas distancias culturales pueden ser fundamentales en el proceso de adaptación, reajuste e integración de la familia inmigrante en la nueva sociedad de acogida. Dentro de la familia, la forma en que se viven las relaciones de género es fundamental, y el choque entre su vivencia dentro de la familia y dentro de la sociedad de acogida, puede generar fisuras importantes, las cuales muchas veces se convierten en insalvables y devienen en separaciones y rupturas.

Antes de pasar a ver algunos referentes de la familia por grupo cultural, es necesario resaltar que la familia no exhibe una tipología clara ni una estructura única y que depende de la diversidad de los colectivos estudiados y de las estructuras familiares en sus lugares de origen, que se acentúan en el país de destino. Como resalta Gómez y cols. (2002), también existe diferencia en relación con el que toma la iniciativa de migrar dentro de la familia. Cada vez es más frecuente que sean las mujeres quienes tomen la iniciativa de viajar, lo cual las convierte en protagonistas de su desplazamiento y no sólo en acompañantes del varón inmigrante, lo que influye en la naturaleza del hogar.

Por lo tanto, la mujer que ha viajado sola es la que tiene la posibilidad de reagrupar a la familia, lo cual influye en la composición de los hogares, que también pueden estar condicionados por el modo de migrar de los diferentes grupos culturales. Por ejemplo, Rozo (2008) resalta como las familias marroquíes han cambiado su dinámica, desde el mismo momento en que la mujer lidera la reagrupación familiar. Generalmente, el hombre pierde su rol como cabeza de familia, pues es la mujer quien trabaja y aporta el dinero, de hecho en muchos casos, la mujer reagrupa primero a sus hijos y de último al marido. En otros tantos casos, es el mayor de los hijos varones quién asume el rol de protector de su madre, desplazando al padre, quién pierde poder y autoridad frente a él.

Así mismo, en el estudio de Gómez y cols. (2002) desarrollado en Murcia se observo que los inmigrantes provenientes de África del Norte e Iberoamérica daban una gran importancia a la convivencia con el grupo familiar. Los latinoamericanos, por ejemplo, incorporaban con mucha frecuencia al grupo familiar, personas no emparentadas o convivían con otras familias sin parentesco entre sí.

En cuanto a la relación de la pareja que migra, el estudio de Lora Tamayo (2001) resalta una serie de dificultades dentro del proceso migratorio, la primera de ellas, es la estabilidad de la misma. La separación de la pareja más o menos prolongada mientras se da el proceso de reagrupación, puede llevar a la ruptura de la pareja antes del reencuentro, pero también puede propiciar que la pareja no llegue “reconocerse” en su nueva situación y la ruptura se de en la sociedad de acogida. La estabilidad de la pareja se ve amenazada, por la vivencia particular que cada persona tiene de su nueva realidad, cómo cada uno sufre el desarraigo y cómo afronta la integración dentro de la nueva sociedad de acogida. También influye sobre la pareja la situación legal y laboral de cada cual, las diferentes costumbres y pautas culturales y su distanciamiento con las de la sociedad de acogida, que pueden determinar el grado de choque cultural.

Pero no todas las familias implican una pareja, de hecho muchas de las mujeres que migran, constituían familias monoparentales en su país de origen, y el reto migratorio es poder mantener económicamente a los miembros de la familia que ha dejado, o en otros casos, poder lograr las condiciones para reagrupar a sus hijos en el país de acogida.

La reagrupación familiar es una meta en muchas de las familias inmigrantes, pues ven la posibilidad de una verdadera integración con la nueva sociedad, una vez que la familia esta reunificada en el nuevo país. Antes de ello, la incertidumbre, la culpa y demás emociones complican el asumir perspectivas de un futuro “definido” a su estancia.

En el estudio de Gómez y cols. (2002) en Murcia, encontraban por ejemplo, que el 56% de los casos subsaharianos tenían intención de traer a sus hijos a España, lo mismo opinaban el 33% de los europeos del Este, el 30% de los iberoamericanos y el 10% de los norteafricanos. La inmigración es un fenómeno que suele encerrar una estrategia familiar. Puede darse el caso de que uno de los miembros de la familia parta primero para abrirse camino y, cuando se ha instalado de forma adecuada, inicia los trámites para que su familia se reúna en el país de acogida. El problema surge cuando la separación entre padres e hijos suele prolongarse, y el sistema familiar se reciente, el choque cultural resulta más duro por el debilitamiento del vínculo afectivo; el contraste entre los modelos de educación y estilos de vida entre la sociedad de origen y el país de acogida pueden aumentar los conflictos propios del choque cultural.

Pero, como ya hemos dicho antes, el choque cultural no sólo se expresa hacia fuera, sino también al interior de la familia. Puede producirse, por ejemplo, el mayor apego a la cultura de origen por parte de los padres frente a la fuerza de la cultura de acogida en los hijos, socializados dentro de ella, como es el caso de niños reagrupados a edad muy temprana o a los nacidos en el país de acogida.

En definitiva, el reto de la inmigración para la familia no es fácil e implica una serie de variables muy complejas que se entrecruzan y que producen diversos resultados en su estructura, su dinámica y su estabilidad a través del tiempo.

Las familias en otros países

La familia latinoamericana

La familia latinoamericana en general, sigue la tradición de la mujer cuidadora y responsable no sólo de sus hijos, sino también de otros familiares, cosa que no suele competer al varón, quién tiene un rol de proveedor. Las mujeres latinoamericanas suelen tener una formación liberal en lo referente a las relaciones sexuales, a la utilización de métodos anticonceptivos y al aborto (Serrano, 2001).

Según el estudio de Sanz (2007), las mujeres ecuatorianas se cuidan mucho, se hacen citologías de control periódico y el aspecto preventivo es fundamental para ellas. La anticoncepción está principalmente controlada por las mujeres y los métodos anticonceptivos más utilizados son el DIU y las inyecciones, mientras que las píldoras y el preservativo son rechazados. En los últimos años se ha observado un aumento de Interrupciones Voluntarias del Embarazo (IVEs).

En cuanto a éste último punto, según ACAI (Asociación de Clínicas Autorizadas para la IVE- Interrupción Voluntaria del Embarazo-) en su informe de 2006, las mujeres ecuatorianas y bolivianas recurren más frecuentemente a la IVE (53% de las encuestadas), un 39% de las mujeres latinoamericanas encuestadas habían tenido un aborto previo en su país y en su estudio aunque el 52% de las mujeres no deseaba tener más hijos, un 50% de estas mujeres declaró no utilizar ningún método anticonceptivo y otro 50% ni siquiera se plantea acudir al centro de salud o de planificación familiar.

Siguiendo el estudio de Bravo (2003), las mujeres peruanas y dominicanas encuestadas ya habían tenido descendencia antes de emigrar en un 74% y 60%, respectivamente. La mayoría tenían entre 2 y 4 hijos. La proporción de mujeres que ha tenido hijos en su país de origen supera el porcentaje de mujeres que han tenido hijos en España. . El colectivo peruano y dominicano ha disminuido su fecundidad a menos de la mitad en comparación con la fecundidad en su país. El 65% de las mujeres de la muestra que eran dominicanas y peruanas no habían tenido hijos en España.

Las dominicanas encuestadas constituyen el colectivo que utilizaba más métodos anticonceptivos poco seguros (54%) como el coitus interruptus y el ogino. El 55% de las mujeres peruanas encuestadas utilizaban métodos más efectivos que las dominicanas, como la píldora, el DIU y el preservativo, aunque un 35% practicaba métodos como el coitus interruptus y el ogino. Las mujeres, en este estudio, muestran un más amplio uso de los métodos anticonceptivos en España, incluyendo la elección de métodos que no sólo previenen el embarazo sino que protegen contra la transmisión de enfermedades sexuales.

Como vemos las mujeres latinoamericanas presentan importantes diferencias, dependiendo de qué país vengan, hecho que se proyecta sobre sus propias familias. Pero con el ánimo de diferenciar en alguna medida las características socioculturales de las familias latinoamericanas, podemos decir que es una migración joven, con estudios primarios y niveles de ingresos bajos, donde predomina el sexo femenino, posiblemente debido a la demanda laboral de mujeres para el servicio doméstico, y la mayoría de las mujeres migran con los hijos de corta edad. En la mayor parte de las situaciones, la migración ha sido directamente a España, motivada por los contactos personales, la oferta de trabajo y la cercanía cultural. A un importante número de familias latinoamericanas les gustaría quedarse de manera definitiva en España.

Hay que tener en cuenta, que el esfuerzo de agrupar a las familias latinoamericanas en un mismo grupo, es una temeraria decisión pues cada país implica una serie de diferencias culturales importantes; determinadas, entre otros factores, por el origen rural o no de la población, su ascendencia indígena o no, el nivel de formación, entre otros.

Sin embargo, como ejemplo de la vivencia de la familia latinoamericana, podemos tomar algunas de las generalidades que distinguen a ciertos grupos de migrantes latinoamericanos.

Empecemos por la población ecuatoriana (Rodríguez, 2007), por ejemplo, la madre ecuatoriana se distingue por no dejar de ser lo que es para integrarse en la nueva sociedad, reforzando sus costumbres culturales, culinarias, etc. y presentándolas a la nueva sociedad. Otra característica muy importante que las distingue, es que han aprendido a subsistir formando redes de ayuda, donde se intercambian productos como cuidar a los niños de una madre que trabaja de noche a cambio de clases de matemáticas, por ejemplo. Una característica más es que han cambiado la forma de emigrar, como las mujeres dominicanas, colombianas y peruanas, ellas han tomado la iniciativa y han roto con el esquema de que el varón era el que decidía y quién migraba, mientras la mujeres esperaba pasivamente para ver si emprendía o no el viaje.

Las madres bolivianas también emigran más que los varones, sometiéndose, como otras inmigrantes, a la difícil carga de educar a sus hijos en la distancia, sufrir la expulsiones antes de lograr quedarse en España y sufrir, muchas veces, las infidelidades del marido que ha quedado en su país, sin olvidar que tratan de compaginar los diferentes niveles de trabajo y las altas responsabilidades con las costumbres del país de acogida (Rodríguez, 2007).

Las madres dominicanas, según Rodríguez (2007) se distinguen porque en España han luchado por hacer público el maltrato y la violencia de género que han vivido no sólo en casa sino en sus lugares de trabajo. Se caracterizan también por apoyarse en redes familiares femeninas, estableciendo relaciones no jerárquicas y suelen desempeñar un papel fundamental al llevar, generalmente, el peso de sus hogares.

Otro es el caso de los grupos de origen indígena latinoamericano. Según el estudio de Ruíz Balzola (2007), sobre la migración indígena kichwa otavalo de Ecuador a España, podemos observar cómo se distribuyen y vivencian los diferentes roles dentro de la familia. Los inmigrantes ecuatorianos provenientes de esta etnia tienen una historia importante como comerciantes nómadas que se desplazan por diferentes ferias en toda Europa.

La asimetría en cuanto al género es bastante marcada en este grupo poblacional y los roles que se asumen están bien diferenciados y controlados por el varón. Las mujeres kichwa pasan los días entre ir a recoger a los niños del colegio, momento de encuentro y reunión social, realizar la compra y el trabajo doméstico. Un pequeño grupo de mujeres diariamente, mientras los niños están en el colegio, acuden a las grandes avenidas de la ciudad para la venta callejera. Entre semana el hombre está viajando vendiendo mercancía pero los fines de semana y durante el verano, toda la familia acude a vender a las fiestas que hay en los pueblos. Si las ventas van bien o si el lugar está muy lejos, se quedan a dormir en la furgoneta, adultos y niños. Entre semana cuando las mujeres saben que la venta se extenderá piden a una vecina o hermana que recoja los niños del colegio por ellas. Se construyen así redes de apoyo entre mujeres parientes y vecinas para sobrellevar el cuidado de los hijos.

Muchas mujeres kichwa otavalo comentan que no les gusta llevar a sus hijos e hijas a la venta ambulante, pues son demasiadas horas en la calle, el clima es duro y durante las fiestas del pueblo, suele haber mucha gente bebida. Sin embargo es difícil cambiarlo, pues la variable económica es fundamental, cada núcleo doméstico tiene su punto de venta y muchas veces el hombre pone uno y la mujer otro. Quedarse en casa al cuidado de los hijos supone renunciar a un puesto y a una fuente de ingresos.

Por otro lado, no hay que olvidar que en el caso concreto de las mujeres kichwa otavalo, son ellas quienes vehiculan, tanto en Ecuador como en Europa, la identidad étnica, pues son ellas las encargadas de mantener, guardar y transmitir la identidad dentro de la familia y el grupo, lo que se expresa sobre todo en la vestimenta tradicional y los adornos corporales que únicamente ellas mantienen. El cuerpo de la mujer indígena (Crain, 2001, citado por Balzola, 2007) se constituye en un espacio de control social ejercido por los varones.

Finalmente, la venta ambulante, el cuidado de los niños y el trabajo de casa, no son considerados por las mujeres como un auténtico trabajo, por lo cual, cuando acaba la crianza de los niños y comienzan el colegio, estas mujeres sienten la necesidad de desarrollar una actividad que les proporcione un ingreso alternativo al de su pareja y al obtenido en la venta ambulante. Cuando las mujeres indígenas adquieren una nueva identidad en el nuevo contexto al tener un trabajo y una independencia económica, ganan así mismo en autoestima y autonomía, cuestión que no siempre es fácil de asimilar dentro del núcleo familiar.

La familia magrebí

Aunque las leyes marroquíes confieren los mismos derechos a los hombres que a las mujeres (Derechos políticos y socio-culturales) (Rhouch, 2007) los hechos y las mentalidades son más importantes que las normas jurídicas a la hora de la verdad. Tal situación mantiene la inferioridad de la mujer y la circunscribe a determinados roles: madre y esposa, mujer que favorece la procreación y que cuida de su familia. El código del estatus personal y de las sucesiones marroquíes así como la desigualdad en el enlace matrimonial, favorecen la inferioridad de la mujer.

El matrimonio es altamente valorado dentro de la mentalidad marroquí. Se glorifica el matrimonio, la precocidad para acceder a él y la procreación dentro del matrimonio. El código de estatus personal fija como edad de capacidad al matrimonio la de 18 años para los varones y de tan sólo 15 para las mujeres. En la actualidad se observa una correlación entre el nivel educativo y la edad en que la mujer se casa. Entre más alto es el nivel educativo más tarde se casa la mujer marroquí. Lo último también correlaciona con pertenecer al medio urbano. En el campo hay mujeres que se casan incluso antes de cumplir los 15 años (Rhouch, 2007).

Durante el matrimonio, la mujer debe obediencia a su marido y éste tiene la obligación de mantenerla. El hombre, es por tanto, el jefe de la familia, dirige la vida conyugal y hace de la procreación uno de los fines del matrimonio. La familia para la mujer implica protección, seguridad y reconocimiento social por el hecho de ser madre y esposa.

La única filiación válida por el derecho musulmán es la filiación legítima. La de un niño nacido de un hombre y una mujer unidos por matrimonio en el momento de la concepción. Esta filiación permite al niño acceder a la paternidad, a la nacionalidad y a la religión de su padre.

Como ya hemos dicho, el marido está obligado a mantener a su mujer, pero si las condiciones económicas son difíciles, la mujer, en muchos casos, está en la obligación de trabajar fuera (sobre todo en el medio rural) pero siguiendo con todas las cargas tradicionales dentro de la casa; lo cual fomenta el malestar dentro del matrimonio.

La maternidad es un deber de la mujer y tiene un alto valor dentro de la sociedad islámica, por lo tanto, la contracepción no es aceptada por la mujer que depende económica y socialmente del marido, ni es bien vista por el hombre, puesto que los hijos son considerados un regalo de Dios. Es más, la mujer puede manejar determinados niveles de poder, cuando utiliza la procreación como arma, sobre todo, si da a luz a un varón, o dejando de utilizar contraceptivos como contraprestación al resolver un conflicto con su marido.

La planificación familiar en parejas solteras no se acepta y como lo resalta el estudio de Sánchez y cols. (2007) es necesario matizar que debido a la religión, la mujer soltera no puede tener relaciones sexuales, y por lo tanto, tampoco tiene acceso a métodos anticonceptivos. Mientras que el hombre soltero sí, pues los hombres si pueden acceder a preservativos distribuidos gratuitamente, pero socialmente si se admite que la pareja casada utilice métodos anticonceptivos y no hay prejuicios por ninguno.

En este mismo sentido es esclarecedor el estudio de Bravo (2003) que encontró que las mujeres marroquíes encuestadas, eran las que más utilizan métodos anticonceptivos de mayor garantía de prevención de embarazo (píldora, DIU y preservativo) en su país (62%), una vez que demostraban estar casadas.

En la misma encuesta las mujeres marroquíes respondieron “no sé, no contesto ante las relaciones sexuales prematrimoniales. Esto refleja, la ocultación de una vida sexual activa antes del matrimonio.

Una entrevista en profundidad (Bravo, 2003) reveló que las mujeres marroquíes habían tenido relaciones sexuales antes del matrimonio, bien con el hombre con el que se casaron o bien con otros hombres. Sin embargo, todas enfatizaban la importancia de permanecer vírgenes antes del matrimonio por motivos socioculturales y religiosos.

Existe una regla tácita en las relaciones sexuales de los solteros y solteras. Ellas no permiten la penetración para mantener la virginidad y ellos practican el sexo con restricciones impuestas por las mujeres, si desean casarse con mujeres vírgenes. Las mujeres “decentes” caen en desgracia si permiten relaciones sexuales completas o son percibidas socialmente como “mujeres fáciles”. Las mujeres contaban que en Marruecos cuando estaban con sus novios, estos practicaban el sexo con otras mujeres o con prostitutas, con las cuales podían llegar hasta el final. Generalmente, los hombres no utilizan preservativo, pues aducían que les privaba de sensaciones.

Por otro lado, la poligamia es un derecho del hombre y está sujeta a la autorización previa del Tribunal de Familia. Ésta se autoriza si el motivo excepcional alegado por el solicitante es objetivo y razonable, así como la capacidad para mantener a las dos familias y garantizar el trato igualitario a las dos esposas (Amal Andaluza, 2007).

La poligamia es muy frecuente cuando la mujer es estéril, o cuando la primera esposa ha tenido varios embarazos y llega al final de su vida fecunda. El marido se casa con una segunda mujer más joven que pueda tener hijos. Es una práctica que en la actualidad es cada vez más rara, pero el hecho de que el marido pueda recurrir a ella, deja a la mujer en una situación de inferioridad.

Como en otros troncos culturales, el proceso de adaptación de la mujer y la familia marroquí en España, depende en gran medida de su origen. Es decir, el grupo de mujeres marroquíes que vienen de zonas urbanas, son mujeres que generalmente han estudiado y que vienen solas en busca de un mejor nivel de vida. Mantienen una actitud abierta hacia la sexualidad y la reproducción y su comportamiento no está tan influido por el acatamiento exacto de las normas religiosas (Sanz, 2007).

La mujer marroquí que viene del entorno rural y llega a España por motivos de reagrupación familiar, presenta dificultades de integración, problemas para hablar y entender el español y un comportamiento más arraigado en la tradición islámica. No trabaja fuera de casa y ocupa su tiempo en las labores domésticas y en el cuidado de los hijos. La utilización de servicios ginecológicos es muy rechazada puesto que les produce angustia, miedo y vergüenza (Sanz, 2007).

Por ejemplo, el control sanitario del embarazo y parto difiere notablemente en zonas urbanas y rurales, debido a la disponibilidad que exista de los servicios sanitarios. Tradicionalmente los partos se desarrollan en el mismo domicilio con la partera tradicional y utilizando sustancias naturales como el romero, que funciona como un antiespasmódico (Sánchez y cols., 2007).

Según Sanz (2007), la mujer puede asistir al ginecólogo a escondidas del marido, pues este se lo puede prohibir. El cuerpo de la mujer normalmente está al servicio del hombre o es de su propiedad, debido al débito matrimonial y a la representación de la sexualidad ligada a la reproducción. Los hijos son “riqueza” pues prueban la fertilidad de la mujer.

Debido a la influencia de la religión en la sexualidad y en la manipulación del cuerpo, la cicatriz que deja en su cuerpo la cesárea, puede ser motivo de escándalo para la mujer marroquí. La cirugía y las incisiones corporales son rechazadas por la comunidad islámica y en ocasiones son reflejo de sanciones públicas. Por lo tanto, las exploraciones ginecológicas son percibidas como una manipulación del cuerpo y únicamente se perciben necesarias en caso de enfermedad, no como medidas preventivas.

Luque y Oliver (2005) nos ofrecen un interesante estudio sobre diferencias culturales en la vivencia del parto y encuentran que las mujeres del Magreb suelen ser menos inhibidas que las subsaharianas o latinoamericanas a la hora de expresar su dolor, es más, suelen manejar una expresión exacerbada del dolor. A veces se quejan y lamentan ruidosamente y con frecuencia repiten sin cesar una monótona letanía en su idioma o llaman a su madre y en pocas ocasiones piden la anestesia epidural.

No debemos olvidar que las condiciones psicosociales de las mujeres inmigradas influye en la forma como pueden llegar a asumir el parto: encontrarse en un contexto diferente al de origen puede aumentar el miedo al proceso de parto; de igual modo, la soledad y la ausencia de apoyo emocional las predispone a presentar una tolerancia más baja al dolor.

Usualmente, los varones musulmanes son los más reacios al acompañamiento de sus parejas, algunos no quieren presenciar el parto o entran con sus esposas en las salas de dilatación pero se mantienen alejados físicamente de ellas. Por ello, lo usual es ver a las mujeres acompañadas de familiares o mujeres compatriotas amigas que suelen acompañar activamente durante el parto, así como servir de traductoras y mediadoras ante el personal sanitario.

El acompañamiento femenino se produce aún cuando estás mujeres tienen marido, el cual prioriza el trabajo sobre el acompañamiento a su mujer o pueden mantenerse al margen y esperar en la sala de espera. Es comprensible que algunos maridos foráneos se sientan incómodos con la participación en el nacimiento, pues en sus culturas, el parto se efectúa en el domicilio y entre mujeres. No olvidemos que en España, no hace mucho la situación también era similar.

Una vez la mujer ha parido hay costumbre de arropar con cuidados especiales a la mujer, que no debe salir a la calle y debe estar bajo el cuidado de la red familiar, sobre todo por parte de las mujeres mayores de la familia (Sánchez y cols., 2007). Dentro de los cuidados propios del puerperio esta una dieta especial, basada en comidas calientes, como caldo de pollo, vegetales, huevos y miel, entre otros. Al niño se le da de mamar siempre que lo pida y hay costumbre de darle infusiones de anís o hierba luisa si se sospecha que el niño pueda tener dolor.

Tradicionalmente y siguiendo las enseñanzas del Corán, las madres suelen amamantar a sus hijos durante dos años, pero a los pocos meses empiezan a introducir cereales en la alimentación.

Finalmente, un aspecto importante en la familia, es el cambio de roles dentro de la misma. Anteriormente, habíamos reseñado como la mujer marroquí que migra primero y realiza la reagrupación familiar, adquiere autonomía y poder dentro de la familia, una vez la ha reunido en el país de acogida. De hecho, muchas veces la mujer reagrupa a sus hijos y no al marido, pues se quejan de que el marido no había cumplido con la obligación de cuidarlos y protegerlos en su país de origen y al contrario solían estar con otras mujeres en ausencia de la esposa (Rozo, 2008).

A este respecto, retomo las palabras de Rodríguez (2007) sobre la mujer Magrebí, donde la modernización de su cultura ha llevado a que las madres del Magreb ya no sean vistas como personas dependientes, hijas tuteladas, esposas o madres improductivas ubicadas en espacios endogámicos y bajo el control del marido. Al contrario, son mujeres con proyectos propios, que tienen que aportar y que luchan por trabajar en un país de acogida en condiciones dignas, defendiendo sus derechos pese a la exclusión que experimentan si se les compara con otras emigrantes.

Volviendo a la reagrupación familiar, una vez desarrollada ésta y cuando el hombre pierde su rol de cabeza de familia y de sostén económico de la misma, lo cual sucede no sólo en la familia marroquí, sino en muchas familias latinoamericanas y de Europa del este, el marido se siente anulado, deprimido e impotente y muchas veces desahoga su frustración en la bebida o en la violencia (Rozo, 2008). Algunos otros, asumen el cuidado de la casa y de los hijos mientras sus esposas trabajan, pero suelen perder el respeto de los hijos varones.

La reagrupación familiar nunca es fácil, pues puede ser motivo de sufrimiento y ruptura. Los hijos pueden tener idealizado lo que van a encontrar al reunirse con su madre en España, que suele convertirse en desilusión, cuando hallan que su madre trabaja todo el día, que tienen que permanecer solos o al cuidado de otras personas y que las supuestas comodidades de la nueva vida no aparecen. Los hijos pueden terminar por recriminar a sus madres, por juzgarlas, culparlas de su frustración y de su soledad y, al final, la desadaptación puede deteriorar mucho la relación entre padres e hijos.

La familia subsahariana

Como lo escribe Nzé (2007), la familia en la comunidad subsahariana es una familia extensa donde conviven padres, hijos solteros e hijos casados. La familia se forma a partir del matrimonio, el cual no es un simple acuerdo contractual, sino que implica una serie de etapas previas. El matrimonio no es una cuestión de individuos sino de las comunidades o pueblos a los que pertenecen tales individuos. La dote es la recompensa que los padres del muchacho dan a los padres de la novia, que antiguamente se daba en especie (ganado, bienes, etc.), lo que obliga a la mujer a tener niños, pues se ha pagado por ello.

Existen costumbres muy características como el levirato, lo practican algunas comunidades africanas y consiste en que cuando una mujer se queda viuda, el hermano menor del difunto se casa con ella. El soronato, es otra costumbre, que consiste en sustituir a la esposa muerta prematuramente o estéril, por una hermana menor suya para que siga cumpliendo sus funciones reproductivas (Nzé, 2007).

La maternidad tiene una profunda valoración en el África subsahariana. La esencia de lo femenino está ligada a la procreación, de tal manera que la identidad de la mujer africana se asienta en la reproducción. Los hijos son la alegría en el presente y la seguridad en el futuro.

Asimismo, la maternidad es determinante respecto al estatus de la mujer en las comunidades o pueblos africanos, aunque dicha maternidad es de “segunda” si la mujer no diera a luz hijos varones, lo cual se interpreta como un fracaso en la continuidad del linaje del marido. Una mujer sin hijos no es nadie en la comunidad, y una mujer sin hijos varones, es lo peor (Nzé, 2007).

La permanencia de la mujer en casa con su marido, depende de si ha traído hijos al hogar en un periodo prudencial (tres años). Si no es así empiezan las presiones (por parte de la suegra) por el carácter consumidor y no productor de la mujer. El marido está en su derecho de expulsar a la mujer, instado generalmente por su madre (Sánchez y cols., 2007).

La mujer africana actual está en medio de fuerzas contrapuestas: la tradición y la dura realidad. La primera provoca el deseo de una familia numerosa, principalmente de varones para continuar el linaje del marido. Pero la segunda, lleva al gran ejercicio de supervivencia que implica construir una familia en las nuevas condiciones sociales (Nzé, 2007).

Según los valores tradicionales que hemos reseñado, la anticoncepción no es aceptable. Está prohibida, tanto ésta como los abortos voluntarios. La planificación familiar, se realiza a través de la lactancia materna prolongada, porque sirve no sólo para espaciar los nacimientos, sino también, para el control de la sexualidad femenina (Nzé, 2007).

Antiguamente los periodos de lactancia materna eran largos, hoy ya no es así, pero los bebés suelen convivir con las madres durante mucho más tiempo y son alimentados según demanda. En países como Congo o Malí, pocas mujeres pueden permitirse la leche en polvo, por lo tanto la lactancia materna está muy extendida. Los bebés se destetan alrededor de los dos años. En países como Somalia, la lactancia dura mucho tiempo y es considerada indispensable para la supervivencia del bebé. El Corán recomienda la lactancia materna, las mujeres deben amamantar a sus hijos durante 2 años pues es una práctica normal y positiva tanto para la madre como para el bebé (Nzé, 2007).

Existen tabúes alimentarios durante períodos vitales de las mujeres como el embarazo y la lactancia, se prohíben alimentos como frutas, huevos, leche, alimentos amargos, etc. Tales tabúes producen en la mujer problemas de anemia o desnutrición.

Podemos concluir, siguiendo a Nzé (2007) que existen un cierto número de prácticas tradicionales nefastas o negativas para el bienestar psicológico, físico y social de las mujeres y niñas; profundamente enraizadas en la tradición, cultura y religión, que se transmiten de generación en generación. Estas prácticas pueden clasificarse en tres grandes categorías:

– Las prácticas relativas a la salud sexual y reproductiva: Mutilaciones genitales femeninas, matrimonios y embarazos precoces y forzados, la poligamia.

– Las relativas a la nutrición: tabúes alimentarios o nutricionales, etc.

– Las prácticas relativas a los derechos humanos: leyes discriminatorias sobre la herencia y la propiedad, dote, levirato, preferencia por los hijos varones, desigualdades en el acceso a la educación y los cuidados de salud, etc.

 Cuando la familia africana llega a España, como otras familias inmigrantes, trae consigo su bagaje cultural y dependiendo de las circunstancias, se pueden producir conflictos culturales importantes. Tomemos como ejemplo el parto, y el trabajo de Blázquez (2005). La autora nos recuerda que siendo el embarazo y el parto procesos universales en cuanto a la fisiología del cuerpo femenino, nunca ocurren como un mero proceso biológico, sino que se encuentran culturalmente moldeados, dándose de diferentes maneras en cada sociedad y en los diferentes grupos sociales. La reproducción no sólo tiene un interés biológico al aumentar el número de individuos de una sociedad, sino que también tiene un interés social, asegurando la fuerza de trabajo dentro de una determinada dinámica social.

Para la mujer africana lo más grande de este mundo es ser madre y tener un buen número de niños. Generalmente no acepta la cesárea, por considerar que puede ser una limitación en el número de concepciones futuras. Hay que tenerlo en cuenta, por si llegado el caso, es necesario hacer cesárea, puede que la primera respuesta de la mujer sea de incomprensión y de rechazo (Nzé, 2007). Estas diferencias culturales son muy importantes, sobre todo teniendo en cuenta nuestra sociedad y nuestra tradición biomédica. En la cultura médica intervencionista occidental es característico el que exista una alta medicalización del parto y se espera que las mujeres atiendan las normas y directrices del personal sanitario.

Por ejemplo, se da por sentado que la mujer debe parir acostada, con poca movilidad y se está acostumbrado a actuar con rapidez e incluso a forzar el período expulsivo. Sin embargo, en mujeres africanas (y también latinoamericanas) el parto implica otros tiempos y una mayor movilidad y autonomía. Es común ver como los sanitarios se exasperan ante la necesidad de estas mujeres de parir de cuclillas y no acostadas, olvidando que en casi todas las culturas la libertad de movimientos se impone, pariendo en una situación vertical. No obstante, en nuestro medio el período de dilatación y expulsivo se desarrollan en una cama para comodidad de los profesionales sanitarios, a pesar de la influencia positiva que tiene sobre la evolución del parto la libertad de movimientos (Luque y Oliver, 2005).

Otro ejemplo, también nos lo brinda Luque y Oliver (2005), en cuanto a la expresión del dolor en las contracciones del parto. Las mujeres africanas se caracterizan por ser estoicas en su comportamiento, toleran el dolor o expresan muy poco su reacción al mismo. Las mujeres subsaharianas suelen ir solas a parir y es importante que los profesionales sanitarios se cuestionaran la creencia que afirma que el acompañante de la mujer durante el parto debe ser su marido. Se debe discutir, abiertamente tanto con mujeres autóctonas como inmigrantes, las preferencias en ese sentido, optando por la presencia del marido, siempre que la mujer lo perciba como una ayuda y que nazca de un deseo real del padre y no de una moda o tendencia cultural del momento.

Como vemos, las diferencias de género vuelven a ser muy importantes en la familia subsahariana, tal como también hemos visto en las familias latinoamericana y magrebí. El factor religioso, las creencias y prácticas alrededor de la salud sexual y reproductiva, también suelen ser otros factores culturales que amplían la distancia entre las familias africanas y las autóctonas. Como concluía el estudio de Zlobina y cols. (2004), la comunidad africana subsahariana era el grupo más distante culturalmente de la sociedad española, seguido por el del Magreb y Latinoamérica.

Para finalizar, quisiera retomar las palabras de Rodríguez (2007) sobre la mujer africana, como una mujer trabajadora, con muchas habilidades y recursos, entusiasta, aún en los difíciles momentos de la migración, pero probablemente su rasgos más destacados sean su percepción de la unidad con la naturaleza y aunque ha soportado violencia y convivido con ella, no suele ser ejecutora de la misma, sino una buscadora de formas de participar activa y pacíficamente.

La familia china

La cultura china contiene una fuerte ideología machista y eso se observa evidentemente en la familia y los roles que sus componentes asumen dentro de ella. La familia china se ha construido alrededor de la figura paterna y genera redes de relaciones muy amplias.

Como recalca Grace Shum (2007), en la historia de China, la discriminación del género femenino ha sido total, y aún hoy en pleno siglo XXI siendo una potencia económica, la identidad de la mujer es casi inexistente, no tiene identidad propia, sino que ésta está atravesada por el rol de “hija de” o “esposa de”. Desde 1950, con la llegada de Mao Tse-tung al poder, se desarrolla una política de contención del crecimiento demográfico, como un medio de adaptación más adecuado a las necesidades y los cambios socieconómicos. La familia china sólo puede tener un hijo, por lo cual desaparece la familia extensa y se refuerza la construcción de la familia nuclear.

Pero hay un elemento adicional, la cultura china valora la preservación del linaje y el apellido paterno, sobre todo en el medio rural (el 75% de la población china vive en el campo), por lo que, es usual valorar a los hijos varones dentro de la familia, ya que mantienen el derecho sobre el apellido familiar y sobre su continuidad, además de garantizar la obligación del cuidado de sus padres. Con ello, sobrevino un nuevo fenómeno cultural: el abandono de niñas recién nacidas, incluso el infanticidio, como una estrategia para tener una segunda oportunidad y buscar el hijo varón.

La obsoleta cultura patriarcal es bastante fuerte en los diferentes estratos de la sociedad china y hay que tener en cuenta que la mayoría de la población rural mantiene las tradiciones y costumbres de forma sumisa y conservadora, mientras que la rápida “desruralización” del país sólo ha permitido que la mujer de la ciudad se convierta en “mujer-objeto sexual”, que centra su vida en la obtención de beneficios materiales (Shum, 2007).

Una vez llega la familia china a España, en general tienen una relación muy distante con los autóctonos y mantienen de forma muy fuerte sus tradiciones culturales. Los estudios con la población china inmigrante son pocos, pero tenemos algunos como el de Sánchez y cols. (2007), que con base en sus entrevistas nos dejan entrever algunas características de las familia china. Por ejemplo, la sexualidad es un tabú y el tema no se aborda entre padres e hijos, sin embargo, admiten usar métodos anticonceptivos y no rechazan ninguno en particular.

La mujer, tras la gestación, no vuelve a las consultas ginecológicas e intentan seguir las pautas tradicionales de cuidados en el puerperio. La madre recibe el apoyo de sus familiares, generalmente la suegra o la madre y amigos, pues debe mantener reposo, que en China es al menos un mes en casa sin moverse. En España, tratan de mantener lo más posible la misma tradición. El padre, usualmente participa menos en el cuidado del niño y de la puérpera. En este período la mujer toma una serie de alimentos, con vitaminas, caldos, frutas que deben estar fuera del frigorífico desde antes, etc. Finalmente, según ese estudio la comunidad china, en general, desconoce la legislación que regula el aborto en España y el modo de actuar para solicitar una IVE (Sánchez y cols., 2007).

La familia de Europa del Este

Durante la transición del modelo comunista al capitalismo, los países de Europa del Este se han enfrentado a un conglomerado de problemas políticos, económicos y sociales, cuya resolución se ha demorado en el tiempo. Esto ha traído pobreza y altos índices de paro, lo que ha obligado a la población a desplazarse en busca de un mejor futuro.

Si tomamos como ejemplo el caso de Rumania y según el estudio de Crespo (2007), tradicionalmente la edad para el matrimonio gira alrededor de los 20 y 24 años. Pero la construcción de la vida adulta (independencia familiar y económica) y de la familia se ha empezado a retrasar por los problemas económicos que atraviesan los jóvenes rumanos En tal contexto, la emigración se puede contemplar como una forma rápida y efectiva de adquisición del estatus adulto para algunos de los jóvenes rumanos.

Los sectores de inserción más frecuente para los rumanos en España, son la construcción para los hombres y el servicio doméstico para las mujeres. Su migración se desarrolla sobre todo en redes informales migratorias basadas en vínculos de parentesco, amistad o vecindad. También hay algunas redes formales tejidas alrededor de confesiones religiosas como los Adventistas del Séptimo Día.

Aunque los proyectos migratorios más claros corresponden a los varones. Las mujeres también migran y cada vez con mayor frecuencia, pero muchas de ellas renuncian a la migración, por el trasfondo ideológico patriarcal de su sociedad. Esta ideología patriarcal influye en la filosofía femenina del cuidado

Por otro lado, volviendo a la perspectiva más amplia de Europa del Este y concentrándonos en algunos aspectos relevantes en el contexto de nacer y crecer, según los datos ofrecidos por Baskakova y Onea (2007), el modelo de atención materno infantil en los países de Europa del Este presenta similitudes con el modelo español en sus diferentes etapas: el proceso de fecundación, el embarazo y el desarrollo del feto, hasta el momento del parto. Específicamente en el parto no existe el acompañamiento familiar, no se permiten las visitas de los familiares después del parto hasta la salida de madre-bebé del hospital, como es el caso de Rusia. Por el contrario, en Rumania sí, donde además el periodo de ingreso en caso de parto es de una semana. Si surge algún problema con el bebé, la madre sigue ingresada hasta el alta del niño.

Los altos índices de aborto en la antigua Unión Soviética han traído como consecuencia graves problemas de salud pública. El aborto ha conducido a altos índices de esterilidad secundaria. El número de abortos disminuyó tras la campaña contra el aborto de los ochenta, el número de abortos continuó cayendo durante principios de los noventa, hasta que los acontecimientos que rodearon a la caída de las Unión Soviética hicieron que aumentaran. Hoy en Rusia se dan dos abortos inducidos por cada nacimiento vivo, cifra más baja que en los años setenta. El número que utilizan métodos anticonceptivos en Rusia se ha doblado desde 1988 (Baskakova y Onea, 2007).

Dentro de las causas de aborto podemos encontrar: el considerarlo como un método anticonceptivo, el nacimiento de un primer niño puede poner a la familia en una situación de pobreza; además de la extendida e incorrecta creencia de que la píldora conlleva riesgos de salud.

La situación económica de la mujer procedente de Europa del Este es la principal barrera para acceder al control de embarazo. La mujer tiene más recursos para encontrar trabajo que el hombre, por esta circunstancia se ve obligada a trabajar y ocultar su embarazo. La propia organización del sistema supone, a veces, una barrera: el horario de atención, cita previa, la lista de espera para cita con unidad de planificación familiar -que puede ser de cuatro meses-, y por supuesto el desconocimiento del sistema sanitario y su funcionamiento.

Algunas diferencias importantes para reseñar a la hora de analizar la familia de Europa del Este, son(2): que existen diferencias muy importantes entre los países que agrupamos en el bloque «Europa del Este» y que dentro de cada país la diferencia que más pesa es el origen rural o urbano. Es común en los países del este de Europa, que haya un importante retraso en la incorporación de la mujer al escenario social. Que la maternidad se asuma a edades muy tempranas, que se utilice la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) como método anticonceptivo, que la elección del método no depende de la mujer y que exista una mayor conceptualización de la salud reproductiva que de la sexual.

Sobre el tema del aborto podemos retomar algunos datos que nos brinda ACAI (2007). Porcentualmente, el segundo grupo poblacional inmigrante con mayor índice de IVEs provenía de Europa del Este (28%) (sólo superada por latinoamérica con un 54%). Las mujeres de Europa del Este señalaban que la anticoncepción no es una prioridad para ellas (el 64% de ellas no usaba métodos anticonceptivos) y por eso se quedan embarazadas y terminaban recurriendo a las IVEs.

El mayor número de mujeres repetidoras se concentraba en Europa del Este con cerca del 61%. Con un promedio de 2,20 abortos por mujer. Casi el 60% de las IVEs previas se realizaron en el país de origen, lo cual es entendible ya que como hemos dicho, era habitual utilizar el aborto como método anticonceptivo.

Si volvemos al caso de Rumania y retomamos los aportes del estudio de Crespo y Suárez (2007), usualmente se ha entendido que la migración rumana tiene como característica fundamental su carácter familiar, donde la migración se contempla como una oportunidad para la familia.

Las mujeres suelen ser cabeza en la cadena migratoria y si no han sido las primeras en viajar, sí han sido las primeras en plantearse el proyecto migratorio dentro de la pareja. Para las mujeres rumanas la emigración se constituye en un proceso de individualización a través del cual, aún sin dejar de ser y verse como miembros de un núcleo familiar, adquieren consciencia de que también son individuos con necesidades y desarrollos propios (Crespo y Suárez 2007).

El primer cambio que observamos es una diferente concepción sobre su trabajo. Si bien en Rumania desarrollaban un trabajo remunerado, éste se consideraba como algo ‘opcional» o «complementario» al sueldo del varón, cuyo papel principal era el de proveedor material de la familia. En el nuevo país, esta concepción cambia. El trabajo de la mujer pasa a ser indispensable, lo que repercute en todos los ámbitos de la vida familiar y la mujer adquiere consciencia de su protagonismo. Desde el reparto de tareas domésticas a la gestión del presupuesto o un papel más activo en la educación de los hijos (Crespo y Suárez, 2007).

Complementario a esto Rozo (2008) reseña como cada vez es más común encontrar parejas rumanas que migran, algunas veces con los niños más pequeños. Cuando migra la pareja sola, deja sus hijos al cuidado de la familia en Rumania y se encargan de mandar dinero para el sostenimiento familiar. Para los jóvenes rumanos es fundamental poder reagrupar a su familia. Usualmente los niños y los jóvenes se adaptan e integran fácilmente en la sociedad española, pero no sucede lo mismo con las personas mayores.

Lo anterior correlaciona con el estudio de Zlobina y cols. (2004), que concluían que el grupo social más cercano a la sociedad española, incluso por encima de los latinoamericanos, eran los europeos del Este. Posiblemente porque comparten una cultura europea común o como los mismos rumanos explican: porque Rumania es el «único país latino» de la Europa Central y Oriental, lo cual le acerca mucho a España, además de compartir en el idioma una misma base gramatical, similitud idiomática que valoran como un facilitador de la adaptación sociocultural (Crespo, 2007).

Conclusión

Como hemos visto, generalmente, migrar es una elección más familiar que individual y se basa en razones de necesidad y no de preferencia, e implica un proceso de cambio y readaptación para todos los miembros de la familia. En este artículo hemos tratado de mostrar algunas características culturales que diferencian a un tipo de familia de otra dependiendo de su origen, sin embargo, sabemos que encasillar a la familia en la estrechez de la teoría es complicado, en la realidad la familia es muy variada y no se deja encerrar en tipologías de estudio. Sin embargo, podemos ver que determinados patrones culturales distancian a los grupos sociales y otros, en cambio, les acercan a la sociedad receptora.

También sabemos que la migración implica que muchas familias se tengan que readaptar internamente para mantener sus relaciones a través de la distancia. Más allá de la nacionalidad de la familia que migra, hay una realidad a la que tienen que enfrentarse que implica, entre otras cosas: la separación, el duelo por las pérdidas, el cambio de roles y la reconstrucción de las relaciones familiares a través de la distancia, pero también, en muchas ocasiones la ruptura con la pareja. No obstante, la mayoría de las familias tienen como objetivo final volver a reagruparse, ya sea en su país de origen o en el país de acogida.

Un elemento que hemos visto que agrava el proceso migratorio (Rozo, 2011) es carecer de un proyecto, que permita planificar las acciones y conseguir las metas planeadas inicialmente en el país de origen. Tener un proyecto de vida permite asumir fortalezas y debilidades y sobre todo, motivar el desarrollo personal para mirar el pasado y proyectarse hacia el futuro. Lo que hemos visto es que las personas suelen planificar muy bien la salida de su país, pero muy poco la llegada al nuevo país, colmada de desconocimiento e incertidumbre. Se vive el desarraigo, el duelo y una vez llegan al nuevo país pueden vivir situaciones de discriminación, explotación laboral o invisibilidad (criminalización por irregularidad administrativa).

Como hemos dicho, la meta final para muchas familias es volver a estar juntas, lo que hace que idealicen ese momento y que no se preparen para asumir los cambios que ha vivido la familia en todo el proceso. Reconociendo, por ejemplo, que ha habido un cambio de roles en la familia mientras los padres no han estado junto a los hijos. Reconociendo también que existe la posibilidad de que los hijos que han quedado en el país de origen no deseen cambiar de cultura o que no reconozcan la autoridad de la madre o el padre y pregunten a sus cuidadoras, y no a ellos, si deben comer, dormir, bañarse o salir a jugar. Incluso puede ocurrir que los hijos menores que viajaron con sus padres, se conviertan en los traductores de los hermanos que han quedado en el país de origen y éstos los rechacen o bien que el hijo, que viajó con los padres siendo pequeño y que se ha criado en el nuevo país, rechace a las personas de su país de origen.

Son muchas las situaciones de cambio que deben asumir ante el proceso migratorio, pero tal vez la mayor ironía, como comentaban algunas entrevistadas (Rozo, 2011) es que muchas de las mujeres inmigrantes tienen que trabajar en el país de acogida cuidando hijos ajenos, mientras los propios se quedan al amparo de otros miembros de la familia, generalmente también mujeres, en el país de origen. Para ello se establecen las llamadas cadenas de cuidado por medio de “contratos afectivos” para el cuidado de los hijos. Está situación es difícil de sobrellevar por los diversos componentes de la familia y afecta de manera importante la relación madre-hijo/a. Muchas mujeres viven su situación como un sacrificio de amor por el bienestar económico de sus hijos, lo que las llena de sentimientos de culpa, que les lleva a asumir su vida a cualquier precio, dejando incluso pisotear su dignidad en trabajos donde se violan sus derechos mínimos.

El sentimiento de culpa, la soledad y el duelo pueden hacer muy difícil que la madre ejerza su rol como educadora en la distancia, pues finalmente, son madres que educan desde el Locutorio, como nos lo explica Rodríguez (2007), pero no suelen saber que pautas seguir y tienen que sobrellevar, además, sus sentimientos encontrados por la separación con sus hijos.

Por otro lado, los hijos tienen que enfrentar el difícil proceso de la madurez sintiéndose muchas veces abandonados y solos, afectando la relación con sus principales referentes, los padres. Relación que no mejora automáticamente cuando sucede la reagrupación familiar, ya que tienen que afrontar la difícil realidad que viven los progenitores en el país de acogida, la distancia emocional a la que les ha sometido la distancia física a través de los años, y reconocer que el nivel de vida en el país de acogida no es el mismo que se tiene en el país de origen gracias a las remesas.

Ante estas situaciones es muy importante que los padres entiendan que la familia no se interrumpe por la migración, lo que se interrumpe es un antiguo proyecto familiar, pero la familia es mucho más que la suma de sus partes. La familia es transcultural y transgeográfica, la familia es flexible y se puede adaptar exitosamente a los cambios que se viven en la migración.

También deben ser conscientes los padres que educar a los hijos no sólo se puede hacer con la presencia física, que la educación se puede ejercer desde la distancia. Que las manifestaciones de amor no son sólo las caricias, los besos y los abrazos, el amor también se manifiesta en las palabras que se dan con seguridad, confianza, reforzando la autoestima, valorando la honestidad, la verdad y sobre todo, la comunicación. Una buena comunicación, que brinde apoyo a los niños, que no les angustien, donde se cambien los deberías, tendrías que o no debes, por imagino, deberíamos, nos haría bien que… Usar frases que refuercen la seguridad interior del niño, como estoy orgullosa de ti o confío en ti. Estos mensajes son fundamentales para ayudar a los hijos que están lejos a tener una autoestima elevada y a que puedan razonar por sí mismos sobre la conveniencia de otras personas. Sentirse orgulloso por cómo es como persona, no por las notas que saca en el colegio o porque sea bueno en algún deporte. Estar orgulloso del hijo abre las puertas de la confianza y le ayuda a reconocerse como una persona válida para sí mismo y para los demás (Rodríguez, 2007).

Y una última reflexión muy importante, no centrar las expresiones de amor en el dinero que se manda o en los regalos que se le hacen, no compensar la distancia y la culpa con cosas materiales. Una buena opción educativa es no darles todo lo que piden y es importante brindarles la opción de que aprendan a ganarse las cosas por sus logros, pequeños trabajos o recados. Cuidar su educación en este sentido significa no hacer más regalos de los que pueden disfrutar, mostrarles el valor de la cosas y repetirles que éstas son fruto del sacrificio que hace toda la familia.

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1. Este artículo fue publicado originalmente en la Revista Eclecta (Vol. X, número 17 de 2012) y se reproduce con permiso del Editor de la misma.
2. Datos aportados por el Taller Europa del Este del Encuentro Inmigración y Salud. Islantilla, 18 y 19 de junio de 2007.

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Citar:

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