Intervención Psicosocial: Reflexiones en el contexto del siglo XXI

Jairo A. Rozo C. gs orcid
Fundación Universitaria Los Libertadores, Colombia

Como dice Maya, García y Santolaya (2007), el desarrollo de la intervención social en el ámbito de la psicología está directamente relacionado con el movimiento de salud mental comunitaria de los años sesenta en Estados Unidos y la constitución del campo de la psicología comunitaria. Como consecuencia, hubo un proceso de desinstitucionalización y se crearon servicios dirigidos a mantener a los pacientes psiquiátricos en la comunidad. Esto desembocó en una visión más amplia de la psicología, incorporando niveles de intervención que iban más allá de un foco exclusivo en el individuo, a la vez que se trataban temas diferentes a los de salud mental.

Por lo tanto, la primera necesidad de la intervención psicosocial fue la de reemplazar el «modelo clínico tradicional» basado en la acción terapéutica aislada, dirigida al enfermo, al individuo y de manera unidisciplinar, por un modelo de intervención comunitaria, cuya acción preventiva y de promoción de la calidad de vida está dirigida a la comunidad desde la interdisciplinariedad (Guillén, 1996).

Paulatinamente, los trabajos desarrollados en el área han ido evolucionando de los servicios de salud mental al enfoque de la intervención social y comunitaria, teniendo en cuenta los procesos de prevención y promoción, los procesos de implementación y potenciación o empoderamiento, considerando temas como la diversidad étnica y de género, la movilización comunitaria y la cultura, todo ello con importantes avances en metodología y el desarrollo de programas sofisticados con fuerte base teórica. Con el tiempo, la intervención psicosocial se ha ido consolidando como un área caracterizada por el enfoque ecológico, que adopta múltiples niveles de intervención y que atiende a todo tipo de problema sociales (Maya, García y Santolaya, 2007).

Proponiendo modelos explicativos a fenómenos complejos

Un área importante del trabajo psicosocial es el que se desarrolla en medio del contexto de guerra, históricamente surgió después de la primera Guerra Mundial, cuando las terribles secuelas de la misma empezaron a interesar a las naciones. Una vez terminada la guerra se empezaron a ver cambios de comportamiento en los soldados a nivel individual, familiar y social, cambios que afectaban negativamente a los conglomerados sociales y por lo tanto no podían dejarse a un lado. Después de la segunda Guerra Mundial y de la guerra de Vietnam, fue aún más evidente que las consecuencias de la guerra a nivel social eran devastadoras para las comunidades (CedaVida, 2002).

Pero como ya dijimos antes, las primeras intervenciones partían de una visión médico asistencial que trataba de afrontar el trauma de guerra o el posteriormente conocido como síndrome de estrés postraumático. Con el tiempo se fue pasando de una visión médica y psiquiátrica a una más psicológica y, posteriormente, a una visión más social del fenómeno, convirtiéndose al final en un enfoque psicosocial. Una visión más completa para un fenómeno muy complejo que afecta al individuo, a la familia y a la sociedad a nivel económico, social y cultural. Siguiendo a Castaño (citado en CedaVida, 2002), el trabajo psicosocial no es un trabajo terapéutico adicionado a un trabajo social, sino que exige el conocimiento de los mecanismos y de las condiciones sociales, económicas, políticas y culturales en que las personas se encuentran y que muchas veces perpetúan su sufrimiento.

Dentro de este contexto, el primer trabajo psicosocial que desarrollé como profesional tenía que ver con las víctimas de la guerra de mi país, Colombia. Trabajando con la fundación CedaVida, surgió una aproximación psicosocial para actuar con las víctimas del desplazamiento interno y forzado, debido a la situación de conflicto armado (guerrillas, paramilitares y fuerzas de seguridad del Estado), que impulso la movilidad de los campos a las ciudades, donde los desplazados repoblaban los cinturones de miseria que las rodeaban. La fundación CedaVida desarrolló un modelo de trabajo que se iniciaba con la terapia vivencial y terminaba con el desarrollo de procesos en pedagogía para la paz, manejo y mediación de los conflictos y formación a los diferentes líderes comunitarios para el fomento de nuevos procesos sociales.

La parte inicial de este trabajo (terapia vivencial) heredaba mucho de la terapia psicológica, pero siempre enfocando los fenómenos sociales y culturales que afianzaban patrones culturales de violencia sobre los otros. La terapia vivencial era un modelo de intervención terapéutica que pretendía brindar una rápida y eficaz asesoría psicológica a sus beneficiarios, compuesto por cuatro técnicas que se entretejían formando un espacio para la elaboración de duelos y traumas causados por la guerra: la relajación, la visualización, la respiración circular y la meditación activa; todas ellas entrelazadas con la verbalización como alternativa de decodificación racional de cada uno de los ejercicios vivenciales con alto contenido emocional (Rozo, 2000).

La terapia vivencial mostró ser muy efectiva en la mayoría de los beneficiarios para superar las situaciones traumáticas y reelaborar sus proyectos de vida, pero no existía un modelo teórico que explicará la eficacia de la intervención. Por ello, desarrollé una hipótesis de trabajo a nivel teórico que fundía los elementos de mi conocimiento de la neurociencia y la neurocomputación (gracias a mi trabajo de Tesis de Pregrado, ver Baquero-Venegas, Pérez-Acosta y Rozo, 2005) con la intervención psicosocial (sobre todo con la primera fase o terapia vivencial), ese trabajo se público como «la recuperación de memoria emocional a través de un modelo de red neuronal artificial» en el año 2000.

En tal trabajo explicaba que los hechos traumáticos generan una impronta emocional que se almacena en el cerebro, generalmente a nivel inconsciente. La terapia vivencial efectivamente rompía los bloqueos y permitía que el verdadero contenido emocional aflorara a la conciencia, para ser reconocido y elaborado, proporcionando alivio y equilibrio emocional (Rozo, 2000).

Para recuperar las emociones recurrimos a la misma lógica de éstas, es decir, a la lógica asociativa. Emocionalmente hablando, el pasado se impone en el presente. Cuando algún rasgo de un acontecimiento aparece como similar a un recuerdo del pasado cargado emocionalmente, la mente emocional responde activando los sentimientos que acompañan al acontecimiento recordado. La mente emocional reacciona al presente como si fuera el pasado. Los pensamientos y emociones actuales adoptarán el matiz de los pensamientos y reacciones de entonces.

La forma en que se recuperaba el recuerdo a partir de la terapia vivencial podía explicarse recurriendo a un modelo de red neuronal proveniente de la neurocomputación, que propone que pensamientos y emociones (recuerdos asociados a la información y recuerdos asociados a la emoción) sean representados por nodos, que al interconectarse por medio de sus pesos y con la suficiente estimulación logran activarse de forma congruente, superando los umbrales necesarios para llegar a ser conscientes, activando el recuerdo difícil de recuperar.

En dichos modelos cada nodo o unidad representa a las neuronas y cada peso de conexión a las sinapsis que hay entre ellas. Todo nodo tiene un valor umbral, por encima de él se activa dicho nodo transmitiendo la información a sus nodos vecinos (ver Figura 1).

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Figura 1. Sinapsis Artificial. Representación de una sinapsis entre la unidad de entrada, la oculta y la de salida. Los números dentro de las unidades representan el valor umbral. Los números sobre las líneas los pesos de conexión. Si el valor umbral de la unidad de entrada superior (1) se multiplica por su peso de conexión directa con la unidad de salida (1) y sobrepasa el umbral de dicha unidad (0,5), la unidad de salida emite la respuesta.

La propuesta del modelo de red pretendía dar una explicación plausible acerca de cómo funcionaba la recuperación de la memoria emocional. En esta hipotética red existirían nodos con contenido asociado a la información (nodos-inf) que representarían al hipocampo de nuestro cerebro y nodos con contenido emocional (nodos-em), que representarían a la amígdala, gerente del sistema límbico. Los inputs de entrada podrían ser los estímulos sensoriales, pensamientos y emociones actuales. En la red los nodo-inf pueden activar a los nodos-em y viceversa, lo que permitiría recuperar la emoción asociada al recuerdo. Los nodos-em están rodeados de nodos automáticos (nodos-aut), que se encargan de evocar las reacciones autónomas asociadas y la expresión de las mismas. También estarían conectados a nodos cognitivos (nodos-cog) que rodean a los nodos -inf y, a diferencia de éstos, procesan la información cognitiva (racional) presente, representando a los lóbulos prefrontales. Estos nodos-cog equivaldrían a los pensamientos actuales sobre las emociones que sentimos y nuestra valoración sobre las mismas. Diversos estímulos durante la terapia vivencial actúan sobre diferentes tipos de nodos (ver Figura 2) (Rozo, 2000).

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Figura 2. Red Explicativa de la terapia vivencial.

Un estímulo, como una instrucción, genera que racionalmente se busque el recuerdo. Si a esto unimos estímulos auditivos, visuales, olfativos y demás, permitimos recuperar en el presente las mismas emociones del pasado. Lo anterior quiere decir que el modelo plantearía que la máxima eficacia de recuperación de la red es directamente proporcional a la convergencia de activación de los nodos-em y los nodos-inf. Tal convergencia sería la que permitiría romper con los bloqueos para dejar aflorar las emociones. Muy posiblemente, un solo tipo de estímulo no sería lo suficientemente fuerte para superar el umbral de la información consciente o haría mucho más lenta su posible recuperación.

Esto último se hace evidente cuando tratamos de recuperar información traumática utilizando solamente la estimulación de los nodos-inf; la dificultad es grande, y la persona siente que sólo puede recuperar algunos detalles. Los nodos-inf a veces recuperan la información como esta fue en realidad, pero no olvidemos que cuando ésta tiene una gran carga emocional asociada es deformada o bloqueada. Bajo nuestro esquema, no sólo por activar nodos-inf se puede lograr activar suficientemente los nodos-em. La terapia vivencial debe generar una estimulación directa en el cerebro emocional, de tal forma, que se superen sus umbrales y los nodos-em se activen, recuperando la emoción con su contenido original y no deformado. Si a esto le agregamos el direccionamiento de la búsqueda, por medio de una instrucción (activación nodos-inf), la combinación de estímulos es lo suficientemente fuerte para que finalmente se origine el estado de catarsis o expresión emocional.

Una vez la emoción ha sido recuperada y expresada, se inicia el proceso de reconceptualización de la misma, comúnmente denominada verbalización o «elaboración de los eventos traumáticos», que permite que el paciente se estabilice emocionalmente y pueda afrontar su proyecto de vida de una forma adecuada. La experiencia nos demostró que en éste proceso de verbalización era fundamental el trabajo de grupo, cuando una persona que padece un inmenso dolor, cuando ha vivido una situación que parece insostenible (la tortura, el maltrato, el asesinato de sus seres queridos) y puede verbalizarla con otros que han padecido un dolor similar, que tienen una actitud abierta y están dispuestos a escucharle y apoyarle, el proceso de recuperación es más rápido y valioso.

Volviendo a nuestro modelo de red neuronal, lo que pretendíamos con él, era contrastar y ampliar sus posibilidades explicativas, ofrecer un embrión teórico que podría simularse por medio de la computación, pero también valioso por sí mismo como guía en la investigación de la efectividad de determinadas acciones psicoterapéuticas y psicosociales (Rozo, 2000).

Hoy en día, trece años después es altamente aceptado por la comunidad científica internacional que las acciones terapéuticas tiene un efecto medible en el cerebro que produce cambios a nivel comportamental. Pero en tal época era difícil unir en un mismo discurso, intervención psicosocial, terapia, neurociencia y neurocomputación. Y sin embargo, la psicología social y la intervención psicosocial no pueden concebirse sin las aportaciones de otras disciplinas científicas, sin la interdisciplinariedad. Planteamiento que defendemos desde la Epistemología Estratégica, propuesta filosófica esbozada conjuntamente por Herbert T. Baquero Venegas y Andrés M. Pérez-Acosta y yo mismo (ver Rozo, Baquero Venegas y Pérez-Acosta, 2005), que promueve una visión de las disciplinas científicas como estrategias para entender múltiples problemas y no como áreas aisladas con un único objeto de estudio. Desde ese punto de vista, la psicología sería una disciplina que aborda, desde el individuo, problemas de conocimiento como el comportamiento, la cognición y la conciencia, asuntos que también han sido abordados desde otras disciplinas pero con estrategias diferentes.

La Epistemología Estratégica está basada en la idea inicial de Staddon y Bueno (1991) y enriquecida con la visión multinivel de Ruiz-Vargas (1994), lo que permite romper con la clasificación tradicional del conocimiento científico, y observar cómo los niveles y subniveles se organizan alrededor de las siguientes preguntas fundamentales: el porqué, el para qué, el cómo y el dónde. Buscar las respuestas a estas preguntas, a partir de una visión interdisciplinaria es la mejor opción para desarrollar modelos dinámicos y explicativos de los diferentes fenómenos de estudio (Rozo, 2007a). Un ejemplo real de aplicación de la epistemología estratégica se ha dado en la explicación del fenómeno del aprendizaje asociativo (Rozo, Pérez-Acosta y López López, 1998), del estudio del Inconsciente (Rozo, 2005) y de la Conciencia (Rozo, 2007a).

Debemos ser humildes para aceptar el apoyo teórico y metodológico que otras disciplinas pueden ofrecernos y recordar que el objeto de la psicología social es la interacción, la que se produce entre los factores psicológicos y el contexto social (Gaviria, Cuadrado y López, 2009) y eso implica abarcar un gran nivel de conocimiento de los elementos que aportan otras disciplinas (como la biología, etología, neurociencia, sociología, economía, etc.), para entender los factores psicológicos y la forma como son influidos por la presencia de los otros.

¿Por qué habríamos de tener en cuenta la biología para el estudio de la psicología social? Como dice Gaviria (2008), estamos en un época en que tiene más relevancia la «cognición caliente», donde se tienen en cuenta los procesos emocionales y motivacionales (que obviamente tienen base biológica), y menos énfasis la «cognición fría» del siglo pasado, centrada en la racionalidad.

Pero por el otro extremo, nuestra disciplina, como dice Moscovici (1989; citado por Morales y Gaviria, 2009) es una disciplina «puente» en la medida en que presenta como característica más destacada la de integrar los conocimientos de las distintas ciencias sociales. Al combinar entre sí procesos de distinta naturaleza para explicar cómo se ejerce la influencia de la presencia de otros sobre la persona, la psicología social utiliza procesos que constituyen el objeto de estudio de la psicología (de naturaleza individual), de la sociología y la economía (de naturaleza societal), de la antropología (procesos interpersonales, grupales y macrosociales en su vertiente cultural) y de las ciencias de la comunicación, entre otras.

Movilidad Humana e Intervención Psicosocial

Una vez en España, mi trabajo con ONGs y la Universidad de Sevilla se centro en la atención a la población inmigrante. Así como en Colombia tuve la ocasión de trabajar el fenómeno de la movilidad humana conocido como desplazamiento interno, en España tuve la oportunidad de estudiar el fenómeno migratorio, donde miles de personas provenientes de los cinco continentes cruzaban las fronteras, algunas huyendo de la persecución política y la guerra de su propio país, pero otras, la gran mayoría, buscando mejorar sus condiciones de vida y un futuro a nivel económico (Rozo, 2006).

Los dos fenómenos de movilidad humana generan a nivel psicosocial una serie de consecuencias en gran medida similares. Ambas implican un proceso de duelo y desajuste emocional y social, provenientes del desarraigo y la pérdida de referentes culturales, y al mismo tiempo exigen una rápida adaptación para poder sobrevivir en la nueva situación. Ambos implican secuelas psicológicas y físicas, procesos de ansiedad y depresión, psicosomatizaciones, problemas gastrointestinales, de piel, cefaleas y demás (Rozo, 2007b). Pero además implican la desestructuración de la familia (por la separación de sus miembros) y la alteración de los tradicionales roles dentro de ella. Generalmente es la mujer la que reinicia el proceso laboral y productivo en la nueva situación, asumiendo el mantenimiento de la familia y exigiendo un cambio en los roles de género que venían del sitio de origen. La inmigración se ha feminizado en los últimos años y ya implica el 50% del proceso migratorio, y son ellas las que mantienen a sus familias, estén junto a ellas o en su país de origen. Esto ha dado un rol nuevo y fundamental a la mujer como agente de cambio social y facilitadora del proceso de adaptación de la familia al nuevo contexto, pero implica también, que, generalmente, aumente la violencia intrafamiliar y sobre todo de género, así como las separaciones y los divorcios. El sistema familiar se modifica dentro del proceso adaptativo (Rozo, 2006).

Tradicionalmente ha existido una teoría muy popularizada sobre las migraciones que define al inmigrante como una persona maltratada por la vida de su país, que para subsistir emprende el viaje migratorio y el autoexilio. Una vez llega a su destino, sigue luchando para superar sus carencias en medio de una sociedad que generalmente le ignora. Esta visión se ajusta a la «teoría neoclásica de las migraciones», que genera la idea de que el inmigrante no podrá ser otra cosa que una carga para la sociedad receptora, un tipo de exportación de la pobreza del mal llamado «tercer mundo» a los países desarrollados.

Ante esta teoría neoclásica de las migraciones, que como vemos se sustenta en una decisión individual, autónoma y racional de emigrar, esta la llamada «teoría estructural de las migraciones» (Aparicio y Tornos, 2005), la cual plantea que la migración se da desde los países cuya economía ha sido perturbada a otros países económicamente más poderosos. Por tanto, los flujos migratorios siempre van de países con economías débiles a países con economías fuertes.

Según estas teorías, la migración es un acto individual (microeconómico) o es un acto demarcado exclusivamente por los factores macroeconómicos (factores salariales diferentes entre países, diferencias en la calidad de vida, etc.). Pero gracias a la psicología social y a la sociología se han cuestionado tales explicaciones. Existirían otros factores tan importantes como los micro y macroeconómicos pero complementarios a estos, que nos ayudarían a entender de forma mejor, cómo se dan y por qué se dan los flujos migratorios. Esta tercera opción habla de los factores sociales (la difusión y obtención de información), los grupos de pertenencia (la creación de opiniones y valoraciones grupales) y las redes sociales de apoyo. Entonces el conocimiento de lo que se piensa en esos grupos y no la comparación racional de lo que ocurre con las cifras macroeconómicas, sería lo que puede darnos la llave para saber en qué medida se movilizarán las migraciones (Aparicio y Tornos, 2005).

En medio de la globalización de la economía, de los medios de transporte, de los medios de comunicación y de la fuerte movilidad humana, se debilita cada vez más el concepto de frontera nacional, pues los espacios sociales se expanden y no se circunscriben al país de origen, las fronteras han colapsado en el último siglo y un nuevo fenómeno ha nacido: la «transnacionalidad». Los individuos pueden ingresar en ámbitos de relaciones territorialmente alejados de aquellos en que iniciaron sus vidas, y además pueden hacerlo sin abandonar los vínculos y relaciones que habían estado manteniendo con anterioridad.

Según Aparicio y Tornos (2005) debemos concluir que en España no había una simple internacionalización demográfica producida por la presencia de sujetos de muchas nacionalidades, sino que se estarían además creando espacios en los que muchas relaciones sociales están dejando de estructurarse en función de nuestra demarcación territorial. Y así muchos marroquíes, ecuatorianos, colombianos, senegaleses, etc., se traen al nuevo país relacionalmente sus adscripciones estructurales, con las pautas de interacción espontánea que a esas adscripciones se adhieren.

Según estos elementos que indican una clara transnacionalización, es necesario entender que las actuales migraciones crean nuevas necesidades políticas y no sólo nuevas necesidades sociales. Ello implica reajustar y transformar los vínculos entre política y territorio que se han tenido hasta ahora. Una situación tan complicada como cuando lo fue en su tiempo la desconexión entre política y religión (Rozo, 2006).

Pero si se consideran necesarias estas innovaciones en el plano de los actuales paradigmas de pensamiento, es porque éstos ya no son aptos para dar cuenta de la nueva forma de estructurarse las relaciones sociales que se está configurando al mezclarse las adscripciones territoriales de clase que afectan a los individuos con las adscripciones de clase transterritoriales, muchas veces distintas, que les siguen afectando.

En este momento, la crisis económica europea, que golpea fuertemente a España, ha propiciado que un país receptor de migrantes, vuelva a convertirse en un país emisor de emigrantes, muchos de ellos a Latinoamérica, en la búsqueda de un nuevo futuro económico. Ironías del destino, la historia de la España de mediados del siglo pasado vuelve a repetirse: miles de españoles deben migrar a otros países para encontrar trabajo y un futuro mejor para sus familias.

Por otro lado, existe un choque entre la comunidad receptora y la que se ha movilizado, ya sea dentro del propio país (desplazamiento interno en Colombia) o de un país a otro, en la inmigración. Es un choque de culturas, de costumbres, de lenguajes, de religiones, por solo nombrar algunas, y muchas veces se traducen en acciones de reproche, rechazo y marginación. La solidaridad brilla por su ausencia en muchos casos y es difícil generar procesos de integración.

Solidaridad y bienestar

Los últimos años de trabajo en España, los he dedicado a diferentes proyectos, donde uno de los ejes fundamentales tenía que ver con la sensibilización, el respeto a la diferencia y la integración de las comunidades receptora e inmigrante. Y esto tiene que ver con uno de los grandes retos del futuro de la psicología social, que se refiere a la búsqueda de estrategias efectivas que nos ayuden a generar lazos de solidaridad entre culturas diferentes que tienen que convivir en paz, a articular el derecho a la igualdad, como ciudadanos de un mismo país con el derecho a la diferencia, o lo que es lo mismo, el derecho a defender nuestra propia identidad.

La solidaridad implica varios niveles y podemos decir que hay factores proximales y dystales en la creación de solidaridad. Detengámonos un momento en los factores proximales. En un primer nivel podríamos ver acciones como el apadrinamiento de niños que viven en el tercer mundo. Otro nivel podría ser el que se ve en medio de jornadas de integración intercultural, a través de la música, el baile, el folclore o las comidas típicas. Otras acciones tiene que ver con brindar espacios de diálogo y reconocimiento mutuo, en donde se genere un intercambio bidireccional entre culturas. Sólo en la medida que entendamos al otro podremos respetarle (Rozo, 2006).

Por ello, es fundamental buscar acciones de intercambio profundo y no sólo anecdótico y eso implica aprovechar los espacios que brinda el colegio, las escuelas de padres, las reuniones comunitarias o barriales, donde las personas de diferentes culturas pueden llegar a compartir puntos comunes como ciudadanos, pero bajo el respeto de la diferencia que implica el reconocimiento del otro. Sólo en esa medida habrá un sentimiento de valoración y respeto bidireccional que contribuya a la construcción de un verdadero sentido de solidaridad y apoyo que propicie procesos de integración y asimilación entre los miembros de los diferentes grupos sociales y no sólo procesos de separación y marginación.

Por otro lado, están las aproximaciones dystales, mucho más complejas y que conllevan el desarrollo de cambios estructurales en nuestro sistema de organización. Bien sabemos que desde hace algunas décadas vienen vendiéndonos la idea de que la globalización es el nuevo sistema de organización mundial imparable y al cual hay que adaptarse de la forma más rápida. La globalización es lo que es, gracias esencialmente a dos factores. Por un lado, al desarrollo tecnológico de la red de redes que ha dado una nueva estructura a la manera de relacionarnos y comunicarnos en el mundo, y, por otro lado, a la liberalización máxima de los flujos financieros. Y el liberalismo económico trae muchas ventajas, pero tan solo para unos pocos, la globalización es básicamente antidemocrática y ha desarrollado una nueva asimetría, por un lado, los globalizadores, que concentran el capital, y por otro lado, los globalizados, la inmensa mayoría que concentra la pobreza.

Los globalizadores no se distinguen por ser muy solidarios, y la globalización es esencialmente de mercados, pues subyuga de restricciones al ser humano. A nivel dystal la acción solidaria implica procesos de movilización y concientización ciudadana, que ayuden a desarrollar cambios jurídicos, políticos y económicos encaminados a humanizar la globalización, a ejercer un control democrático sobre las grandes decisiones económicas que afectan a todo el mundo, que actúen sobre la educación, la salud, el hambre y la injusticia social, para el desarrollo de una vida plena que no esté reducida a los horizontes económicos y que fomenten la solidaridad (Rozo, 2006).

Nuestra posición debe ser crítica ante éstos fenómenos de desigualdad, pues debemos abogar por una ciencia social que no sea ajena a los valores, la psicología social no puede ser un frío y metódico análisis de las cosas tal y como son, sin hacer una decidida apuesta por las cosas tal y como deberían ser (Blanco y Rodríguez, 2007). Los valores están presentes, implícita o explícitamente, en los temas que estudiamos, en las hipótesis que defendemos, en los argumentos que utilizamos y en los instrumentos en los que nos apoyamos.

Siguiendo a Martín-Baró (1989, p. 317, citado por Blanco y Rodríguez, 2007):

«En ciencias sociales el científico no puede evitar sentirse involucrado en aquellos mismos fenómenos que estudia, puesto que también se producen en él; y si esto es verdad cuando se trata de procesos como la memoria, el conocimiento y la emoción, mucho más lo es cuando se trata de factores que determinan su vida familiar, su trabajo cotidiano o la definición de su futuro. Más aún, el científico no puede dejar de tomar una postura frente a esos fenómenos, pero la parcialidad que siempre supone una toma de postura no tiene porqué eliminar la objetividad. Resulta absurdo y aún aberrante pedir imparcialidad a quienes estudian la drogadicción, el abuso infantil o la tortura».

Finalmente, quisiera detenerme en la idea de bienestar, bienestar no solo para las poblaciones que migran a un nuevo país, sino en general para todos los estamentos de la sociedad. Si seguimos a Comte y Durkheim, la perspectiva de la intervención psicosocial se centra en abrir caminos que hagan capaces (competentes) a las personas, grupos, comunidades y hasta a las sociedades de conducirse hacia la consecución del bienestar (Blanco y Rodríguez, 2007). Un modelo de bienestar que recupera al sujeto dentro de un contexto, un sujeto socio-histórico inserto dentro de una red de relaciones interpersonales e intergrupales, cuyas experiencias vitales no son ajenas a los acontecimientos del mundo que lo rodea.

Para abordar la idea de bienestar quisiera apoyarme en las ideas del Dr. Isaac Prilleltensky (Montero, 2004), para quién el bienestar debe entenderse como el punto en el cual confluyen y se suplen las necesidades personales, relacionales y colectivas. Estos tres grupos de necesidades viven en sinergia y se afectan mutuamente. El bienestar personal no puede llegar a reemplazar ni al bienestar relacional ni al bienestar colectivo.

Su teoría del bienestar concibe el desarrollo humano en términos de propiedades mutuamente reforzadoras de las cualidades personales, relacionales y sociales. La ruptura de su sinergia sucede cuando las necesidades de un dominio no son mínimamente atendidas o cuando una esfera del bienestar domina al resto.

Los estudios científicos demuestran que las necesidades psicológicas de esperanza, optimismo, crecimiento cognoscitivo, dominio, control, salud física, bienestar mental, sentido y espiritualidad son fundamentales para que un individuo pueda sentir bienestar personal, pero es imposible alcanzar a suplir tales necesidades en aislamiento, es necesario que el sujeto se desarrolle a nivel relacional y pueda suplir necesidades como afecto, compasión, vinculación, sentido de pertenencia o apoyo, respeto por la diversidad y participación significativa en la familia y la vida cívica (Montero, 2004).

Y aunque estos dos grupos de necesidades conciernen al dominio psicológico, son insuficientes si no se suplen necesidades colectivas como políticas justas, de acceso a los servicios de salud, educación pública y seguridad; de justas prácticas de contratación, empleo y protección contra la explotación y vivienda. Construir el bienestar centrado sólo en el aspecto psicológico sería un error, y olvidar el bienestar psicológico por dar prioridad a los aspectos sociales sería otro colosal error, pues al final es una balanza que hay que mantener en sutil equilibrio, de lo contrario se rompe la posibilidad de generar el bienestar y nos alejamos de la llamada «sociedad buena».

Veamos algunos ejemplos que recoge el Dr. Prilleltensky. Por un lado, las comunidades en donde sus miembros desarrollan un mayor trabajo voluntario en hospitales, escuelas y asociaciones cívicas, presentan un mayor nivel de bienestar relacional y colectivo, reflejado éste último en mejores resultados educativos, sanitarios y de asistencia social para la población. Por ejemplo, en el estado de Kerala en la India, que es muy pobre, las mujeres se han organizado en movimientos sociales para lograr protección agrícola, programas de nutrición para los niños y programas de desarrollo de la comunidad. Todo ello ha provocado el fortalecimiento psicológico de las mujeres, pero también un cambio social significativo, medido en aumento de la alfabetización, disminución de la mortalidad infantil y aumento de la longevidad (Montero, 2004).

Por el contrario, según un estudio del Banco Mundial en 47 países, la pobreza impacta negativamente en la salud física y psicológica, las oportunidades en la vida y disminuye la longevidad. Por lo tanto, existe un claro nexo entre el bienestar personal, relacional y colectivo, aunque la cultura popular, los políticos e incluso algunos psicólogos, traten de expandir el mensaje de que el bienestar sólo depende de nuestras propias capacidades y de las relaciones familiares, olvidando el importante papel de las fuerzas colectivas y de la justicia.

La justicia, según el modelo propuesto por el Dr. Prilleltensky, sería el segundo pilar con el cual se construye una sociedad buena. Bienestar en sus tres vertientes (personal, relacional y colectivo) por un lado, y justicia, por el otro; estos serían los elementos imprescindibles para construir una sociedad buena. La justicia trata de la asignación equitativa de cargas, recursos y poderes y es por tanto, un constructo relacional. El tercer pilar lo constituiría el poder, de forma que la ecuación bienestar y justicia se complejiza con el poder. Ni las explicaciones psicológicas, ni las políticas por sí solas, responden a las fuentes de sufrimiento y de bienestar humano, por lo que las intervenciones psicológicas o políticas aisladas no podrán mejorar el bienestar humano; es necesario una comprensión política y psicológica integrada del poder, el bienestar y la justicia, que nos permita cambiar el mundo a nuestro alrededor. El primer desafío para el psicólogo comunitario es indagar sobre las prácticas y los efectos del uso del poder en los diferentes niveles. El segundo es aplicar las lecciones sobre el poder, el bienestar y la justicia en la práctica diaria, desarrollando estrategias de formación social que puedan incidir en nuevas construcciones comunitarias.

Conclusiones

La perspectiva de trabajo que propongo para abarcar un área como la intervención psicosocial en el contexto del siglo XXI, tendría varios puntos fundamentales, desde mi punto de vista destacaría los siguientes:

1. Es fundamental romper el estrecho molde de la unidisciplinariedad y favorecer e impulsar el trabajo interdisciplinario para enfrentar, explicar y entender el fenómeno psicosocial en sus diferentes niveles de complejidad, para proponer modelos explicativos reales y para crear efectivas estrategias de intervención.

2. Impulsar la combinación de la investigación con la intervención para superar la psicología social de escritorio. Debe haber una estrecha cooperación entre la psicología social teórica y aplicada, en donde el teórico no mire los problemas sociales con temor ni con aversión erudita y el aplicado comprenda que no hay nada tan práctico como una buena teoría (Lewin, 1998, citado por Blanco y Rodríguez, 2007).

3. Entender complejos fenómenos sociales como el de la movilidad humana y las relaciones entre grupos culturales diferentes, atravesados por relaciones asimétricas de poder, implica abordar fenómenos como el de la solidaridad.

4. Unos de los fines más importantes de la intervención psicosocial es el aporte que podemos hacer desde nuestra disciplina a la construcción del bienestar social, teniendo en cuenta las necesidades personales, relacionales y colectivas.

5. Finalmente, uno de los grandes desafíos sigue siendo el estudio de las relaciones de poder dentro de los grupos sociales y entre grupos sociales diferentes.

Referencias

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Citar:

Rozo, J. A. (2013,  2 de octubre).Reflexiones personales sobre la intervención psicosocial en el contexto del siglo XXI.Revista PsicologiaCientifica.com, 15(16).Disponible en: https://psicologiacientifica.com/reflexiones-sobre-intervencion-psicosocial-siglo-xxi

1 comentario en «Intervención Psicosocial: Reflexiones en el contexto del siglo XXI»

  1. Es una investigación valiosa en el proceso de la intervención grupal, que con el apoyo de la neurociencia y la imagenología ayudarán a mapear mejor las conexiones neuronales como la amígdala e hipocampo. En México, la institución en la que colaboro, el trabajo con grupos terapéuticos con cuenta cuentos, y ejercicios de respiración ha favorecido cambios en niños maltratados, abusados o de padres negligentes. Me ha despertado un gran interés esta experiencia! Gracias.

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