El rol de las emociones y sentimientos en la salud del individuo

Marí­a de Lourdes Rodrí­guez Campuzano
Universidad Nacional Autónoma de México Tlalnepantla.

Resumen

En este texto se lleva a cabo un análisis de las emociones con el fin de esclarecer su función en el terreno de la salud. La mayor parte de las aproximaciones psicológicas a la salud conciben las emociones como entidades, variables internas o procesos responsables del estado de salud-enfermedad de los individuos. Sobre estas bases se realizan disertaciones teóricas, investigaciones e instrumentos de medición. Aquí­ se parte de que en estos planteamientos existen premisas derivadas de una doctrina dualista cuyas implicaciones dificultan entender la manera como el comportamiento influye en el estado de salud. Por ello, y con base en los trabajos de Ryle (1949), Kantor (1969) y Ribes (1990), en primer lugar se presenta un análisis conceptual del término emoción; posteriormente se pretende aclarar el estatus funcional de las emociones en el comportamiento y por último, el papel que juegan en la salud.

Palabras clave: Emociones, sentimientos, salud, dualismo, disposiciones, contingencias ambientales.

En la actualidad han surgido diversas modalidades disciplinarias interesadas en los factores psicológicos vinculados a la salud, entre ellas, la medicina conductual, la psicología de la salud, la epidemiología conductual, la inmunología conductual y la neuropsicología. Estas disciplinas suponen que las emociones desempeñan un papel en el desarrollo de la enfermedad. En este trabajo se lleva a cabo un análisis conceptual del término emoción, en un intento por esclarecer su pertinencia y funciones en el campo de la salud.

El interés de la Psicología por el campo de la salud viene de tiempo atrás. Son diversos los enfoques teóricos que han tratado de explicar la participación del comportamiento en el origen, el desarrollo y la cronicidad de las enfermedades. Así, por ejemplo, en la aproximación psicoanalítica se postulan las emociones negativas, ciertos tipos de personalidad y los sentimientos inconscientes como factores importantes que afectan la salud (Alexander, 1950; Wolf, 1953; Dunbar, 1954; Freud, 1920-1955; Cameron, 1982). Además de la perspectiva psicoanalítica, en otras aproximaciones se ha planteado que las emociones son fundamentales para el estado de salud. Los teóricos conductuales consideran que la conducta observable es la base para analizar la emoción. Bajo el término «conducta emocional» se incluyen: 1) acciones físicas y verbales de tipo deliberado o voluntario, como gritar de gozo y abrazar afectuosamente a un amigo; 2) respuestas innatas como llorar o sobresaltarse por un sonido inesperado; 3) los pensamientos no expresados; y 4) los cambios fisiológicos obvios como el rubor de la vergüenza. Muchos autores reconocen además una disposición a exhibir la conducta emocional. De este modo, argumentan que la conducta observable no es la expresión de otro fenómeno sino que la conducta y la disposición a comportarse así constituyen la propia emoción (Calhoun y Solomon, 1989).

Actualmente, la mayoría de los análisis psicológicos de la salud se hacen desde una aproximación cognoscitiva, ya se trate del enfoque psicodinámico, la medicina conductual, la psicología de la salud, o la psicología clínica de la salud, entre otros. En dichas aproximaciones se retoma el enfoque psicodinámico sobre el papel de las emociones en el proceso de la salud-enfermedad. El enfoque cognoscitivo parte de que las enfermedades o malestares son provocados por un trastorno «mental», es decir, un desorden de pensamiento por el que el individuo distorsiona la realidad. Se dice que tales procesos de pensamiento afectan de modo adverso a la forma que se tiene de ver el mundo y conducen a desarrollar emociones disfuncionales y dificultades conductuales.

Una de las premisas fundamentales de los enfoques cognoscitivos es que cada persona construye su propia realidad, que la interpretación que hace de la realidad le genera algún tipo de emoción, y que la conducta ocurrirá en consecuencia, es decir, que el significado determina la respuesta emocional a una situación y ésta, a su vez, a la conducta, como acciones «observables» (Zumaya, 1993). Dentro de este enfoque, las emociones son consideradas total o parcialmente como cogniciones o como algo que depende causalmente de ellas, especialmente de las creencias o interpretaciones que las personas hacen de una cosa o una situación. Para los seguidores de esta perspectiva no es suficiente un estado de excitación fisiológica, es necesaria una conciencia e interpretación de la propia situación. Uno de los rasgos distintivos de esta teoría es que realiza un análisis de la racionalidad de las emociones. El supuesto básico es que lo racional de una emoción está vinculado con la creencia de la que proviene. La emoción puede ser irracional para una situación particular, pero sólo lo es porque se tienen creencias erróneas o injustificadas sobre la situación (Calhoun y Solomon, 1989).

Se plantea que las creencias positivas producen emociones «positivas», ya que en otro extremo se ubican las emociones «negativas». Se dice que los efectos de las segundas son devastadores para el funcionamiento orgánico, o que la ausencia de una emoción positiva deteriora el resultado de un tratamiento médico. Las emociones positivas están asociadas con cierta inmunidad a la enfermedad física y con las recuperaciones rápidas y sin complicaciones. En el lado opuesto existe un efecto de las emociones negativas sobre la aparición y desenlace de una enfermedad (Coleman, Butchuer y Carson, 1988). Por ejemplo, Beck (1967) afirma que las cogniciones negativas se desarrollan como resultado de un procesamiento distorsionado de la información. Desde su punto de vista, la organización cognoscitiva está compuesta de estructuras y procesos y considera que, como resultado de estados emocionales tales como la depresión o la ansiedad, algunos de estos sistemas llegan a hiperactivarse y sobrepasan las concepciones realistas.

En el terreno de la salud se enfatiza el papel de las emociones negativas como la ansiedad, el estrés y la ira, que se conciben como factores de riesgo desencadenantes de la enfermedad. Desde Selye (1936), pionero en la investigación de los efectos del estrés en la etiología de numerosas enfermedades, hasta Lazarus y Folkman (1991), se considera que las variables cognoscitivas (como la forma de interpretar y afrontar las situaciones problemáticas) son básicas en el desarrollo de las enfermedades y destacan la importancia del estado emocional como factor de riesgo. El papel de las emociones no se restringe al de un factor precipitante o causante sino que también influye en el desarrollo, agravamiento y cronicidad de la enfermedad.

Actualmente se cree que la clave para resolver muchos de los problemas de salud reside en la comprensión de las disfunciones cognoscitivas, el procesamiento cognoscitivo y la dificultad para expresar emociones. Es reciente el interés por conceptos como el de ira-interna (Spielberger, 1994), o el más amplio de alexitimia o dificultad para procesar, reconocer y expresar emociones. Este planteamiento ha generado un gran número de investigaciones para relacionar causalmente diversas emociones con la presentación de enfermedades. Como ejemplo de ello se han examinado pacientes con cáncer comparándolos con individuos sanos en términos de procesos emocionales perturbados, revelaciones emocionales, expresiones emocionales, asertividad, depresión y distrés (Servaes, Vingerhoets, Vreugdenhil, Keuning, y Broekhuijse, 1999). También se ha estudiado la cronicidad de la excitación emocional negativa (agravación, irritación, furia e impaciencia) como una variable mediadora de la relación entre factores psicosociales (cogniciones, ambientes y conductas) y enfermedad cardíaca isquémica, encontrando una relación entre las emociones negativas y la enfermedad cardiaca (Ketterer, Lovallo, y Lumley, 1993). Igualmente, se ha evaluado el papel de la depresión como predictor de distintas consecuencias de la diabetes (Hampson, Glasgow y Stricker, 2002).

La metodología empleada consiste, generalmente, en aplicar diversas herramientas para medir emociones, cogniciones e indicadores biológicos de enfermedad en poblaciones sanas y enfermas. La mayor parte de las herramientas de medición consiste en reportes verbales. Se ha invertido un enorme esfuerzo para diseñar instrumentos en la forma de escalas, inventarios, cuestionarios y estudios para determinar su veracidad y validez. Se han correlacionado o contrastado los puntajes obtenidos en alguna escala con los de otra, o se han correlacionado las medidas obtenidas con algún instrumento de auto-reporte con otro tipo de medidas, como las fisiológicas (López, Pastor y Marín, 1993).

Entre las emociones más estudiadas se encuentran la ira, el estrés, la depresión y la ansiedad (Ivancevich y Matteson, 1992). Tomando, por ejemplo, el estudio de la ansiedad, se ha planteado que equivale a una forma de estrés potencialmente dañino, resultado de un sentimiento persistente de fracaso o de frustración que genera diversos tipos de sentimientos de infortunio y, en sus formas agudas y crónicas, enfermedades orgánicas. Se habla del pentágono de la ansiedad que incluye depresión, desorganización (dificultad para tomar decisiones), dependencia, defensa y desafío (ansias de autoridad) (Ivancevich y Matteson, 1992).

En terapia de la conducta se entiende la ansiedad como un síndrome general, el síndrome de activación biológica, que se caracteriza por la presentación de un conjunto de respuestas como la taquicardia, el incremento en la frecuencia respiratoria o sudoración y en el que participan respuestas operantes de escape o evitación. Uno de los investigadores pioneros, todavía vigente en este tema, es Wolpe, quien, con procedimientos de estimulación aversiva, produjo lo que llamó perturbaciones neuróticas en gatos. Partiendo de estas observaciones, formuló un modelo para explicar el condicionamiento de la ansiedad en humanos (Rachman, 2000). Su teoría de la inhibición recíproca trata la ansiedad como un síndrome de respuestas fisiológicas de activación reguladas fisiológicamente por el sistema nervioso, sujetas a condicionamiento (Wolpe, 1973, 1977). A partir de sus planteamientos, se concibió a la ansiedad como un estado emocional cuya función es preparar para la acción, y que es condicional a estímulos, tanto interoceptivos como exteroceptivos. Se trata de un aprendizaje emocional susceptible de ser explicado con los principios del condicionamiento clásico (Bouton, Mark, Mineka y Barlow, 2001).

Por su parte, los modelos cognoscitivos hacen también diversos señalamientos. De acuerdo con Ellis (1980) y Mahoney (1983), la ansiedad se compone de respuestas cognoscitivas en la forma de creencias y «pensamientos negativos», relacionados con temor o expectativas de fracaso y amenaza que, a su vez, provocan respuestas emocionales. En esta aproximación las emociones se entienden como procesos complejos y se plantean controversias respecto a ponderar sentimientos o cogniciones. Se ha dicho que existe una relación entre sentimientos (considerados como «concientización subjetiva»), cambios corporales (concebidos como una dimensión fisiológica), manifestaciones conductuales externas (entendidas como dimensión expresiva/motora) y cogniciones, y se asume que cada una de las dimensiones relacionadas alude a los distintos momentos, pasos o variables del proceso emocional.

Así, por ejemplo, Schachter (1964) plantea que los cambios fisiológicos por sí solos no son suficientes para iniciar la experiencia de una emoción, sino que estos deben ser explicados e interpretados, y cuando ello ocurre el sujeto experimenta una emoción particular. Este autor explica la emoción con una secuencia causal que incluye: estímulo, cambios corporales, percepción de los cambios corporales, interpretación de los cambios corporales y emoción. Señala, además, que es necesario evaluar previamente la situación en que el sujeto experimenta la emoción, por lo que el primer paso en la secuencia emocional es la valoración cognoscitiva de la situación (Lazarus, 1994).

La actividad cognoscitiva se asume como una precondición necesaria para la emoción, pues, para experimentar una emoción, se debe saber que el bienestar está implicado en una transacción hacia una condición mejor o a peor. La evaluación-valoración no sólo se refiere a los cambios fisiológicos que están ocurriendo, sino que incluye un análisis de dichos cambios considerando los estímulos o situaciones que desencadenaron el proceso emocional. Esta valoración cognoscitiva consiste en el análisis de las demandas y los recursos para determinar las posibilidades de responder satisfactoriamente, evitando daños. Se afirma que cuando las demandas se valoran como elevadas o excesivas para los propios recursos disponibles, se produce la reacción de estrés.

El estrés se convierte en estado de ansiedad cuando la valoración conlleva la anticipación de peligro, con un componente de experiencia subjetiva y otro de activación vegetativa y endocrina (Palmero, 1997). Bajo esta lógica, se piensa que la ansiedad es la emoción más representativa del proceso de estrés (v.g., Bolger, 1990). Según Lazarus (1994, p. 239), «la ansiedad es casi un sinónimo de estrés psicológico«. La razón de ello es que el elemento más característico de la ansiedad es la percepción de amenaza y, precisamente, la valoración de amenaza en la relación demandas-recursos es central en la concepción del estrés.

Aun cuando desde la perspectiva cognoscitiva se entiende la ansiedad como un proceso, se plantea, además, que tiene propiedades de estado y de rasgo. Gutiérrez y García (1997) comentan «… En este proceso la ansiedad interviene de dos maneras. Por un lado, en cuanto estado emocional de preocupación, formando parte de la reacción, con un poder de interferencia a nivel cognitivo, pero también con un poder motivador sobre la acción de afrontamiento. Por otro, en cuanto rasgo, la ansiedad interviene moderando la probabilidad o intensidad de desencadenamiento del proceso. Probablemente esta función se debe a que el rasgo de ansiedad actúa como filtro mediador en la propia percepción o valoración de amenaza» (p.5). Estos autores comentan que la función de la ansiedad es detectar peligros anticipatoriamente, por lo que facilita los procesos de percepción de los estímulos (atención e interpretación) antes de la ocurrencia de los posibles daños, a fin de poder evitarlos. Señalan también que, a diferencia de la ansiedad, la depresión es una emoción retrospectiva que facilita el análisis de las causas de un daño que ya ha ocurrido.

A pesar de no haber revisado exhaustivamente el tema, lo descrito es un ejemplo que permite entender que, a pesar de que se plantea a las emociones como factor central en la comprensión del estado de salud-enfermedad, no existe una concepción unificada respecto de ellas. En la actualidad, los modelos con mayor influencia a nivel terapéutico son los cognoscitivos, cuyas premisas giran alrededor del concepto de representación.

La aproximación tradicional a la emoción

Las diversas aproximaciones psicológicas a la salud emplean el término emoción para designar distintas cosas. Las emociones se conciben como acciones físicas y verbales, respuestas innatas, pensamientos, cambios fisiológicos susceptibles de condicionamiento o estímulos internos. Específicamente, las aproximaciones cognoscitivas las consideran como cogniciones o resultados de éstas, aunque también como procesos complejos constituidos por pasos, variables o momentos, en donde se da una relación entre pensamientos, sentimientos, cambios corporales, emociones y acciones, y en donde las cogniciones funcionan como precondición para la emoción. Se ha afirmado también que su función es preparar al individuo para la acción. Con estas bases se pondera la importancia de las emociones «negativas» en la generación de patologías biológicas y de las «positivas», en estados de bienestar físico.

Las diversas maneras de concebir las emociones se basan en argumentos confusos de naturaleza mentalista: a) se emplea el término emoción para abordar una gran variedad de fenómenos, confundiéndolo, las más de las veces, con sentimientos; b) se soslayan las situaciones ambientales y se emplean criterios morfológicos en su estudio; c) se asume que todos los fenómenos agrupados en el término emoción se pueden considerar equivalentes en términos de complejidad, postulando la existencia de procesos mentales o cognoscitivos previos; d) se abordan de manera dualista; y e) se les atribuyen funciones causales al excluir su posible identificación en términos de categorías disposicionales.

Emociones y sentimientos

Con el término emoción se aluden indistintamente la ansiedad, la depresión, la ira, la euforia, el estrés, el bienestar o la alegría, como si estos fenómenos fueran manifestaciones diversas de una misma cosa. Sólo se distingue entre emociones positivas y negativas. Sin embargo, a pesar de las diferencias respecto de la manera de concebir a las emociones, en todos los casos se tiende a confundirlas principalmente  con los sentimientos. Tal confusión obedece a varias razones y una de ellas es el tipo de sistemas reactivos involucrados en este tipo de comportamiento.

El individuo se relaciona con su mundo mediante distintos sistemas reactivos con un funcionamiento biológico particular. En algunas de estas relaciones los sistemas sensoriales juegan un papel preponderante, en otras, se involucra en mayor medida, el funcionamiento del sistema nervioso, del respiratorio o del cardiovascular; sin embargo, en términos psicológicos, el comportamiento, aunque incorpora estos elementos reactivos, no es reductible a ellos (Ribes, 1990). A partir de las reacciones biológicas, el contacto con el mundo va permitiendo desarrollar comportamientos y reacciones de ajuste a diversas situaciones. Por ejemplo, los distintos reflejos, como elementos reactivos invariantes, van adquiriendo autonomía funcional con respecto a las propiedades funcionales de los estímulos y se van dando como reacciones diferenciales ante circunstancias distintas de las propiedades funcionales de los estímulos vinculados a la reacción biológica, como se ilustra en los casos denominados de condicionamiento clásico (Ribes y López, 1985). Esto viene al caso porque en los sentimientos, al igual que en las emociones, operan de manera predominante sistemas reactivos viscerales; sin embargo, la preponderancia de las reacciones viscerales no hace que ambos fenómenos sean iguales. Un análisis funcional puede revelar sus diferencias.

La ansiedad, la preocupación, la depresión, la satisfacción, el enojo o el malestar corresponden más bien a la categoría de sentimientos. Kantor (1969) explica que estos constituyen tipos específicos de segmentos de comportamiento que tienen una característica fundamental: las respuestas del individuo no producen ningún efecto o cambio en los objetos de estímulo con los que se relacionan, sólo en el propio individuo que se comporta. A este tipo de comportamiento lo denomina afectivo, en contraste con el efectivo en donde las respuestas del individuo generan cambios en algún elemento de su ambiente. Los sentimientos no son meras reacciones fisiológicas, como tampoco respuestas innatas, o efectos en el organismo; sino comportamiento psicológico de tipo afectivo. Se trata de respuestas de adaptación que pueden generar, por ejemplo, cambios de postura o actitudes hacia los estímulos y no en ellos, o bien incrementar o decrementar el funcionamiento general de un individuo,  retardar o acelerar su actividad, o generar un mayor o menor interés hacia algo. Los sentimientos no son reacciones difusas o desorganizadas, por el contrario, son comportamiento de sistemas reactivos organizados y constituyen fenómenos genuinamente psicológicos. Son producto de la experiencia y presentan una correspondencia funcional con estímulos, objetos, acontecimientos o personas específicas, a los que el individuo reacciona diferencialmente, dependiendo también del contexto de su interacción.

Este comportamiento afectivo puede referirse como tensión, baja de actividad, depresión, bienestar, malestar, sorpresa, alegría, lástima, simpatía, ansiedad, culpa, arrepentimiento o aprehensión, aunque su descripción exacta se ve rebasada por las limitaciones del lenguaje ordinario. En la medida en que opera un conjunto de sistemas somáticos, difícilmente se cuenta con términos que describan con exactitud cada sentimiento. A ello hay que agregar la creencia de que existen sentimientos que son necesariamente opuestos: bienestar-malestar, tristeza-alegría, angustia-calma, lo que no siempre se ajusta a su posible descripción.

Los sentimientos son comportamientos que, a su vez, forman parte de otros, de hecho, casi todo comportamiento humano los incluye. En ocasiones constituyen la única forma de responder a situaciones simples, aunque, por lo general, son componentes afectivos de otras conductas efectivas. Esto tiene que ver con que son fácilmente condicionables y una vez que se incorporan al repertorio de una persona, adquieren cierta autonomía con respecto a los estímulos originales (Kantor, 1969). Por esta razón, y por otras de tipo cultural, las distintas aproximaciones psicológicas enfatizan su importancia, aunque desde premisas erróneas. Kantor (1969) plantea que los sentimientos y las emociones son fenómenos distintos.

La conducta emocional está constituida fundamentalmente por un conjunto de respuestas reflejas de tipo visceral. Algún estímulo abrumador en el ambiente genera una reacción caracterizada por una total confusión y desorganización del individuo, de manera tal que el sistema reactivo que sería adecuado a ese estímulo, falla y no opera. La reacción refleja interfiere con cualquier comportamiento. Esta reacción es fundamentalmente somática y no está correlacionada apropiadamente a los estímulos, como lo estarían los sentimientos. Así, mientras las emociones interfieren con un comportamiento efectivo en la situación, es decir, bloquean alguna respuesta, los sentimientos son un tipo de respuesta. La conducta emocional es una condición momentánea de «no respuesta» y esta condición inhibitoria de la conducta en curso es la diferencia esencial entre emociones y sentimientos. De esta manera, reacciones como la alegría, el placer o la satisfacción no pueden ser consideradas como reacciones emocionales, aunque la ira o el estrés y, en general lo que Ryle (1949) llama conmociones emocionales, sí pertenecen a esta categoría.

La conducta emocional no presenta orden o regularidad en su ocurrencia, a diferencia de los sentimientos. No se puede decir que corresponda funcionalmente a ningún estímulo particular y por ello tampoco se podría decir que tiene como función una preparación para la acción, como tradicionalmente se plantea. Kantor (1969) señala que la actividad emocional consiste de segmentos en donde las respuestas consumatorias o finales de un patrón de respuestas son las que se inhiben, aunque deja claro que el resto del patrón de comportamiento, como la respuesta de atención o la perceptual, sí se presenta. En este sentido, la condición de «no respuesta» se refiere solamente a respuestas consumatorias efectivas. Esta condición o ausencia de un sistema de respuesta influye para que los psicólogos hablen de las emociones como cambios corporales, instintos de conservación, o expresiones de procesos ocultos, cuando en realidad aluden a las respuestas reflejas que se presentan cuando los sistemas reactivos apropiados no operan.

Kantor afirma que las emociones se pueden distinguir de actividades precedentes y subsecuentes y se pueden describir en términos de otras actividades relacionadas que, junto con el segmento emocional distintivo, constituyen una situación compleja de comportamiento. El análisis de segmentos de comportamiento emocional incluye el segmento de conducta pre-emocional, el propiamente emocional, el post-emocional más próximo y el post-emocional siguiente. El primero se refiere a aquella actividad del individuo previa a su contacto con el objeto o estímulo que antecede a la reacción emocional. El segundo, a ese período de confusión en donde la actividad visceral y general del organismo reemplaza las acciones que deberían operar de manera organizada y consumatoria, aun cuando se presenten respuestas perceptuales y de atención. El tercero es cuando el individuo empieza a responder a algún estímulo diferente presente en la situación, como por ejemplo, a algún objeto que brinde la posibilidad de escapar; aquí ya el individuo responde a través de un sistema reactivo consumatorio y organizado; y, por supuesto, una vez que el individuo empieza a responder, es porque el período propiamente emocional ha terminado. Por último, el individuo responde, en gran medida, al segmento anterior, por ejemplo, a su propia respuesta de escape, lo cual se ha confundido con expresiones de la emoción. Esta referencia a las expresiones de la emoción o incluso a sus canales de manifestación, tiene que ver con el hecho de que, ocasionalmente, las reacciones propiamente emocionales pueden adquirir funciones de estímulo para acciones post-emocionales que forman parte del propio segmento emocional y también para algunas otras, que son las que se entienden como expresiones. De la misma manera, se ha considerado que las respuestas somáticas que reemplazan a los sistemas reactivos que serían efectivos, constituyen expresiones emocionales.

El papel del ambiente

Como puede deducirse del planteamiento inicial, ni los sentimientos ni las emociones pueden estudiarse sin considerar en cada caso las circunstancias ambientales específicas a las que un individuo responde. Las diversas aproximaciones psicológicas han reducido las interacciones individuo-ambiente a procesos mentales o respuestas somáticas. Cuando toman en cuenta el ambiente, lo hacen marginalmente, asumiendo funciones generales para ciertos estímulos, por ejemplo, los llamados estresores ambientales. Su interés se centra en lo que consideran índices o expresiones de la emoción, por lo que se invierte tiempo y esfuerzo en su evaluación y medición, y se opta por la medición de cambios fisiológicos o el uso de instrumentos de auto-reporte. El empleo de estas  herramientas, así como del lenguaje ordinario fuera de contexto, no permite distinguir, en términos funcionales, las emociones de otros fenómenos; tampoco se da cuenta de reacciones idiosincrásicas a condiciones específicas de estimulación.

Esta forma de proceder lleva, entre otras cosas, a clasificar las «emociones». Kantor (1969) señala que«estrictamente hablando, solo puede haber una clase de conducta emocional, esto es, las emociones constituyen una clase o tipo de acción» (p. 14). Dadas las diferentes condiciones de estimulación en las que ocurren  y sus diversos contextos, su clasificación general en positivas y negativas dista mucho de acercarnos a la comprensión del fenómeno. También afirma que «este tipo de conducta ocurre solamente bajo condiciones externas definidas y, por tanto, solamente puede describirse en términos de tales condiciones. Los movimientos y cambios específicos del individuo son efectos directos de circunstancias externas y no expresiones de entidades innatas y continuas» (p. 22).

Si las emociones se caracterizan por una fase en la que el individuo no puede pensar o actuar porque las acciones que la situación requiere se bloquean, no se puede dar cuenta de una emoción específica sin considerar las características precisas de la situación. Las condiciones de estimulación emocional implican demandas, peligros o estímulos abrumadores que deben describirse para dar cuenta del segmento emocional; sin embargo, se omite su descripción o se lleva a cabo de manera marginal. Un caso ilustrativo es el relacionado con lo que se denomina estrés.

Desde una perspectiva naturalista, el estrés corresponde a cierto tipo de contingencias, generalmente compuestas de condiciones de estimulación abrumadoras, como las que caracterizan a los segmentos emocionales; sin embargo, el término se emplea indiscriminadamente para referirse a emociones y a otro tipo de comportamientos afectivos, principalmente sentimientos; se asume, además, que los mismos estímulos (estresores) generan «emociones» iguales en todos los individuos, o bien, que lo importante no es la situación como tal, sino la interpretación cognoscitiva de la misma. Se habla de un proceso de evaluación cognoscitiva que implica la valoración de una situación y de los propios recursos.  Con base en ello, se investigan y comparan las denominadas «estrategias de afrontamiento», sin considerar la pertinencia del sistema reactivo que podría ser efectivo y corresponder funcionalmente a la demanda de una situación específica.

Al describir emociones hay que considerar que las situaciones son relevantes en sí mismas. En una situación emocional las personas se paralizan, reportan estados de shock y confusión. Por esta razón, lo pertinente es describir el segmento emocional considerando el total de  elementos participantes en la interacción. Además de los elementos de estimulación y el contexto, Kantor (1969) ha planteado algunos factores a considerar como el repertorio de comportamiento del individuo, su velocidad de reacción, su condición fisiológica general, su familiaridad con los objetos de estimulación y la presencia de personas específicas.

En el caso de los sentimientos ocurre lo mismo. No es posible comprenderlos al margen de las situaciones en las que un individuo se relaciona. Constituyen conducta organizada y dirigida y sus variaciones en términos de  intensidad o duración dependen de los estímulos a los que se reacciona, del modo cómo se presentan, de la naturaleza y condiciones del contexto y del tiempo que este comportamiento ha pertenecido al repertorio de una persona (Kantor, 1969). Las relaciones que se van estableciendo entre este tipo de comportamiento afectivo, diversas condiciones de estímulo y diversos contextos pueden ser muy variadas y no se pueden abordar con base en la descripción de síndromes fisiológicos o acciones específicas. Los criterios morfológicos que predominan en su análisis y evaluación sólo han creado confusión conceptual y han  llevado a postular, entre otras cosas, que existen canales o vías para su manifestación.

Los sentimientos se van estableciendo en relación con ciertos estímulos. Las diferentes culturas, como medios de relación entre personas, influyen en su adquisición, aunque es la historia individual la que da cuenta del comportamiento afectivo personal. Hay una gran cantidad de estímulos relacionados con sentimientos. Entre ellos se encuentran cualidades de objetos y personas, eventos relacionados con estímulos físicos (como la pérdida de un objeto valioso), condiciones que interfieren con comportamientos específicos o deseos, cambios en nuestra propia condición biológica, nuestras propias acciones o las de otras personas (Kantor, 1969). Cada persona responde afectivamente y con correspondencia funcional a cierto tipo de estímulos y no a otros, de manera más intensa a algunos que a otros, con más frecuencia en cierto tipo de situaciones que en otras. Algunas reaccionan afectivamente de cierta manera a cualidades de personas, otros a estimulación visual u olfativa, otros más a situaciones complejas, como las  políticas, por ejemplo. En cada caso, el comportamiento es diferente, no solamente entre individuos, sino en el mismo individuo, dependiendo de las condiciones de estimulación. No existe ‘la’ ansiedad o ‘la’ depresión en sí. Postular su existencia es ignorar los estímulos a los que un individuo responde y abordar el comportamiento  con criterios morfológicos.

Diferentes clases de emociones y sentimientos

Al trascender los criterios morfológicos de análisis es posible distinguir clases generales de emociones y sentimientos. Con respecto a las emociones, Kantor (1969) hace una primera distinción con base en el tipo de condiciones de estimulación que se relacionan con el patrón emocional. Distingue dos clases. La primera agrupa reacciones elementales vinculadas a condiciones primarias naturales de estimulación;  la segunda, incluye reacciones más sutiles y refinadas vinculadas a condiciones de estimulación social. En ambas están presentes los distintos segmentos del patrón de respuestas emocional; sin embargo, las reacciones pueden diferir en términos de fuerza e intensidad. Los términos empleados para referir estos patrones no permiten distinguir con precisión estas diferencias, aunque usualmente se emplean términos como furia o pánico, para la primera clase de emociones, y sorpresa o decepción, para la segunda. Esta distinción inicial está vinculada con la capacidad del ser humano para responder en una situación como si estuviera en otra, trascendiendo a los elementos presentes en una situación concreta. Muchos de los fenómenos que se refieren como pensar, recordar, imaginar, o planear, implican este tipo de procesos, que no tienen que ver con operaciones mentales y ocultas.

Los segmentos emocionales también pueden presentarse como reacción a estímulos que no están presentes en forma concreta en una situación. Así como hay patrones de respuesta emocional a elementos naturales que están presentes de forma concreta en una situación, los hay, más sutiles, cuando una persona responde en una situación como si estuviera en  otra, es decir, cuando reacciona a elementos de estimulación que pertenecen a otra situación. Esto puede darse de dos maneras. Una de ellas es cuando la fase perceptual del segmento propiamente emocional opera de manera desvinculada de las condiciones presentes y objetivas de una situación; esta fase puede consistir en una simple apreciación de amenaza que interfiere con la acción pertinente e incluye reacciones somáticas que históricamente han estado vinculadas a un peligro real. Hay que aclarar que esto no tiene que ver con operaciones mentales, pensamientos específicos, o creencias, como tampoco con un acto de valoración o interpretación cognoscitiva sino que se trata de reacciones de  sistemas más simples de percepción.

La otra manera es cuando el segmento pre-emocional está constituido por respuestas que tampoco dependen de condiciones concretas presentes objetivamente en una situación, esto es, por ejemplo, cuando un individuo está leyendo, escuchando algún tipo de información o diciéndose ciertas cosas y responde emocionalmente a su propia actividad como si se encontrara ante alguna situación de peligro. En este caso, su actividad previa a la emoción sustituye algún estímulo con el que se ha tenido alguna experiencia previa; sin embargo, esto no implica un proceso oculto; el individuo responde en ausencia del estímulo original, como si estuviera ante él. Las reacciones emocionales a segmentos pre-emocionales son más sutiles aun que aquellas relacionadas con la actividad perceptual y en cualquiera de estos dos casos, la actividad orgánica es menor que en las reacciones emocionales simples, esto es, aquellas vinculadas de forma directa a condiciones de estimulación presentes. Los diferentes tipos de emoción afectan también los segmentos post-emocionales. Cuando las emociones son primarias, las actividades que siguen al «bloqueo» están muy relacionadas con acciones que incluyen respuestas musculoesqueléticas, como brincar, correr, golpear, mientras que en las emociones sociales secundarias la transición del período de bloqueo o confusión a la acción es más gradual y menos distintiva de sus segmentos anteriores y posteriores (Kantor, 1969).

El hecho de que existan segmentos emocionales con componentes sustitutivos ha sido interpretado de forma mentalista. Usualmente se conciben la fase perceptual o el segmento pre-emocional como procesos cognoscitivos, creencias, evaluaciones, interpretaciones o pensamientos y se afirma que son los responsables de la emoción, como quiera que ésta se entienda. Sin embargo, la fase perceptual del segmento propiamente emocional es parte de la misma reacción y depende, por tanto, de las mismas condiciones de estimulación. No equivale a creencias, pensamientos o procesos de evaluación,  ni tiene funciones causales. Por el contrario, es efecto de las condiciones ambientales. Por su parte el segmento pre-emocional, aun cuando pueda consistir en una idea, también puede consistir en otro tipo de acción sustitutiva y, como en el caso de la fase perceptual, no genera o causa la emoción, sino que forma parte del patrón de respuestas característico de este tipo de comportamientos y antecede al segmento propiamente emocional. En ningún caso se da una doble acción en donde un proceso mental provoca la emoción, sino que los distintos segmentos y actividades de los sistemas reactivos participantes constituyen patrones complejos de comportamiento vinculados a las condiciones del ambiente.

Los sentimientos también pueden tener distintos grados de complejidad. Kantor (1969) explica que hay segmentos afectivos simples y complejos. Los primeros se refieren a un tipo de comportamiento en donde la situación es comparativamente simple y la respuesta consiste en un cambio o reacción que afecta al propio individuo, constituyendo ésta la reacción final, como sentir bienestar al contemplar un cielo azul. Los segundos se caracterizan por la presencia de uno o más sistemas reactivos sustitutivos, además de la reacción afectiva final.

Como en el caso de los patrones emocionales, los sentimientos pueden ser respuestas relacionadas con elementos de una situación aquí y ahora, o bien pueden operar sin la presencia del objeto de estímulo original. Un individuo puede responder afectivamente a estímulos sustitutivos: sentirse regocijado con una película, triste con una carta, apenado por algo que le sucedió a alguien, enojado al escuchar las noticias, nostálgico al ver fotografías antiguas, o deprimido al recordar algún evento pasado. En este tipo de situaciones el individuo responde como si participara en la historia de la película, la carta o la que reportan en las noticias y puede reaccionar mediante distintos sistemas reactivos. La complejidad de sus reacciones depende de su historia y de las situaciones a las que responde. En algunas ocasiones, sus reacciones pueden estar condicionadas, a su vez, por respuestas analíticas y discriminativas complejas, como el caso de algunos sentimientos generados por obras de arte. Entre los sistemas reactivos afectivos simples, Kantor (op. cit.) ilustra reacciones de expresión, de depresión, sentimientos de bienestar o de inquietud ante estímulos concretos o la retirada de éstos. En los complejos cita, como ejemplos, a algunos sentimientos generados por situaciones estéticas, políticas, religiosas, sociales, sexuales, morales e intelectuales.

Como en el caso de las emociones, el hecho de que los sentimientos puedan darse de manera sustitutiva, desligados de los estímulos originales, ha llevado a explicaciones mentalistas; sin embargo, no hay necesidad de invocar procesos ocultos para explicar la complejidad de ciertas formas de comportamiento.

Dualismo

Como se ha venido señalando, las distintas aproximaciones psicológicas a la salud han abordado el fenómeno de manera dualista, enfatizando el papel de emociones y sentimientos, como causales de cierto tipo de acciones y de enfermedad.

La tradición del dualismo se le atribuye de manera oficial a Descartes, aunque él no haya sido su iniciador. Para él cada persona vive dos historias paralelas: una pública, relativa a su cuerpo y otra privada, relativa a su alma. En los planteamientos de Descartes, el alma racional determinaba la acción del cuerpo del hombre, de modo que su comportamiento podía estudiarse reduciéndolo a la acción mecánica y refleja, mientras que el alma o lo mental eran lo causal interno que obedecía a principios propios. La acción del hombre como movimiento debía estudiarse a través de la mecánica, mientras que la del alma, a través de una concepción paramecánica correspondiente a la óptica (Descartes, 1979). Esto es lo que se ha entendido por dualismo, el hombre compuesto de dos sustancias, una que funciona como principio regidor y otra que solamente refleja o permite inferir un mundo «interno» que es el «verdaderamente importante»: alma, mente, aparato intrapsíquico, conciencia o incluso cognición (como metáfora moderna de este principio regidor).

Los enfoques cognoscitivos predominantes en este campo ilustran esta forma de abordar lo psicológico. En ellos se afirma que la conducta de una persona está gobernada por sus propias predicciones y que los individuos no actúan en relación con los acontecimientos, sino a su pensar acerca de ellos (Zumaya, 1993). Parten de que existe un mundo inaccesible a los demás y como señala Ribes (2001), inaccesible para el propio sujeto, quien tiene estructuras, procesos o pensamientos automáticos, de los cuales no es consciente. En estos enfoques se plantea que el hombre construye su propia realidad y responde a sus representaciones, lo cual ejemplifica la metáfora paraóptica que empleó en principio Descartes y que se puede sintetizar en el concepto de representación.

El papel disposicional de sentimientos y emociones

Las aproximaciones dualistas se vinculan con el causalismo. Aun cuando se postula la existencia de un mundo interno compuesto por procesos, estructuras y entidades, y otro externo, relacionado con acciones concretas y movimientos, se asume que en el primero residen las causas del segundo. Sin embargo, como se ha venido explicando, por un lado, no hay necesidad de postular principios extraepisódicos para explicar el comportamiento, y por otro, las explicaciones causa-efecto no permiten dar cuenta de la complejidad de una gran cantidad de fenómenos. Al reducir las explicaciones a este tipo de relaciones se omiten otras que son pertinentes en la explicación de una gran cantidad de fenómenos: las categorías disposicionales.

Ryle (1949) explica que las palabras disposicionales no refieren episodios sino, en términos generales, tendencias. «Cuando decimos que una vaca es rumiante, o que un hombre es fumador de cigarros, no decimos que la vaca está rumiando ahora, o que el hombre está ahora fumando un cigarro. Ser rumiante es tender a rumiar de tanto en tanto y ser fumador de cigarros es tener el hábito de fumar cigarros» (p. 104). Por supuesto, el uso de categorías disposicionales es posible, en la medida en que ocurren o han ocurrido episodios que nos permiten describir estas tendencias. Los términos disposicionales, aunque aglutinan eventos u ocurrencias, no refieren, en sí mismos, acontecimientos.

Ryle (Op. cit.) señala que hay dos tipos de explicaciones: aquellas que tienen un sentido causal y las que se describen con enunciados disposicionales. Los enunciados disposicionales describen que una cosa, un animal o una persona dada posee cierta capacidad, tendencia o inclinación, o está sujeta a cierta propensión. «… son autorizaciones de inferencias que nos autorizan a predecir, explicar y modificar tales acciones, reacciones y estados» (p. 110).

Las categorías disposicionales permiten describir una buena parte de la conducta de las personas. Las capacidades, los hábitos, los motivos, los gustos o los estados de ánimo pertenecen a este tipo de categorías. Al hablar de tendencias, inclinaciones y propensiones, aunque no se hace referencia a hechos, procesos o acontecimientos, sí se habla de factores que constituyen indudablemente una porción significativa del dominio empírico de la psicología.

Ryle (Op. cit.) aclara que los términos que se emplean para hablar de la emotividad corresponden a categorías disposicionales. En este sentido, con gran frecuencia, el papel que juegan las emociones en la explicación del comportamiento sería una de tipo disposicional. Ribes (1990) afirma que los factores disposicionales modulan la probabilidad de un comportamiento, es decir, hacen más o menos probable alguna interacción, ya sea facilitándola o interfiriendo con ella.

Se ha venido explicando que los sentimientos son comportamiento afectivo y, como tal, un conjunto de reacciones u ocurrencias. Igualmente, se ha dicho que las emociones son patrones de respuesta caracterizadas por un segmento de bloqueo o confusión, y que el segmento emocional completo está compuesto también por reacciones y respuestas, es decir, ocurrencias; lo que no se ha mencionado es que, tanto las emociones como los sentimientos pueden adquirir propiedades disposicionales.

Cuando los sentimientos o emociones se incorporan al equipo conductual, conforman una colección de ocurrencias históricas que pueden, en el presente, facilitar o interferir con otros comportamientos. En el caso de los sentimientos, dadas sus características y su inclusión en prácticamente todo tipo de comportamiento, representan un factor prácticamente permanente del repertorio de una persona y, por ello, adquieren fácilmente funciones disposicionales. Pueden hacer más probable, o bien interferir con otros comportamientos. Esta función se puede ejercer en comportamientos inmediatos, esto es, en el siguiente segmento de comportamiento, o bien, en comportamientos distantes en tiempo. Cuando algún sentimiento, como la alegría o el bienestar adquiere funciones disposicionales e influye en la siguiente respuesta a otra circunstancia, esta última puede ser más probable, o su intensidad o expresión pueden ser mayores, por ejemplo, cuando una persona saluda efusivamente a otra después de haber recibido una buena noticia. Otros sentimientos han estado tan estimulados en la historia de un individuo que se convierten en tendencias al relacionarse con la misma clase de estímulos, por ejemplo, una persona educada para apreciar la música, va a reaccionar afectivamente con más frecuencia y mayor intensidad ante este tipo de estimulación. Sus sentimientos, construidos históricamente, hacen más probable que acepte invitaciones a conciertos, que compre discos, que lea artículos sobre grupos musicales o que converse sobre música.

Los segmentos emocionales también puede adquirir funciones disposicionales, aunque su función es menos prolongada. Usualmente las reacciones emocionales pueden facilitar otras actividades, tanto post-emocionales -que son parte del propio segmento-, como algunas otras.

Ryle (1949) explica las diferencias entre emociones (conmociones), sentimientos y estados de ánimo considerando tipos específicos de disposiciones: tendencias, inclinaciones, propensiones o estados. En términos generales, señala que los estados de ánimo y las emociones se refieren a propensiones, mientras que emociones como el llamado estrés, la ira o el pánico, son también propensiones, aunque requieren, a su vez, de otras propensiones opuestas, o bien de un impedimento fáctico y se caracterizan por cierto grado de intensidad. Los sentimientos aluden, en términos generales, al lenguaje de las sensaciones.

Así, en el lenguaje ordinario, el término depresión se aplica a un estado de ánimo y como tal, debería ser considerado como una propensión que implica cierta temporalidad y que en cada individuo puede hacer menos probable la ejecución de ciertas actividades o bien, más probable la de otras. Las reacciones referidas por este tipo de estados son más difusas y menos dirigidas a objetos o condiciones de estimulación específicas (Kantor y Smith, 1975) y, generalmente, facilitan acciones como llorar o aislarse; e interfieren con una serie de interacciones cotidianas que van desde comer hasta relacionarse socialmente.

La ira o el estrés corresponden más con las emociones, o en términos de Ryle (1949), a conmociones emocionales. Éstas se refieren a una propensión que aumenta la probabilidad de que existan episodios caracterizados por respuestas intensas de corta duración en donde el sujeto conmocionado no puede pensar qué debe hacer o incluso qué debe pensar.

Los sentimientos aglutinan una gran cantidad de conceptos que refieren sensaciones y que pueden convertirse en tendencias a reaccionar e interactuar de manera sistemática en situaciones específicas. Esta función disposicional es mucho más clara cuando se dice de alguien que es ansioso, irritable, o sensible.

Emociones, sentimientos y salud

En este punto debemos responder si las emociones y sentimientos son las principales causas psicológicas de la enfermedad. Considerando lo dicho hasta el momento la respuesta es negativa. Las razones de esta afirmación son básicamente dos: a) emociones y sentimientos son parte de otros complejos de comportamiento y no procesos independientes del mismo, b) la influencia del comportamiento en la salud se compone de un conjunto de relaciones que se originan en la historia interactiva de cada individuo y no de componentes parciales.

Como se ha venido señalando, los sentimientos no son respuestas independientes de otros comportamientos, sino que constituyen su dimensión afectiva. Cuando un individuo se relaciona con objetos, personas o acontecimientos del medio, sus relaciones se componen de respuestas efectivas y afectivas. El individuo no solamente siente algo, sino que hace o piensa algo y ambas cosas son dimensiones inseparables del mismo comportamiento.

En el caso de las emociones hay que señalar que no se les puede responsabilizar del estado de salud biológica porque, por un lado, no se presentan tan frecuentemente como los sentimientos, que es lo que comúnmente se asume; en segundo lugar, porque aun cuando constituyen segmentos complejos de comportamiento, las emociones propiamente dichas se refieren a la fase de bloqueo y, por tanto, no aluden a respuestas; en tercer lugar, esta fase de bloqueo depende, en gran medida, de qué tan capaz es un individuo para dar una respuesta efectiva en una situación que presenta estímulos abrumadores; es decir, a mayor capacidad de un individuo para relacionarse con este tipo de situaciones, menores posibilidades de que presente emociones, lo cual indica que las emociones tampoco son independientes de otros factores psicológicos.

El comportamiento afecta la salud biológica a través de un proceso que puede rastrearse en la historia de cada individuo. Dicho proceso se conforma por sus modos consistentes de interactuar en ciertas situaciones y las capacidades que ha adquirido como producto de su interactuar en el mundo, que como factores históricos influyen en el ejercicio de competencias o capacidades presentes y su relación con la modulación biológica del organismo por parte de las contingencias (Ribes, 1990). Este proceso influye en la presentación de conductas instrumentales de riesgo y prevención para la salud que, a su vez, afectan la vulnerabilidad biológica del organismo. Las relaciones entre estos factores dan como resultado final la aparición o no de enfermedad biológica y de posibles conductas asociadas a ella (Ribes, 1990).

Los sentimientos, a los que frecuentemente se les confunde con emociones, no se pueden considerar como una categoría específica en el proceso psicológico de la salud porque no son independientes de otros comportamientos, sino la dimensión afectiva de los mismos. Pueden formar parte de episodios que indican capacidades, de conductas instrumentales de riesgo y prevención, así como de conductas asociadas a enfermedad. Las emociones, por su parte, se relacionan tanto con contingencias ambientales muy específicas, como con competencias y en ningún caso pueden estudiarse al margen de los factores que conforman el proceso psicológico de la salud. Cabe señalar que si bien algunas reacciones viscerales sistemáticas están vinculadas a daño orgánico, desde una perspectiva psicológica no pueden estudiarse al margen de las condiciones ambientales que las originan, así como tampoco de las experiencias individuales.

La salud de los individuos es un fenómeno complejo. Con lo que respecta a su dimensión psicológica conviene contemplar un conjunto de elementos que, como Ribes (1990) ha señalado, conforman un proceso que inicia en la historia individual y cuyo resultante final es la conservación de la salud o la presencia de patología biológica.

La literatura especializada da cuenta de cómo se afectan diversos sistemas biológicos mediante el comportamiento; sin embargo, se parte de algunas confusiones conceptuales y se soslayan ciertos elementos que corresponden a la individualidad. Se han dado grandes pasos al encontrar, por ejemplo, que cierto tipo de contingencias generan cambios en algunas respuestas biológicas y que dichos cambios son indicadores de diversas enfermedades (Moberg y Levine, 1985). Los estudios sobre afrontamiento también han aportado conocimientos al tema, sin embargo, conviene explorar otros aspectos y relaciones.

El esclarecimiento conceptual de algunos componentes del comportamiento puede ser útil para la formulación de nuevas preguntas de investigación que habrán de abordarse desde una perspectiva naturalista. La distinción entre sentimientos y emociones, así como su estudio con criterios funcionales, permitiría situarlos como componentes de patrones más complejos de comportamiento tales como la capacidad individual o los estilos de interacción y, en esa medida, se estaría hablando del estudio de diversas interacciones que pueden estar clasificadas por elementos como el logro o la consistencia que están necesariamente ligados a tipos de contingencias.

El terreno de la salud es de suma importancia y la psicología tiene mucho que aportar.

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Citar:

Rodrí­guez, M. (2008, 09 de enero). Emociones y salud: Algunas consideraciones. Revista PsicologiaCientifica.com, 10(5). Disponible en:
https://psicologiacientifica.com/emociones-y-salud

5 comentarios en «El rol de las emociones y sentimientos en la salud del individuo»

  1. Aunque el tema de las emociones es muy amplio, el presente trabajo es muy claro, puntual e ilustrativo, por lo tanto, la información que expone el presente artículo es muy enriquecedor

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  2. Me interesó mucho el artículo debido a que el tema de mi tesis está relacionado con la nueva forma de psicoterapia en la radio, y es importante conocer los mecanismos tomados de estos conductores, muchas veces no especialistas en el tema. Estudio antropología y me parece excelente la idea de hacer estudios multidisciplinarios.

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  3. Soy estudiante de la FESI, y estoy realizando mi tesis sobre estrategias de prevención de la obesidad en los alumnos de la facultad de Iztacala, uno de los cap de mi tesis habla sobre las emociones en relación con la enfermedad y este artículo me resultó muy útil como referencia. Mi tesis tiene este mismo enfoque.

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  4. Hace un tiempo consulté esta revista en busca de una definición de EMOCIÓN y entonces no encontré nada concreto. Me alegra encontrar ahora esta definición tan precisa y clara.

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  5. Muy clara la definición de emoción y sentimiento y su relación con las conductas y los comportamientos analizados desde diferentes posibilidades de estudio.

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