Integración de Paradigmas en Psicología: Complementando el Modelo de Kuhn

Antonio Pardos Peiro
Administración del Estado Barcelona, España.

Resumen

El presente trabajo trata de justificar la necesidad de articular una teorí­a general de contenidos, complementaria de la teorí­a kuhniana de desarrollo, para dotar a la Psicologí­a de un instrumental epistemológico que la sitúe al nivel de la ciencia general. Se proponen, además, cuáles han de ser esos contenidos especí­ficos y se justifica su adecuación por estar en consonancia con los fenómenos mentales y conductuales tradicionalmente abordados a lo largo de la historia de esta ciencia, así­ como con las aportaciones teóricas especí­ficas de la epistemologí­a y la filosofí­a de la ciencia, que también apoyan y fundamentan los contenidos propuestos.

Palabras clave: Ciencia, teorí­as psicológicas, modelos, paradigmas.

A lo largo de la historia de la psicología se han venido sucediendo un reducido grupo de corrientes teóricas, ahora denominadas paradigmas, que desplazaron  temporal o definitivamente a sus predecesoras, introduciendo puntos de vista, fundamentaciones teóricas y marcos conceptuales generales, que olvidaban en todo o en parte el esfuerzo intelectual realizado por anteriores psicólogos en su afán por construir esta ciencia. Así,  junto al atomismo estructuralista wundtiano apareció la psicología del acto, con una visión contrapuesta en su concepción primordial del psiquismo, en la que la dinamicidad de la mente preconizada por el nuevo marco conceptual, poco tenía que ver con la visión anterior, centrada fundamentalmente en la búsqueda  de los  últimos elementos de la conciencia ―contenidos estáticos no procesuales― con el inevitable enfrentamiento que ello supuso entre los psicólogos pertenecientes a ambas escuelas. Este enfrentamiento,  junto a la dificultad de concretar la naturaleza y propiedades de los “elementos” de la mente frente a la más fácil conceptualización de su “actividad”,  favoreció la  práctica extinción de la primera escuela. Sin embargo, ni los atomistas tenían una visión tan estática, ni el mismo Brentano renegaba totalmente  de la existencia de contenidos mentales que, como tales, no son  propiamente actividad.

Otro tanto ocurrió entre el paradigma conductista,  legítimo heredero de la psicología del acto,  y el modelo teórico de la psicología freudiana, que contraponen un modelo mental  cuyo fundamento principal estriba  en la consideración del aprendizaje como centro y eje de la conducta humana frente a una dinámica mental controlada por instintos, pulsiones y componentes de tipo biológico de naturaleza fuertemente determinista, aparentemente contrarios a las leyes del aprendizaje. Ambas corrientes de pensamiento protagonizaron un choque radical en la historia de la psicología y aún hoy permanece, en lo que de ellos ha quedado para nuestra ciencia, un antagonismo que ha generado modelos de trabajo excluyentes e incompatibles.

No menos oposición se dio entre el paradigma cognitivo y los paradigmas que le han precedido. Incluso vemos por la naturaleza de las publicaciones que se han sucedido en la segunda mitad del pasado siglo y por las investigaciones actuales, cómo, una vez más, un solo paradigma logra desplazar a las teorías anteriores, marcando una hegemonía sobre la que no se puede aventurar cuanto tiempo durará a juzgar por lo sucedido en el pasado. De hecho, en la actualidad, se habla de los importantes puntos de vista del conexionismo y otras escuelas incipientes. El paradigma cognitivo ha venido a sustituir al conductista y no sólo a sustituirlo sin más; sus postulados teóricos básicos van precisamente en contra de la negación de la mente que aquel practicaba, tratando ahora de llenar “la caja negra” y, con ello, el vacío conceptual  que suponía  tratar el fenómeno psíquico en simples términos de estímulos y respuestas  obviando el análisis de los procesos mentales (Caparrós, 1979). Este análisis  constituye ahora precisamente  el objetivo  principal de la   corriente cognitiva. El enfrentamiento entre las teorías conductistas y las cognitivas ha  introducido una nueva dimensión de contraposición entre escuelas, generando mayor complejidad a la fragmentación anteriormente existente.

En definitiva pues, la psicología se ha debatido en una sucesión de corrientes paradigmáticas que han propuesto  bases explicativas muy diferentes del psiquismo, o lo que es igual de las dimensiones fundamentales que  identifican a los fenómenos mentales, reemplazándose total o parcialmente unas escuelas por otras, con propuestas teóricas generales en desacuerdo u oposición abierta a las anteriores.

Modelo Kuhniano de desarrollo de la ciencia   

Kuhn (1962/1978) explicó, en parte, cómo y por qué se han producido revoluciones y sucesiones paradigmáticas, explicitando de hecho un modelo para entender el desarrollo de la ciencia en general y  también el de la propia  psicología, modelo que ha servido  en los últimos decenios a sus historiadores para explicar, comprender, y en ocasiones justificar, la sucesión de paradigmas,   sus confrontaciones y también su coexistencia. El modelo de Kuhn sin embargo ha resultado ser  un modelo historicista procesual (Caparrós, 1979; Carpintero, 1996; Leahey, 1998),   en tanto que explica la forma en que unos paradigmas sucedían a otros según fases característica de desarrollo: Periodos de ciencia normal, fases de crisis, periodos revolucionarios etc., que se han ido produciendo de forma natural en el devenir de la ciencia, como el propio Kuhn constata en el desarrollo de la física, la química y otras ciencias fundamentales.   No faltan estudios que han tratado de verificar en la propia psicológica este   modelo kuhniano propuesto en general para las ciencias, tanto a nivel de desarrollo histórico, utilizando dicho modelo para la reconstrucción de su historia, como los realizados por  Buss, Caparrós, Leahey, Weiner y Palermo y otros (1978, 1978 y 1980, 1982, 1973, citados en Gabucio, 1988), como en el terreno  empírico de observación de líneas de investigación ‘acotadas’  en temáticas concretas  (Cartwraight 1973;  Gabucio, 1988) donde podría verificarse con mayor precisión la validez de la noción de paradigma.

No cabe duda de que la teorización kuhniano ha ayudado a entender la sucesión de paradigmas en la psicología, las luchas entre escuelas, la imposición de teorías y conceptualizaciones novedosas  frente a otras que iban perdiendo vigencia por si mismas, por su incapacidad de explicar determinados fenómenos  o por la producción de descubrimientos revolucionarios que desplazaban a teorías menos consistentes. Este modelo ha tenido una gran influencia durante las tres últimas décadas  como piensa Leahey (1998). Algunos psicólogos, caso de los cognitivistas, se han servido de sus nociones para explicar  determinados cambios; por ejemplo, la transición entre el conductismo y la nueva psicología cognitiva (Fuentes, 1985) o, incluso, para justificar  su vigencia a la luz de los principios establecidos por su teoría, siendo los historiadores principalmente los que han sacado mayor provecho al utilizar sus ideas primordiales para ordenar la historia de la psicología en periodos de crisis, revoluciones paradigmáticas, etc., y justificar la convivencia o, en otras ocasiones,  luchas entre diferentes escuelas que se identificaban de una u otra forma con lo que ahora situaríamos bajo de la noción “sociológica” de paradigma.

Unos y otros, sobre todo los historiadores,  parece  que más incluso que de la noción de paradigma, se han servido del modelo de desarrollo de la ciencia propuesto por Kuhn,  que es cuestión más amplia, que la simple noción de paradigma, a la que por supuesto se le debe atribuir un lugar central en el ideario kuhniano, aunque, en realidad la concreción de dicho modelo es lo que parece constituir la propuesta fundamental de Kuhn en su Estructura de las revoluciones científicas.  Se puede decir que la teoría kuhniana es, fundamentalmente, una teoría del desarrollo de la ciencia  y así se desprende de su análisis, de las repercusiones más importantes que ha tenido y de los propios usos que a esta teoría se han dado. En  psicología, se puede concluir que ha resultado útil para analizar las etapas que esta disciplina ha atravesado, facilitando la comprensión de algunos de los cambios en ella habidos, sus crisis y revoluciones  vinculadas a marcos sociales diferentes, formados entorno a los desarrollos paradigmáticos más importantes.

Insuficiencias del modelo kuhniano

Sin embargo,  una  teoría del desarrollo es una teoría insuficiente para dotar a la psicología de un modelo epistemológico comparable al  del resto  de las ciencias empíricas, suponiendo que éstas lo tengan; Fuentes (1985) incluso niega la validez de las ideas kuhnianas como teoría de desarrollo científico, al atribuirles  “incapacidad (…) para explicar precisamente  aquello que al parecer  debería más adecuadamente explicar –el cambio científico-”  llegando a decir de la teoría kuhniana que “viene a limitarse a  ofrecer, de hecho, la yuxtaposición entre el desarrollo racional por un lado  y los acontecimientos sociales del contexto de descubrimiento por otro…” (p. 65). Esa comparación, en todo caso, mermaría su utilidad al dejar fuera de la misma a los elementos sustantivos que son comparados y que constituyen las nociones teóricas centrales que delimitan los fenómenos fundamentales en los que la ciencia trabaja. Es posible que el propio Kuhn, no se planteara ir tan lejos y se centrara, a propósito, únicamente en las cuestiones de desarrollo. En este sentido, yendo más allá del simple valor historicista explicativo de las nociones kuhnianas, Fuentes critica sobre todo su concepto de paradigma por carecer de “potencia” epistemológica, relegando a un segundo plano el valor de los conceptos establecidos por Kuhn respecto a su modelo de desarrollo. Esta crítica la fundamenta asimismo  en el hecho de que la propia comunidad  psicológica viene haciendo, a su juicio, un uso excesivamente amplio y a veces  indiscriminado de la noción central de paradigma. Fuentes aduce además “que se tiende sistemáticamente a tomar a los contenidos científicos como si fueran sistemas, teorías o representaciones filosóficas del campo” (p. 54), con lo cual, no se entra de verdad en los contenidos reales de la ciencia.  Esta crítica llega hasta el punto de proponer el abandono de la perspectiva epistemológica  sugerida por la noción kuhniana de paradigma.

La noción de paradigma, pese al esfuerzo de Kuhn (1969/1978) por ampliarla, contemplada a la luz de las aclaraciones introducidas con posterioridad en Posdata, parece constituye una formulación conceptual del conjunto de características consolidadas de tipo teórico, instrumental y sociológico dominantes  en un determinado grupo de científicos, una forma idiosincrásica de hacer y entender la ciencia, siendo en este sentido la idea de paradigma una propuesta limitada   asimilable a modelo concreto de praxis,  reglas internas, ejemplo práctico, “ejemplar” de una determinada corriente psicológica, o en su vertiente sociológica, el conjunto de acuerdos o “matrizdisciplinar” de  un grupo de científicos.

Fuentes en su crítica a los postulados kuhnianos, se centra en la  inconsistencia de la noción de paradigma, planteando una serie de cuestiones concretas  respecto de tal noción, interesando ahora sobre todo la  carencia final de definición de los “contenidos” compartidos por la comunidad que opera bajo el paraguas  teórico de uno cualquiera de ellos.  Kuhn, al tratar de completar su idea,  remite a la “matriz disciplinar” de la que forman parte  otros subconceptos como  “modelos”, “valores”, “generalizaciones simbólicas”,con las que parece va a entrar de lleno en los contenidos científicos. Sin embargo ello no sucede, pues,  al definir finalmente la noción de ejemplar, la que se supone debe incluir  dichos contenidos en los que se ejemplifica y practica una ciencia, vuelve a remitir nuevamente a los conceptos de tipo sociológico, dejando vacía de significado la noción central de paradigma.

La idea según la cual, la  teoría kuhniana, no pasa de ser una teoría general de desarrollo, que constituye una de las hipótesis centrales del presenta trabajo, partiría pues de la laguna argumentada por Fuentes en la definición del concepto de paradigma, que remite de forma circulara las nociones sociológicas dadas por  Kuhn al definirlo,   hablando de cómo se hace la ciencia pero sin entrar de lleno en el concepto primordial de lo que es el contenido sustantivo o conjunto de fenómenos básicos elementales que ocupan a la ciencia, eludiendo  un análisis epistemológico  suficiente para entender los paradigmas como artefactos o construcciones experimentales.

Después de esta contundente crítica, Fuentes pasa a exponer su propia idea del contenido de la psicología, lo que denomina “campo autónomo de construcciones científicas” (p. 76) y lo hace buceando en las teorías  tradicionales de la psicología, buscando en ellas así como en la practica empírica,  aproximar esos contenidos a los elementos que se supone deben hallarse en los paradigmas experimentales. A ellos se refiere también como segundo sistema de funciones: “contenidos que resultan de las construcciones experimentales psicológicas” resultado directo de la  práctica experimental de la psicología a lo largo de su historia. Fuentes atribuye pues, a los contenidos, un especial valor epistemológico  “en cuanto que construidos, de hecho, a través de un cierto tipo de práctica científica y experimental  (p. 81).

Conducido por esta necesidad de ampliar las nociones fundamentales de la teoría kuhniana, él mismo propone los contenidos que deben constituir el objeto de estudio de la Psicología. Esos contenidos, con eminente valor epistémico, son sin duda la “acción” en cuanto conjunto de operaciones que realiza el sujeto sobre el ambiente externo, situándose desde esta perspectiva  en el terreno de la conducta observable: “Se trata de establecer  los cursos de operaciones  experimentales sobre el entorno ambiental externo al organismo” (p. 76).

Además de este tipo de operaciones llama la atención sobre otro tipo de acción como es el conjunto de operaciones o procesos cognoscitivos, que se apartan de lo que en sentido estricto se ha venido conociendo como conducta o comportamiento y  que por tanto habríamos de situar en el ámbito no directamente observable.  “En efecto, la conducta sin perjuicio de ser una ejecución física (física-orgánica), es una actividad mental…” (p. 79).

Otros psicólogos y  filósofos de la ciencia (Davidson, 1960, 1967; Leontiev, 1974-1975; McGinn, 1982; Petitt, 1982) han visto en la acción un elemento último de análisis de la psicología, constituyéndola por tanto en su objeto de estudio, tanto en nivel de conducta global a la que se aplica un tipo de análisis molar, como en una perspectiva molecular, al poder ser descompuesta en movimientos simples  que, en cualquier caso, deberán poseer un sentido psicológico, para ser analizados desde el punto de vista propio de esta ciencia.

Igualmente, Fuentes recala en otro contenido más difícil de dilucidar. Dicho contenido no es otro que el tradicionalmente conocido en psicología como genuino “contenido” de la mente; nos referimos a los elementos, objetos mentales o, como algunas corrientes teóricas  prefieren identificar, los “fenómenos”:

El sujeto científico, en cuanto que sujeto epistémico, puede ser considerado básicamente, como digo, como un sujeto operatorio que ejecuta operaciones  con términos físicos de un material empírico y corpóreo circulante. Ahora bien, podemos considerar que las operaciones pueden reducirse, sin perjuicio de su complejidad, como a sus elementos últimos, a las de separar y aproximar los términos operados (…) Ahora bien  tanto la aproximación como la separación presuponen necesariamente la presencia de un tipo determinado de relaciones para que dicha aproximación y separación pueda ser entendida efectivamente  como operaciones—subjetivas—y no ya como meras relaciones objetivas entre la cosas mismas (…) Dicho en términos psicológicos, se trataría de la presencia experimental de las cosas de la experiencia (de los fenómenos como presencias mentales, experienciales, subjetivas). (p. 77)

Entendemos que, como presencias mentales, son fenómenos en el sentido dado por la fenomenología de Husserl, discípulo por cierto de Brentano, y por tanto nada sospechoso de desdeñar la acción dentro del conjunto del psiquismo. Mueller (1965), analizando el contenido de su fenomenología dice que ésta “se fija como tarea una investigación científica, no de los hechos, sino de las formas  de la conciencia de los objetos…” (p. 191).Tales fenómenos, objetos mentales, hemos de  concebirlos como elementos estáticos, frente a los procesos dinámicos de la mente, aunque sean estos últimos los que dan lugar a aquellos. Como el propio Husserl (1950/1997) dice:

Toda vivencia intelectual y en general toda vivencia, mientras es llevada a cabo, puede hacerse  objetode un acto puro de ver y captar, y, en él es un dato absoluto (…) esta percepción  es y permanece siendo, todo el tiempo que dura,  un esto que está aquí, algo que es en sí lo que es (…). Y ello vale para todas las configuraciones intelectuales específicas, estén dadas donde quieran. Todas ellas pueden ser también datos en la fantasía, pueden estar como ante los ojos y, sin embargo no estar ahí como presencias actuales (…) También entonces  son en cierto sentido datos; están ahí intuitivamente; hablamos sobre ellas no meramente aludiéndolas con vaguedad, en mención vacía: las vemos, y, viéndolas, podemos destacar intuitivamente su esencia, su constitución, su carácter inmanente, y podemos ajustar nuestro discurso a la plenitud de la claridad intuida, en puro conformarse con ella. (p. 40)

En tal sentido, los fenómenos representan la definición más propia de contenidos en psicología, lo objetual, la cosa sentida, experienciada, el dato que permanece en la conciencia, frente a la acción de experienciar.  Nótese, al hablar de contenidos, la dificultad que la psicología tiene, pendiente de una conceptualización adecuada de tal fenómeno,  al atribuir esa naturaleza de forma reiterada tanto a la acción como a los elementos experienciados resultado de esa acción. Desde ese punto de vista se atribuye en ocasiones la misma cualidad de contenido a la acción,  proceso de traer a la mente un recuerdo, que a la imagen de lo recordado. Contrariamente a lo que generalmente se cree, el propio  Wundt fomentó esta confusión al atribuir también a los elementos contenidos en la mente, naturaleza dinámica: “…los contenidos conscientes son el polo opuesto de los objetos: son procesos, acontecimientos fugaces en continuo flujo y transformación” (1910 en Wolman, 1979, p. 87).

No es el  momento de entrar en esa distinción, aunque sí es conveniente tener en cuenta  que esta dificultad se produce.  Ahora bien, una cosa serían los contenidos mentales (objetos mentales) y otra los contenidos de la psicología, dos niveles de análisis diferentes que no deben confundirnos y,  al referirnos a contenidos de la ciencia psicológica, nos referimos tanto a las acciones, procesos o conductas, como a los fenómenos, objetos o elementos  mentales experienciados. Sin embargo al identificar la noción de contenidos mentales, nos estamos refiriendo únicamente a los objetos de tal naturaleza, dotados de estaticidad y permanencia. Modernamente se sitúan en tal posición con mayor claridad, los símbolos y las representaciones mentales.

Finalmente hay que resaltar en cuanto a la naturaleza de esos contenidos la diferenciación tajante  que establece Fuentes entre el nivel psicológico de análisis y el nivel neurológico o fisiológico, dos niveles diferentes para dos ciencias igualmente diferentes:

Así, pues, éstas que llamo las funciones psicológicas vienen constituidas esencialmente por la conducta: son los actos de conducta las funciones o actos útiles de los que se ocupa –que construye— la psicología. Naturalmente el hecho de que  semejantes funciones psicológicas, o conductuales, no sean el resultado de ninguna predeterminación teórico-ontológica previa, sino una interna construcción científica del modo como vengo señalando, nos ofrece el argumento práctico, como decía,  más relevante para  rebatir esas construcciones filosóficas  reduccionistas tan falsas como artificiales (…)  En primer lugar,  sin ninguna duda  en relación con el reduccionismo que he llamado neurologista (o ‘cerebralista’,  podríamos decir). Las auténticas funciones  neurocerebrales, así como  cualesquiera otras funciones neurofisiológicas, son las que resultan construidas internamente a su escala  fisiológica, una escala  de construcción ésta que, como hemos visto, se cierra o limita desde la periferia del cuerpo  hacia dentro, y cuya frontera, —por así decirlo—  es el límite que la demarca de la escala psicológica. (p. 85)

Searle (1984/2001), también hace hincapié en la exclusión del nivel fisiológico de explicación dentro del ámbito de lo mental o psicológico, y concretamente también en el campo  de la acción. “Principio 1: Las acciones constan característicamente  de dos componentes, un componente mental y   un contenido físico” (p. 72), y mucho tiempo atrás ya se había posicionado en esta misma línea con gran nitidez otros muchos psicólogos; recuérdese el llamado “corte esprangeriano” o, el posicionamiento al respecto del psicólogo  soviético Rubinstein (1957, citado en Wolman, 1979), al hablar de los diferentes niveles que la ciencia adopta al formular y abordar el estudio de la acción:

Dado que los fenómenos psíquicos obedecen las leyes fisiológicas de la actividad nerviosa superior, aparecen como efecto de la operación de leyes químicas. Sin embargo los procesos fisiológicos representan una manifestación nueva y singular de las leyes químicas  y las leyes de la fisiología cubren precisamente el descubrimiento de estas nuevas formas específicas de manifestación. Del mismo modo las leyes fisiológicas de la neurodinámica  encuentran en los fenómenos psíquicos una  manifestación nueva y singular  que se expresa en leyes de la psicología. (p. 98)

Se deduce, pues, de lo que dice Fuentes que la concreción de los contenidos de la psicología permitiría articular una noción de paradigma experimental epistemológicamente “potente”, llenando con ello el vacío kuhniano respecto a los contenidos que esta ciencia  aborda en su labor de análisis y conceptualización de la realidad por ella estudiada.

En este sentidoparece que, paralelamente a un modelo de desarrollo, es necesario para la psicología llegar a establecer un modelo que permita articular los contenido conceptuales de los paradigmas diferentes que en ella se han sucedido,  esperando que la integración de desarrollo y contenidos potencie nuevos avances en la comprensión de los fenómenos de naturaleza psicológica ayudando  a perfilar  una idea completa  del psiquismo. El propio Kuhn (1962/1978) no dejó de reconocer que tan importante es para la ciencia describir las entidades que la naturaleza contiene como explicar su desarrollo, trabajo que según teorizó facilitan los paradigmas, aunque él nunca llegó a abordarlo explícitamente.

Contenidos de la Psicología

Continuando su propuesta, y tratando de fundamentarla, la propia historia de la psicología y los paradigmas que durante periodos más o menos prolongados han gozado de la adscripción de importantes teóricos, investigadores y académicos,   proporcionan la base  de datos en la que investigar los contenidos que, de hecho, ha abordado tradicionalmente esta ciencia y que, observados con cierta perspectiva, no dejan de constituir agrupaciones equivalentes a las efectuadas por el resto de las disciplinas científicas, y no sólo en el campo de las teorías y filosofías implícitas a ellas sino también en el de la propia práctica experimental, independientemente del método utilizado para llevarla a cabo.

Un breve repaso de esa historia permite  ver como la acción y los objetos mentales constituyen preocupaciones básicas, tanto en la conceptualización de las ideas, como en el ejercicio práctico y experimental de la psicología.

Así desde su inicio Wundt se centró fundamentalmente, mediante su método introspectivo, en el conocimiento y clasificación de los “elementos” que se hallaban en la conciencia: sensaciones, imágenes y sentimientos. A esta corriente de pensamiento que trataba de llegar a los últimos elementos  se la denominó precisamente atomismo, queriendo resaltar con tal denominación el carácter de componente mínimo del psiquismo a partir del cual se podrían construir contenidos más complejos. Estas teorías relativas a los contenidos de la conciencia, que de alguna forma prescindieron de la acción, aunque tampoco la negaron, fueron  llevadas por Titchener hasta un radicalismo metodológico que las apartó de la línea de la psicología funcional, más apreciada en la sociedad americana donde él estaba asentado, lo cual, junto a las dificultades que entrañan la conceptualización de lo estático en la mente,  favoreció  su  precoz desaparición, aunque no para siempre. A la corriente por él representada se le denominó estructuralismo,pues al tratar de completar esos contenidos elementales de la conciencia no hacia otra cosa sino establecer su estructura.

La escuela de Wuzburg, también denominada Nueva psicología del contenido, heredera en cierta medida de Wundt  aunque se apartara de él en algunos de sus postulados metodológicos fundamentales, representó de alguna forma su continuidad en su misma búsqueda. Con Oswall Külpe a la cabeza, muy preocupado por la fenomenología, dieron con contenidos mentales que carecían de origen sensorial, contenidos que sin ser propiamente objetos o elementos, con mayor propiedad se   catalogaron como “estados mentales”. Si bien el concepto “estado” también se ha utilizado indiscriminadamente para referirse a contenidos y a procesos,   más bien define determinadas propiedades de tales fenómenos mentales, al igual que sucede con los estados de los objetos o los estados de los procesos de la naturaleza.

Como reacción al estructuralismo atomista wundtiano surgió la Gestalt, un estructuralismo de nuevo cuño, el de la totalidad, que acomete el estudio de las leyes organizativas de los objetos de la mente. Esta escuela, con Max Werteimer, Wolfang Kölher y Kurt Koffka, siguió profundizando en el concepto de estructura, aunque ahora desde otra perspectiva: contemplando las leyes de formación de las configuraciones que se originan en la mente producto de lo que es percibido por nuestros sentidos, centrándose fundamentalmente en los estímulos visuales o,  en los objetos que, a partir de ellos, se reflejan o producen.

Otro estructuralista, como Jean Piaget, investigó concienzudamente la génesis de la mente, estableciendo niveles  o etapas de sus sucesivas fases de desarrollo. Sus aportaciones apuntan más hacia la formación de estructuras conceptuales, de naturaleza diferente a las estructuras perceptivo-sensoriales, pero en definitiva un tipo fundamental de estructuras mentales, aunque con implicaciones transformacionistas que lo aproximaron más al campo de los procesos y de la acción que al de las estructuras propiamente dichas. Una gran variedad de autores, de la antigua y la nueva psicología, han abordado el estudio de la mente bajo una perspectiva de contenidos, entre ellos, no se puede dejar de nombrar a Husserl, creador de la fenomenología.

No cabe duda que la Psicología actual no ha podido desprenderse o dejar en el olvido esta parcela de conocimiento que debe abarcar todo lo relativo a las estructuras psíquicas. Caparrós (1979) hace notar, como se recuperaron algunas temáticas, incluso algunos métodos de los primeros representantes de la psicología científica que parecían olvidados. En estos y en otros  sucesos mentales tan sugerentes, como la influencia  de las imágenes en general  y en particular la de los contenidos de la imaginación  en  el aprendizaje, han trabajado Paivio,Haber, Leask, Doob, Pylyshyn, Shepard, Kosslyn y un gran elenco de psicólogos contemporáneos.

Finalmente, también se reorientó el concepto de estructura en dirección fisiologista, buscando en las redes neuronales y en las asambleas de células nerviosas, investigadores tan importantes como Donald Hebb  y como Mc Culloch,   aquello que tanto cuesta definir en el nivel psíquico.

El análisis del fenómeno mental en todos ellos posee unas características propias en cuanto que versa sobre los elementos, objetos mentales, representaciones y otras formas en que lo estático, lo permanente, lo que puede ser almacenado y después recuperado, es el nexo común definitorio. A estos elementos permanentes se les puede considerar, de forma general y sin entrar en matizaciones, como objetos de la mente, las únicas y genuinas estructuras mentales en sentido restrictivo, salvando la dificultad que ha hecho que tal conceptualización haya obligado a determinados pensadores a atribuirles también un carácter dinámico al considerarlas finalmente como simples procesos.

Frente a las escuelas y tradiciones anteriores encontramos las que se han desarrollado a partir de la psicología del acto, cuyo análisis inicial parte de la consideración fundamental de que los fenómenos mentales que estudia la psicología, no pasan de ser un conjunto de fenómenos dinámicos, acciones o procesos.

A mediados del siglo XIX, en la época del nacimiento de la psicología científica, Franz Brentano se consagró como representante por excelencia de la Psicología del Acto. Para él, lo mental, lo psicológico, lo que debía estudiar la nueva ciencia era el “acto”, en franca oposición a las ideas wundtianas. Sus apreciaciones, marcaron una de las corrientes más influyentes de la historia de la psicología. En aquella misma época el funcionalismo americano de W. James, J. Dewey y J. Angell, venía a ratificar esta línea de pensamiento según la cual la mente es acto y continuo fluir, lo que desembocó en la investigación específica de los procesos mentales bajo la perspectiva adaptativa, impuesta por las teorías evolucionistas imperantes como panacea del psiquismo.

Paulov y otros investigadores vinculados a la fisiología rusa, también se interesaron por los actos, aunque en su caso centró las investigaciones en los procesos corticales que subyacían a la conducta muscular y glandular directamente observable.

John Broedus Watson fijó su atención, de forma preferente, en los actos observables, y de éstos, sólo en los externos, no como Paulov que lo hacia en los externos y también en los internos, neurales y glandulares. Watson negó cualquier valor para la psicología a los procesos mentales, más aún a los de tipo fisiológico, atribuyéndoselo exclusivamente a los actos observables. Con él se inauguró la psicología conductista, centrada en los procesos de adquisición y extinción de conducta,  psicología que fue culminada por Hull, Guthrie, Tolman y Skinner, integrantes  de  aquella  corriente  histórica que dominó  desde los  años  1930  a  1960,  aunque después otro tipo de procesos vino a tomar el relevo en la investigación de la conducta.

Paralelamente, en esa época, se desarrolló ampliamente la teoría freudiana que pretendía abarcar, tanto el campo la acción, los procesos mentales, como el de las estructuras, en este caso, bajo una perspectiva integrada, donde la conducta representa la culminación de determinados procesos mentales, conscientes o inconscientes. Freud no sólo estudió las estructuras que configuran su versión de la mente: yo, super yo, ello, sino que también concentró su atención en los propios procesos que crean  y mantienen esas estructuras. Es evidente que estos componentes complejos no tienen el mismo sentido que tenían en los estructuralistas atomistas, que buscaban únicamente elementos simples. Entre las acciones más destacadas sobre las que Freud teorizó estaban sus famosos mecanismos de defensa, nombre con el que descrió un conjunto de procesos mentales con sentido o unidad de acción, unidad que el conductismo, por afán de cientificidad, había rebajado al limitar su análisis al nivel de movimientos observables constitutivos de hábitos aprendidos.

Con el desarrollo de la robótica los psicólogos volvieron a hacer conjeturas para comprender los actos de la mente, la antigua conciencia. Los computadores, creados a mitad del siglo XX,  permitieron establecer comparaciones entre las operaciones por ellos efectuadas y el propio cerebro humano, ayudando a formular nuevas hipótesis sobre la mente y los procesos mentales. Alan M. Turing, G. A. Miller, E. Galanter y K.H. Pribam, entre otros muchos, están en el inicio de este cambio para la psicología. El computador fue el modelo perfecto que permitió hacer comparaciones y conjeturas sobre el cerebro y sobre la propia mente. La etapa del procesamiento de la información constituyó el soporte de la revolución cognitiva, que permitió centrase preferentemente a la psicología en inobservables internos, en los llamados procesos mentales. El cognitivismo de Neisser, Broadbent, Newell y Simon o, más recientemente, las teorías conexionistas de Rumelhart y Mc Clelland, entre otros, suponen el último avance en nuestra ciencia psicológica y, sin duda, la culminación de aquellas ideas de Franz Brentano que identificaba psiquismo y acto.

No obstante, los contenidos propuestos por Fuentes, acción y fenómenos,  a los que otros muchos autores también  se refieren  (Bülher, 1966; Titchener, 1910) como núcleo de la conceptualización general de la psicología, quedan incompletos si no se añade un tercer  contenido fundamental sin el cual, la psicología, como cualquier ciencia, carecería de los fundamentos básicos para entender los determinantes causales de la acción o, lo que es lo mismo, para entender cómo se desencadenan los procesos. Nos referimos a las fuerzas que operan en la mente humana, sin cuya presencia no puede haber ni procesos ni simples acciones, como no existen en la naturaleza proceso alguno que no requiera de ella como causa eficiente. Cualquier modelo con valor epistemológico para la psicología ha de introducir la variable fuerza, tanto en el nivel práctico experimental de producción o reproducción de procesos, como en el nivel teórico de configuración de modelos integradores del psiquismo.

En este sentido, también pueden hallarse un amplio conjunto de psicólogos,  que han centrado sus análisis en aquellos fenómenos que imprimen empuje a la acción, es decir, en aquellos factores motivacionales capaces de causar   movimiento y dirección para los actos del hombre. Sin incluir la pléyade de investigadores y teóricos que se han dedicado a ello, la  historia de la psicología  sería incompleta. Ellos proporcionan una aproximación a lo que en el resto de las ciencias naturales se ha conceptualizado como Fuerzas.

Federico A. Mesmer y J. Braid a mediados del siglo XIX, con el descubrimiento y la práctica del hipnotismo, introdujeron las fuerzas “magnéticas” como componente de la dinámica mental, iniciándose un importante periodo de especulación sobre los después denominados fenómenos “histéricos” fabricados por la mente humana.

Hohan F. Herbart, contemporáneo de los anteriores, ya antes del nacimiento oficial de la psicología, creía que las ideas estaban dotadas de “fuerza” y que las fuerzas en el interior de la mente generaban equilibrios y desequilibrios como respuesta a la influencia de los estímulos del medio exterior. El pensamiento de Newton empezaba a dejarse notar en aquella incipiente ciencia psicológica.

Theodor Fechner e Ivan Paulov, pioneros de la fisiología,  creyeron encontrar procesos que suponían el paso de las fuerzas bioquímicas, que activaban músculos y vísceras, a la propia energía psíquica (Paulov, 1968), concebida de este modo en un nivel limítrofe en el que la ciencia tradicionalmente estudia el mundo material.

El propio Sigmund Freud (1972 a  y 1972 b) partiendo de los fenómenos magnéticos, después histéricos, efectuó ese salto teórico al conceptualizar como “libido” las energías psíquicas provenientes del instinto sexual. En ellas fundamentó casi todas sus afirmaciones sobre el origen del psiquismo y la conducta humana. Sus teorías sobre la mente aportan a la moderna psicología elementos con los que se establece una nueva forma de entender las fuerzas psíquicas, no ya como entidades procedentes de otras esferas del mundo material o de la periferia del psiquismo, sino como elementos contenidos en las propias estructuras mentales.

Carl Gustav Jung, disidente de la línea psicoanalítica ortodoxa, negó la identidad física  del concepto, aunque no pudo sustraerse a reconocer formulaciones innovadoras.  Situó en Lipps, Schiller y  Von Grot (1900, 1875 y 1898, citados en Jung, 1982/1995), los orígenes del concepto de  “energía psíquica”,  aproximando las fuerzas psíquicas a las nociones establecidas por la ciencia general. Constató la dificultad existente para diferenciar las energías psíquicas de las biológicas, considerando que no todas las fuerzas anímicas provenían del instinto sexual. Por ello, en  su obra Transformaciones y símbolos de la libido, Jung (1912), prefirió hablar de energía “vital” como un compendio de todas las energías que animan los procesos psíquicos conscientes e inconscientes.

A lo largo del pasado siglo XX otros importantes psicólogos han elaborado diferentes conceptos entorno a las fuerzas y energías psíquicas. Así Mc. Dugall (1908), muy influido por la biología, coloca el instinto en el origen de la  motivación y ésta, en la base de toda la conducta. Woodwth (1918) introduce un nuevo constructo de corte netamente fisicalista, como es el concepto “impulso”, que durante bastantes años va a dominar el campo de estudio de nuestra ciencia.  A mediados del pasado siglo el neoconductista Clark L. Hull,  formuló el impulso como constructo teórico y lo definió operacionalmente, considerándolo “fuente de energía y motor de la conducta”(Arnau, 1974, p. 38). De esta forma el impulso (drive), adquirió propiedades de causación mecanicista.  Hebb (1949) y otros psicólogos contemporáneos como Lindsley, Lacey, Duffy y Malmo  (ver Arnau, 1974), en una nueva aproximación al origen de la acción,  de corte neurológico, han intentado buscar en lo fisiológico una medida para esas fuerzas que, de unas u otras formas, operan en la mente.  Kurt Lewin (1973), que habló abiertamente de fuerzas “psicológicas”, basó su tesis doctoral en la evaluación experimental de tensión psíquica inducida y las conductas desencadenadas por dicha tensión. Sus trabajos han tenido una gran influencia en psicólogos como Cartwriht, Lippitt y White, junto a otros notables seguidores como Heider o el más conocido Leo Festinguer. Este último, con su teoría de la Disonancia cognitiva, apunta una dirección en la que las fuerzas psíquicas adquieren mayor coherencia en una perspectiva mental, pues, dejando a un lado la fisiología, sitúa las fuerzas psíquicas en las “ideas”, en el viejo sentido cognitivo que Herbart ya utilizaba en los albores del siglo XIX.

Otros contemporáneos como Atkinson y Mc Clelland (1953 y 1961, citados en Pinillos, 1975)  tienen una visión de la motivación y de la tendencia a la acción que continúa esa línea de progresivo alejamiento de lo fisiológico hacia lo psicológico, aunque ahora incluso desde un nivel superior de la psicología, buscando en el “motivo social” la fuerza que pone en marcha procesos mentales y conducta humana.

De estas corrientes teóricas tradicionales se pueden extraer pues los contenidos, ejes, dimensiones o fundamentos empíricos que han  constituido el objeto de estudio de la psicología. Pero no sólo de la psicología; estos contenidos  constituyen en realidad el objeto de estudio propio, en sus diferentes niveles, de las ciencias empíricas  tradicionales. La noción de paradigma según dice Kuhn es común para todas las ciencias, aunque después su desarrollo y contenido aplicado tengan su singularidad para cada una de ellas.

Es más, en nada nos alejamos de algunas consideraciones teóricas de las ciencias empíricas consolidadas que apuntan en idéntica dirección, pues, como señaló Hempel (1973):

Las ciencias naturales han alcanzado su nivel de comprensión más profundo y más amplio descendiendo por debajo del nivel de los fenómenos  empíricos familiares, y no puede sorprender por tanto que algunos pensadores consideren que  las estructuras, fuerzas y procesos subyacentes  aceptados por teorías bien establecidas son los únicos componentes efectivos del mundo. (p. 117)

Al hacer esta afirmación  Carl G. Hempel se estaba refiriendo a las ideas expresadas por  Sir Arthur Eddington (1945), declarado por el propio Einstein el mejor intérprete de su teoría de la relatividad, un científico versado en el conocimiento tanto de la astronomía como en el de la física de las partículas elementales,  quien, a su vez, hizo importantes incursiones en el campo de la epistemología. No obstante, en realidad, Eddington  nunca realizó tal afirmación, constituyendo una atribución que le hace Hempel al tratar de sintetizar el contenido de su brillante introducción  a la obra The nature of the physical world.

En la búsqueda de unos postulados básicos para la unidad de la psicología, recientemente (Pardos, 2005), se han propuesto un  conjunto de axiomas que inciden en esta integración de fenómenos que esbozan un modelo conceptual de contenidos a nivel general, axiomas básicos que tratan de fundamentar una propuesta teórica  de articulación de los fenómenos fundamentales abordados, frecuentemente de forma inconexa, por los paradigmas tradicionales de la psicología. Apartir de dicha propuesta, al considerar al conjunto de fuerzas, procesos y estructuras mentales,  fenómenos básicos del psiquismo, como las dimensiones fundamentales de estudio propio de la ciencia psicológica abordadas a lo lago de su historia, se puede observar con mayor simplicidad la tradicional división de la psicología, al permitir fijar la manera como  han operado cada uno de los paradigmas tradicionales en torno a tales dimensiones, evidenciando cuales han sido  los rechazos,  omisiones y  motivos fundamentales de enfrentamiento a lo largo de su historia,   lo cual resalta la capacidad del modelo teórico de contenidos, frente al modelo kuhniano de desarrollo,  para introducir una lectura complementaria que permite analizar, además de la forma en que se suceden los  paradigmas, cómo  abordan cada uno de ellos  el estudio de tales dimensiones, análisis que parece ineludible para una conceptualización completa del psiquismo.

A partir del modelo generado se observa que el paradigma wundtiano se centró en el estudio de las estructuras mentales, prestando menos atención a los procesos y nulo o escaso a las fuerzas que los desencadenaban.  La Psicología del acto de Brentano y James se ocupó en cambio de los procesos pero ignoró la conceptualización de las estructuras y las fuerzas.

El modelo conductista soslayó las estructuras y los procesos mentales al centrarse en los procesos observables, atendiendo además escasamente a las fuerzas internas que desencadenan la conducta, aunque abordó  puntualmente problemas relativos a ellas desde el manejo de los reforzadores y mediante la producción de estados de deprivación.

El enfrentamiento entre conductismo y cognitivismo surgió en la dimensión procesual o de la acción,  pero con una diferencia notable. Ahora se  contrapone el análisis de los procesos conductuales observables,  cadenas y secuencias motrices del amplio espectro conductual, frente a procesos inobservables, procesos mentales deducibles por autoobservación  y relato del propio sujeto, o por inferencia del observador deducida a partir de la lógica mental que se espera del sujeto medio. Mientras que el  paradigma conductista se centró en los observables externos, en la conducta propiamente dicha, el  paradigma cognitivo se centra en el comportamiento  inobservable, en los procesos mentales, prestando más atención con el ulterior desarrollo del paradigma cognitivo a las estructuras mentales.  El conductismo las negaba radicalmente.

La Gestalt se fijó en la formación de las estructuras, atendiendo algo más al problema de las fuerzas, aunque siempre de una forma teórica que no  llegó a concretar en formulaciones prácticas, a excepción de algunas de breve recorrido,  como las efectuadas por Kurt Levin. Aunque la psicología wundtiana  tuvo como objeto de estudio fundamental las estructuras o contenidos de la mente,  su análisis era de naturaleza atomista, totalmente contrario al de la  Gestalt, que contempló el estudio de las estructuras como totalidades situadas en el campo de observación externo a la conciencia del sujeto.

El modelo  freudiano en cambio, efectuó una construcción de la mente en la que se integraron las tres dimensiones, otra cosa es cómo se hizo y la  difícil imbricación que planteó al resto de teorías, sobre todo por dar un modelo mental excesivamente  acabado y cerrado que, en su momento, no permitió integrarse a las demás construcciones paradigmáticas, concibiendo la mente como conjunto de procesos, fuerzas y estructuras inobservables, que están en la base de la conducta manifiesta y observable.

En realidad, ningún sistema en la historia de la psicología, ningún paradigma, muestra una  pureza radical respecto a los contenidos básicos a los que atiende, pues, aunque preferentemente cada uno de ellos   se centró en el estudio de alguna de estas dimensiones o en algunos de sus  aspectos de forma parcial,  en ocasiones necesitaron recurrir en sus hipótesis explicativas a las dimensiones o contenidos enfocados preferentemente por otros paradigmas a los que en principio parece que se contraponían o directamente rechazan. Así, el atomismo wundtiano, pese a centrarse en la búsqueda de los elementos estáticos de la conciencia, no dejó de pensar, en ocasiones y aunque fuera de forma contradictoria, que los elementos eran procesos como en el caso del propio Wundt, indicando con ello la dificultad de conceptualizar la naturaleza de los objetos mentales de carácter estático. De igual manera, aquellos que pensaban que la mente era puro proceso o acto, como Brentano (1926), no dejaron de pensar en  las “representaciones” y hablar de lo representado, aunque después negaran a estos, verdaderos contenidos mentales, su necesario  carácter estático. Algo similar ocurrió  en el caso de James (1986) en sus descripciones minuciosas sobre determinados estados mentales, estados que conceptualmente no pueden asimilarse a la visión dinámica de flujo permanente de la mente, en tanto que un estado requiere componentes vivenciales de permanencia y durabilidad no asimilables a la noción perpetua de flujo.

Profundizar en los motivos y naturaleza de los enfrentamientos descritos permite entender  el por qué de la multiparadigmaticidad (Caparrós, 1979)  el por qué las sucesiones no son completas y los nuevos paradigmas conviven con los  que les han precedido. Ello es así al no poderse obviar completamente, sin caer en la inconsistencia teórica, algunas de las dimensiones fundamentales del psiquismo explicadas por paradigmas teóricamente superados que después resultó que también habían de ser tenidas en cuenta. ¿Cómo va a desaparecer el estudio de determinado campo, sustituyéndolo por otro que afronta un contenido de la psicología totalmente diferenciado? No tendría sentido cuando se abordan dimensiones diferentes del psiquismo; por tanto, de forma  natural, los teóricos de la psicología necesitan seguir formulando hipótesis  y teorías en el ámbito de paradigmas teóricamente superados, pues resurgen viejos problemas que los nuevos paradigmas son incapaces de resolver. Así, el paradigma cognitivo, no puede prescindir de continuas referencias a los objetos y estructuras mentales, representaciones, como se las denomina preferentemente, pues para explicar el proceso mental, es  necesario referirse a los objetos o elementos procesados: ¿Cómo se puede explicar el proceso imaginativo sin experimentar con las imágenes que el sujeto evoca o crea en su mente?  ¿Cómo se puede hablar de procesos sin tener en cuenta las estructuras sobre las que estos tienen lugar? La sucesión de paradigmas, en todo caso habrá de darse dentro del mismo campo de contenidos, cuando se hallen teorías explicativas mejores que sustituyan a las anteriores, pero no en el caso de paradigmas que abordan fenómenos mentales diferentes,   “inconmensurables”, y que por tanto nunca podrán sustituirse unos a otros.

Intuitivamente se aprecia  y en el propio análisis historiográfico de la psicología lo demuestra que la integración de fuerzas, procesos y estructuras mentales, y en menor medida la efectiva definición de la noción de estado  mental con ellos vinculado en un modelo explicativo general, ordena conceptualmente  los contenidos que fragmentariamente abordan cada uno de los  paradigmas históricos de la psicología, lo que sin duda  ayuda a  explicar por qué  las escuelas tradicionales han resultado insuficientes, contrapuestas y excluyentes a la hora de dar una visión comprensible de la mente humana y de la ciencia psicológica.

Conclusiones

En resumen, el modelo general de contenidos de la psicología establecido a partir de los conceptos fundamentales ya abordados por los teóricos más destacados  a lo largo de su historia, parece una aportación complementaria  a la teoría kuhniana del desarrollo de la ciencia, pues entra de lleno en la problemática conceptualización de los paradigmas experimentales cuya carga de contenidos quedaba pendiente de armonizar, según muestran las divergencias históricas existentes basadas en la negación  de algunas dimensiones fundamentales de análisis  o por la visión aislada y totalizadora de las más destacadas formulaciones de lo mental propugnadas por las matrices disciplinares que las sustentaban.

La naturaleza imprecisa y difícil de definir de los contenidos de la psicología, tan aparentemente diferentes en comparación con las restantes ciencias naturales propició, además de la sucesión excluyente de paradigmas inconmensurables, su división y enfrentamiento  entre unos y otros partidarios, precisamente, por no entender esas otras dimensiones del psiquismo cuya naturaleza opuesta, lo estático frente a la acción, la estructura frente al proceso o la dependencia de ambas de las fuerzas motivantes, junto a algunas características trascendentales, como su observabilidad/inobservabilidad, materialidad/inmaterialidad de los fenómenos, etc., parece debían definir a la mente o bien de una manera o bien de otra, pero nunca de las dos a la vez. Los fenómenos de la naturaleza no parecen ser tan simples, pues la acción y lo estático se dan conjuntamente, lo observable y lo inobservable se admiten como realidad coexistente, fenómenos empíricos y  entidades teóricas subyacentes que tratan de explicar precisamente aquello que se presenta bajo las apariencias que los  sentidos permiten. A lo largo de la historia de la psicología, ha resultado arduo diferenciar los fenómenos mentales básicos pues, lo que trata de ser conocido es precisamente el propio aparato cognoscitivo, lo cual sin duda  tiene un plus de dificultad.  Sobre todo, parece que una de las tareas más difíciles es precisamente la conceptualización de las fuerzas que desencadenan la acción, de forma que sean mínimamente equiparables a las nociones causales dinámicas  establecidas por el resto de las ciencias.

Referencias

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Citar:

Pardos, A. (2007, 06 de junio). Contenidos de la psicologí­a: un modelo complementario del modelo kuhniano de desarrollo de la ciencia. Revista PsicologiaCientifica.com, 9(19). Disponible en:
https://psicologiacientifica.com/contenidos-psicologia-modelo-kuhniano

1 comentario en «Integración de Paradigmas en Psicología: Complementando el Modelo de Kuhn»

  1. Le agradezco mucho sus aportaciones. Me encuentro haciendo un trabajo sobre las formulaciones de los contenidos en primaria. Sus aportaciones me permitieron entender algunas cosas que no entendía y que venía arrastrando en mi formación como pedagoga. La información tiene coherencia, un lenguaje fácil y está muy bien organizada. Gracias. Lo felicito.

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