Anorexia y bulimia en varones adolescentes: Factores de riesgo

Clara Garcí­a Sandoval
ONG Solidarios Murcia, España

Resumen

El presente trabajo manifiesta la necesidad de estudio de aquellos factores implicados en el desarrollo de la anorexia y bulimia nerviosa en varones adolescentes, con el fin de establecer diferencias y semejanzas de factores entre géneros y aportar intervenciones psicológicas destinadas a disminuir la vulnerabilidad del varón hacia estos trastornos. Las revisiones bibliográficas revelan: el incremento de este género en dichos trastornos; la tendencia a ignorar la sintomatologí­a masculina como consecuencia de los estereotipos de pacientes con estas patologí­as; diferencias entre géneros sustentadas principalmente en una mayor focalización hacia el ejercicio fí­sico y búsqueda de eficacia en los varones y la obesidad premórbida, deporte, homosexualidad, trastornos depresivos y obsesivo-compulsivos, ambiente familiar caótico y con historia de trastornos mentales y la presión social hacia el ejercicio fí­sico como principales factores de riesgo de los trastornos de la conducta alimentaria en varones.

Palabras clave: Anorexia nerviosa, bulimia nerviosa, factores de riesgo, trastornos de la conducta alimentaria, varones adolescentes.

La anorexia y la bulimia nerviosas se definen como Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) y suponen alteraciones en los comportamientos con la comida que repercuten sobre la salud de quienes los padecen (Armas,2007). Son un estilo de vida, una decisión de «como ser», una posición que ocupan muchas mujeres y cada vez más hombres de nuestra sociedad al intentar obtener una identidad mediante la apariencia corporal.

El incremento actual de los trastornos de la conducta alimentaria se considera reflejo de al menos dos factores socioculturales: la ambigüedad en la identidad de los sexos, cuyo cambio está generando una gran confusión de roles, y la competitividad social y su correspondencia en una imagen física y psíquica «perfecta» (Calvo, 2002).

Ambos sexos tienen abolido, por mandato de la «moda imperante», por llamarla de alguna forma, poseer un aspecto corporal medio, límites e imperfecciones, cansancio, dudas, sentimientos solidarios o de compañerismo. Las cualidades humanas han enmudecido ante las exigencias dictadas por la apariencia. Las relaciones están impregnadas de comparaciones continuas con el aspecto o los rendimientos del otro y más que el alimento de una relación interpersonal positiva, lo que producen son sensaciones de soledad y vacío.

Los cambios han cobrado una aceleración tal que han revolucionado la vida cotidiana. Hemos entrado en la era de la transitoriedad. Nada es lo que era. La familia ha entrado en crisis, los medios de comunicación se visten de mensajes focalizados en la apariencia y ausencia de valores humanos, y la sociedad camina al compás de estos cambios destinados al encuentro de individuos sin identidad personal. Esta característica, asociada a muchas otras, incrementa los sentimientos de inseguridad del sujeto, de carencia en el ser, empaña la creencia en uno mismo (Pundik, 2003; Toro 1997).

La aparente obediencia de el/la paciente con anorexia nerviosa es un acto de conformidad a lo que la familia y la sociedad le piden. Su negación a comer es el único acto de máxima rebeldía. Al no aceptar ingerir la comida, protestan, hablan sin palabras, se oponen a la opresión y encuentran un alivio. Estos pacientes buscan desesperadamente una espiritualidad y solidaridad que les hagan sentirse algo más humanos, sin embargo, en esta sociedad materialista no encuentran el verdadero camino para conseguirlo, y enferman (Calvo, 2002; Cervera, 2005). Las/los pacientes con bulimia nerviosa, al perder el control, resumen en su forma de comer y en sus metas la ambición de una sociedad volcada al logro y al éxito por encima de todo.

La anorexia y la bulimia nerviosas no son fenómenos aislados de la persona que los padece. Como en cualquier otro trastorno mental o emocional, en los pacientes con trastornos alimentarios se encuentran conflictos psicológicos subyacentes que deberán ser tratados para lograr una recuperación auténtica y estable. El sentimiento permanente de falta de valía personal, la eliminación o control de las emociones, una baja autoestima, la incapacidad para establecer unas relaciones interpersonales maduras, la ausencia de identidad propia, son los más frecuentes (Calvo, 2002; Cervera, 2005).

Los trastornos de la conducta alimentaria ha pasado a ser una de las enfermedades crónicas más frecuentes de los adolescentes con una prevalencia del 1 al 3% para la anorexia nerviosa y del 0,6 al 13% para la bulimia nerviosa, ambas con una proporción de 1 hombre por cada 9 mujeres, y una media de iniciación de los trastornos hacia los 15 años (León y Castillo, 2005).

Si bien los trastornos de la alimentación se dan predominantemente en mujeres jóvenes, están apareciendo también en hombres jóvenes cada vez más. Esto ratifica que no hay nada en la anatomía o fisiología femenina que haga que las mujeres tengan el uso privativo de estas patologías. A su vez, refuerza la hipótesis de la fuerte influencia que ejerce la presión del contexto sociocultural en la aparición de estos fenómenos (Crispo, Figueroa y Guelar, 1998; Ray, 2004; Rosen, 2003).

La diferencia entre sexos es debida a la distinta socialización de las mujeres y hombres, especialmente en relación con su imagen corporal. Pero los datos recientes alertan del aumento de la patología entre varones, como consecuencia de su deseo por controlar la imagen o el rendimiento corporal. También los chicos se sienten corporal y psíquicamente inseguros en el tránsito de la infancia a la juventud (Cervera, 2005; Olivardia, Pope, Mangweth y Hudson, 1995; Toro, 1997).

Las ideas preconcebidas propician que los varones sean diagnosticados muy tardíamente, cuando el trastorno está plenamente instaurado, con lo que se puede haber perdido un tiempo precioso para ayudarle a remontar su patología (Calvo, 2002).

El incremento de los trastornos de la conducta alimentaria en los últimos años ha conducido a que durante la última década se haya producido una gran proliferación de investigaciones a fin de poder determinar, por una parte, los principales factores implicados en la adquisición y mantenimiento de estos trastornos y, de otra, desarrollar instrumentos de evaluación y procedimientos terapéuticos potentes para poder tratar dichos trastornos y potenciar las vías para su prevención (León y Castillo, 2005).

Se plantea, por tanto, la necesidad de estudio de los factores de riesgo de los trastornos de la conducta alimentaria en ambos sexos, la mayoría vinculados a la estructura familiar, entorno y tipo de personalidad premórbida, focalizando nuestro interés en varones adolescentes, debido al incremento de este género en los últimos años, a través de los datos obtenidos en las revisiones bibliográficas más recientes, con el fin de establecer diferencias y semejanzas de factores entre géneros en dichos trastornos, que justifiquen la llamada de atención hacia este nuevo incremento, y aportar un abordaje psicológico adecuado a estos pacientes con el fin de reducir el riesgo, ya sea suprimiendo las causas que provocan estos trastornos o logrando que el individuo sea menos vulnerable a ellas.

Antecedentes Históricos

La primera descripción clínica de esta problemática se atribuye a un médico inglés: Richard Morton, que describió en 1694 cuadros similares a los actuales (León y Castillo, 2005; Rosen 2003). Morton prescribió, a un joven de 16 años de edad, una cura de descanso, paseos a caballo e interrumpir los estudios. Más de 300 años después, la información sobre los trastornos alimentarios en varones sigue limitada a informes de casos eventuales (Carlat, Camargo y Herzog, 1997; Rosen, 2003; Woodside, Garfinkel, Lin y Goering, 2001).

Durante todo este periodo de tiempo sólo nos encontramos con unos pocos ejemplos de pacientes varones, que datan del siglo XVIII, entre ellos el de un joven inglés con un ayuno persistente que le llevó a la muerte, descrito por Willan (León y Castillo, 2005; Rosen, 2003).

Parece que, después del estudio de Morton, se produce un periodo de silencio en el que la patología alimentaria en varones no aparece en las publicaciones especializadas. Unos atribuyen este silencio a la repercusión de las teorías psicoanalíticas, que veían la patología como un miedo a la «fecundación oral» (la comida ingerida simbolizaría el elemento invasor que se introduce en el cuerpo y lo coloniza) y/o al énfasis que puso el DSM-III en la ausencia de menstruación para realizar el diagnóstico de anorexia (Carlat et al., 1997; Pundik, 2003; Toro, 1997).

En cualquier caso, se creó un estereotipo sobre qué sujetos eran susceptibles de padecer una anorexia nerviosa, lo que ha provocado que la sintomatología masculina pasara más desapercibida de lo que sería deseable (Calvo, 2002; Herrero, del Río y López-Ibor, 2003).

Actualidad

Los trastornos de la conducta alimentaria tienen una menor prevalencia en los varones que en las mujeres, sin embargo, el aumento de la frecuencia de estos trastornos en pacientes varones resulta llamativo (Ray, 2004; Velilla, 2001; Woodside et al., 2001).

Los criterios diagnósticos son similares a los de las mujeres aunque los factores ambientales y socioculturales son diferentes para ambos sexos desde el nacimiento. Hombres y mujeres perciben el volumen corporal de manera diferente, tienen otros valores en relación a la forma y figura corporal y valoran de distinta manera la delgadez (Herrero et al., 2003; Olivardia et al., 1995).

Las dificultades para percibir y aceptar que un varón tiene un trastorno alimentario siguen siendo aún frecuentes y esto entorpece el diagnóstico precoz todavía más que en el caso de las chicas. Si el paciente es el chico de la casa, será muy difícil que los padres acepten que tiene una anorexia o una bulimia nerviosas y tenderán a atribuir a otros motivos su estado físico o su conducta. Si la patología es tan llamativa que se acaba llevando al chico a consulta, muy pocos profesionales se plantearán que sus problemas físicos o su delgadez proceden de un trastorno alimentario (Cervera, 2005; Rosen 2003).

Al problema de diagnóstico se le añade el estigma con que los varones viven sus conductas alimentarias patológicas y la humillación que les suele suponer acudir a una consulta especializada en «problemas de chicas». Por razones culturales, si un muchacho está preocupado por su cuerpo lo expresa menos que las mujeres (Calvo, 2002; Cervera, 2005; Olivardia et al., 1995).

Los familiares, educadores y allegados de adolescentes varones deben tomar conciencia de que esta inseguridad del tránsito de la infancia a la juventud también es experimentada por los chicos aunque, por los condicionamientos sociales, les cueste decirse a sí mismos o a los demás que les obsesiona su aspecto. Si expresaran abiertamente sus preocupaciones correrían el riesgo de que los otros pusieran en duda su hombría. Mirarse al espejo, preocuparse por la apariencia o mostrarse débil, ha sido considerado por la sociedad un signo de poca virilidad (Hospers y Jansen, 2005; Woodside et al., 2001).

Diversos estudios, especialmente aquellos de orientación psicoanalítica, relacionan una prevalencia mayor de varones homosexuales entre los varones vulnerables a padecer un trastorno de la conducta alimentaria (Manley, Rickson y Standeven, 2000; Pundik, 2003; Ray, 2004). Y, a su vez, los modelos de perfección de belleza difieren entre sexos, pues mientras que las mujeres persiguen un modelo corporal basado en la delgadez, los varones buscan el «no estar gordo» y, en la mayoría de las ocasiones, poseer una musculatura apreciable (Hospers y Jansen, 2005; Yelland y Tiggemann, 2003).

El varón adolescente con un trastorno alimentario sufrirá, en un silencio mucho más opresivo que el de las chicas, todo el sufrimiento que acompaña a estas patologías y, por tanto, tardará más en pedir ayuda (Olivardia et al., 1995; Rosen, 2003).

Afortunadamente, ya existen varones capaces de reivindicar que la masculinidad no viene determinada por unas características corporales específicas y que no necesitan dejar de ser hombres ni dejar de sentirse atraídos por las mujeres para tener un aspecto corporal atractivo, sentir emociones o expresar ternura hacia sus hijos. El problema surge, como en el caso de las mujeres, cuando esta preocupación sirve para evitar todos los conflictos que le plantea la vida. Entonces, el aspecto físico se convierte en obsesión y los trastornos se instauran (Calvo, 2002; León y Castillo, 2005).

Diferencias con los trastornos de la conducta alimentaria en mujeres adolescentes: características

Es evidente la existencia de similitudes y diferencias entre personas de sexo diferente en cualquier ámbito que tengamos intención de estudiar o investigar, ya sea a nivel individual, ambiental, de relaciones interpersonales, biológico o de los trastornos mentales.

Este último ámbito es el que nos compete en esta ocasión, más concretamente, el de los trastornos de la conducta alimentaria, patologías siempre referidas al sexo femenino pero que, con el paso del tiempo, han logrado ocupar un lugar considerable dentro del sexo masculino.

A continuación presentamos una serie de aspectos que permitirán al lector comparar dichos trastornos entre géneros con la intención de comprender mejor cómo actúan dichas patologías en función de cada persona.

Al igual que las mujeres que padecen trastornos de la alimentación, los varones que desarrollan estos trastornos también presentan:

– Antecedentes de obesidad que los han convertido en objeto de burlas en algún momento (Cervera, 2005; Crispo et al., 1998; Ray, 2004; Toro, 1997).

– Disminución del deseo sexual, relacionado con el descenso de la actividad hormonal (Calvo, 2002; Carlat et al., 1997; Rosen, 2003).

– Necesidad de afrontar su crisis de maduración y aumentar la sensación de eficacia ante la vida (Poyato, Sánchez, Cañete y Poyato, 2004; Santo-Domingo, Baca, Carrasco y García-Camba, 2002).

– La fuerte creencia de que si adelgazan o consiguen el volumen corporal deseado serán más atractivos o más queridos por los demás (Crispo et al., 1998; Santo-Domingo et al., 2002; Toro, 1997).

– Baja autoestima, deseo de aceptación, tendencia al perfeccionismo, depresión, ansiedad y grandes dificultades para afrontar las emociones (Lakkis, Ricciardelli y Williams, 1999; Ranson, Kaye, Weltzin, Rao y Matsunage, 1999; Ray, 2004).

– La obligación de mantener un peso o figura específicos debida a alguna ocupación personal o profesional (Baum, 2006; Crispo et al., 1998; Rosen, 2003).

Las características de la anorexia y bulimia en pacientes varones se acomodan bastante bien a las que presentan las mujeres, pero aunque las similitudes sean muchas, también existen diferencias como las que presentamos a continuación:

Motivaciones

Mientras que las mujeres desean «estar delgadas», los varones que presentan trastornos de la alimentación desean «no estar gordos». Lo más frecuente en varones es que estén preocupados por evitar las burlas o las críticas acerca de su aspecto y traten de conseguir un cuerpo masculino ideal más que la delgadez. Con frecuencia, el ansia de delgadez está sustituida por el deseo de estar en forma o se entremezcla con él (Calvo, 2002; Pope, Gruber, Mangweth y Bureau, 2000; Toro 1997).

Presión social hacia el ejercicio físico

Los varones presentan mayor presión social hacia el ejercicio físico intenso que las mujeres, asumiendo y practicando lo que se ha llamado «culto a la fisicalidad». La voluminosidad muscular, la amplitud torácica y la imagen de fuerza/potencia física son características tradicionalmente integrantes del modelo estético masculino en las sociedades humanas (León y Castillo, 2005; Rosen, 2003; Toro, 1997).

Construcción y moldeamiento activo de sus cuerpos

Es lo que frecuentemente persiguen los varones durante la adolescencia e inicio de la juventud. Las mujeres, en cambio, a la vez que buscan la delgadez, suelen preocuparse por el mundo que concierne a la estética, por lucir bellas mediante el uso de productos y utensilios destinados a mejorar su aspecto externamente. De ahí la consumista pasión por las distintas prendas de vestir, por la cosmética, etc. (Pope et al., 2000; Toro, 1997).

Percepción de la imagen corporal

En los varones con trastornos de la conducta alimentaria, la dimensión de la silueta corporal ideal aumenta a medida que crecen e incrementan su masa corporal; por el contrario, el cuerpo femenino ideal es más delgado que el suyo propio y que el que resulta atractivo para los varones (Mangweth, Hausmann, Walch y Hotter, 2004; Toro, 1997).

Problemas físicos

Además de aquellas alteraciones fisiológicas que presentan ambos sexos tales como hipotermia, hipotensión, anemia, alteraciones del tránsito intestinal, erosión del esmalte dental, entre otras, cabe especial mención la osteoporosis, pues los estudios parecen indicar una mayor deficiencia de densidad mineral ósea en varones que en mujeres con trastornos de la conducta alimentaria, sobre todo en aquellos varones que padecen bulimia nerviosa (Andersen, Watson y Schlechte, 2000; Carlat et al., 1997).

Evaluación corporal

La evaluación entre sexos es distinta. Mientras que los varones evalúan sus cuerpos en torno a la eficacia, las mujeres realizan su evaluación corporal en función de la apariencia. Cuando hablamos de eficacia nos referimos al intento de conseguir un cuerpo más apropiado o más válido para desempeñar distintas actividades, ya sea en el ámbito deportivo o en el de trabajo (Baum, 2006; Boroughs y Thompson, 2002; Toro, 1997).

Edad de inicio del trastorno

Es más tardía en los varones, pues tienden a comenzar con el trastorno al final de la pubertad, siendo la media de edad en torno a los 18-19 años. Las mujeres, en cambio, presentan una edad de inicio del trastorno más temprana, alrededor de los 13-14 años (Carlat et al., 1997; León y Castillo, 2005).

Insatisfacción corporal

Los varones con trastornos de la alimentación centran su insatisfacción en la parte superior del cuerpo, mientras que las mujeres se sienten insatisfechas con la mitad inferior del cuerpo (Calvo, 2002; Toro, 1997).

Nivel académico

Difieren en cuanto a los resultados que obtienen. Los varones con dichos trastornos suelen poseer un nivel medio en resultados académicos, a diferencia de las mujeres que, en la mayoría de los casos, presentan un nivel alto de estudios (Calvo, 2002; Cassin y Ranson, 2005).

Métodos para perder peso

Para adelgazar o eliminar calorías, los varones con estas patologías suelen optar por el ejercicio físico, mientras que las mujeres optan por la dieta (Poyato et al., 2004; Olivardia et al., 1995; Rosen, 2003).

Comportamientos y actitudes en la bulimia nerviosa

Mientras que la mayoría de mujeres con bulimia nerviosa están casadas o son sexualmente activas, los varones con bulimia nerviosa manifiestan tener comportamientos homosexuales o ser sexualmente inactivos (Herzog, Bradburn y Newman, 1990; Robinson y Holden, 1986).

Al mismo tiempo, existen estudios que muestran diferencias en los hábitos alimenticios de pacientes con bulimia nerviosa. Revisiones bibliográficas indican la tendencia al atracón, en los varones, a la hora de comer o en público, mientras que las mujeres parecen comer menos durante las comidas y prefieren llevar a cabo el atracón en privado (Schneider y Agras, 1987; Ussery y Prentice-Dunn, 1992).

Influencia de la publicidad

A pesar del aumento de los anuncios publicitarios destinados a mostrar el modelo masculino actual, a diferencia de las mujeres, los varones se sienten menos influenciados por la publicidad (Mangweth et al., 2004; Pope et al., 2000).

Reconocimiento de enfermedad y búsqueda de ayuda

Los varones tardan tiempo en percatarse de su trastorno de la conducta alimentaria y aún más en buscar ayuda. Piden consulta con una media de edad en torno a los 20 años y una duración del trastorno de aproximadamente 1,5 años de evolución de la patología. Las mujeres, en cambio, se percatan en poco tiempo de su problema y tardan poco en buscar ayuda profesional (Carlat et al., 1997; Lewinsohn, Seeley, Moerk y Striegel-Moore, 2002; Olivardia et al., 1995).

Diagnóstico

En los pacientes varones, el trastorno tarda en diagnosticarse debido a la tendencia que existe a vincular los trastornos de la conducta alimentaria con las mujeres, a pesar del incremento en el número de pacientes varones que sufren estas patologías. Antes, por tanto, se descartan muchas otras causas que pueden ser responsables de los signos y síntomas que presenta el paciente. Al parecer, resulta difícil asociar al varón con esa extrema preocupación por la imagen corporal. En las mujeres, en cambio, el trastorno es rápidamente diagnosticado (Calvo, 2002; Cervera, 2005; Rosen, 2003).

Comorbilidad

Los varones que padecen trastornos de alimentación presentan mayor comorbilidad que las mujeres con trastornos depresivos y obsesivo-compulsivos, (Carlat et al., 1997; Olivardia, et al., 1995; Ranson et al., 1999; Ray, 2004; Rosen, 2003; Woodside et al., 2001).

Variables de personalidad

Los varones que sufren trastornos de la conducta alimentaria parecen mostrar menos comportamientos de evitación del daño corporal y son menos organizados, perfeccionistas y colaboradores que las mujeres que padecen estas patologías. A su vez, presentan menor distorsión de la imagen corporal, influencia del peso y la figura corporal en la autoestima y su motivación para cambiar sus conductas también es menor que en las mujeres (Carlat et al., 1997; Cassin y Ranson, 2005; Rosen, 2003; Woodside et al., 2004).

Estos varones presentan problemas para identificar y/o responder a emociones debido a cambios en estados internos como hambre, fatiga o cansancio y saciedad. Esta identificación de emociones refleja un déficit en las destrezas o habilidades del varón adolescente, que conducen, a su vez, a dificultades en el manejo efectivo del estrés (Rosen, 2003; Ussery y Prentice-Dunn, 1992).

Factores de riesgo

Llamamos factores de riesgo a aquellas variables que aumentan la probabilidad de que se produzca la enfermedad. Hacemos referencia a aquellas variables predisponentes y precipitantes que actúan desde el inicio de la vida del sujeto o acontecen inmediatamente antes del inicio del trastorno, y condicionan la vulnerabilidad del varón a padecer la enfermedad. Dichas variables pueden ser tanto personales como familiares o sociales.

En este punto se centra nuestro trabajo y la importancia del mismo, pues eliminando o reduciendo las posibilidades de exposición a estos factores de riesgo, disminuiríamos la probabilidad de padecer estas enfermedades (Gil, 2004).

A continuación presentamos dichos factores, implicados en la aparición de los trastornos de la conducta alimentaria, distribuidos en 3 grupos: personales, familiares y sociales.

Personales

Aquellos factores biológicos, cognitivos o conductuales pertenecientes al propio individuo.

Dentro de las características de la personalidad se encuentra que hay variables de personalidad que deben ser tenidas en cuenta como factor de riesgo de los trastornos de la conducta alimentaria (Calvo, 2002, Cervera, 2005; Strober et al., 1997), tales como: poseer una autoestima baja, infravalorarse en todo, ser una persona insegura que busca la aprobación de los demás y a menudo cifra esta aprobación en el aspecto de su cuerpo, la introversión, la dependencia de otros, la falta de asertividad, la obsesividad, el perfeccionismo. Todas ellas, características

Obesidad premórbida

La mayoría de varones con trastornos de la conducta alimentaria han sido obesos premórbidos. Es uno de los grupos con mayor vulnerabilidad a padecer trastornos de la alimentación y supone un factor diferenciador respecto a las mujeres, las cuales no tienen necesariamente que presentar sobrepeso para dejar de comer o alterar su comportamiento alimenticio. Estos varones obesos que pierden peso y se obsesionan con volver a recuperarlo, serían una población de riesgo a la que seguir de cerca (Crispo et al, 1998; Ray, 2004; Toro, 1997).

Muchos de ellos inician sus desórdenes alimentarios buscando una mejor definición muscular y evitando esa insatisfacción que les produce alguna parte de su cuerpo. Este factor se encuentra muy relacionado con el hecho de haber recibido algunas burlas o sentimientos de rechazo por su sobrepeso; especialmente en ellos existe una sensibilidad manifiesta ante la crítica, el rechazo y el menosprecio por su aspecto, relacionado, a su vez, con cuestiones prácticas como el no poder participar en actividades deportivas propias del género, a edades claves en el desarrollo psicológico. Se encuentran insatisfechos con su imagen corporal y esto sólo es compensado en aquellos varones con gran destreza física que canalizan su desarrollo en el deporte (Olivardia et al, 1995; Rosen, 2003).

Esta historia de sobrepeso se produce en algún momento antes del inicio del trastorno, y un alto porcentaje de estos varones, que en su infancia han sido obesos, muestra haber hecho dieta años antes, aconsejada por un médico o por sugerencia de algún familiar (Carlat et al, 1997; Cervera, 2005; Strober, Freeman y Morrell, 1997).

Deportistas

Constituyen un grupo de riesgo considerable. Varones jóvenes dedicados a deportes en los que existe una focalización hacia la imagen y peso corporal. Son juzgados por su apariencia física y competitividad. Lucha libre, natación, danza, remo, gimnasia, atletismo, buceo, construcción corporal, etc., representan deportes que incrementan el riesgo de desarrollar trastornos de la conducta alimentaria (Patel y Greydanus, 2003; Rosen, 2003).

Hacemos referencia a deportes con clasificaciones de peso y a aquellos en los que se prefieren cuerpos delgados (piden una talla y proporción corporal por debajo del escrutinio) para desempeñar un determinado ejercicio físico (Nelson y Hughes, 1999).

Algunos de estos varones creen que competir con un peso por debajo de lo normal o reducir su masa corporal les llevará a incrementar sus oportunidades de ganar. Los efectos de los trastornos de la alimentación debilitan el físico de estos deportistas y les conducen a disminuir el rendimiento.

La presión que sufren estos varones les lleva a comprometerse con comportamientos alimenticios desadaptativos y peligrosos para su salud física, tales como: ejercicio excesivo, restricción de calorías y líquidos, uso de diuréticos y laxantes, vómitos autoinducidos y hambre (Calvo, 2002; Ray, 2004).

Cabe mencionar el hecho de que la distorsión de la imagen corporal, en estos varones atletas, puede llevarles a padecer un trastorno especular a la anorexia, denominado Anorexia Inversa, que se considera más un trastorno de la imagen corporal que un trastorno de la conducta alimentaria, y se compara con la Dismorfia Muscular. En este trastorno, los varones tienden a percibirse como pequeños o débiles cuando su aspecto real es grande y musculoso. Estos varones pueden negarse a mostrar sus cuerpos en público y a realizar actividades sociales, recreativas y ocupacionales importantes para dedicarse de forma compulsiva a lograr esa apariencia musculosa, que no consiguen ver en ellos mismos, en el gimnasio y, además, abusar de anabolizantes, ingerir proteínas e hidratos de carbono de forma excesiva y llevar a cabo estrictos controles de peso (Handelsman, 2001; Hatmaker, 2005; Kanayama, Barry, Hudson y Pope, 2006; Pope et al., 2000).

En algunos varones, este trastorno, relacionado con una personalidad narcisista, podría ser un trastorno único (Rosen, 2003).

Identidad sexual

A pesar de la presencia de argumentos y opiniones contrarias mencionadas por algunos autores, la gran mayoría de revisiones bibliográficas reflejan el hecho de que parece existir una relación importante entre aquellos varones de tendencia homosexual y los trastornos de la conducta alimentaria. Estos varones presentan un incremento del riesgo a padecer dichos trastornos. Algunos autores hacen referencia, sobre todo, a aquellos pacientes varones con bulimia nerviosa (Carlat et al, 1997; Ray, 2004; Rosen, 2003).

La explicación parece residir en un conflicto sexual que crece rápidamente en el periodo adolescente (Boroughs y Thompson, 2004; Manley et al., 2000).

La insatisfacción corporal, relacionada con un índice de masa corporal más elevado, es la variable crítica en estos varones homosexuales con trastornos de la alimentación, que es algo diferente a la insatisfacción corporal en mujeres, pues involucra tanto el peso como la musculatura corporal (Lakkis et al., 1999; Yelland y Tiggemann, 2003).
Existen autores que hablan de feminidad relacionada con niveles más elevados de trastornos de la conducta alimentaria y no tanto de orientación sexual, pues en la sociedad occidental la feminidad está más relacionada con una mayor importancia a la apariencia (Lakkis et al., 1999; Meyer, Blissett y Oldfield, 2001; Murnen y Smolak, 1997; Strong, 2000).

A su vez, se infieren semejanzas en la estructura del cerebro entre varones homosexuales y mujeres heterosexuales y se argumenta que los varones homosexuales podrían reaccionar frente a estresores ambientales de una manera biológicamente femenina, incrementando así su riesgo a padecer trastornos de la conducta alimentaria (Carlat et al, 1997; Woodside et al., 2001).

También se hace referencia a una baja autoestima en los varones homosexuales debido a la presión experimentada desde la comunidad homosexual por ser atractivo y musculoso. Esto debilita su autoestima y puede originar dichos trastornos (Cervera, Lahortiga, Martínez-González y Alonso, 2003; Gual, Pérez-Gaspar y Enguix, 2002).

Los resultados parecen indicar que en los varones heterosexuales la insatisfacción corporal depende de la medida del índice de masa corporal, mientras que en los varones homosexuales tiene mayor importancia la influencia del grupo. Los varones homosexuales parecen mostrar un índice de masa corporal y autoestima inferiores a los varones heterosexuales, así como niveles más elevados de insatisfacción corporal e influencia grupal. (Hospers y Jansen, 2005; Toro, 1997).

Trastornos mentales

Existe comorbilidad entre trastornos de la conducta alimentaria y los trastornos mentales que aparecen a continuación, sobre todo en aquellos pacientes varones que padecen bulimia nerviosa.

– Trastorno depresivo: es, con diferencia, el trastorno mental que se presenta con mayor frecuencia en varones con trastornos de la alimentación. Hacemos referencia a varones que pueden haber desarrollado un trastorno depresivo antes (la mayoría un año), durante o después del trastorno de conducta alimentaria. Existe una mayor comorbilidad que en mujeres adolescentes (Calvo, 2002; Carlat et al., 1997; Olivardia et al., 1995; Ray, 2004; Rosen, 2003).

Algunas autores plantean el trastorno de la alimentación de forma secundaria al trastorno afectivo argumentando que la falta de enfrentamiento del varón adolescente a este trastorno produciría el dasarrollo de un estado de desinterés por la comida (Crispo et al., 1998; Woodside,et al., 2001).

– Trastornos de la personalidad: aquellos relacionados con el control de impulsos. Hacemos referencia a los trastornos Borderline, Histriónico y Narcisista de la personalidad. Esto, a su vez, correlaciona con el abuso de sustancias (Carlat et al., 1997; Ray, 2004).

– Trastorno Obsesivo-Compulsivo: se encuentran comportamientos focalizados en la comida, en la imagen corporal y en el peso. Algunos autores identifican las preocupaciones sobre el peso y la imagen corporal como obsesiones, y los episodios purgativos como compulsiones (Ranson et al., 1999; Rosen, 2003).

Parece existir mayor comorbilidad de trastorno obsesivo-compulsivo en varones que en mujeres adolescentes y los estudios señalan la persistencia de los síntomas de este trastorno, como miedo a la pérdida de objetos o conductas compulsivas de orden y organización, tras la recuperación del trastorno de conducta alimentaria, sobre todo en pacientes con bulimia nerviosa (Carlat et al., 1997; Olivardia et al., 1995; Ray 2004).

– Abuso y dependencia de sustancias: Principalmente alcohol y cocaína. Diferentes estudios subrayan que la influencia de los trastornos alimentarios en los trastornos motivados por el abuso de alcohol y cocaína parece ser mayor que al revés. Un número substancial de pacientes varones que presentan inicialmente un trastorno alimentario, desarrolla problemas de abuso de sustancias a lo largo del tiempo (Carlat et al., 1997; Franko et al., 2005; Olivardia et al., 1995; Rosen 2003; Woodside et al., 2001).

Familiares

Nos referimos a aquellos factores relacionados con el ámbito de la familia y de las relaciones interpersonales dentro de la misma.

Ambiente familiar

Influye negativamente que en el hogar haya un clima tenso, hostil, agresivo, distante o escasamente afectuoso, con déficit en habilidades de comunicación, que existan conflictos entre los padres e incluso un comportamiento violento entre madres e hijos. Al mismo tiempo, la falta de empatía, las críticas y extremo control de los padres hacia estos varones (basado en interferencias en las experiencias infantiles relacionadas con la autonomía y experimentación), representan variables a considerar en el desarrollo de los trastornos de la alimentación. Dicho ambiente aumenta el riesgo de padecer trastornos de la conducta alimentaria y, a su vez, disminuyen la efectividad del tratamiento (Ray, 2004; Strober et al., 1997).

En cualquiera de estos casos, el varón adolescente no encuentra en la familia el soporte necesario para su correcta adaptación y como consecuencia de ello puede valorar la idea de que controlar su propio cuerpo le aportará la seguridad que necesita (Cervera, 2005, Olivardia et al., 1995).

Historial de trastornos mentales

Una historia familiar de padres con sobrepeso, y trastornos de la conducta alimentaria en un hermano, constituye un importante factor de riesgo en varones adolescentes, sobre todo en aquellos que padecen bulimia nerviosa. Esto puede explicarse tanto por factores hereditarios como ambientales, dado que el varón no sólo está compartiendo una misma dotación genética sino también las mismas circunstancias ambientales y las mismas pautas alimentarias (Carlat et al., 1997; Cervera, 2005; Ray, 2004).

A su vez, una historia de abuso de sustancias o de trastornos afectivos por parte de los padres, también se consideran factores de importancia en el desarrollo de trastornos de la conducta alimentaria en estos varones (Calvo, 2002; Ray, 2004; Strober et al., 1997).
Experiencias traumáticas en la infancia

Sufrir experiencias de abuso sexual en la infancia, así como ser testigos de relaciones sexuales de los padres se consideran factores de riesgo de los trastornos de la conducta alimentaria en estos varones (León y Castillo, 2005; Olivardia et al., 1995).

Pero parece que existen distorsiones de la imagen corporal más severas, de lo que hace años se pensaba, en pacientes que habían sufrido abuso físico en la infancia; su importancia en este aspecto puede ser mayor que el abuso sexual. La presencia de este abuso físico hace peor el pronóstico del trastorno alimentario (Treuer, Koperdák, Rózsa y Füredi, 2005).

Pérdida reciente

Experiencias de pérdidas recientes como la muerte o el divorcio de algún ser querido dentro de la familia, se identifica como un factor de riesgo de los trastornos de la alimentación. Estas situaciones estresantes, que suponen cambios afectivos importantes, pueden producir trastornos emocionales en estos varones adolescentes y facilitar la desorganización de los hábitos alimenticios, dicho de otro modo, pueden precipitar el inicio de un trastorno de la alimentación (Cervera, 2005; Ray, 2004).

Importancia de la imagen corporal en el clima familiar

Varones adolescentes en ambientes familiares en los que la apariencia e imagen corporal son enfatizadas, incrementa el riesgo a desarrollar un trastorno de la conducta alimentaria. La preocupación excesiva por la silueta por parte del padre o la madre o un hermano, o si uno de ellos realiza una dieta restrictiva puede contribuir a un tipo de actitudes que facilitará el inicio de un trastorno alimentario (Cervera, 2005; Ray, 2004).

Los recursos psíquicos y económicos de estas familias se dedican a conseguir que los demás les vean siempre bien y les admiren, sin pararse a pensar si realmente se sienten bien o mal. Es muy probable que estos progenitores presenten dificultades para aceptar su cuerpo y el de sus hijos y transmitan muy poca seguridad en las relaciones interpersonales. Dicho clima familiar genera que los hijos crezcan con un intenso miedo a engordar (Calvo, 2002, Cervera, 2005).

Sociales

Aquellos factores relacionados con variables referentes a la sociedad y a los valores culturales.

Presión hacia el ejercicio físico

Esta presión conduce a los varones a la preocupación por el aspecto físico, la sobrevaloración del cuerpo en el seno de la autoimagen general y les afecta angustiosamente. La mayor parte de los deportes tienen connotaciones masculinas, habiendo sido percibidos estereotipadamente por la sociedad como propios de varones; por otra parte, mencionar que un deportista, cuando destaca, adquiere prestigio entre su grupo de compañeros y ante el sexo opuesto debido a la imagen corporal que se consigue. Esta práctica de actividad física está bastante extendida entre la población general sin necesidad de que los practicantes sean deportistas profesionales, de élite o comprometidos en competiciones. Esta práctica de ejercicio físico por razones de atractivo personal correlaciona positivamente con la insatisfacción a causa de la imagen corporal y con los trastornos alimentarios (León y Castillo, 2005; Rosen, 2003; Toro, 1997).

Influencia de la publicidad

Con el paso del tiempo se experimenta un claro incremento de anuncios de varones en prensa diaria, revistas ilustradas, televisión, carteles urbanos, radio, etc. relacionados con la pérdida de peso, con estar en forma y con la apariencia sexual atractiva. El impacto multisensorial refuerza el mensaje especialmente en varones predispuestos a los trastornos de la alimentación y, actualmente, ya son muchos los que en tales circunstancias, siguen los dictados del mensaje (León y Castillo, 2005; Mangweth et al., 2004; Pope et al., 2000).

Es un ambiente dominado por la publicidad multimedia en el que puede hacerse verdaderamente difícil desobedecer sus sugerencias. Se enfatiza la importancia de la capacidad torácica, brazos y abdomen como ideal de cuerpo perfecto y atractivo para el sexo opuesto y para la sociedad. El prestigio de tal cuerpo ya está enraizado en el medio social. Y esta publicidad no sólo actúa impactando directamente sobre cada adolescente con quien entra en contacto, sino también a través del medio social, es decir, de las personas que comparten la influencia publicitaria. Los estudios sugieren que la presión comparativa social hacia la delgadez fomenta la insatisfacción corporal. Este ambiente repleto de imágenes corporales ideales capta la atención del varón adolescente y supone un factor de riesgo de los trastornos de la conducta alimentaria (Krones, Stice, Batres y Orjada, 2005; Pundik, 2003; Toro, 1997).

Críticas respecto al cuerpo

Representa otro factor de riesgo importante en el desarrollo de los trastornos de la alimentación. Hacemos referencia a varones que han recibido comentarios negativos o burlas respecto a su cuerpo, alguien se ha burlado de ellos llamándoles «gordito», o ha observado como ridiculizaban a otra persona porque le sobraban unos kilos. Estas críticas corporales también pueden ir enfocadas hacia el rendimiento del varón adolescente en alguna práctica deportiva específica, como por ejemplo, el entrenador de natación que le recomienda al varón que vigile su silueta. Además de comentarios negativos referentes al sobrepeso, pueden recibir críticas acerca de alguna parte concreta de su cuerpo que podrían mejorar o cambiar, desarrollando en ellos una preocupación excesiva en torno a su imagen corporal para ser aceptado. Estos varones rechazan su cuerpo porque no se corresponde al que la sociedad presenta como ideal (Calvo, 2002; Cervera, 2005; Mangweth et al., 2004).

Influencia de la cultura

La influencia cultural resulta evidente en el desarrollo de los trastornos de la alimentación. El anhelo de delgadez es un valor plenamente introducido en nuestra cultura e interiorizado por toda la población. La búsqueda de la perfección moral ha sido sustituida por la persecución de la perfección corporal. Una imagen corporal adecuada a las normas de esta sociedad sería para muchos el medio para conseguir valores como belleza, elegancia, prestigio, higiene, juventud, autoestima alta, aceptación social, estar en forma y búsqueda de perfección (León y Castillo, 2005).

Esta situación se inicia en el siglo XIX cuando la vestimenta y la presentación del cuerpo dejan de ser signos de la situación social del individuo para convertirse en manifestaciones de la personalidad individual; pero no reparan en que esa personalidad individual que tanto les preocupa y ocupa no es más que la copia del modelo corporal vigente (Rosen, 2003; Toro, 1997).

Si el narcisismo, entendido como la sobrevaloración exhibicionista y el culto de uno mismo, ha existido siempre desde que el hombre es hombre, nunca como en nuestra época ha quedado asociado a la imagen corporal. Este deseo de imagen adecuada ya no supone en la mayoría de las personas el anhelo de destacar y ser valorado de modo particular, sino simplemente el ser suficientemente aceptado, o incluso el no sentirse rechazado. En estos varones adolescentes, que sufren sus cambios corporales al compás de las influencias culturales, la restricción alimentaria parece el medio prestigiado y establecido de eficacia demostrada, pues pertenecer a esta sociedad genera una inseguridad desmedida ante la posibilidad de que el cuerpo adquiera una forma y un peso por encima de los cánones impuestos (Calvo, 2002; Pope et al., 2000; Toro, 1997).

Anteriormente hemos visto aquellos factores predisponentes o precipitantes implicados en el origen y desarrollo de los trastornos de la conducta alimentaria en varones adolescentes. Al mismo tiempo, resulta importante tener en cuenta aquellos factores mantenedores implicados en la perpetuidad o prolongación del trastorno de la alimentación, una vez que se ha desencadenado el proceso (Ver Tabla 1).

Como podemos observar existen diferentes factores que inciden para que finalmente el varón adolescente desarrolle un trastorno de la alimentación, pero ninguno de ellos es en sí mismo suficiente. Se necesita de una combinación de los distintos factores, que adquiere características particulares en cada caso. Más que pensarlos como factores distintivos que causan un trastorno de la conducta alimentaria es bueno verlos como factores que hacen que una persona, en este caso el varón adolescente, sea más vulnerable para desarrollar dicho trastorno (Calvo, 2002; Cervera, 2005; Crispo et al., 1998; León y Castillo, 2005; Strober et al, 1997).

Tabla  1
Factores predisponentes y mantenedores

Anorexia y bulimia

Intervención

En función de los factores de riesgo vistos con anterioridad planteamos una serie de propuestas de intervención en cada uno de ellos con el fin de disminuir la vulnerabilidad del varón a padecer un trastorno de la conducta alimentaria.

Los objetivos de estas intervenciones son:

– Recuperar la salud y forma física del paciente haciendo que entienda y coopere en su rehabilitación física y psíquica mediante medidas preventivas y patrones de alimentación regular.

– Facilitar recursos cognitivos y conductuales para disminuir las actitudes y conductas disfuncionales relacionadas con su apariencia, miedos y baja autoestima.

– Mejorar su funcionamiento interpersonal y social.

– Fomentar la toma de decisiones y la autonomía así como el reconocimiento de su mundo emocional y de sus necesidades físicas y psíquicas hasta conseguir perfilar su identidad.

Intervenciones

Hacemos referencia a las técnicas destinadas a mejorar y prevenir aquellas variables de riesgo implicadas en el desarrollo de los trastornos de la alimentación.

Personales (Cervera, 2005; Espada, Olivares y Méndez, 2005; Golfein, Devlin y Spitzer, 2000; Labrador, Cruzado y Muñoz, 2004; Roca y Roca, 2001).

Obesidad Premórbida

Un objetivo adecuado sería lograr ejercer un control correcto sobre su alimentación restableciendo el balance energético y modificando los hábitos alimentarios, comportamentales y ambientales. Y, para ello, planteamos las siguientes medidas preventivas:

– Crear un ambiente familiar y social afectivo que promueva la autoestima, la satisfacción con el cuerpo y una imagen corporal positiva.

– Educar acerca de una alimentación sana y equilibrada y crear un patrón de alimentación saludable que incluya el consumo de alimentos variados y comidas regulares bajo un clima relajado.

– Mensualmente, realizar un registro del peso en privado y reforzar de forma positiva o negativa las conductas que lleven a cabo.

– Promover oportunidades para realizar actividades físicas entretenidas con el fin de reducir las actividades sedentarias y hacerle disfrutar del movimiento como algo natural y placentero.

– Enfocar la meta de salud hacia el crecimiento adecuado en lugar de realizar un enfoque dirigido al peso.

– Propiciar conocimientos objetivos sobre las características positivas y negativas de la ingesta cotidiana de alimentos, tanto a nivel físico-corporal como emocional.

– Modificar las concepciones erróneas sobre el aspecto corporal y su influencia en la vida cotidiana de la persona.

– Técnicas de Autocontrol: realizar autorregistros sobre los alimentos ingeridos y los sentimientos y hechos estresantes asociados. Se le pide que se gratifique de alguna manera cuando ha conseguido controlar la conducta de riesgo.

Deporte

Proveer la información necesaria para situar la actividad física del varón en un nivel moderado de forma que contribuya a su salud y bienestar corporal, evitando convertir al adolescente en esclavo de su cuerpo. Proponemos:

– Realizar una actividad física que comience de forma suave y aumentar la actividad hasta alcanzar el nivel de ejercicio ajustado a su salud y posibilidades.

– Eliminar facilidades horarias y recursos económicos implicados habitualmente en la práctica intensa del ejercicio físico

– Ayudarle con comprensión y confianza a conocer su propia realidad biológica y psíquica, sus capacidades y limitaciones infundiéndole seguridad en sus propios valores, de forma que pueda sentirse a gusto consigo mismo y se acepte como realmente es.

– Evitar proponerle metas inalcanzables con arreglo a su capacidad mental o constitución física.

– Brindarle apoyo cuando intenta disminuir su programa de ejercicios a rutinas más razonables.

– Disminuir el entusiasmo y la ansiedad por la práctica deportiva intensa logrando que se interesen por otras actividades artísticas o creativas, lúdicas o reconfortantes menos nocivas para su cuerpo.

– Practicar la meditación y la expresión adecuada de las emociones.

– Afrontar la insatisfacción corporal mediante la toma de conciencia de los pensamientos negativos hacia su cuerpo, la aceptación de los límites de su apariencia corporal y el respeto y cuidado del mismo (Reestructuración cognitiva).

Homosexualidad

Las intervenciones estarían destinadas a:

– Identificar y entender los conflictos emocionales en las diferentes etapas de la vida del individuo. Favorecer la expresión de sentimientos y potenciar la escucha empática. Ejemplo: Entrenamiento en asertividad mediante ensayos conductuales y aplicación de reforzadores

– Reconocer la influencia de los deportes, así como las relaciones familiares y estilos educativos de los padres en el desarrollo de la identidad sexual del varón. Ejemplo: Terapia interpersonal destinada a valorar las relaciones significativas pasadas y presentes del varón así como la cualidad de las mismas (dominancia-sumisión, autonomía-dependencia, confianza-suspicacia) o terapia de familia enfocada hacia el cambio del clima familiar mediante el desarrollo de habilidades de comunicación, autoconocimiento y aceptación de cada uno de sus miembros.

– Explorar sentimientos de soledad, baja autoestima, falta de aceptación personal y grupal, desconfianza, miedo y el afrontamiento de responsabilidades. Ejemplo: Entrenamiento en relajación y toma de decisiones, técnicas de solución de problemas y reestructuración cognitiva.

Trastornos mentales y características de la personalidad

La intervención se centra en la modificación de las distorsiones cognitivas del varón por otras más adaptativas mediante métodos implicados en la percepción de la realidad externa de modo más realista y formas de afrontamiento más adecuadas.

– Explicar al individuo como influyen estos malos hábitos de pensamiento en su conducta, así como el hecho de que se trata de procesos emocionales, no racionales. Describir la relación entre pensamientos y emociones, usando ejemplos concretos experimentados por el paciente.

– Reestructuración cognitiva, que permitirá el cambio de los pensamientos y actitudes que provocan y/o mantienen el problema. Consta de 5 pasos:

– Detectar los procesos cognitivos del paciente.

– Buscar argumentos y evidencias, lógicos y empíricos, que apoyen esos pensamientos (¿Qué te hace pensar eso? ¿Cuáles son las ventajas de mantener esos pensamientos?)

-Buscar argumentos y evidencias que puedan rebatirlos (en lo posible, mediante experimentos conductuales).

– Hacer una lista de las ventajas e inconvenientes de mantener y dejar esos pensamientos y actitudes, a corto y a largo plazo

– Hacerle preguntas para elicitar información que él posee y que contradice a su creencia desadaptativa

– Hacerle ver que puede y que le conviene habituarse a aceptarse incondicionalmente, independientemente de la aceptación de los demás y de sus logros

– Discutir la diferencia entre creencias y hechos

– Utilizar juegos de roles (¿Qué le dirías tú a una persona que…?)

– Que sea consciente de las distorsiones que sufre siempre que le invadan pensamientos negativos

– Que se juzgue a sí mismo en función de las opiniones de personas fiables de su alrededor, de datos objetivos que pueda comprobar.

– Ante conductas de evitación del problema, que actúe en contra de su esquema disfuncional.

– Reestructuración y sustitución por otros más realistas y adaptativos. Distorsiones y Refutaciones cognitivas:

– Hipergeneralización: el individuo extrae una regla general que nunca se comprueba, a partir de un caso concreto, y utiliza términos como nunca, siempre, todo, nadie. Para ello, eliminar los términos absolutos. ¿Tengo suficientes datos para generalizar este pensamiento?

– Designación global: aplica etiquetas globales a clases enteras de personas o acontecimientos y suele usar mensajes peyorativos sobre el propio aspecto, rendimiento, inteligencia, etc. Ante esto, detectar nombres, adjetivos o verbos globales y peyorativos y sustituir estas etiquetas por hechos específicos.

– Filtrado: el individuo se centra selectivamente en ciertos aspectos oscuros de la realidad e ignora el resto. Ve el universo a través de un cristal oscuro. Hacerle ver que debe abrir los ojos y mirar todos los aspectos de la realidad.

– Pensamiento polarizado: cuando juzga todos los actos y experiencias en blanco o negro. Para ello, recordar la gama de grises y utilizar porcentajes.

– Autoacusación: el sujeto se acusa a sí mismo de todo, tenga o no la culpa. Ante esto, juzgar los hechos, no uno mismo.

– Personalización: cuando percibe que todos los acontecimientos tienen algo que ver con él y se compara constantemente con todos los que le rodean. Para cambiar esto, que compruebe las cosas, que no suponga nada y que no se compare.

– Lectura del pensamiento: cuando proyecta sobre los otros los propios pensamientos y sentimientos. Hacerle ver que la única forma de saber la opinión de los demás es preguntándoselo. Que no suponga nada, que es una pérdida de tiempo inventar opiniones.

– Falacia de control: cuando siente que es el responsable de todo lo que le pasa (Hipercontrol) o que el resultado de los acontecimientos está, la mayor parte de las veces, fuera de su control (Subcontrol). Ante la primera manifestación, hacerle consciente de que no tiene porqué culparse de la conducta de otros, que no sea paternalista; ante la segunda, que afronte las situaciones que dependen de él, que no huya de estos acontecimientos.

– Razonamiento emocional: el individuo recurre a las emociones, en lugar de razones, para interpretar la realidad o incluso a él mismo. Para ello, establecer la diferencia entre lo que siente y lo que es y hacerle desconfiar de los sentimientos repentinos que le hacen sentirse mal.

– Abstracción selectiva: relacionada con la Falacia de control. El paciente siente que la mayoría de los acontecimientos relacionados, con el exterior y con él mismo, están fuera de su alcance y focaliza el control de sí mismo en algún hábito, objeto o elemento. «Solamente puedo controlarme a través de…». Ante esto, buscar situaciones que haya controlado anteriormente prescindiendo de ese algo en lo que ahora focaliza, con el objetivo de poner esas conductas anteriores en práctica, y preguntarle evidencias reales de los supuestos que argumenta.

– Pensamiento supersticioso: «si (realizo X conducta) ocurrirá (una consecuencia irracional)». Hacerle ver la irracionalidad e inconsistencia de este pensamiento mediante argumentos empíricos.

– Buscar una conclusión razonable que utilizará para regir su conducta y que reemplazará a las actitudes irracionales responsables de sus conductas y emociones contraproducentes.

Esta conclusión:

– Se redacta en forma de frase, una por cada actitud problemática
– Se utiliza en diversas formas y situaciones
– Se anota en tarjetas que relee con frecuencia

– El individuo debe recitar esta frase cada vez que surge el pensamiento que desea modificar y actuar según ella (en contra de las actitudes irracionales). Y una vez que el paciente lo domina:

– Se le pide que practique la reestructuración cognitiva por sí mismo tan a menudo como sea posible

– Se analizan sus intentos en cada sesión de tratamiento

También se puede aplicar un programa de actividades agradables dirigido a cambiar la cantidad y la calidad de las interacciones del varón, mediante un conjunto de estrategias que incluyen:

– El entrenamiento asertivo
– La relajación
– La toma de decisiones
– La solución de problemas
– La comunicación
– El manejo del tiempo

Intervención mediante exposición y prevención de respuesta:

Seleccionar las conductas de evitación que hay que modificar, identificando los estímulos que las evocan.

Exponer al sujeto a situaciones reales en las que estén presentes los estímulos temidos impidiendo que se produzca la respuesta de evitación.

No terminar la intervención hasta que hayan desaparecido las respuestas de ansiedad.

Infundir confianza al paciente en todo momento de que realmente no se van a producir consecuencias negativas y que su malestar inicial desaparecerá progresivamente.

Familiares (Arranz, Barbero, Barreto y Bayés, 2005; Calvo, 2002; Santo-Domingo et al., 2002).

Ambiente Caótico, Historia de trastornos mentales e importancia de la imagen corporal

Las intervenciones tienen como objetivo el cambio del clima familiar mediante:

– El aumento del autoconocimiento de cada uno de los miembros, que los miembros se conozcan para actuar reflexivamente. Desarrollar las habilidades de comunicación familiar positiva (escucha, relaciones afectivas, sinceridad) y rectificar la comunicación negativa (prescindir de castigos, evitar el chantaje afectivo, aceptar discrepancias y discusiones).

– El fomento de la escucha empática. Aumentar los momentos de cercanía entre los miembros.

– El aprendizaje orientado a eliminar tensiones propias y ajenas, mediante técnicas de reducción del estrés (estiramiento, respiración profunda, actividades de ocio, ejercicio físico, etc.), aceptación de errores y disminución de expectativas dentro del ámbito familiar.

– El descenso del tiempo dedicado al trabajo y las obligaciones

– El cambio del estilo cognitivo y enfrentamiento del mundo emocional. Desarrollar un estilo de pensamiento alternativo, positivo y flexible y regular las emociones mediante la identificación y aceptación de las mismas. Los familiares deben discriminar lo que sienten, sin juzgarse y comprendiendo el significado de las emociones surgidas.

– La definición de roles de cada miembro de la familia. Establecer una autoridad equilibrada que permita a los hijos sentirse protegidos e independientes.

– La facilitación del crecimiento psíquico del varón y de su proceso de maduración y autonomía a través de la aceptación de responsabilidades, toma de decisiones y sentimientos de apoyo y seguridad por parte de los padres.

Experiencias traumáticas en la infancia

Las intervenciones comprenden:

Tratamiento cognitivo de emociones intensas como rabia, culpa, vergüenza, miedo, etc., de modo que aprendan a manejarlas y transformarlas adecuadamente.

Exposición gradual en imaginación o por escrito a las situaciones temidas, comenzando por las más fáciles de afrontar. Enseñarles como afrontar los recuerdos postraumáticos, imágenes mentales, sentimientos y pensamientos negativos sin sentirse abrumado por ellos, reemplazando las imágenes traumáticas por otras más adaptativas, modificando esquemas y creencias asociadas al trauma, facilitando el procesamiento lingüístico y dando un significado existencial al trauma de manera personal.

Pérdida reciente de un ser querido

Intervención basada en la terapia interpersonal que propone como objetivos:

– Valorar la pérdida de forma realista

– Liberarse de las ataduras emocionales de la persona que ya no está

– Sustituir la pérdida por nuevos intereses y por otras relaciones

Y, para ello, analizar la pérdida y hablar con alguien, que brinde apoyo y comprensión, de los sentimientos experimentados en el momento en que se produjo la pérdida y los acontecimientos relacionados con ella.

Explorar posibles sentimientos contraproducentes e inadecuados de rabia, odio, culpabilidad y analizar los pensamientos y creencias asociados, así como su realismo y utilidad.

Sociales (León y Castillo, 2005; Santo-Domingo et al., 2002).

Presión hacia el ejercicio físico, Críticas corporales e Influencia Publicitaria y Cultural

La intervención estará orientada a favorecer los procesos de autonomía y de toma de decisiones, el establecimiento de metas personales y el fortalecimiento de la autoestima mediante:

– Entrenamiento en asertividad mediante ensayos conductuales y refuerzos positivos y negativos

– Técnicas de autocontrol: registro de conductas y sentimientos y autorreforzamiento de las conductas controladas

– Terapia de resolución de problemas examinado las estrategias cognitivas durante el proceso y enseñando estrategias más efectivas, si fuera necesario.

Conclusiones

Las revisiones bibliográficas referentes a la Anorexia y Bulimia nerviosas en varones adolescentes nos revelan:

– La necesidad imperiosa de tomar conciencia, lo antes posible, del incremento del número de varones con trastornos de la conducta alimentaria con el fin de aportar un abordaje psicológico temprano y disminuir los factores de riesgo.

– La existencia de estereotipos de pacientes que padecen trastornos de la conducta alimentaria y su consecuente ignorancia hacia la sintomatología masculina.

– La presencia de diferencias entre varones y mujeres adolescentes con trastornos de la alimentación, que nos indican una mayor focalización hacia el ejercicio físico y búsqueda de eficacia en los varones así como la necesidad de un tiempo más prolongado para percatarse de su problema y recibir tratamiento.

– La obesidad premórbida, el deporte, la homosexualidad, la presencia de trastornos depresivos y obsesivo-compulsivos, un ambiente familiar caótico y con historia de trastornos mentales y la presión social hacia el ejercicio físico, como principales factores de riesgo de los trastornos de la conducta alimentaria en varones.

– La influencia de las variables personales, familiares y sociales en el origen y mantenimiento de los trastornos de la alimentación.

– La importancia de intervenciones psicológicas destinadas a rehabilitar los hábitos alimenticios del varón adolescente y cambiar los pensamientos disfuncionales por otros más adaptativos, con el fin de mejorar el estado físico y psicológico del varón y disminuir su vulnerabilidad de desarrollo de los trastornos de la conducta alimentaria.

Concluimos este trabajo con el objetivo de haber esclarecido los aspectos más desconocidos acerca de los trastornos de la alimentación en varones adolescentes, con la esperanza de atraer la atención del lector hacia este grupo de riesgo que sufre en silencio la tristeza de estas patologías y se incrementa, por momentos, en la sociedad actual.

Es importante que la lectura de estas revisiones ayude a tomar conciencia de la importancia de las medidas de prevención en el origen y desarrollo de estos trastornos.

Referencias

Andersen, A., Watson, T., y Schlechte, J. (2000). Osteoporosis and osteopenia in men with eating disorders. The Lancet, 9219, 1967-1968.

Armas Castro, Manuel. (2007). Prevención e intervención ante problemas de consulta. España. Wolters Kluwert.

Arranz, P., Barbero, J., Barreto, P., y Bayés, R. (2005). Intervención emocional en cuidados paliativos. Modelo y protocolos. Barcelona: Ariel Ciencias Médicas.

Baum, A. (2006). Eating disorders in the male athlete. Sports Medicine, 1, 1-6.

Boroughs, M., y Thompson, J. (2002). Exercise status and sexual orientation as moderators of body image disturbance and eating disorders in males. International Journal of Eating Disorders, 3, 307-311.

Calvo, R. (2002). Anorexia y bulimia. Guía para padres, educadores y terapeutas. Barcelona: Planeta Prácticos.

Carlat, D., Camargo, C., y Herzog, D. (1997). Eating disorders in males: A report on 135 patients. The American Journal of Psychiatry, 8, 1127-1132.

Cassin, S., y Ranson, K. (2005). Personality and eating disorders: A decade in review. Clinical Psychology Review, 25, 895-916.

Cervera, M. (2005). Riesgo y prevención de la anorexia y la bulimia. Madrid: Pirámide.

Crispo, R., Figueroa, E., y Guelar, D. (1998). Anorexia y Bulimia. Lo que hay que saber. Un mapa para recorrer un territorio trastornado. Barcelona: Gedisa.

Espada, J., Olivares, J., y Méndez, F. (2005). Terapia Psicológica. Madrid: Pirámide.

Gil, J. (2004). Psicología de la salud. Madrid: Pirámide.

Goldfein, J., Devlin, M., y Spitzer, R. (2000). Cognitive behavioral therapy for the treatment of binge eating disorder: What constitutes success?. The American Journal of Psychiatry, 7, 1051-1056.

Handelsman, D. (2001). Adonis Complex: The Secret Crisis of Male Body Obsession. The New England Journal of Medicine, 2, 146-147.

Hatmaker, G. (2005). Boys with eating disorders. The Journal of School Nursing, 6, 329-332.

Hospers, H., y Jansen, A. (2005). Why homosexuality is a risk factor for eating disorders in males. Journal of Social and Clinical Psychology, 8, 1188-1201.

Kanayama, G., Barry, B., Hudson, J., y Pope, H. (2006). Body Image and Attitudes Toward Male Roles in Anabolic-Androgenic Steroid Users. American Journal of Psychiatry, 4, 697-703.

Krones, P., Stice, E., Batres, C., y Orjada, K. (2005). In vivo social comparison to a thin-ideal peer promotes body dissatisfaction: A randomized experiment. International Journal of Eating Disorders, 2, 134 – 142.

Labrador, F., Cruzado, J., y Muñoz, M. (2004). Manual de técnicas de modificación y terapia de conducta. Madrid: Pirámide.

Lakkis, J., Ricciardelli, L., y Williams, R. (1999). Role of sexual orientation and gender-related traits in disordered eating. Sex Roles, 1/2, 1-16.

León, M.T., y Castillo, M.D. (2005). Trastornos del Comportamiento Alimentario: Anorexia y Bulimia Nerviosa. (2ª ed.). Jaén: Formación Alcalá.

Lewinsohn, P., Seeley, J., Moerk, K., y Striegel-Moore, R. (2002). Gender differences in eating disorder symptoms in young adults. International Journal of Eating Disorders, 4, 426-440.

Mangweth, B., Hausmann, A., Walch, T., y Hotter, A. (2004). Body fat perception in eating-disordered men. International Journal of Eating Disorders, 1, 102-108.

Olivardia, R., Pope, H., Mangweth, B., y Hudson, J. (1995). Eating disorders in college men. The American Journal of Psychiatry, 9, 1279-1285.

Pope, H., Gruber, A., Mangweth, B., y Bureau, B. (2000). Body image perception among men in three countries. The American Journal of Psychiatry, 8, 1297-1301.

Poyato, J., Sánchez, M., Cañete, R., y Poyato, M. (2004). Actividad física y ciclo menstrual en adolescentes de riesgo de trastornos alimentarios. Acta Pediátrica Española, 3, 99-104.

Pundik, J. (2003). ¡No quiero comer! Un enfoque psicoanalítico de anorexias, bulimias, obesidades y adicciones. Madrid: Filium.

Ranson, K., Kaye, W., Weltzin, T., Rao, R., y Matsunaga, H. (1999). Obsessive-compulsive disorder symptoms before and after recovery from bulimia nervosa. The American Journal of Psychiatry, 11, 1703-1708.

Ray, S. (2004). Eating disorders in adolescent males. Professional School Counseling, 1, 98-101.

Roca, E., y Roca, B. (2001). Terapia Cognitivo Conductual de Fairburn. [en línea]. Consultado 19 Mayo 2006, http://www.comportamental.com/articulos/15.htm

Rosen, D. (2003). Eating disorders in adolescent males. Adolescent Medicine, 3, 677-689.

Sáenz-Herrero, M., del Río, J., y López-Ibor, J. (2003). Atypical anorexia nervosa without body image distortion: based on a clinical case. Actas Españolas de Psiquiatría, 2, 103-105.

Santo-Domingo, J., Baca, E., Carrasco, J.L., y García-Camba, E. (2002). Manual de Psiquiatría. Barcelona: Ars Medica.

Strober, M., Freeman, R., y Morrell, W. (1997). The long-term course of severe anorexia nervosa in adolescents: Survival analysis of recovery, relapse, and outcome predictors over 10-15 years in a prospective study. International Journal of Eating Disorders, 4, 339-360.

Toro, J. (1997). El cuerpo como delito. Anorexia, bulimia, cultura y sociedad. Barcelona: Ariel Ciencia.

Treuer, T., Koperdák, M., Rózsa, S., y Füredi, J. (2005). The impact of physical and sexual abuse on body image in eating disorders. European Eating Disorders Review, 2, 106-111.

Ussery, L., y Prentice-Dunn, S. (1992). Personality Predictors of Bulimic Behavior and Attitudes in Males. Journal of Clinical Psychology, 6, 722-729.

Velilla, J.M. (2001). Los trastornos de la conducta alimentaria en adolescentes varones. Aula Médica Psiquiatría, 2, 1.

Woodside, D., Bulik, C., Thornton, L., y Klump, K. (2004). Personality in men with eating disorders. Journal of Psychosomatic Research, 57, 273-278.

Woodside, D., Garfinkel, P., Lin, E., y Goering, P. (2001). Comparisons of men with full or partial eating disorders, men without eating disorders, and women with eating disorders in the community. The American Journal of Psychiatry, 4, 570-574.

Citar:

Garcí­a, C. (2009, 06 de agosto). Anorexia y bulimia en varones adolescentes: Factores de riesgo. Revista PsicologiaCientifica.com, 11(12). Disponible en:
https://psicologiacientifica.com/anorexia-bulimia-varones-adolescentes-factores-de-riesgo

7 comentarios en «Anorexia y bulimia en varones adolescentes: Factores de riesgo»

  1. A mí me parece que este trabajo es muy bueno porque mucha gente se centra más en la anorexia femenina sin pensar que tanto hombres como mujeres sufren tal enfermedad. Pienso que este trabajo puede servir a mucha gente para entender mejor la anorexia, ya sea en hombres o mujeres.

    Responder

Deja un comentario