Psicología y Conciencia Ecológica: Rol en el desarrollo sostenible

Lilia Mabel Labiano, Eleonora Garcí­a Quiroga.
UNSL. San Luis Argentina

Resumen

La psicologí­a, como ciencia del comportamiento y de los procesos cognitivo-emocionales del ser humano, tiene un rol fundamental en la propuesta y estimulación de conductas de protección hacia el medio natural. Podrí­a decirse que ésta es una de las ciencias más afines al objetivo fundamental del desarrollo sustentable orientado a alcanzar un bienestar humano-planetario. La gravedad de los problemas actuales y los peligros que se vislumbran en un futuro cercano, cuestionan el sentido de nuestra civilización y la idea de progreso. El gran desafí­o actual es lograr este desarrollo sustentable, alcanzando justicia social. El desarrollo cientí­fico-tecnológico y de la comunicación; la globalización de la economí­a, imponen cambios profundos en las interacciones humanas, y en la interrelación ser humano-naturaleza. Este desarrollo tiene un inmenso poder de transmisión simbólica, moldeando y modelando fuertemente la vida intrapsí­quica e interpersonal de los individuos. El mismo se ha orientado con un sentido utilitarista y carente de valores éticos y humanos («subdesarrollo ético») afectando peligrosamente la salud mental y la calidad de vida de las personas. La problemática ambiental actual está inseparablemente unida a una problemática ética y psicológica. El concepto de salud involucra un comportamiento ético hacia el ambiente y hacia nosotros mismos. Una toma de conciencia de las consecuencias bidireccionales que tienen nuestras acciones hacia el mundo exterior y hacia nosotros mismos. A la psicologí­a de la salud le corresponde un papel fundamental en el desarrollo de una conciencia ecológica, de valores éticos y estéticos vinculados a la preservación de la vida; y en la responsabilidad de procurar el bienestar de las generaciones futuras.

Palabras clave: Conciencia ecológica, valores, psicologí­a ambiental.

Reconocer la complejidad del ambiente natural-sociocultural incrementa la necesidad de estudios inter y trans disciplinarios en los cuales el enfoque ecológico seguirá teniendo un rol central. Esto también supone una  demanda de participación cada vez más consciente y responsable de las poblaciones humanas afectadas. La psicología, como ciencia del comportamiento y de los procesos cognitivo-emocionales del ser humano, tiene un rol fundamental en la propuesta y estimulación de conductas de protección hacia el medio natural. Podría decirse que esta es una de las ciencias más afines al objetivo fundamental del desarrollo sustentable orientado a alcanzar un bienestar humano-planetario.

«Nuestra cultura actual corresponde a la prehistoria del espíritu humano y nuestra civilización corresponde a la presente edad de hierro planetaria» – Morin, Ciurana &  Motta (2003).

Formamos parte de ecosistemas que son conjuntos complejos, cuyos elementos interactivos están profundamente interrelacionados. Los mismos comprenden seres humanos, componentes bióticos y abióticos, con cierto grado de retroalimentación interna y una autonomía relativa. Un ecosistema comprende relaciones intra e inter y retroespecíficas entre las diferentes formas de vida.

El ser humano, con un desarrollo cognitivo más diferenciado que el resto de los sistemas vivientes, desarrolla tecnologías con las cuales extrae, reproduce y transforma rápidamente los componentes naturales de los ecosistemas. Las actividades económicas aportan productos/mercancías con valores de uso y de cambio y los intereses económicos están orientados a la ganancia y satisfacción de necesidades primarias y secundarias. Estas actividades e intereses pueden estar, o no, en correspondencia con el equilibrio dinámico de los ecosistemas.

La tecnología ha multiplicado de manera impresionante la capacidad de comunicación, de control y manipulación del ambiente y de los seres vivientes. El trabajo humano es reemplazado por la computación, la informática y la robótica; las materias primas reemplazadas por los materiales sintéticos;  la ingeniería genética impuso masivamente los alimentos transgénicos reemplazando especies nativas.

En este proceso de transformación, el ser humano tiene la posibilidad de elegir la forma  de relacionarse con el ecosistema y  las transformaciones que operará en éste. Los habitantes ricos del planeta, entre otras cosas, alteran el ambiente produciendo grandes cantidades de dióxido de carbono, acrecentando el efecto invernadero y debilitando la capa de ozono. Mientras tanto, los habitantes pobres se reproducen en mayor medida; depredando la vegetación para poder subsistir; aumentando así, las necesidades y el  deterioro del ambiente.

Existen necesidades humanas elementales que son las mismas para todos, independientemente de la cultura y periodo histórico que se considere;  cambiando socialmente la forma en que se satisfacen éstas, o los medios utilizados para satisfacer las mismas («satisfactores»). Y, de acuerdo a la multidiversidad de las culturas humanas cada una de éstas, elige distintos tipos de satisfactores (Max Neef, Elizalde, Hoppenhayn,  1991).

Hace más de diez años que Rees y cols. (1996) calcularon que el consumo humano de recursos naturales excede cada año un 25 por ciento la capacidad de la naturaleza de regenerarlos; una proporción que ha venido creciendo desde 1984, primer año en que la humanidad cruzó ese umbral. «Nuestro planeta necesita un capital natural, como árboles, para proporcionar servicios como agua y aire puros, de los que dependemos». Estos recursos naturales tales como el aire y el agua, requieren ser  protegidos como bienes comunes de la humanidad.

Se impone, en la actualidad, redefinir el éxito económico: en lugar de aumentar la riqueza, aumentar el bienestar (Rees, 1996). A menudo se mide el crecimiento social desde una perspectiva economicista, a través del  PBI. Dicho índice no refleja el grado de bienestar subjetivo  o de calidad de vida de las personas en una sociedad, ni si las necesidades humanas están realmente satisfechas. Desde una perspectiva más amplia, este criterio resulta inadecuado, ya que el mismo no incorpora otras variables básicas tales como: el deterioro del ambiente, la disminución de los recursos no renovables, el costo en salud humana físico y psíquico; sentimiento de bienestar  de las personas.

Naturaleza y sociedad conforman un sistema único inseparable. Los recursos ambientales han sido explotados históricamente por el ser humano bajo el imperativo del beneficio económico inmediato, sin una administración y uso conscientes; sin conciencia acerca de las consecuencias ambientales y humanas del propio comportamiento, elecciones, formas de intercambio económico, etc.

Culturas indígenas precolombinas, como la de los incas de América, dan ejemplo de un equilibrio y racionalidad ejemplar en las relaciones hombre-naturaleza. El funcionamiento de estos sistemas antiguos contrasta con el actual  comportamiento «civilizado», con el gasto bélico irracional de los países  poderosos y cuando una gran  parte de la población del planeta sufre privaciones en sus necesidades más elementales.

La civilización actual está desencadenando fuerzas incontrolables, en cuanto a sus efectos potenciales, sin reflexionar a dónde nos llevarán los cambios que se están engendrando; qué sentido tienen  para la vida  humana y la del resto del planeta. La complejidad de la vida actual requiere un pensamiento que rescate valores éticos universales: solidaridad, igualdad de oportunidades, justicia, salud para todos.

Peterson y Seligman ( 2004), desde la perspectiva de rasgos positivos de carácter, categorizan como «fuerzas  de trascendencia», aquellas que llevan a los individuos a proyectarse más allá de sí mismos, conectándose con un universo mayor (esperanza, orientación hacia el futuro, optimismo; gratitud, espiritualidad, son algunas de las fuerzas que comprende  el sentido de trascendencia).

La perspectiva del tiempo (Corral Verdugo y Piñeiro, 2006) es una dimensión que está directamente relacionada con el compromiso ambiental  de los individuos. Esta dimensión presupone solidaridad intrageneracional, concepto, por otra parte, íntimamente ligado al de generatividad  (Erikson, 1982).

El crecimiento urbanístico desmedido, la sobrepoblación de las grandes ciudades, el uso y abuso de la tecnología actual, aislan al ser humano del mundo natural, desconectándolo de sus propias raíces. Esta situación afecta directamente el bienestar de millones de personas. Actualmente, más de la mitad de la población mundial vive en zonas urbanas.

El desarrollo tecnológico actual, los marcos legales regulatorios, así como la falta de aplicación de éstos, han desencadenado procesos difíciles de controlar (la creación de alimentos transgénicos que contaminan especies autóctonas; las antenas de frecuencia modulada instaladas en centros urbanos; el uso masivo de celulares con la instalación de torres en las ciudades, que aumentan significativamente la radiación electromagnética; el envenenamiento de la tierra y de los alimentos que consumimos, con la aplicación cada vez mayor de agrotóxicos, etc.).

Grana (1997) señala la necesidad de: «Tomar conciencia, es el apoyo y sostén insustituible para efectivizar las responsabilidades que corresponden a cada nivel de decisión, que permita que las personas asuman sus deberes ambientales y, al  mismo tiempo, defiendan  sus derechos ecológicos, reclamando y obligando a que los otros: personas e instituciones civiles y gubernamentales cumplan con sus propios deberes diferenciados en  la preservación y construcción de un ambiente sano».

Una prosperidad sustentable estaría basada en el uso responsable de recursos y en una generación de desechos que no supere la capacidad regenerativa del planeta. Igual de importante es la dimensión social: la verdadera prosperidad sólo es posible cuando la brecha de ingresos entre ricos y pobres es pequeña.

Conciliar el desarrollo económico con la conservación ambiental es posible; estos procesos pueden ser complementarios. Esto requiere  aportes interdisciplinarios y de las ciencias humanas, en particular. Así, podría realizarse un desarrollo sustentable, satisfaciendo las necesidades humanas del presente, sin comprometer la posibilidad de las generaciones futuras de satisfacer las propias. Como expresa Séguier ( 2002): «Mañana no habrá nada duradero sino se piensa en un desarrollo sustentable».

El gran desafío actual es lograr este desarrollo sustentable, alcanzar justicia social; controlar la superpoblación y aplicar los conocimientos tecnológicos en beneficio del planeta y de los seres humanos.

El desarrollo no sólo debería estar orientado a generar más riqueza sino a redistribuirla con mayor sentido de justicia; favoreciendo un nuevo tipo de relación hombre-naturaleza, fundamentado en valores humanos de bienestar y salud, y no mercantilistas o puramente económicos.

«Hay que apostar por el crecimiento de una toma de  conciencia de los límites del crecimiento y la necesidad de desconstruir la economía. Esta apuesta por el decrecimiento no necesariamente debe reflejarse en una resistencia a un poder opresivo, destructivo, desigual o injusto, no debe ser la manifestación de creencias, gustos y estilos de vida alternativos, sino que se trata de una auténtica toma de conciencia sobre un proceso que se ha instaurado en el mundo moderno que atenta contra la  vida del planeta y de la calidad de vida humana» (Leff, 2008).

Reconocer que «la noción de desarrollo es multidimensional (…) tomar conciencia de un fenómeno clave de la era planetaria: el subdesarrollo de los desarrollados crece  precisamente con el desarrollo tecnoeconómico. Abandonar la idea de progreso como certidumbre histórica, comprendiendo que todas las cosas vivas están sometidas a  un principio de degradación y deben regenerarse» (Morin, Ciurana &  Motta, 2002).

Progreso  (del latín: progressus, expresaría la acción de ir para adelante, modificando, perfeccionando, creando): En la actualidad, este concepto es reemplazado por «desarrollo sustentable». Esta idea de  progreso era ajena para los antiguos orientales y los griegos.  La misma se incorpora en la época moderna, con el dominio de la razón y del desarrollo científico, a partir del siglo XVII.

«El antropocentrismo racionalista-positivista y sus valores penetraron la idea de progreso y dieron el sentido de nuestra civilización. La gravedad de los problemas actuales y los peligros que se ciernen sobre el futuro, cuestionan el sentido de nuestra civilización y con ella la idea de progreso» (Grana, 2000).

El desarrollo científico-tecnológico y de la comunicación; la globalización de la economía, imponen cambios severos en las interacciones humanas, y en la interrelación ser humano-naturaleza. Este desarrollo tecnológico tiene un inmenso poder de transmisión simbólica, moldeando y modelando fuertemente la vida intrapsíquica e interpersonal de los individuos. La tecnología,  incorporándose al espacio vital cotidiano, produjo cambios  homogéneos  y generalizados, cada vez más acelerados. Pero este desarrollo se ha limitado, en gran medida, a una dimensión tecnológica y utilitarista, careciendo de un progreso ético y más humano («subdesarrollo ético»).

En este momento histórico, el conocimiento, el poder económico y de decisión, se concentran o monopolizan cada vez más, acentuándose la uniformidad cultural, al mismo tiempo que la xenofobia discriminante. Mientras que la disposición proecológica se caracteriza por la afinidad humana hacia la diversidad biológica y cultural.

«La situación que vivimos y hemos contribuido a crear, reclama una visión más universal y mediata que permita enfrentar y resolver los problemas actuales y los peligros ecológicos  que nos acechan» (Grana, 2000).

Los grupos ambientalistas organizados  (ONGs) representan, en la actualidad, al hombre común que lucha por sus derechos básicos a una vida digna, a un ambiente sano. Casi siempre esta lucha está referida a problemas ambientales urbanos. Estos grupos manifiestan en la actualidad, una amplia gama de valores, desde los más extremos hasta las posturas menos radicalizadas.

Ya que la mayor parte de la población actual está reunida en ciudades, no se puede abogar por «una vuelta a la naturaleza» ingenua, porque es inviable para la mayoría. Se entiende que las propuestas ambientalistas idealmente extremas son difíciles de llevar a la práctica. Sólo algunos grupos aislados pueden realizarlas, por ejemplo: grupos que se autoabastecen, autosustentables y respetuosos de los sistemas vivos y que intentan sobrevivir al margen del sistema socioeconómico imperante .

Valores

Los valores son las fuerzas ocultas que guían nuestras acciones; «las reglas por las que uno rige su vida» ( Mc Kay, Davis & Fanning, 1985). Las pequeñas elecciones cotidianas hasta las grandes decisiones  vitales están determinadas por valores. Las actitudes, las creencias y comportamientos manifiestos expresan el sistema de valores de una persona. La coherencia entre pensamiento, sentimiento y acción se traduce en un proceso de integridad personal.

Nuestra época, signada por el individualismo y el valor económico, es negadora de valores humanos de solidaridad y respeto por la vida. Una actitud existencial basada «en el tener» no «en el ser»; en el consumo, la competición y la agresión del hombre en relación a su propia naturaleza interna, hacia el semejante, y hacia la naturaleza exterior, afecta peligrosamente  la salud mental y la calidad de la vida humana.

La justicia, la igualdad de oportunidades sin consideración de género, raza, nacionalidad, clase social, la solidaridad, son todavía valores utópicos. El predominio del interés económico inmediato, la falta de conciencia ambiental, son factores causales decisivos en la crisis  socioambiental actual.

¿Hasta qué punto podemos hablar de salud en un contexto social con inmensos sectores postergados en sus necesidad básicas de subsistencia, sometidos a condiciones inhumanas? Partiendo de un enfoque sistémico e integrativo es difícil hablar de salud ambiental  si no se dan las condiciones mínimas para una vida humana digna para  todos.

La problemática ambiental actual está inseparablemente unida a una problemática ética y psicológica. ¿Qué valores están guiando nuestra vida civilizada?

Las formas de satisfacer nuestras necesidades existenciales de ser, hacer, tener y estar en el mundo; nuestras elecciones en el plano cognitivo, en el emocional y conductual implícitamente, involucran una dimensión axiológica.

Replantearnos nuestras propias actitudes y acciones cotidianas, que afectan nuestra propia vida, la de los demás y la  vida del planeta.

¿Cómo y de qué nos alimentamos?
¿Qué hacemos con la basura que producimos?
¿Qué programas de televisión vemos?
¿En qué invertimos nuestro tiempo libre?

La construcción y defensa de valores humanistas y «verdes» (religar al hombre con la naturaleza; armonización y respeto por ésta); construir un nuevo tipo de relaciones entre los seres humanos y de éstos con el resto de los seres vivos y el planeta en su conjunto, se imponen con una urgencia prioritaria en nuestro presente. De alguna  forma, el concepto de sostenibilidad o sustentabilidad  busca conciliar las necesidades humanas con las del mundo natural.

Una educación orientada a valorar los recursos naturales que tenemos, valorar la tierra que pisamos y el ambiente físico y social cercano a nosotros,  reconociendo el valor inmanente del  medio ambiente y en relación con el desarrollo y sobrevivencia del ser humano.

Desde una perspectiva socioglobal, «los pueblos de los llamados países periféricos son los más perjudicados por este proceso denominado globalización con incremento de algunos males tradicionales y la aparición de otros: se cierran fuentes de trabajo, surge la desocupación estructural, aumentan las viviendas precarias, decae la atención de la salud, reaparecen epidemias que se habían eliminado y se extienden otras; se elevan los índices de desnutrición  y mortalidad infantil; descienden los niveles de educación y se multiplica la niñez abandonada. Asimismo, la nueva división del trabajo y sus funciones, en este reordenamiento planetario, demanda a nuestros países ser receptores de las industrias sucias y depositarios de residuos tóxicos y nucleares» (Grana, 2000).

La necesidad de proteger y conservar la naturaleza autóctona va más allá de fines didácticos, estéticos o utilitaristas, por ejemplo: preservar los recursos paisajísticos con fines turísticos, viendo a la naturaleza como una mercancía. Esta necesidad responde a una filosofía que restablezca las relaciones de respeto por la vida y la armonía hombre-naturaleza.

Los interes sectoriales monopólicos comprometen severamente el ambiente para las generaciones futuras. La visión parcializada en aspectos económicos, ignorando la biología, la salud y necesidades existenciales básicas, afectan irracionalmente a los ecosistemas.

Concepto de salud

En la actualidad, el concepto de salud está involucrado con un comportamiento ético hacia el ambiente y hacia nosotros mismos. Una toma de conciencia de las consecuencias bidireccionales que tienen nuestras acciones  hacia el mundo exterior y hacia nosotros mismos.

Tomar conciencia del estilo de vida que mantenemos, cuestionar condicionamientos de consumo; reflexionar acerca de la necesidad de modificar hábitos de vida cotidianos son aspectos implícitos en el  proceso de promoción de la salud.

Es sabido que los principales determinantes de  ésta son los hábitos de vida y la calidad del ambiente físico-social más que el acceso a servicios de salud y a variables  biológicas (Informe Lalonde, 1974).

Mantener  un estilo de vida sano en un ambiente saludable son los aspectos que tienen el mayor peso para explicar los resultados en salud. La necesidad de tener mayor conciencia y responsabilidad de lo que producimos y de lo que consumimos, tanto a nivel individual como comunitario. El consumo excesivo e indiscriminado, así también como la insuficiencia de  éste, son extremos incompatibles con la idea de salud.

Se impone la necesidad de que las instituciones orienten acciones psicoeducativas  en forma permanente; incorporar a todas las curricula la ambientalización de las disciplinas,  en todos los niveles de la enseñanza: primaria, secundaria y universitaria. Alentar y reforzar acciones proambientales evitando todo comportamiento que anticipemos sea destructivo para el medio natural y humano (afrontamiento pro- activo). Defender valores, normas y conductas que contribuyan  desde lo local, a preservar la bioesfera terrestre (visión global).

En las condiciones actuales de los países latinoamericanos es difícil hablar de salud cuando la inmensa mayoría de la población no logra cubrir sus necesidades de subsistencia básica, careciendo de políticas preventivas primarias y de protección ambiental.

Una conciencia ecológica se expresaría en un compromiso comunitario con la participación, elaboración y puesta en práctica de políticas ambientales.

Las relaciones de poder mundial determinan que el desarrollo y la calidad de vida de los países periféricos estén condicionados a los intereses de los países centrales. Así mismo, que se sostengan situaciones ambientales catastróficas debido a la irracionalidad y ausencia de voluntad de un sector de seres humanos, respecto a no querer modificar estas situaciones, aún disponiendo de los recursos para hacerlo.

Así, la salud y la calidad de vida están condicionadas, en el presente, al proceso de globalización, a  una política de dependencia económica y a la falta de solidaridad y justicia social. Es en este contexto socio-político-ambiental que debería abordarse la problemática del  bienestar humano.

Conclusiones

El conocimiento científico debería llevar al respeto y armonía del ser humano con el mundo natural; basado en valores éticos de respeto a la vida, anticipando, reflexionando críticamente en las consecuencias potenciales de riesgo que sus aplicaciones tecnológicas tienen para las generaciones futuras.

Es imperativo superar una ciencia fragmentada, parcializada, carente de una visión sistémica y de una reflexión valorativa y teleológica. Asimismo, reafirmar una visión ecocéntrica, sin caer en extremismos, que permita respetar distintas concepciones  ambientalistas. Ya sabemos que el conocimiento fragmentado en su obtención y aplicación inmediata, unido al interés económico ciego, conforma una simbiosis deletérea para el planeta y la salud del ser humano.

A través del desarrollo tecnológico el ser humano ha incrementado exponencialmente su capacidad de transformar el ambiente, pero esto no significa que se arrogue el derecho de no respetar leyes biológicas, ya que, en definitiva, la vida del hombre depende de la existencia de un ambiente biológicamente sano. Reconciliarse con la naturaleza implicará reconciliarse consigo mismo, rescatar la propia armonía y encontrar el propio centro.

Seguramente, el costo de no limitar el desarrollo económico, armonizándolo con la capacidad regenerativa del planeta, va a ser mucho mayor en sus consecuencias que las pérdidas económicas que se pudieran dar en el presente con un cambio en el paradigma actual.

El derecho humano elemental a la salud está supeditado, en la realidad actual, a la más alta concentración de poder, capital y conocimiento al servicio de grupos empresariales,  como nunca  en la  historia humana, conjuntamente con un deterioro ambiental sin precedentes,  miseria y desocupación.

A la psicología de la salud le corresponde un papel fundamental en el desarrollo de la consciencia y responsabilidad de procurar el bienestar de las generaciones futuras. El desarrollo de una conciencia ecológica se vuelve condición imprescindible para una futura sobrevivencia humana, así como el desarrollo de valores éticos y estéticos, relacionados con la preservación de la vida.

La psicología tendrá  que acercarse cada vez más a la biología y a la ética, para contribuir a resolver los graves problemas que nos afligen y que tienen su raíz en tendencias emocionales irracionales, expresadas en conductas (elecciones) erráticas del ser humano tanto de aquellas explícitamente destructivas como de las consecuencias derivadas de la negligencia de su no-acción.

Referencias

Corral Verdugo, V. y Pinheiro, J.Q. (2006). Sustainability, future orientation and water conservation.Science Direct. Revue europêenne  de psychologie appliquée, 56; 191-198.

Erikson, E. H. (1982). The life cycle completed. New York: Norton.

Grana,  (1997). Ecología y Calidad de Vida. Bs As: Espacio Editorial.

Grana,  (2000). Ambiente, ciencia y valores. Buenos Aires: Espacio Editorial.

Guilhou, X. & Lagadec, P. (2002). El fin del riesgo cero. Buenos Aires: El Ateneo.

Lalonde, M. (1974). A new perspective on the health of Canadian. Office of the Canadian Minister of National Health and Welfare. Ottawa.

Leff, E. (2008). Decrecimiento o desconstrucción de la economía. Diario Tierramérica (18-08-08).

Max-Neef,  M., Elizalde, A., Hoppenhayn,  M.(1991). Human Scale Development. Canada:The Apex Press.

Mc Kay, M., Davis, M.,  & Fanning, P. (1985). Técnicas cognitivas para el tratamiento del estrés. Barcelona: Martínez Roca.

Morin, E., Ciurana, E. R., & Motta, R. D. ( 2003). Educar en la Era Planetaria. Barcelona: Editorial Gedisa.

Peterson, C. & Seligman, M.E.P ( 2004). Character Strengths and Virtues. A Handbook and Classification.APA, USA: Oxford, University Press.

Rees, W y cols.  ( 1996 ). Revising carrying capacity: Area- based indicators  of sustainability. Population & Enviroment:A Journal of Interdisciplinary Studies, Vol 17(3) Humans Sciences, Inc.

Séguier,  M. ( 2002). Norte/ Sur. En: Xavier Guilhou, P. Lagadec «El fin del riesgo cero». Bs As: Editorial El Ateneo.

Citar:

Labiano, L. M. & Garcí­a, E. (2010, 25 de marzo).Ambiente y conciencia ecológica. Revista PsicologiaCientifica.com, 12(8). Disponible en: https://psicologiacientifica.com/ambiente-y-conciencia-ecologica

Deja un comentario