Análisis de la violencia juvenil en República Dominicana: Factores de riesgo y prevención

Mayra Brea de Cabral, Edylberto Cabral.
Universidad Autónoma de Santo Domingo, República Dominicana.

Resumen

Se analizan los factores de riesgo asociados a la comisión de delitos juveniles en República Dominicana. Se describe la panorámica social de los jóvenes, examinan estadísticas criminales juveniles y comparan dos grupos de jóvenes de 13-30 años de edad; 50 recluidos por delitos, elegidos por conveniencia y 50 jóvenes y adolescentes «de la comunidad» de zonas heterogéneas. Se utiliza una encuesta de 101 variables y analizan los datos con el SPSS. Se encontró que existen factores estructurales predictores de la violencia y el delito en los jóvenes estudiados, entre ellos: las condiciones socioeconómicas desfavorables, causantes del fracaso escolar y la exclusión social; la desesperanza por la falta de oportunidades, sobre todo los altos niveles de desempleo juvenil y el predominio del empleo informal mal remunerado. La actividad ilícita de los jóvenes es un mecanismo de supervivencia, donde el tráfico y venta de drogas es una respuesta natural ante la anomia social en que cohabitan. Otras variables consideradas de riesgo, fueron: la autoimagen negativa, el consumo de drogas y el «sentirse acorralado”; además, la socialización, la peligrosidad del barrio y la participación en pandillas. Una combinación de factores induce a jóvenes y adolescentes a afiliarse a las pandillas y enrolarse en las actividades delictivas en la búsqueda de identidad y de protección frente a la «desafiliación institucional» y la exclusión social. Finalmente, los autores, quienes abordan la problemática con un enfoque integral y multidisciplinario, recomiendan algunas medidas profilácticas, enfatizando más en las políticas preventivas que en las represivas.

Palabras clave: Factores de riesgo, violencia juvenil, jóvenes dominicanos, exclusión social.

Para fines del presente estudio, se adopta la definición operacional de jóvenes para todas aquellas personas con edades entre los 12 y los 35 años. Se incluye tanto al grupo etario que comúnmente se le denomina “adolescentes”, es decir, individuos situados entre los 12-18 años caracterizados por la búsqueda de identidad, así como también a los que comúnmente se les llama “jóvenes”, de los 19 a 35 años de edad. La Ley de Juventud vigente en República Dominicana considera jóvenes a los 15 a 35 años de edad. Para el estudio de campo se elige una muestra entre los 12 a 30 años cumplidos.

El término pandilla, banda o nación, en ocasiones, se presta a confusión y controversia por su indebida igualación con las organizaciones del crimen organizado. Aquí, sin embargo, se le considera una expresión grupal, cuya principal actividad, no parece ser motivada por el afán de lucro económico como objetivo primordial, sino más bien por estar estructurada en torno a criterios como el poder ejercido sin limitaciones, la pertenencia territorial y el honor grupal (tomado de Flacso-Solis Rivera, 2007, p. 34).

Violencia juvenil: Se define como la conducta intencional que origina daño a los demás o a la misma persona, ejercida por/a los “jóvenes”, pudiendo manifestarse de diferentes maneras y con propósitos diversos. Es el ejercicio del poder o de la supremacía sobre las personas a través de la fuerza física, psíquica, sexual o privativa (OPS/OMS, 2003 y 2006).

Homicidios: Son las muertes intencionales ocasionadas a otra persona.
Tasa de homicidio: El indicador internacional que mejor expresa la criminalidad de un país y representa el número de homicidios por cada cien mil habitantes.

Delito juvenil: El acto de transgredir la Ley por parte de los jóvenes, término relacionado estrechamente con el de violencia.

Drogas: Substancias químicas que, introducidas en el organismo por cualquier vía de administración, producen una alteración del natural funcionamiento del sistema nervioso central y son susceptibles de crear dependencia, ya sea psicológica, física o ambas a la vez. Generalmente, son substancias prohibidas, con efectos estimulantes, sedantes o alucinógenos.

Narcotráfico: Negocio del crimen internacional organizado de venta y distribución de drogas.

Panorámica social de los jóvenes en República Dominicana

La población dominicana está compuesta por 9.88 millones de habitantes para el 2010, según estimaciones del 2009 de la Oficina Nacional Estadística (ONE), y el 66.8% de la misma se concentra en las zonas urbanas. Para el año 2007, de acuerdo a la CEPAL (Panorama Social 2008) el 44.5% de la población vivía en la pobreza y en la indigencia el 21%. El grueso de la población es relativamente joven, ya que el 33.5% posee menos de 15 años, y la población estimada para las edades de 10-29 años representa el 37.9% de la totalidad poblacional. La Tasa de Ocupación para el año 2006 a nivel nacional fue de 54.1% (el promedio de América Latina para ese entonces era de 60.2%), siendo mayor para el sexo masculino que el femenino, del cual el 10.4% de los empleados vivía en la indigencia y el 42.6% del empleo total se efectuaba por cuenta propia. Por otra parte, la Tasa de Ocupación en los jóvenes de 15-29 años en el país fue de 44.7%, una de las más bajas entre 18 países de la región latinoamericana, cuando el promedio ponderado de América Latina rondaba el 54.8% (Datos de la CEPAL del 2008). Se destaca más aún, que el 35.1% de los jóvenes dominicanos ocupados es trabajador informal, lo que es un indicador que dicha población etaria sigue insertándose en empleos de baja productividad y poca calidad, y mucho peor es la situación para el sexo femenino.

Para el 2006, según la CEPAL, las tasas de desempleo o desocupación en los jóvenes de América Latina fue de 12.9%, cuadruplicando a la de los adultos, y en nuestro país alcanzó el 16.2%, una de las más elevadas del entorno.

Según datos de la Encuesta Nacional de Hogares de Propósitos Múltiples, Enhogar (Oficina Nacional de Estadística, 2006), en el país el porcentaje de asistencia escolar de niños de 5 años es de 74%; el de los niños de 6-13 años de edad es 95.5% y el de los niños de 14-17 años es de 88.6%, siendo la participación de la población femenina ligeramente mayor en todos los subgrupos de edades. El principal motivo de inasistencia escolar en niños que nunca asistieron a la escuela es de origen económico, señalándose en segundo lugar, a la falta de documentos legales o certificados de nacimiento. En el Boletín No. 11 de la Oficina Nacional de Estadística de enero de 2009, se muestra que en República Dominicana la proporción de personas que dejó de asistir a los centros educativos constituye el 5.3% de la población que estudia, según la Encuesta Demográfica y de Salud (ENDESA, 2007), observándose oscilaciones que van desde 4.3 a cerca del 10% en los que abandonan en el octavo grado.

El Informe de Desarrollo Humano de la República Dominicana (PNUD, 2008) señala, que del total de estudiantes que cursaron el ciclo 2005-2006 en el sistema educativo dominicano, el 5.3% son repitentes, siendo más elevada la cifra en las escuelas públicas que en las privadas. El principal motivo de deserción escolar en estudiantes de básica y media se le atribuye a causas de tipo económicas (70% en los varones como el “tener que trabajar”) y el 36% en las niñas por razones maritales o de embarazo. Al parecer, la pobreza induce a nuestros adolescentes y jóvenes a la disyuntiva de tener que dejar de estudiar para trabajar, pudiendo de esa manera poder sobrevivir económicamente. Por otra parte, una gran cantidad de niñas quedan embarazadas a muy corta edad, lo que muestra un bajo nivel de educación sexual.

La CEPAL (2008), con gran acierto, considera que en los jóvenes latinoamericanos existe una desafiliación institucional, ya que ni estudian ni trabajan, y al mismo tiempo poseen grandes brechas entre un mayor consumo simbólico (mediante imágenes, símbolos e información) y un menor consumo material (por falta de ingresos propios), con el agravante de la enorme frustración desencadenada por el choque con las propias expectativas, lo que a juicio de expertos, constituye uno de los elementos más detonantes de las altas tasas de violencia en la población juvenil de América Latina, y en ese mismo orden sugieren que se tomen las medidas y políticas que aborden las causas de este fenómeno en crecimiento. Sin embargo, la realidad concreta y los datos existentes al respecto, se contraponen a la línea de acción que debería primar, y tal como lo señala la CEPAL: La educación y el empleo han sido reconocidas como esferas principales y de mayor prioridad, puesto que sientan la base para el mejoramiento de otras áreas. Y sugiere, por otro lado, que “los jóvenes representan una oportunidad para el desarrollo”, habiéndose declarado paradójicamente el año 2008 como Año Iberoamericano de la Juventud, y la Cumbre Iberoamericana de Presidentes llevó el nombre de “Juventud y Desarrollo”. Cabría la pregunta: ¿Se ha actuado en esa dirección propuesta?

Violencia y delitos juveniles

América Latina y el Caribe se consideran una de  las regiones más violentas del mundo por poseer un elevado índice de homicidios según las estimaciones de la Organización Panamericana de la Salud (2006). Los homicidios se encuentran entre las principales causas de muerte en la población de 15 a 44 años de edad (OPS/OMS, Informe Mundial sobre la Violencia y la Salud, 2003 y Estadísticas de Salud en Las Américas, 2006).

El PNUD (2005), el Banco Mundial (2008), la OPS/OMS (2003 y 2006) y otros organismos internacionales y regionales como el BID (2000), la CEPAL (2008) y FLACSO (Rojas Aravena, 2007) declaran la violencia por su magnitud y funestos efectos (costos financieros y sociales) como un poderoso obstáculo al desarrollo de América Latina y el Caribe, la región de mayor desigualdad distributiva del mundo, que no sólo tiene que destinar un alto porcentaje del PIB a este problema, sino que además afecta el capital humano (debilita la calidad de vida y aumenta el miedo e inseguridad) y deteriora el capital social (genera aislamiento y desconfianza organizacional en sentido general).

Datos del Grupo del Banco Mundial (2008) confirman que las principales víctimas de homicidios en esta región son del sexo masculino, principalmente jóvenes entre los 15 y 19 años de edad.

Las muertes por  causas externas en esta zona (homicidios, colisiones de tránsito, otros accidentes, suicidios, etc.) están muy por encima y compiten con las muertes por enfermedades y defunciones naturales.

En la tabla 1 y figura 1 se pueden apreciar la evolución en los últimos años de las causas de muertes en los jóvenes dominicanos.

Tabla 1
Causas de muertes juveniles (12-35 años de edad) de 2006 a 2010 en República Dominicana 

violencia juvenil
Fuente: Elaboración propia a partir de datos del Instituto Nacional de Ciencias Forenses, 2006 al 2010.

 

Figura 1
Causas de muerte en la población juvenil (12-35 años de edad) en República Dominicana, 2006 al 2010 (Valores porcentuales). Fuente: Elaboración propia con base en datos del Instituto Nacional de Ciencias Forenses, 2006-  2010.

Como puede apreciarse, los homicidios constituyen la principal causa de muerte (47%) en la población de 12 a 35 años de edad en nuestro país durante el período 2006-2010. Le siguen en el orden de muertes, las colisiones de tránsito, luego las producidas por otros accidentes diferentes a los viales, los suicidios y muertes indeterminadas, etc., demostrándose que las muertes por causas externas se encuentran muy por encima de las muertes naturales que apenas alcanzan un promedio de 3.5% de la totalidad en dicho período. Durante esos años fueron ultimados con violencia 7,358 jóvenes de 12 a 35 años de edad, lo que representó el 65.5% de todas las muertes por homicidios que acontecieron entre el 2006 y 2010 en la población general del país.

En República Dominicana, la violencia criminal aumentó considerablemente en el interregno 1999-2010. La tasa de homicidio, por ejemplo, se vio más que duplicada, pasando de 13 a 27 homicidios por cien mil habitantes (Cabral & Brea, 1999, 2003; Brea & Cabral 2006, 2007, 2009). Esta explosión de violencia en República Dominicana presenta características muy semejantes a las de otros países del continente, donde se ven mayormente afectados los jóvenes, ya sea en su modalidad de víctimas o de victimarios, y en donde, además, se observa una reducción notable de la edad en la comisión de los delitos.

Si se analizan algunos indicadores socioeconómicos del país, situación semejante a la que padecen muchos otros países de la región, se podría afirmar que constituyen de por sí mismos un caldo de cultivo para el crecimiento de la violencia en los jóvenes. El Índice de Desarrollo Humano (IDH) de República Dominicana nos sitúa en la posición No. 79, dentro de un  grupo de 177 países del mundo, estando clasificada de “Desarrollo Humano Medio” (PNUD, 2008. Informe de Desarrollo Humano 2007-2008). Aun así, el orden que le corresponde por la magnitud de su PIB per cápita (Paridad del Poder Adquisitivo, PPA, estimado en US $8,217) es diez veces mejor que el que se le otorga por su IDH, lo cual muestra un notable rezago en materia de desarrollo humano respecto a los demás países latinoamericanos, incluso, muchos de ellos con menor capacidad productiva que la República Dominicana. Otros análisis, como el de Panorama Social de América Latina del 2008, publicado por la CEPAL (2008), corroboran nuestras desventajas en materia de pobreza, pobreza extrema, desempleo, desigualdad distributiva, entre otros indicadores sociales, circunstancias que afectan de manera decisiva a la población más joven, la más sensible, cuya falta de oportunidades en general le impide permitir salir de la pobreza.

Otros problemas que se añaden y agravan la situación en el país lo constituyen el tráfico y consumo de drogas y el consumo de alcohol en la población juvenil, fenómenos que  junto al uso de las armas de fuego se convierten en los tres principales facilitadores de violencia en los últimos años.

El 14 de enero del año 2009, un prestigioso periódico de circulación nacional presentó la noticia de que el país se consolidaba como distribuidor y consumidor de drogas, ya que aumentaba la cantidad y variedad de narcóticos confiscados por las autoridades y el número de los detenidos por sus vínculos con las drogas. El número de personas detenidas superaba las 21 mil en el 2008, con un incremento de más de 600% en los últimos cuatro años de acuerdo a los datos de la Dirección Nacional de Control de Drogas (Clave Digital, 2009).

Del 1988 al 2006 (en 18 años), en República Dominicana fueron sometidos por drogas 59,418 personas (un promedio diario de 9). En un solo año, en el 2009, se detuvieron por drogas más de 24 mil personas (promedio diario de alrededor de 65), entre ellas, más de 17,000 jóvenes, según datos de la Dirección Nacional de Control de Drogas (DNCD) para el año 2009.

La Encuesta Nacional de Drogas, realizada en el 2008 por el Consejo Nacional de Drogas (CND) con estudiantes de básica y media, mostró una prevalencia de consumo de alcohol de 63.8%, cuya edad promedio fue de 14 años, con un riesgo de 74% para embriagarse, y el 48% que consumió bebidas energizantes. También se mostró en la población estudiantil una prevalencia de drogas ilícitas de 3.3%, cuya edad de inicio es antes de los 12 años, aumentando en el 2008 el consumo de marihuana, cocaína y estimulantes respecto a los años anteriores. Las drogas ilícitas forman parte del negocio del crimen organizado transnacional y constituye una opción económica para muchos jóvenes que deciden obtener dinero más fácil. Con frecuencia se producen tiroteos y peleas entre bandas juveniles que se disputan el control por los puestos de distribución de drogas, otros jóvenes, en cambio, apelan a conductas delictivas para poder mantener su consumo.

En la tabla 2 se muestra el número de menores sometidos por la Policía Nacional al tribunal de Menores durante un período de 9 años consecutivos (del 2001 al 2009). Por razones de drogas hubo un incremento de 287%, al pasar de 167 arrestos a 646, fenómeno que se ha más  que triplicado; esto va acompañado de un incremento en más de 191% en el porte de armas de fuego en la población de menores de edad durante dicho período.

Tabla 2
Menores sometidos por la Policía Nacional al Departamento  de Protección al Menor, según delitos
durante el 2001 al 2009 en República Dominicana

Fuente: Elaboración propia con base en datos de la Oficina Nacional de Estadísticas y de la Policía Nacional del 2001 al 2009. Sólo incluye el Distrito Nacional y la provincia de Santo Domingo.  *Otros: Malas conductas, declinados, extraviados, operativo e investigación, banda o nación, polizonte, ritos satánicos, asociación de malhechores.

 

Es evidente, que el narcotráfico ha sabido socavar y corromper ampliamente las instituciones del país y penetrar en el tejido social juvenil con mucha inteligencia.

Investigaciones relevantes sobre la violencia juvenil como antecedentes del estudio realizado

Factores estructurales-socioeconómicos 

Analizar la violencia juvenil es tratar de interpretar la dinámica a la que se enfrentan los jóvenes en Latinoamérica, los factores que originan y los que protegen contra la violencia, así como las razones que inducen a muchos jóvenes a integrarse a pandillas y a transgredir la Ley.

Lo primero que se revela en los estudios realizados es el carácter masculino de la violencia, observándose altas tasas de homicidios y la comisión de mayor cantidad de delitos en los varones respecto a las del sexo femenino, aún a pesar de que las estadísticas podrían ocultar el hecho de que en América Latina una de cada tres mujeres ha sido víctima de violencia física, psicológica o sexual por parte de la propia familia, de acuerdo a aseveraciones de la OPS/OMS (2003). Las marcadas diferencias de género con relación al predominio de la agresión son atribuidas generalmente a razones de tipo biológico (hormonales y fisiológicas), y a otras de índole económicas y de socialización cultural (Organización Mundial de la Salud, 2003; CEPAL, 2008).

Pero, con relación a la violencia juvenil, en sentido general, siempre se destacan en la literatura internacional la importancia de los factores estructurales de tipo socioeconómicos para desentrañar al fenómeno de la violencia, tales como la pobreza o el incremento de la pobreza, la desigualdad que conlleva a la exclusión y la marginalidad, y sobre todo al efecto que la privación-frustración desencadena en el comportamiento individual y grupal. Existe una relación muy estrecha entre violencia y desigualdad. A mayor desigualdad social, mayor tasa de violencia y viceversa (Fanjzylber, 1997 y Fajnzylber et al., 2000). Se atribuye, además, una fuerte asociación entre el ciclo económico, el desempleo, el subempleo, la baja remuneración, el nivel educativo o la ausencia casi total de oportunidades económicas y sociales con el fenómeno de la frustración-violencia (por la insatisfacción de las necesidades) en los grupos excluidos o menos favorecidos de la sociedad.

América Latina es la región de mayor desigualdad de ingresos en el mundo y esta profunda desigualdad genera, sin lugar a dudas, tensión social. Se ha demostrado que los incentivos económicos son uno de los factores más importantes para el robo, el asalto callejero, el secuestro y el robo a mano armada (Buvinic, Morrison y Orlando, 2002). La pobreza en sí misma, cuando se le interpreta en sentido clásico como una simple falta de oportunidades, quizás no cause directamente violencia (Arriagada y Godoy, 2000 y Fajnzylber, Lederman y Loayza, 2001), sin embargo, origina sentimientos de frustración y estrés, que en combinación con otros factores pueden desencadenar comportamientos violentos, por ejemplo, si además del desempleo (exclusión económica), se suma el hacinamiento en los barrios urbanos recién conformados con intensa ruptura del capital social (Buvinic, Morrison y Shifter, 1999),  la influencia de los medios de comunicación que incentivan frecuentemente la violencia, el individualismo, consumismo desenfrenado, entre otros, y la presencia real de los factores facilitadores del crimen organizado, la droga, el alcohol y las armas de fuego.

En Latinoamérica, en los barrios más pobres y en algunos casos de reciente formación en las ciudades, se registran altos niveles y tipos de violencia superiores al resto del área urbana (Organización Panamericana de la Salud, 1996; McAlister, 2000, citado por Buvinic, Morrison, y Orlando, 2002).

Estudios comparativos realizados por Cabral y Brea (1999, 2003 y más recientemente en 2009) en relación a las tasas de homicidio de varios países, muestran una  fuerte asociación entre el lugar que la mayoría de las naciones (desarrolladas y en desarrollo de América y de Europa) ocupaban en cuanto a su tasa de homicidio y la posición según su nivel de ingreso, la distribución del ingreso, los niveles de pobreza, el crecimiento del ingreso per cápita, el gasto social en relación al PIB, el gasto social per cápita, la tasa de analfabetismo y el desempleo. Por otro lado, dichos autores también relacionan algunas variables socioeconómicas en República Dominicana (el incremento porcentual promedio del PIB/Cápita Realla tasa de inflación y de desempleo) con las tasas de homicidio durante el período del 1981 al 2008, encontrándose que en las fases de expansión a mayor crecimiento del Producto Interno Bruto per Cápita Real menor es la tasa de crecimiento de los homicidios, siendo esta última incluso negativa en periodos prolongados de alto crecimiento económico. En cambio, aumenta estrepitosamente la violencia en los períodos de bajo crecimiento económico, caracterizados por la elevación de las tasas de desempleo e inflación y el  rápido crecimiento de los niveles de pobreza (Brea y Cabral, 2006 y 2009).

La socialización de los jóvenes. Factores familiares, sociales e individuales y el proceso de identidad.

La familia

En los estudios efectuados por Thornton et al. (2000) se señalan algunos factores de riesgo provenientes de los padres, entre ellos: La conducta delictiva y violenta, el uso indebido del alcohol y drogas, el maltrato y abandono infantil, la disciplina severa o incoherente, la falta de interacción emocional entre padres y  niños, y la falta de supervisión por parte de los padres (Patterson, Reid, y Dishion 1992; Buka y Earls 1993, Widom 1992, cit.: Thornton et al., 2000). Muchas otras conductas están asociadas también con la conducta infantil violenta, aunque no están relacionadas directamente con la crianza, entre las que se citan: la falta de comunicación entre los cónyuges, los conflictos maritales, el divorcio, el aislamiento social, la depresión o el estrés padecido por los padres (Buka y Earls 1993; Tolan y Guerra 1994, cit.: Thornton et al., 2000). Un alto porcentaje de delincuentes sexuales juveniles pudieron haber sido víctimas de violencia durante su infancia (Feindler y Becker 1994, cit.: Thornton et al., 2000). Es bien conocido, que los estilos autocráticos de crianza fomentan de igual manera la agresividad en los hijos y desestimulan la creatividad cognitiva.

Niños criados en familias monoparentales son propensos a tener mayor riesgo de violencia (Henry et al, 1996). Thornton y colegas (2000) refieren además, que en el estudio de Patterson, Reid, y Dishion (1992) se determinó que las madres solteras pobres, quienes enfrentan numerosos desafíos y situaciones de estrés, tienen mayores posibilidades de desarrollar patrones de comportamiento que pueden ocasionar conductas violentas en sus hijos.

Agrupaciones e identidad

A medida que el niño crece e interactúa con su entorno social, desarrolla sus capacidades cognitivas y sociales, va asimilando experiencias en su relación con el medio que le rodea. De esa interacción adquiere los valores, creencias y conductas durante su propio proceso de aprendizaje.

Se ha encontrado que la influencia de los amigos delincuentes está relacionada con la violencia en los jóvenes (Thornberry, Huizinga, Loeber, cit. en: Howell et al, 1995).

Muchos autores coinciden al señalar, que el fenómeno de las pandillas juveniles no es nuevo, sino que lo novedoso es la complejidad que adopta, cuya preocupación radica en que un problema urbano se convierte en redes de afiliación y violencia sistemática, ya que el abandono social y la falta de referentes de socialización terminan convirtiéndola en organizaciones transgresora de la Ley (Cruz, 2004, citado por Wielandt, 2005). La socialización de los jóvenes puede estar determinada por la construcción de una identidad forjada en las pandillas, las cuales se originan en espacios, barrios o comunidades de precariedad socioeconómica con violencia social y criminal como elemento de potenciación (Wielandt, op. cit.).

Wielandt (2005) considera que la aparición de pandillas se relaciona con la desconfianza institucional y la carencia de espacios de participación que orienta hacia la vida criminal. Según Wielandt (2005): “… la fragmentación y la segregación social, así como la ruptura de la estructura familiar, son un caldo de cultivo para la generación de las pandillas e inserción de los jóvenes a ellas, ya que los miembros de pandillas son personas que no contaron con los recursos ni las atenciones sociales necesarias para que sus vidas se orientaran por las vías productivas y de desarrollo para ellos mismos y para su comunidad“. Dentro de este enfoque, Wielandt destaca el escenario de la socialización a través de la cultura de la violencia, al señalar que “la participación de muchos jóvenes en la violencia criminal y el tráfico de drogas, está orientado por la intensa presión cultural de obtener ganancias económicas para satisfacer altos patrones de consumo“. Por otra parte, menciona los bajos niveles de educación que llevan consigo mismo la escasa posibilidad de obtener empleo y oportunidades en general, lo que potencia aún más la violencia juvenil.

Otros expertos señalan a la cultura de la violencia como el modelo social predominante, cuyos únicos repertorios de respuestas son posibles a través de ciertos estilos de comportamiento, permisividad hacia las armas y el aprendizaje del uso de la violencia, siendo este el patrón de socialización de nuestros jóvenes. Asimismo, Wielandt alude que los procesos de exclusión, de abandono social de las comunidades y la carencia de servicios básicos de educación, de formación técnica y profesional, de empleo adecuado, de prestaciones y seguridad social contribuyen a crear subculturas, dada la misma fragmentación social. Esas subculturas se desenvuelven en función de las identidades que tienen un impacto en el control del espacio público, o la apropiación de un territorio. Todo esto asociado a los efectos del crecimiento urbano desordenado y en condiciones de profunda pobreza, que caracteriza a una gran mayoría de países en Latinoamérica.

En una investigación realizada por Brea y De Moya (1983) con una muestra de 287 jóvenes y adolescentes de 12-21 años de edad en República Dominicana, 137 institucionalizados por delitos y 150 de un grupo control (no institucionalizados), se describió el perfil de los jóvenes institucionalizados de la siguiente manera: de baja escolaridad, más frecuentemente desertores de la escuela a temprana edad, quienes tenían que trabajar, ya que sus familias no podían mantenerlos económicamente y cuyas aspiraciones eran más elevadas que las que sus propios recursos podían proporcionarles; poseían, además, baja autoestima y ligeramente peores relaciones familiares que la muestra control (no institucionalizada); además, se caracterizaron por el ausentismo de la figura paterna en el hogar. Dicha población se distinguía por su constante asistencia a fiestas, discotecas y barras como principal forma de diversión y recreación, a lo que hoy día generalmente se le llama “vacilar”.

Por otro lado, Castillo, Godoy y Álvarez (2006) refieren que en Guatemala las actitudes agresivas de los miembros de pandillas se debe a la débil construcción de la autoestima e identidad y a la necesidad de pertenecer a grupos, y al mismo tiempo a las frustraciones por la falta de oportunidades (educativas, sociales, laborales, etc.), por lo que pertenecer a pandillas les llena un vacío existencial, que no es suplido ni por la familia ni por las políticas Estatales. En ese mismo sentido, Barrios, L. (2004) considera a las naciones como una forma de resistencia de los sectores oprimidos frente a las clases dominantes, lo que implica un proceso de desconstrucción, construcción y reconstrucción de una identidad colectiva.

Por otra parte, Santamaría (2006) apunta que: “La pandilla ofrece sin duda un espacio potencial para la generación de capital social: genera un sentido de pertenencia, crea reglas o normas de convivencia que derivan en beneficios para el grupo y establece redes de solidaridad entre sus miembros. La pandilla (llámese mara, parche, barrio o banda) representa el lugar de socialización de cientos de jóvenes que han perdido los conectores “tradicionales” como la familia, la escuela o el espacio de trabajo“.

José Miguel Cruz (2004, 2006) refiere que los jóvenes buscan en las pandillas “… un espacio de interacción y ejercicio de poder…“; de igual manera, buscan “lo que la sociedad, a través de su comunidad inmediata y la familia, ha sido incapaz de proveerles“. Se penetra a las pandillas, porque éstas ofrecen apoyo en un contexto de exclusión, abandono e inseguridad; de ahí, la importancia de estudiar el capital social, sus exclusiones y factores microsociales de socialización y la construcción de la identidad en los jóvenes.

En investigaciones realizadas en República Dominicana por Miric (2008) y De Moya et al. (2008) con jóvenes de 15-24 años, miembros de naciones, gangas y pandillas de sectores marginados, se encontró ciertas características de origen familiar y un alto índice de deserción escolar, cuyas principales razones para pertenecer a esas organizaciones fueron las variables económicas (39%) y los problemas judiciales (16%); además de que los jóvenes invertían tiempo y recursos en prepararse en áreas en las que no suelen conseguir trabajo, y laboran en empleos de muy baja remuneración para lo que no están capacitados, mostrándose las propias deficiencias del sistema educativo y las pocas oportunidades de inserción laboral como algunos de los obstáculos que mayormente interfieren con la realización de las aspiraciones de prestigio y poder social de estos/as jóvenes en el contexto de las estructuras sociales establecidas y aceptadas, y quienes deciden involucrarse a la vida delictiva como una alternativa de subsistencia; y sobre todo denegación o inconformidad por ser entes marginados. No obstante, estos investigadores descubrieron el impacto positivo y “a favor de la vida” que produjo en esos mismos jóvenes, un programa piloto de animación sociocultural relacionado al VIH/SIDA que se ejecutó durante dos años consecutivos con muy buenos resultados, logrando transformar las actitudes agresivas de esos jóvenes en prosociales y procomunitarias, y que lamentablemente, por la falta de visión y de políticas de apoyo institucional, ese programa juvenil tan significativo fue eliminado.

En otro estudio, efectuado en 1998 por la Defensoría del Pueblo en Centros Juveniles del Perú (citado por Morales Córdova, 2004), se encontró que el 85% de los 467 adolescentes internos bajo cargos penales, provenían de condiciones socioeconómicas muy desfavorables y extrema pobreza, padecían de grandes deficiencias educativas, con baja o nula instrucción formal, índices de retrasos y significativa deserción escolar. Al mismo tiempo, el 62% procedían de familias incompletas (falta del padre) y con una desintegración familiar incapaz de garantizar los mecanismos de control; se caracterizaron por el alto consumo de drogas, una inadecuada y precoz sexualidad, poseían, además, dificultades para reconocer y respetar las normas y un bajo control emocional.

Los estudios arriba mencionados ponen al descubierto que las precarias condiciones socioeconómicas, generalmente acompañadas por un déficit educativo, familiar, sociocultural y cognitivo, emotivo-personal, pueden considerarse en todo su conjunto y multicausalidad como reales y potenciales factores de riesgo y de vulnerabilidad delictiva en los jóvenes.

Un investigador en Norteamérica, John Hagedorn (2006, citado por ASDI, 2007), al referirse a los factores que contribuyen a la globalización de las pandillas, señala, entre otros aspectos: Al fenómeno de la urbanización desorganizada; a la retirada del Estado como consecuencia de políticas neoliberales y el recorte de políticas asistenciales que han fomentando una serie de vacíos ocupados por las pandillas delictivas que cuestionan el monopolio de la violencia del Estado; al fortalecimiento de identidades culturales alternativas que se ha convertido en un método de resistencia a la marginalización en los jóvenes; a la polarización económica y los crecientes grados de desigualdad y marginalización de esos sectores, para finalmente considerar a los flujos migratorios y minorías étnicas y de inmigrantes marginados y geográficamente segregados como factor importante en la aparición de las pandillas.

Contrario a lo que plantea la gran mayoría de estudiosos del tema de violencia y pandillas juveniles, Rubio, M. (2003, 2006) en sus estudios realizados en Honduras, Nicaragua, Panamá y República Dominicana, muestra en una población de 8,500 adolescentes de 13 a 19 años de edad, escolarizados y no escolarizados de diferentes estratos sociales que fueron encuestados entre el 2002 al 2005, que la falta de disciplina y autocontrol son los principales factores que inducen a iniciarse en dinámicas violentas y no la situación económica o la pobreza, y que el infringir normas y leyes producía una fuente de excitación y aventura en dichos jóvenes. Al respecto, otros autores, sin embargo, observan que más que la falta de autocontrol en los jóvenes, la aparición de las maras está determinada por la “falta de organización y control comunitario”, señalando a la desorganización social propia de un crecimiento urbano descontrolado y acelerado como uno de los factores determinantes en la aparición de estas agrupaciones juveniles (Discusión efectuada en el Seminario Crimen y Violencia en el Istmo Centroamericano, celebrado por el BID en mayo del 2007).

El ingreso a pandillas es comúnmente asociado a la existencia de familias conflictivas, de poca supervisión de adultos, el haberse fugado de la casa, el no estar escolarizado, haber iniciado su actividad sexual precozmente, proceder de barrios con presencia de pandillas, carecer de oportunidades de trabajo y de movilización social y estar cercano a un grupo que ofrece “incentivos negativos”, como drogas y alcohol (Thornberry, Huizinga & Loeber, 1995; Gore y Eckenrode, 1994; Buvinic y Morrison, 2000; Krieg, Dahlberg, Mercy, Zwi y Lozano, 2003; Castillo, 2004; Flacso-Solis Rivera, 2007; Banco Mundial, 2007). No obstante, es necesario resaltar, que de acuerdo a las cifras ofrecidas por los organismos internacionales, solamente cerca de un 5% de los jóvenes latinoamericanos pertenece a bandas o pandillas antisociales, cifras que estarían muy por debajo en relación a la población total y el porcentaje de jóvenes que viven en la extrema pobreza y marginalidad.

Estudios con jóvenes de Nicaragua y Costa Rica muestran algunas cualidades de los miembros de pandillas que pueden ser modificadas en beneficio de la colectividad, como su amor por el territorio, su capacidad para actuar organizadamente, su dedicación y disciplina para llevar a cabo tareas asignadas, su creatividad artística y su voluntad frente a la adversidad. Se ha comprobado que parte de las tareas pendientes con los jóvenes de pandillas, es reforzar el trabajo en la construcción de la identidad a partir de una visión de futuro, mejorar las condiciones de bienestar de la comunidad y aumentar los niveles de relaciones interpersonales, dado que éstos en última instancia, son causales de violencia. (Flacso- Solis Rivera, 2007)

Otros estudiosos del tema han reportado el rol que juega la pandilla, uno, para atemorizar hacia el exterior y otro de protección hacia lo interno. Por lo general, la pandilla ofrece a sus miembros protección y seguridad, tanto en lo material como en lo psicoemotivo, y precisamente, lo que la sociedad no les brinda en particular. Por ejemplo, Ranum (2006) en Guatemala encontró entre las principales motivaciones para entrar a las pandillas, a: Los problemas familiares (40%), seguido por lo que identifican como el “vacil” (33.8%); en un 7.7% por la influencia de los amigos, otro 4.6% dijo ingresar por necesidad de protección o de respeto; 1.5% por las dificultades económicas, mencionando el resto otras razones.

En cambio, Cruz y Portillo (1998) citado por Santacruz, Concha-Eastman y Cruz (2001) en El Salvador, señalan que alrededor de la mitad de los jóvenes que entrevistaron en su estudio se afiliaron a las pandillas por “vacilar”, término que significa búsqueda de distracción o actividad impetuosa; el 10% por problemas familiares; 10.3% por la influencia de los amigos y el 9.3% por la falta de comprensión familiar.

Estudio de campo realizado

Marco teórico conceptual y variables del estudio de campo

A partir de una concepción integral y sistémica de los factores biopsicosociales responsables del comportamiento humano y social, se asume en esencia el enfoque de salud pública con algunas modificaciones, adoptándose el modelo ecológico y multifactorial de la violencia definido por la OPS/OMS (1999 y 2003), que sugiere que la violencia es el resultado de la interacción recíproca y compleja de los factores individuales, familiares, de la socialización comunitaria, y de los factores sociales globales (socioeconómicos, culturales y ambientales). Este modelo, con sus limitaciones, es el más práctico para explicar la problemática de la violencia juvenil y para el diseño de políticas públicas efectivas para contrarrestarla.

Objetivo general del estudio

Se pretende identificar los factores de riesgo relacionados a la comisión de delitos y la violencia en un grupo de adolescentes y jóvenes dominicanos.

Objetivos específicos

– Analizar la relación entre la comisión de delitos (delincuencia juvenil) y los factores individuales-personales, familiares y de la socialización comunitaria en dos grupos de jóvenes procedentes de sectores socioeconómicos bajo y medio de zonas urbanas de la capital, de Santo Domingo Este y del municipio de San Cristóbal.

– Indagar los motivos y situaciones que estimulan a los jóvenes a afiliarse a las naciones, bandas o pandillas, y a elegir la violencia como modo de vida y mecanismo de subsistencia.

Diseño del estudio

Es un estudio exploratorio, analítico y comparativo, que utiliza como técnica para la recolección de información una encuesta y entrevistas, realizada por especialistas previamente entrenados.

Selección de la muestra

Se escoge una muestra no probabilística hacia finales del año 2008, de 100 individuos con edades comprendidas entre 12 y 30 años, segregados en dos grupos. Un primer grupo de 50 adolescentes y jóvenes, a quienes se les denominó “internos, recluidos o institucionalizados”, 45 de ellos se encontraban recluidos por cometer algún tipo de delito y 5 jóvenes que vivían en “situación de calle” en ese momento, y quienes estuvieron en varias ocasiones recluidos por transgredir la Ley. Este grupo fue elegido por conveniencia de los centros de internamiento. Por otro lado, se elige otro grupo de 50 adolescentes y jóvenes “de la comunidad”, quienes vivían en sus respectivos hogares al momento de la encuesta. El criterio de selección era entrevistar diariamente a un número de internos y de jóvenes de la comunidad que cumplieran con las condiciones señaladas para los dos grupos. En total se encuestó 71 varones y 29 hembras.

Aunque las encuestas se aplicaron en las zonas urbanas del Distrito Nacional de Santo Domingo Este (en el entorno turístico de Boca Chica) y del municipio de San Cristóbal, los participantes procedían de sectores muy heterogéneos. Los encuestadores fueron psicólogos y estudiantes de término de psicología previamente capacitados; para el caso de los internos, los encuestadores habían iniciado trabajos de pasantía en los centros de reeducación, meses anteriores al estudio. Al seleccionar a los participantes, se les preguntaba si podían contestar un cuestionario sobre los estilos de vida juvenil, asegurándoles el anonimato y la confidencialidad de sus respuestas.

Los lugares de aplicación de la encuesta y entrevistas fueron: el Centro Penitenciario Cárcel Modelo de Najayo para Adultos y otros dos centros de Atención Integral de Menores, entre ellos, el Centro de Reeducación de Niñas Santo Domingo y el Centro de Reeducación de Menores de San Cristóbal. Los 5 “Jóvenes de la Calle” se entrevistan en la urbe de Boca Chica, una zona turística de la capital (Santo Domingo Este), precisamente en el mismo lugar en que acostumbraban deambular por las calles. Estos asistían con frecuencia a un programa de asistencia ambulatoria para niños-jóvenes de la calle. Los 50 adolescentes y jóvenes de la comunidad se seleccionan en el ámbito comunitario cercano al hogar, en lugares públicos (centros educativos, comerciales o de distracción, en las plazas de los cines, cafeterías, alrededor de iglesias, etc.), procediendo de la misma manera que con el primer grupo, a diferencia de que los encuestadores eran psicólogos y pasantes desconocidos para ellos, quienes le solicitaban su contribución a través de su participación en un estudio juvenil de la universidad estatal.

Instrumento utilizado y determinación de variables 

La encuesta se aplica individualmente mediante una entrevista o en forma autoaplicada por cada participante, marcando por escrito con una X en los casos de opciones con preguntas cerradas o respondiendo las preguntas abiertas. Se les leía previamente las instrucciones, aseguraba el anonimato y completa confidencialidad, motivándolos a responder con la mayor veracidad posible, ya que se trataba de un estudio científico. El tiempo de duración del llenado de la encuesta oscilaba entre 30 minutos y 1 hora.

El cuestionario fue sometido previamente a una validación de tres expertos (análisis de las preguntas y su relación con los objetivos) efectuándose una prueba piloto de 20 encuestas antes de su aplicación definitiva, lo que permitió readecuar algunos términos usados y reconsiderar algunos ítems de la encuesta original, tratando siempre de buscar claridad y sencillez en el lenguaje.

La encuesta de 101 preguntas fue diseñada a los fines del estudio con variables demográficas, socioeconómicas y educativas, familiares, personales (emotivo-cognitivo-vivenciales)  y de la socialización comunitaria.

Se consideró como variables demográficas-socioeconómicas y educativas: La edad, el género, el estado civil, la migración, el ingreso familiar o por persona, la condición de la vivienda, la escolaridad y nivel educativo de los padres; la deserción escolar; la ocupación, la condición laboral, etc.

Entre las variables familiares: La conformación familiar, la dinámica de comunicación y manejo de conflictos; la violencia doméstica y el abuso sexual en la familia; los malos ejemplos, estilos de crianza familiar y patrones disciplinarios; las formas de castigo; la relación y percepción (opinión) entre los miembros, el modelo de preferencia familiar.

Como variables personales o individuales (emotivo-cognitivo-vivenciales) se consideró: La religión, ser víctima de abuso, el uso de drogas y alcohol, la emotividad (percepción de ser agresivo o violento, el gustarle y buscar conflictos, la percepción de su control personal y bajo nivel de tolerancia, etc.); la autoestima (sentirse valioso, si volvería a ser igual si volviese a nacer y considerarse dichoso); las causas de reclusión y reincidencias; tolerancia, sentimiento de temor, de acorralamiento e inseguridad; el padecimiento de enfermedades, la visión de futuro y planes de vida a 10 años, y su personaje de imitación.

Y como variables socioculturales y de la socialización: Actividades más frecuentes en el barrio de crianza, el nivel de peligrosidad del barrio (pleitos, armas y drogas, gente violenta); el capital social (confianza en las instituciones), las formas culturales de solución de conflictos; el tener amigos de confianza, las actividades en tiempo libre, las afiliación a grupos y a pandillas (relación con los miembros y motivaciones para su pertenencia).

Procesamiento estadístico de los datos

El análisis de datos se realiza electrónicamente con el programa computarizado del SPSS, versión 15 en español. Se utilizó la prueba Chi cuadrada de Pearson (X2), el análisis de varianza para variables numéricas para analizar las relaciones entre las variables en los dos grupos estudiados y el análisis de regresión lineal para determinar la existencia y el peso de asociaciones entre las variables.

Proposiciones hipotéticas

I. Entre las variables sociodemográficas, socioeconómicas e individuales-personales que están más fuertemente asociadas a la comisión de delitos juveniles se encuentran: el género, el fracaso escolar, la deserción a temprana edad, el empleo de baja remuneración, el ser víctima de abuso, el usar drogas y alcohol, la baja autoestima y el bajo nivel de autocontrol emocional.

II. La conflictiva en la dinámica familiar (familias incompletas, la falta de comunicación y malas relaciones familiares; la violencia doméstica y el maltrato físico; los malos ejemplos, el estilo educativo o patrón disciplinario autoritario; la opinión familiar desfavorable) son predictores del desarrollo de la violencia y delitos en los jóvenes.

III. Los factores socioculturales y de socialización (el alto nivel de peligrosidad del barrio: los pleitos, armas y drogas y los patrones culturales violentos para la solución de conflictos; las afiliaciones a grupos de pandillas) constituyen un riesgo elevado en jóvenes y adolescentes para elegir el camino de la transgresión de la Ley.

IV. Factores combinados, entre ellos: el deterioro del capital social y desconfianza en las organizaciones barriales e institucionales; la sensación de frustración (acorralamiento) y baja autoestima que genera la exclusión social por la falta de oportunidades; la carencia de modelos familiares estables; la búsqueda de identidad y de protección inducen generalmente a jóvenes y adolescentes a afiliarse a pandillas y a enrolarse en actividades delictivas como medio de supervivencia personal y grupal.

Resultados

Al comparar los dos grupos de jóvenes (privados de libertad por cometer delitos y el grupo de la comunidad) con pretensión de analizar las variables asociadas al riesgo delictivo a través de las diferencias grupales proporcionadas con las pruebas Chi-cuadrada de Pearson (X2), el Análisis de Varianza para variables numéricas y el Análisis de Regresión Lineal, corridos mediante el programa estadístico SPSS, se encontró que ambos grupos provenientes de similares condiciones demográficas, socioeconómicas y familiares se pudieron diferenciar ampliamente por sus niveles de escolarización y deserción escolar; también por la particularidad de los actos por la que fueron apresados alguna vez en su vida (el 35% de los internos por robo versus 19% de los comunitarios; por homicidio 23% en los internos versus 0% los comunitarios). Además, por el uso de drogas, por su autoestima, por la percepción de acorralamiento, por los niveles de socialización y la participación activa en las denominadas bandas o pandillas juveniles.

Tabla 3
Resumen de las diferencias estadísticas entre los dos grupos comparados (resultado del análisis
univariado) 

*: P<0.05; **: P<0.005; ***: P<0.01; ****P<0.001

 

Tabla 4
Resumen de la asociación significativa entre variables según el análisis de regresión lineal
(multivariado).

Tal como se puede observar en los datos, el estudio destaca las marcadas diferencias y estadísticamente significativas entre los dos grupos de jóvenes estudiados, y que la falta de oportunidades (tanto educativas como laborales) o la “desafiliación institucional” (en los términos de la CEPAL, 2008) lo que junto a la ausencia de políticas públicas de protección social actúan como potenciales factores de riesgo en la población juvenil.

El 68% de los jóvenes de la comunidad poseía niveles de escolaridad superior (secundario o universitario) mientras que el 60% de los jóvenes internos o recluidos por delitos apenas había alcanzado el nivel básico de escolaridad. El bajo nivel de escolaridad de los internos se debía a que el 39% había desertado de la escuela a muy temprana edad debido a razones económicas desfavorables y a condiciones familiares inadecuadas.

El 73.5% de los internos señaló haber trabajado antes de estar recluido, versus el 48% de los jóvenes de la comunidad que reportaron habían trabajado también en alguna ocasión, encontrándose entre ambos diferencias estadísticamente significativas. Es posible que nuestros jóvenes, desertores por necesidad y con baja escolaridad, se incorporen en empleos de poca calidad para suplir necesidades básicas que no satisfacen sus expectativas de vida, y esto es corroborado por los señalamientos de la Cumbre de Presidentes del 2008, respecto a que la educación y el empleo son las dos esferas de mayor prioridad en la determinación de la violencia y delincuencia juvenil en América Latina. De igual manera, el paso del empleo informal al empleo ilícito es comprensible, cuando el joven percibe en las drogas no sólo un mecanismo de escape, sino un modo de supervivencia ante las precariedades económicas y la presión y desafuero de un sistema social capitalista-consumista, donde los valores mediáticos de “poder” son igualados a la adquisición de bienes de consumo, exaltados permanentemente y con virulencia por los medios de comunicación.

Se encontró, que más de la mitad de los jóvenes internos poseían una débil construcción de su autoestima, inferido de sus respuestas al responder afirmativamente en un 53% al supuesto de “si volviesen a nacer nuevamente no desearían ser nunca igual a lo que eran actualmente” versus los jóvenes de la comunidad, cuyas respuestas ante la misma afirmación fue sólo de un 28%. Un hecho importante y que marcó diferencias significativas entre los dos grupos (ver niveles de diferenciación en las tablas 3 y 4) fue la percepción de “sentirse acorralados” (52% de los internos versus el 16% de los comunitarios).

Simultáneamente, los grupos se diferenciaron significativamente por el patrón de consumo de drogas y alcohol, consumiendo los internos con mayor frecuencia que los comunitarios tanto alcohol (31% versus 10% en los comunitarios) como drogas ilegales (45% en los internos versus 14% los comunitarios) y en los cálculos multivariados y de regresión múltiple se demostró que la droga fue una variable bastante discriminante y predictora de riesgo delictivo.

Por otro lado, no se encontró diferencias estadísticamente significativas entre los dos grupos en cuanto a la segunda hipótesis analizada, tanto en el tipo de estructura familiar como en sus relaciones familiares e historial de abusos. El 47% de los jóvenes, por igual en ambos grupos (internos y comunitarios) provenían de familias monoparentales (criados sólo y principalmente por la madre) y quienes fueron educados con estilos autocráticos de dirección, donde predominó el castigo físico severo en más de un 50%, no verificándose diferencias significativas de acuerdo a la variable familiar, lo que a su vez hace descartar en los jóvenes estudiados, que la variable familiar constituya uno de los principales predictores de violencia y delincuencia juvenil, tal como se concibe frecuentemente. Se sospecha, sin embargo, que existe una estrecha relación entre la autoestima de los jóvenes y la percepción que estos se forman de la opinión de sus familiares sobre ellos mismos, evidentemente, mucho más deteriorada en los jóvenes institucionalizados, quienes eran más proclives al delito. Lo cierto es que se necesitan otros estudios de mayor profundidad que coadyuven al esclarecimiento del papel de la convivencia familiar como reproductora de la cultura de la violencia y su incidencia vulnerable en el comportamiento de los jóvenes.

Se ratificó en el presente estudio, la hipótesis que enfatiza el papel de la socialización y la peligrosidad del entorno social como factor de riesgo, y que contribuye a la conducta transgresora de la Ley en los jóvenes y adolescentes. Los patrones culturales de violencia fue el modelo predominante de socialización comunitaria en algunos de los jóvenes observados. Los internos reportaron cohabitar y compartir más en barrios con gente violenta (41%) que los jóvenes de la comunidad (18%). Casi la mitad de los internos estaban afiliados a pandillas (47 %) versus sólo el 20% de los comunitarios, encontrándose diferencias significativas entre ambos grupos (ver tabla 3). Los jóvenes recluidos por delitos tenían un nivel de sociabilidad más desfavorable, prefiriendo (el 50%) mantenerse “más alejados de la gente” que los comunitarios (el 34%), y la relación social era mucho más negativa que la sostenida por los jóvenes de la comunidad, encontrándose diferencias estadísticamente significativas entre los dos grupos en casi todos los renglones de la socialización, lo que confirmó nuestras hipótesis al respecto. Estos resultados van en la misma dirección que los reportados en los estudios de Thornberry, Huizinga, Loeber, 1995 (citado por Howell et al., 1995) y Barrios (2004); y también en nuestro país por Brea & De Moya (1983); De Moya et al. (2008) y Miric et al. (2008).

La cuarta hipótesis que suponía la combinación de factores para explicar la afiliación a pandillas y el involucramiento en actividades delictivas fue confirmada con los resultados del estudio. Por un lado, se encontró baja autoestima (autorechazo) significativamente mayor en los internos, al igual que en la percepción de acorralamiento, presumiblemente generada por la privación, exclusión social (bajo nivel educativo) y la falta de oportunidades en general (variable socioeconómica). Por otro lado, una carencia de modelos familiares estables (monoparentales y con estilos autocráticos de dirección) que pudiese contrarrestar la inadecuada socialización. Y finalmente, el deseo inherente de búsqueda de identidad y de protección prevaleció como motivo fundamental en esos jóvenes más vulnerables, siendo tres los factores primordiales, que al parecer, inducen en los jóvenes la afiliación a pandillas y a enrolarse en actividades delictivas.

El 66% de miembros de pandillas que fueron encuestados, externaron que los motivos de su afiliación fueron el aprecio por las normas del grupo, el evitar la soledad y buscar la protección debida. En definitiva, los jóvenes buscaron en las naciones o pandillas, lo que la sociedad, las débiles instituciones sociales y la familia no logran proveerles: protección y seguridad.

En resumen, sin pretensiones de generalizar el perfil de los adolescentes y jóvenes considerados en riesgo, de acuerdo a los resultados del presente estudio, y que de alguna manera están asociados con la conducta delictiva y violenta, se podría describir como:

1. Varones, con parejas temprana, con exclusión social, con empleo informal y de bajo salario, desertor escolar y baja escolaridad, que se ve frustrado en sus expectativas consumistas en un sistema carente de políticas sociales adecuadas y coordinadas. Que consume frecuentemente alcohol, usa drogas, con baja autoestima y una percepción de acorralamiento persistente, y que asume estrategias de supervivencia anómicas como opción de vida ante la exclusión social. (Variables socioeconómicas e individuales).

2. Provienen de una estructura familiar frecuentemente monoparental, que aplica el castigo físico como “instrumento educativo”, con una relación de psico-dependencia hacia la figura materna, lo que probablemente influya en el desarrollo y formación de su autovaloración personal (Variable familiar).

3. Con alto nivel de peligrosidad en su entorno psicosocial, con fuerte identificación subcultural hacia grupos emergentes (Variable de socialización).

4. Y que la combinación de múltiples factores de riesgo lo inducen a buscar en el grupo de referencia lo que la sociedad tradicional no le provee, un mecanismo de apoyo, protección, poder y “supervivencia”.

Las variables de tipo individual (la percepción de acorralamiento, la  autoestima y el consumo de drogas) mostraron tener un mayor peso y una fuerte asociación como variables predictoras de la conducta delictiva (tabla 4).

Reflexiones finales a título de sugerencias profilácticas

Los estudios cada vez más acuciosos de organismos internacionales y regionales y de investigadores latinoamericanos que han estudiado el fenómeno de la violencia en América Latina en los últimos años, demuestran de manera categórica: primero, cómo se ha incrementado extraordinariamente la violencia en América Latina. Segundo, cómo esa violencia ha estado ligada al deterioro de los factores socioeconómicos y sociales, a la proliferación del narcotráfico en toda la región y al uso abusivo y masivo de las armas de fuego. Tercero, cómo las políticas de mano dura y súper dura han fracasado estrepitosamente en la región. Y cuarto, las enormes consecuencias humanas, éticas y económicas de una violencia que por momentos luce indetenible.

La situación en cuanto a la  violencia juvenil en América Latina es aun más grave. La falta de empleos dignos, la ausencia de una educación pública gratuita y de calidad, de servicios básicos accesibles a importantes segmentos de la población, afectan de manera inhumana a los jóvenes. A todo esto se agrega las difíciles circunstancias en que viven las familias y las comunidades pobres, fruto de la urbanización desordenada. Es esta juventud pobre y sin perspectivas dentro de un  capitalismo salvaje la que es presa fácil del narcotráfico y que se enrola en las pandillas juveniles, algunas con una crueldad sin límites, producto del aprendizaje e inadecuada socialización.

Los autores del presente trabajo, con más de doce años estudiando ininterrumpidamente la violencia en República Dominicana, y en especial la violencia juvenil en comparación con la violencia que se registra en toda la región latinoamericana, hemos observado cómo este fenómeno ha pasado de ser una violencia epidémica, entonces fácilmente controlable, expresada en una tasa de 8 homicidios por cien mil habitantes, para convertirse en una más compleja y multifacética violencia pandémica, con una tasa en general de más de 26 homicidios por cada cien mil habitantes.

Es indudable, que los factores macrosociales determinan e impactan el comportamiento personal, interpersonal y de grupos, deteriorando el tejido social y la calidad de vida de la población.  Y en el caso dominicano son los mismos factores los que han conducido a esos elevados niveles de violencia: deterioro de las condiciones socioeconómicas de una población pobre cada vez más grande y excluida, la ausencia de políticas sociales adecuadas, la prevalencia unilateral de políticas represivas fallidas, y el enseñoramiento del narcotráfico y el uso indiscriminado y descontrolado de las armas de fuego.

Aun a pesar de los muy limitados esfuerzos realizados, continúan siendo escasas las estrategias oportunas y de tipo integral como los proyectos preventivos, dirigidos a reducir la exclusión social, las consecuentes frustraciones y la falta de oportunidades en la juventud. Por otro lado, son esporádicas y bastante limitadas las actividades de las instituciones no gubernamentales, dedicadas al trabajo preventivo a favor de la juventud, lo que dificulta más aún la situación.

En República Dominicana las políticas sociales dirigidas a la juventud de alto riego han sido inconsistentes, ineficaces e insuficientes, mientras las políticas represivas, aplicadas de manera sempiternas, son cada vez más duras.

El predominio casi unilateral de estas políticas ha vuelto a exacerbar la criminalidad. Si esta tendencia, ya de por si peligrosa y creciente, se desplegara en una coyuntura económico-social más desfavorable que la actual (con estancamiento económico, recrudecimiento  del desempleo y la inflación y el crecimiento súbito de la pobreza y la desigualdad del ingreso), escenario que no debe descartarse dada la fragilidad del entorno internacional, es muy probable que el fenómeno de la violencia juvenil  adquiera unas dimensiones muy difíciles de controlar a corto y mediano plazos. Es más que urgente, en consecuencia, provocar un cambio sustancial de estrategia que apunte más a atender los verdaderos factores de riesgo de la violencia juvenil dominicana, para lo cual se requieren programas preventivos y masivos que dirijan las acciones a solucionar lo sustancial de dicha problemática y se apliquen de manera coherente y consistente.

Es importante, que se incrementen las investigaciones y los diagnósticos objetivos y científicos para la comprensión más completa de la delincuencia juvenil, útiles para el diseño de políticas públicas y sociales que solucione de manera eficaz y eficiente, esta problemática que se hace cada vez más compleja.

Se necesitan programas y políticas más eficaces que favorezcan mayores inversiones en educación, más oportunidades de empleo y bien remunerado para la población juvenil; crear nuevos espacios abiertos de sana recreación, deportes, salud integral, etc. Orquestar campañas preventivo-educativas, involucrando a los medios de comunicación en el proceso de educación para la paz y la no violencia. Concienciar sobre los efectos perjudiciales del uso de drogas, alcohol, etc., y crear novedosas estrategias para el control de drogas ilícitas.

Es necesaria la creación de proyectos que favorezcan más ampliamente al sector juvenil más vulnerable y excluido. En sentido general, se necesita fortalecer las organizaciones juveniles naturales, el capital social y humano en las localidades. Se debe trabajar desde las escuelas y con el núcleo familiar a través de las escuelas de padres. Que se ofrezca un mayor seguimiento y apoyo a los programas de recuperación de víctimas y de reinserción social de victimarios, dirigidos principalmente para adictos, deportados, niños que deambulan en las calles, entre otros. Se urge crear nuevas y eficaces estrategias para combatir el flagelo de las drogas reduciendo la demanda. También el adecuado control de armas de fuego ligeras, que de por sí ocasionan tantas muertes violentas. Se requiere trabajar en programas de apoyo a grupos de jóvenes participantes en pandillas. En fin, debe primar un enfoque preventivo más que represivo, ya que este último no toca las raíces del problema social y ha sido bastante ineficaz para resolver la delincuencia y violencia juvenil en nuestro país.

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Citar:

Brea, M. &  Cabra, E. (2010, 24 de junio). Factores de riesgo y violencia juvenil en República Dominicana. Revista PsicologiaCientifica.com, 12(15). Disponible en:
https://psicologiacientifica.com/violencia-juvenil-factores-de-riesgo-republica-dominicana

 

3 comentarios en «Análisis de la violencia juvenil en República Dominicana: Factores de riesgo y prevención»

  1. Mis distinguidos colegas y profesores, mis felicitaciones, muy buen estudio, lo citaré en mi tesis doctoral, me ha sido de mucha utilidad para la parte de los factores de riesgo en los jóvenes en general y en particular para el contexto dominicano, que casi no tenía nada actualizado. Gracias de nuevo. Que sigan muy bien.

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