Parentalidad en ciencias sociales: Representación y evolución del concepto en investigaciones familiares

Tomasa Luengo Rodrí­guez
Departamento de Psicologí­a. Univ. Valladolid Valladolid. España

Resumen

Desde hace algunos años, el término parentalidad se ha convertido en un tema central de las investigaciones sobre familia (s) y las polí­ticas familiares. El término, es un neologismo derivado del adjetivo parental, utilizado quizá para traducir los términos anglosajones parenthood o parenting, que designan respectivamente la condición de padre y las prácticas de los padres, ha corrido con distinta suerte, pero siempre queda relativamente indefinido. Su flexibilidad es también sin duda uno de sus triunfos. En este trabajo nos proponemos mostrar como los escritos de las ciencias sociales han discutido, teorizado y convalidado o invalidado las evoluciones en relación al orden familiar y al concepto de parentaldiad.

Palabras clave: Parentalidad, familia, representaciones sociales.

La ley española de divorcio de 1981 que viene a poner en cuestión la indisolubilidad del matrimonio en nombre de la libertad del individuo y de la igualdad entre la pareja, representa para la institución familiar el punto de partida del debate sobre la representación que los sujetos elaboran en relación al hecho de convertirse en padres o en madres, el sentido subjetivo que atribuyen a los hijos, y el vínculo que establecen con ellos. Desde el ámbito jurídico Lacruz define el divorcio como «la institución legal que permite la disolución vincular del matrimonio en vida de ambos cónyuges» (Lacruz, 1991: 205). El divorcio, aún cuando se produzca de mutuo acuerdo entre las partes, se producirá como consecuencia de una decisión judicial, materializada en una sentencia basada y alguna de las causas legalmente establecidas en el artículo 86 del Código Civil español.

De esta manera, la legislación representa un cambio de paradigama que marca simbólicamente la gestión social: el de la referencia al individuo como elemento base de la sociedad, la laicidad de la institución familiar y el renocimiento a las madres de la misma autoridad sobre sus hijos.

Si estas leyes subrayan simbólicamente el declive de la era patriarcal, se entiende que la controversia que se ha mantenido desde hace dos siglos y que se ha precipitado en los primeros años del XXI haya dado lugar a los interrogantes sobre la parentalidad y sobre la familia, respecto al lugar adquirido por las mujeres y su relación en calidad de madres, a la nueva posición mantenida por los hombres y la ausencia de la verdadera redefinición de su papel paterno.

Frente a estos interrogantes, el conocimiento elaborado por las Ciencias Sociales no es un conocimiento neutro; diríamos incluso que es un conocimiento constitutivo de la representación social, del imaginario social que la coletividad tiene de su papel como padres y madres, en síntesis de la construcción intersubjetiva que cada individuo hace del papel de «padre». En las siguientes páginas nos proponemos mostrar como los escritos de las ciencias sociales han discutido, teorizado y convalidado o invalidado estas evoluciones en relación al orden familiar y la manera como se interpreta este cuerpo teórico en la actualidad.

Las aportaciones del psicoanálisis

Si hay una teoría que trastocó el campo del saber constituido y que fundamenta muchas cocepciones modernas sobre la parentaldiad, es, sin duda, el psicoanálisis. A pesar de las críticas, el aporte de Freud fue fundamental al introducir la idea de la importancia decisiva de la primera infancia en la constitución del psiquismo humano, la del inconsciente como campo en el cual se trasponen y se inscriben la complejidad de las relaciones humanas, y las de la sexualidad como motor primero del dispositivo psíquico así definido.

No obstante, la aparición del psicoanálisis a finales del siglo XIX, sus desarrollos hasta la muerte de Freud, durante la segunda guerra mundial, y las aproximaciones psicoanalíticas del psiquismo infantil desarrollado por Mélaine Klein en Inglaterra, no han tenido una resonancia social considerable. Sólo bajo la presión de los acontecimientos dramáticos de la época este saber se difunde al seno del cuerpo médico y de la sociedad. En un primer momento se fue confirmando la imagen patriarcal de la familia, pero introduciendo elementos nuevos que la dinamizaron. La representación social particular que constituye un modelo familiar dominante, organiza la representación de la familia haciéndola aparecer natural.

En la obra de Klein (1978) este modelo, articulado en una estructuración familiar hierática determina las relaciones entre el padre, la madre y el hijo, dando a cada uno un lugar específico y definido. A finales de la Segunda Guerra Mundial, este modelo articula la organización familiar burguesa (Habermas, 1978) y se encuentra valorizado y convertido en norma por el desarrollo teórico del psicoanálisis y la sociología.

A finales de los años treinta, Lacan (1984), respondiendo a aquello que identifica como el declinar de la imagen paterna, comenzó a elaborar la teoría de la función simbólica del padre o, resumiendo, del padre simbólico, cuyas formulaciones sucesivas desembocarán en el concepto de «Nombre-del-padre». Lo que pretenderá el discurso social en sus formulaciones mediáticas es que la presencia paterna no es forzosamente necesaria si su función simbólica es preservada . De ahí a pensar que es superflua hay un paso que ciertos autores no dudarán en franquear. Así, la teoría de la carencia efectiva va a reafirmar la preponderancia materna. Paralelamente, la sociología americana representada por Talcott Parsons (1955) analiza este modelo como la confirmación del progreso social. El hombre es investido de una función instrumental: la de proveer las necesidades de la familia, asegurar la relación de esta con la sociedad y representar el orden social; y la mujer tiene una «función expresiva» cerca de sus hijos y su marido, generando los afectos y las relaciones al mismo tiempo que el dominio doméstico. En el centro de gravedad social se mantiene el padre, a la imagen de una tradición patriarcal que perdura, y en el centro de gravedad psicológica se encuentra la mujer, investida de la responsabilidad de gestión de la afectividad familiar.

El lazo parental se encuentra, sin duda, aún más hierático en la representación teórica que en las prácticas parentales afectivas, que aboca en la inversión de los padres en la relación precoz con el hijo y una tímida inversión de las madres con el empleo asalariado, incluso bajo la forma de un trabajo de sueldo discontinuo. Es en este contexto donde la influencia de los acontecimientos sociales en la producción de teorías y su resonancia va a ser particularmente evidente. Para Neyrand (2001), el impacto de los acontecimientos bélicos de la Segunda Guerra Mundial es la base de las concepciones psicoanáliticas sobre el hijo.

La idealización de la relación materna

La preponderancia afectiva de la díada madre-hijo, vivida como irreemplazable, llega a ser impuesta totalmente cuando se descubre el efecto negativo de la hospitalización precoz. La obligación de internar en instituciones a un número considerable de bebés privados, un tiempo más o menos duradero, de sus padres como consecuencia de la guerra, provocó en muchos niños graves deficiencias psíquicas. Spitz (1965) los ha descrito con el término «hospitalización».

Otro autor, Bowlby (1969), confirma que es consecuencia de carencias afectivas precoces, consideradas casi automáticamente como carencias maternas. El lazo establecido fuera del embarazo, y que se prolonga en lo que Winnicott (1971) llamará la «preocupación materna primaria», se halla cada vez más apoyado teóricamente (Musitu, Clemente y Román, 1990).

La relación concreta del padre con el bebé se encuentra considerablemente disminuida, ya que en esta época funciona la idea que el padre es incapaz de sacar placer alguno del papel que debe jugar e incapaz de compartir la gran responsabilidad que un bebé representa siempre para alguien (Winnicott, 1971). De esta manera, para los pediatras de la época, el papel concreto del padre en la relación con el hijo consiste en ocuparse del medio que envuelve a la madre.

El lazo familiar en esta época es grupal y articula individuos específicos que juegan papeles y se ocupan de las funciones que les son propias. La familia funcional es, para la teoría dominante, la constituida por un padre que trabaja en el exterior y por una madre que se ocupa del niño y del hogar, en interés del hijo y de la familia.

Todo ello responde al modelo ideal de la indisolubilidad del matrimonio. El lazo con el hijo, fruto de la unión, no está disociado del lazo conyugal, pero en su naturaleza y en su función aparecen enormes divergencias según el sexo del padre. Así, la noción de parentalidad no es significativa de esa diferenciación estructural del lazo paterno, que privilegia por un lado lo materno y, por el otro, simboliza la paternidad en una estructura familiar que aparece universal e inmutable (Neyrand, 2001a).

La reconfiguración social de los años 70

En los años cincuenta, los debates sobre las implicaciones de las carencias afectivas y su recurrencia en las carencias maternas fueron virulentos, un ejemplo de ello es la publicación en 1961 de La carencia de cuidados maternos, reevaluación de sus efectos por parte de la Organización Mundial de la Salud.

La crítica de la acogida en instituciones se extiende a todo tipo de acogida, incluso de guarderías, en una época de guerra fría donde las prácticas llamadas «colectivas» no tienen buena acogida social. Además, el padre se encuentra separado de su bebé y reenviado a la ocupación de proveedor del hogar, mientras que su posición patriarcal tradicional se diluye cada vez más. Su lazo con el niño se encuentra doblemente marginado.

Habrá que esperar a la eclosión de los movimientos de contestación de la filosofía crítica y de las teorías feministas de los años sesenta para que se invierta la perspectiva y los defensores de la teoría de la carencia materna la relativicen, cualificando a la vez la posibilidad de una acogida satisfactoria y la importancia de la presencia de otros «prójimos significativos» (Mead, 1965) para los menores.

El trabajo de David y Appel (1973), Lóczy ou le maternage insolite, representa la vuelta atrás en la posición. Las autoras, sin separarse del presupuesto de que el cuidado del hijo es asunto de la madre, impulsan la cualificación de las prácticas de acogida, reconociendo además que «es un sueño pensar que una mujer pueda cuidar de los hijos entregados a una institución mediante una relación que hace referencia a sus sentimientos maternos» y que uno se encuentra en presencia de una «actitud despojada de espontaneidad que da un carácter artificial y tan poco «materno» en las relaciones nurse-enfant. (Neyrad, 2001b).

Para Neirand (2001b), la teoría en cuestión no permite hacer referencia a la socialización propuesta, y el recurso a la maternidad revela la dificultad de una socialización del niño que no esté centrada y organizada alrededor de la madre. De hecho, hay una brecha en la concepción ginocéntrica de la socialización que nos permitirá legitimar tanto los lazos de acogida como a los padres que intentan introducir una nueva presencia a sus hijos.

De forma paralela a los presupuestos de David y Appel, numerosos trabajos reconfiguraron la noción culta de parentalidad. Así, Bettelheim (1969) mostró la viabilidad de un modelo de socialización de los niños diferente al de la familia nuclear en sus estudios sobre los kibboutz. Badinter (1980) sintetizó las críticas feministas de la maternidad, dándoles un fundamento sociohistórico. Si la noción de instinto materno puede ser cuestionada, es que la evolución de las actitudes se une a los fundamentos anteriores que estructuraban el espacio privado: la dominación masculina y su contrapartida, el poder materno sobre los hijos (Neirand, 2000).

En el campo educativo, la ilegitimidad de las nociones de autoridad y temor acompañan a las de desinversión del control educativo del padre y de la promoción de la individualidad del niño. Clausse anuncia claramente este objetivo:

Una familia que, en nombre de su economía interna o en nombre de un ideología discutible de la cual querría ser instrumento, ahogara al individuo en los límites de la finalidad que ella misma se asigna, tendría que ser condenada o reformada (Clausse, 1967, citado en Neirand, 2001b).

La nueva orientación propone situar la persona del niño en el camino de la educación. Así, Martino (1985) creó una fórmula que se ha convertido en un eslogan: «el niño es una persona», que la psicología evolutiva apoya (Román, Sánchez y Secadas, 1996).

Se asiste en esta época, y concurriendo con el modelo tradicional, a la creación de un modelo de familia democrática, antiautoritaria e igualitaria. El lazo familiar es concebido a partir de un modelo libertario tanto a nivel sexual como educativo. Lo que predomina es la base de la autonomía de la persona y su capacidad de autodeterminarse. Con ello se corresponde a la expansión de las comunidades, que pronto encuentra sus límites, pero que deja la huella de toda una generación educada sobre nuevas bases.

La reconfiguración del padre

En los años ochenta, como consecuencia de los grandes cambios en el dominio de las relaciones familiares y de las relaciones parentales, la figura paterna ve configurados de nuevo todos sus parámetros. Los teóricos de la familia trabajan en teorizar sobre el nuevo papel del padre; tanto en el campo de la psicología (This, 1980; Hurstel, 1996), como entre los que se oponen a esta empresa (Olivier, 1994; Le Camus, 1999); mientras, los sociólogos comienzan a interesarse seriamente por las rupturas familiares y sus consecuencias sobre la paternidad. Neyrand, (2000) Le Gall, Martin, (1990) y Théry, Dhavernas, (1991).

La legitimidad de la oposición absoluta entre las posiciones parentales se hace problemática. Para Delaisi (1981:23):

«… en cuanto a la procreación, el hombre y la mujer, el padre y la madre, tienen un funcionamiento psíquico idéntico. Parten, si así se puede decir, con el mismo bagaje psicológico (consciente o inconsciente) y son, en este sentido, seres humanos antes de ser seres sexuados».

Para la autora, la extraordinaria valoración del útero como productor del niño en nuestra cultura induce a una representación del padre como elemento constitutivo del parto y sus consecuencias. Una de ellas, va a ser gastar esta representación obligando a «pensar» el niño antes de procrearlo. El efecto de la liberación va a ser doble; por una parte, el dominio sobre su cuerpo, que revaloriza la paternidad, que es más voluntaria que sufrida. Así, la competencia paterna se afirma cada vez más como equivalente a la de la madre, sin, por tanto, ser isomorfa. En efecto, «maternidad y paternidad quedan para los interesados sin confusión posible» (Saint-Marc, 1988, citado en Neyrand 2001b.); la paternidad no amenaza en absoluto las identidades del sexo y demuestra la posibilidad de adaptación de los niños a las diferentes figuras de apego. Desde esta posición, no solamente está revalorizada la presencia paterna, sino que son denunciadas las consecuencias de la asignación de la función maternal para las mujeres.

El estado actual de la cuestión: El individualismo relacional y la pluriparentalidad

En la actualidad, la familia es vista, más que como una unidad, como una constelación de dos en un espacio privado que ha visto, cada vez más, afirmar su individualidad, pero una individualidad relacional. Para Singly (1996:30), «El individualismo se define por la exigencia de ser en sí, lo que no significa en absoluto la exigencia de estar solo, puesto que el sí se construye gracias a un próximo, a un prójimo significativo».

En esta estrategia individualizante, la pareja y el hijo tienen un lugar particular con una consecuencia bien diferenciada para los dos: la fragilidad del lazo conyugal y el reforzamiento del lazo parental; el ideal de incondicionalidad ha sido transferido del conyugal al parental (Théry, 1996).

Se llega, pues, a una situación de individualización de las relaciones en el interior del grupo familiar. Cada uno maneja su propia relación con cada uno de los otros miembros en un conjunto donde el espíritu de familia pierde importancia en beneficio del diálogo interactivo, reuniendo una especie de múltiples díadas. El modelo familiar tradicional, aunque se impone en los medios populares, ha pasado a un segundo plano en beneficio de un modelo de compromiso, articulando los nuevos componentes, como la igualdad de los cónyuges, y componentes tradicionales en una cierta especialización materna para con el niño. Todo ello administrado por el diálogo y una autoridad parental explicativa y comunicadora. El lazo con el niño ha pasado a ser, más allá de los avatares de la pareja, el principal soporte del lazo familiar (Neyrand, 2001b).

Desde el nuevo enfoque de la parentalidad se ha evolucionado de un modelo centro-patriarcal en el cual el padre era el jefe de familia y la madre el polo afectivo, a un modelo centrado en el hijo, en el que la idea de jefe se diluye en la noción de autoridad parental conjunta y el polo afectivo se inclina cada vez más hacia el niño. Se produce entonces el alza de la noción del niño, sujeto en el discurso social, y el interés del niño como principio de gestión social en una familia que pierde su tradicionalismo y su institucionalidad (Beck, 1992; Commaille, 1994); se individualiza (De Singly, 2001) y se vuelve frágil, pero permanece como punto de articulación de la diferencia de los sexos y de la diferencia de las generaciones (Théry, 1996).

Para Neyrand (2001b), la madre ha visto su poder sobre el niño rebajado por la evolución del conocimiento, al mismo tiempo que lo afirma con el aumento de los divorcios. El padre es el punto débil de la estructura, quizá porque la familia no puede ser considerada como una estructura y que él pueda ser algo periférico. Así pues, la nueva posición de las mujeres ha sido repensada y reelaborada después de treinta años, juntamente con la evolución social, pero no es el caso de los padres, que han perdido en legitimidad sin tener reconstituido su papel. Esta problemática puede ser resuelta, según Le Gall y Bettahar (2001), bajo el signo de la pluriparentalidad. El concepto que nace bajo el signo de la neutralidad en el sentido de ocultar desde el punto de vista del género el lugar del padre y de la madre, hace abierto, plural, el tiempo de la parentalidad. Las figuras del «padre» son inventadas, reformuladas por las nuevas formas de familia por las que el hijo o hija transitará a lo largo de su vida. Uno sólo de los padres o una pluralidad que hace la función de padre o madre ocupará el lugar de la figura parental significativa. Esta pluriparentalidad puede ayudar a la reinstitucionalización, mostrando que en la dimensión de la relación del niño con sus padres, permanece su afiliación a estos en sus dos dimensiones de vínculo psicológico y conexión social, a las cuales corresponden en simetría los procesos de parentalización social y parentalización psicológica.

Conclusiones

El ejercicio de la parentalidad es un objeto de análisis complejo, donde se entrecruzan dimensiones biográficas y dispositivos institucionales del contexto sociocultural de los individuos. Detrás del discurso social que representa la noción de parentalidad hay un componente subjetivo que conforma la idea de padre o madre, el salto de la pareja a la familia. Ese componenente subjetivo, en el momento actual está animado, entre otros, por el individualismo característico de la postmodernidad, lo que potencia su flexibilidad para adaptarse a nuevos y variados escenarios familiares. El ejercicio de la parentalidad se está transformado y este cambio representa uno de los grandes retos para las sociedades y los profesionales de la psicología. Una cuestión que, a nuestro juicio, abre fructíferos campos de investigación e intervención.

Referencias

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Citar:

Luengo, T. (2009, 15 de diciembre). La representación social de la parentalidad. Una revisión del marco teórico en ciencias sociales. Revista PsicologiaCientifica.com, 11(18). Disponible en:
https://psicologiacientifica.com/representacion-social-parentalidad

1 comentario en «Parentalidad en ciencias sociales: Representación y evolución del concepto en investigaciones familiares»

  1. Se presenta una relación clara que es muy útil para comprender la evolución de las ideas sobre parentalidad, pero también para comprender la «evolución» social de la familia.

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