Participación política juvenil en los noventa, un ciudadano en transición

Alejandro Eyssautier G., Mauricio Palma H.
Universidad Nacional Andrés Bello, Chile

Resumen

¿Por qué los jóvenes no se inscriben en los registros electorales? ¿Por qué no quieren votar? El presente artículo pretende dar una respuesta a estas interrogantes a partir de la revisión del concepto de ciudadanía en Chile, de la inclusión del país en la era de la Modernidad y de los procesos de transición política vividos en la década de los noventa. Pone en juego aspectos fundamentales sobre socialización y participación política de los jóvenes en la búsqueda de una relectura de los datos aportados por investigaciones sobre participación política juvenil en Chile.

Palabras clave: participación política, adolescentes y política, joven ciudadano, socialización política, voto.

La democracia, como forma de organización de los Estados, va unida de manera obligada a la idea de participación política como expresión de sus planteamientos fundamentales. Los primeros estudios que la psicología política desarrolló sobre este tema, hace ya más de treinta años, se centraron en las problemáticas referidas a la «actividad de voto» y cómo el sujeto dispone este recurso para incidir en el mundo político (Seoane & Rodríguez, 1988).

En Chile, el desarrollo de la psicología política tiene sus orígenes a partir de la década de los setenta, principalmente como consecuencia de los acontecimientos político-sociales acaecidos en 1973 y su posteridad. Son los profesionales de la salud mental quienes se ven enfrentados a intervenir en el tratamiento terapéutico y evaluación psicosocial de la población, como resultado de los vestigios de la represión, la tortura, la desaparición y el exilio de los ciudadanos efectuados por el régimen dictatorial. Ya en la década de los noventa, las temáticas de investigación se ven orientadas hacia los derechos humanos y, en especial, hacia el problema de la reparación, a la vez que se presentaba una escasa intervención de esta rama de la psicología en otras temáticas como: la conducta electoral, la opinión pública, la conducta de masas, la cultura de la política chilena, etcétera (Guzmán L., 1997).

En Chile, la década de los noventa estuvo marcada por un proceso de transición política desde un régimen dictatorial de gobierno a uno democrático. Como consecuencia de esto se restituye el derecho de los ciudadanos a participar en la elección de sus representantes gubernamentales, así como también, el derecho de poder pensar y actuar de forma libre de acuerdo con las leyes establecidas en la constitución política, es decir, se restablece el Estado democrático y con él, los deberes y derechos ciudadanos.

A partir de estos hechos, en Chile comienza a ser notorio el escaso interés de los jóvenes por participar en la política convencional; pocos jóvenes se inscriben en los registros electorales y a medida en que se desarrolla la transición política y se consagra la democracia, surge la inquietud cada vez más notoria del por qué los jóvenes no se inscriben, por qué no quieren votar.

La intención de este artículo es ser un aporte significativo a la hora de comprender la conducta electoral de los jóvenes, planteando algunas perspectivas de análisis que permitan observar y reflexionar sobre el fenómeno de la ausencia de inscripción de los jóvenes en los registros electorales durante la década de los noventa y sus formas de participación política, para luego, a partir de una sistematización de investigaciones realizadas en Chile a propósito de este tema, discutir y re-elaborar los resultados que dichas investigaciones concluyeron en su oportunidad.

Para llevar a cabo este propósito, se presentará una descripción de época que incluirá aspectos relevantes sobre la Modernidad, la Post-Modernidad y el desarrollo de la ciudadanía en Chile, además de algunos elementos teóricos sobre socialización política, juventud y participación política, que faciliten la identificación de variables significativas que emerjan de la sistematización de investigaciones.

El desarrollo de la ciudadanía en chile y algunos aspectos relevantes sobre la (¿Post?) Modernidad

El desarrollo de la ciudadanía en Chile es tan nuevo como su historia. Es recién a comienzos del siglo XX cuando se hace más extensiva, en principio con el llamado Estado de compromiso que, en términos generales, promueve el desarrollo de la seguridad y de las políticas sociales. A comienzos de la década de los sesenta, se busca integrar a los sectores más postergados, como los pobladores y los campesinos, en las cuestiones referentes a la toma de decisiones ciudadanas. Pero, producto de una serie de restricciones, tanto económicas como políticas, el criterio universalista de ciudadanía se va instalando de forma más lenta y gradual. Recién a comienzos de los años setenta se amplían los derechos políticos hacia la mujer (Arrau & Avendaño, 2002).

Esta tendencia es quebrada de forma abrupta debido a las restricciones políticas y constitucionales que se imponen desde 1973; se pierden una cantidad de privilegios que las clases más desfavorecidas recién comenzaban a adquirir en tanto ciudadanos con opinión y con derechos. Estos son arrebatados en función del establecimiento de un orden social, impuesto y represivo, en virtud de la crisis económica por la cual atravesaba Chile en los años setenta, a favor de recuperar esa estabilidad económica perdida. Aquí ingresa un elemento que atiende a la estructura de clases, como parte del proceso de traspaso de una sociedad tradicional hacia una sociedad moderna. «En las crisis sociales desatadas por crisis económicas, estos últimos [las clases dominantes, ciudadanos particulares que concentran el poder económico] recuperan, sin duda, como lo muestran los frentes políticos del movimiento obrero europeo, la figura identificable de un enemigo político» (Habermas, 1975, p. 55). Lo que se podría identificar, en Chile, como un proceso de desencuentro y polarización política en el que los obreros pasan a ser comunistas y los empresarios (representados por la milicia), pasan a ser imperialistas.

Morales y Dolores (1992) señalan que:

«El régimen Militar buscó re-fundar la sociedad chilena bajo la bandera de la Modernidad. Para ello, aplicó la liberación de la economía, la privatización de los servicios sociales, la regulación del empleo de acuerdo con el mercado, y una drástica reducción del Estado, asignándole un rol subsidiario respecto de los sectores más desposeídos, así como el resguardo de la seguridad nacional. La aplicación de estas políticas implicó un cambio global en el Estado chileno. De un Estado con gran poder y recursos económicos que intervenía en el desarrollo económico y social, se dio paso a un Estado que intervenía escasamente en él y que básicamente ejercía control social y represión política sobre sus ciudadanos» (p. 5).

En el contexto del proceso de transición hacia la democracia, la ciudadanía es considerada gravitante para la legitimación de la institucionalidad. Por tal motivo, cobra especial relevancia su dimensión participativa, la que se remite fundamentalmente a los canales institucionales más tradicionales ligados a la competencia electoral, los partidos y las organizaciones funcionales. De esta forma, la participación deliberante aparece sólo acotada y restringida a la lógica de la representación. Restringida, si pensamos que en una primera etapa de la transición, específicamente hasta 1992, el ejercicio electoral no contemplaba siquiera la elección de las propias autoridades comunales y, hasta el día de hoy, los representantes del gobierno regional.

Habermas (1975) señala que:

«Las instituciones y los procedimientos de la democracia formal han sido diseñados para que las decisiones del gobierno puedan adoptarse con suficiente independencia de motivos definidos de los ciudadanos. Esto se logra con un proceso de legitimación que provee motivos generalizados (una lealtad de masa difusa en su contenido), pero que evita la participación. El cambio estructural de lo que aparece como «público» (la ‘publicidad’ burguesa) crea, para las instituciones y procedimientos de la democracia formal, condiciones de aplicación por las cuales los ciudadanos, en medio de una sociedad que en sí es política, adquieren el status de ciudadanos pasivos con derecho a la aprobación y al rechazo en bloque de los hechos consumados» (pp. 53-54).

Se puede señalar que el «ajuste estructural» de los gobiernos democráticos posteriores a la dictadura ha repercutido en un aumento de la pobreza y el deterioro de las condiciones de vida y los canales de participación política, estableciendo como consecuencia, según Arrau y Avendaño (2002), «la emergencia de un nuevo tipo de cuestionamiento (…) que emana de la propia población civil: el «voto castigo», la apatía hacia la participación electoral, la baja evaluación de los partidos políticos y otras instituciones del sistema político» (p. 69). La ciudadanía sigue siendo un conjunto de derechos y deberes que se ven determinados por los niveles y las dinámicas que se establecen en la participación e integración en los distintos ámbitos de la interacción social, condición que la fortalece o debilita, según sean las circunstancias que se presentan en un contexto histórico determinado. Moulian T. (1997) señala al respecto:

«En el Chile actual la política se ve enfrentada a una doble restricción que la asfixia y que conspira contra ella. La primera restricción es la ausencia de espacio cultural para ideologías transformadoras, sometidas a la estigmatización de lo irracional que han sido incapaces de sobrepasar. La segunda es la voluntad tecnificadora que emana del neoliberalismo hegemónico y que aleja lo político tanto de los representantes como del ciudadano común, a menos que se trate de asuntos de índole local donde no se ponen en discusión los fines esencial izados» (p. 60).

Como proceso social, la Modernidad instaura la liberación de la economía (capitalismo-neoliberalismo) la regulación de los empleos, de la producción y del consumo de masas a partir de las leyes del mercado, a la vez que promueve la secularización de la sociedad generando una atomización de los valores de los ciudadanos, es decir, el valor de la comunión social es reemplazado por la sobre-valorización de lo individual, lo autónomo, de la autorrealización y de la generación de competencia (s) individual (es). La apertura de las fronteras económicas, producto del libre-mercado, abre las fronteras culturales de las sociedades capitalistas. Esto, inmerso en la era de la información, producto de la masificación de los medios de comunicación, genera un relativismo cultural, como resultado de la masificación y homogeneización de los modos de vivir que promueve el capitalismo (cultura de masa).

Para Sandoval (2002), la democracia es uno de los materiales constitutivos de la Modernidad como forma de organización política, lo que acompañado de la secularización social, de la autonomización de los individuos, plantea un desafío para las sociedades modernas, en tanto «la integración social descansa en la capacidad del sistema político para regular los conflictos de interés entre los actores sociales» (Tironi, E., 1990; citado en Sandoval, 2002, p. 37-38). Si el sistema político se encuentra en un proceso de cuestionamiento de su legitimidad (Habermas, 1975), pues por una parte se actúa en defensa de la institucionalidad política y a su vez los partidos políticos no representan los intereses de la ciudadanía o de grupos específicos (Sandoval, 2002), los actores sociales apelan a las leyes del mercado para la resolución de sus demandas, entendiendo que «la política (…) como arte de lo posible se impone como medida de realismo político, en un contexto aceptado y compartido por todos: el modelo neoliberal.» (Sandoval, 2002, p. 50).

Es necesario distinguir que los cambios culturales por los que ha atravesado Chile durante los últimos treinta años por efectos de la modernización (económica y social), caben dentro de un proceso donde se cruzan distintas visiones de la Modernidad y la Post-Modernidad, es decir, dependen, en el análisis de la realidad, de una consideración de lo que es moderno o post-moderno. «Para J. Habermas, la Modernidad sería un «proyecto inacabado» y para otros (Baudrillard, Lyotard, Lipovestky) sería un «proyecto agotado» y, por consecuencia, estaríamos viviendo la post-modernidad» (Sandoval, 2002, p.36).

Ya se ha establecido una aproximación a la Modernidad y ciertos aspectos que permitan su identificación. A esto se suma que la consigna esencial de la Modernidad es el progreso, el desarrollo de los individuos y las sociedades como un fin común y mundial. Lo que implica la masificación de los procesos de comunicación por medio del mercado, «que el consumo simbólico esté articulado a procesos formativos organizados para toda la población y que el uso del conocimiento y de la información vincule de un modo cada vez más central las distintas esferas separadas de la sociedad: la producción económica con la política y a ésta, como vehículo de hegemonías, con el mercado» (Brunner J.J., 1994, p. 138; citado en Sandoval 2002, p. 37).

La Modernidad establece la razón como el vehículo de su desarrollo, dando gran preponderancia a las ciencias y a las explicaciones que de ahí emanan. Esta razón genera discursos y explicaciones omnicomprensivas que permiten un sentimiento de seguridad y posibilidad de conseguir este deseado progreso en aras del desarrollo humano. A su vez, la Post-Modernidad «está asociada (…) a la puesta en duda del conjunto de certezas y éxitos de la Modernidad, y en tal sentido, viene a configurar un sentimiento de desencanto, de descreimiento de todo y de todos, una sensación de crisis profunda y radical» (Sandoval, 2002. p. 39). Este sentimiento abre la puerta a la crisis de los metarrelatos, de las grandes explicaciones, de la fundamentación del saber por la razón, generando desde ahí discursos fragmentarios, parciales, que de alguna manera ocupen los lugares vacíos de explicación. Estos vacíos también se encuentran en los espacios culturales y sociales, como parte del proceso de modernización (¿o post-modernización?) de la cultura (globalización, ruptura de las fronteras, cultura de masa), donde esta se transforma mediante fragmentos desarticulados (pastiche, culturas híbridas) que promueven las nuevas formas de expresión de los individuos. En este sentido, la libertad individual, la autonomización de los sujetos, promueve los sentimientos de soledad y de desvinculación social.

Pareciera ser que las propuestas de la Modernidad, y como parte de ésta, la Post-Modernidad, se expresan como el desarrollo ulterior de los grandes proyectos modernos, es decir, expresiones del devenir socio-cultural, político y económico, iniciado por la Modernidad, que estableció el principio de los grandes cambios mundiales. En Chile, los procesos de modernización establecen las lógicas del desarrollo cultural, con el consiguiente impacto sobre los individuos. Sin embargo, parece que las nuevas generaciones, que debieran disfrutar de los progresos de la Modernidad, sufren los embates del desencanto, el descreimiento y la desvinculación, más cercanos a las crisis planteadas como post-modernas.

Socialización y participación política, una aproximación al joven ciudadano

Socialización política en la sociedad moderna

Los procesos sociales relacionados con el tránsito desde una sociedad tradicional hacia una sociedad moderna, debieran implicar una transformación de los procesos que se llevan a cabo al interior de aquella sociedad en cambio.

Uno de los procesos fundamentales de las sociedades, por el cual los nuevos individuos se hacen parte de una cultura particular, es el de la socialización. Esta puede ser entendida como «… [el] proceso por el que el niño que nace al mundo se va convirtiendo en persona integrada a la sociedad (…) [y que durante toda su vida] no cesa de adaptarse a las demandas y condicionamientos del entorno; la socialización es un proceso siempre inacabado, siempre quedan potencialidades por desarrollar» (Seoane & Rodríguez, 1988, p. 136).

El concepto de socialización política hace referencia a un ámbito específico del proceso de socialización, en el que se ponen en juego contenidos relacionados con la organización, la administración y la gestión de las cuestiones sociales, así como también, con la adquisición de normas, valores, actitudes y conductas aceptadas y/o practicadas por el sistema (sociopolítico) existente (Sigel 1970, citado en Seoane & Rodríguez, 1988, p. 134). La socialización debe entenderse como una relación constante y crítica entre el individuo y la información social que circunda los espacios de acción de estos (familiar, escolar, grupo de pares, etc.), en el que «las nuevas generaciones son también parte activa y no solo receptores de la educación política; es en realidad una continua renegociación de las cláusulas del contrato social» (Ibíd. P. 136). Esto implica que los actores sociales ejerzan una influencia sobre el sistema político, en razón de su conformidad o disidencia, manteniéndolo, modificándolo o destruyéndolo, pues aquí confluyen tanto los aspectos relacionados con la organización y la gestión de los asuntos públicos, así como también las nuevas formas de entender la vida en sociedad y las relaciones con los demás, las nuevas formas de entenderse el hombre a sí mismo y de vivir su propia vida (Seoane & Rodríguez, 1988).

La socialización política puede ser vista como un proceso comunicativo, en tanto implica una relación entre un individuo naciente y un espacio social particular que lo acoge. En este sentido Greenstein (1965; citado en Seoane y Rodríguez 1988, p. 134-135) aplica el esquema de análisis de la comunicación para describir los elementos que intervienen en el proceso de socialización política: quién aprende qué, de quién, bajo qué condiciones, con qué efectos. El quién son los nuevos individuos, las nuevas generaciones; el qué puede ser un poco más confuso, pues si bien «...cualquier contenido del aprendizaje socializador puede tener carácter político, si no directamente, sí al menos en su origen o en sus consecuencias para el sistema, se tiende a tomar en consideración los valores, actitudes, normas y conductas que están directamente relacionados con la gestión, la administración y el gobierno de los asuntos de la comunidad (polis o república). Tiene que ver con el desarrollo de la conciencia política, orientación e información acerca del sistema político…» (Seoane & Rodríguez, 1988 p.135). Aquí podríamos agregar que existen dos tipos de socialización política, que responden al qué, y que entran en juego: uno manifiesto y uno latente. Los que hacen referencia a la instrucción o transmisión de contenidos explícitamente políticos (manifiestos) versus los contenidos o formas de educación que tengan que ver, que transmitan indirectamente y generen repercusiones sobre las posturas políticas (Greenstein, 1965; en Seoane y Rodríguez 1988 p. 135).

Ahora bien, el de quién, hace referencia a los «agentes socializadores», entre los cuales se encuentran la familia, la escuela, los grupos de pares, los medios de comunicación, etc. El bajo qué condiciones se produce dicho aprendizaje, en cuanto a cómo se modula la adquisición de las predisposiciones a la acción política, en qué situaciones, que variables intervienen (contexto inmediato y entorno social). Y, por último, el con qué efectos, refiere al resultado de un proceso de toma de conciencia (política) de sus obligaciones y derechos, del grado de compromiso político, conformidad o desacuerdo con el sistema, etc.

Las condiciones bajo las cuales se desarrolla la socialización política están dadas por las transformaciones que ha sufrido la sociedad chilena durante los últimos treinta años. Enmarcadas en los procesos de modernización, esta relación entre individuo e información social se ve afectada por la incidencia que tienen los distintos agentes socializadores en la actualidad, y en especial de los medios de comunicación de masas (mass-media).

Las manifestaciones de la cultura de masas, que forman parte constitutiva de la Modernidad, reflejan en la «revolución de las comunicaciones», en el consumo de información, el impacto que tienen sobre la juventud y la sociedad en general, produciéndose una transformación en cómo es aprehendida la realidad política. Brunner (1988; citado en Sandoval, 2002) señala que la cultura nos proporciona los signos con los que nos comunicamos, las diferentes maneras mediante las cuales operamos cada día, la autoridad con que revestimos nuestras opiniones y las de los otros, etc. Es decir, cómo la cultura afecta las concepciones que los individuos tienen sobre la vida y sus manifestaciones.

La mediatización de la información, junto con un cambio acelerado en las tecnologías de comunicación, promueven la creación de un mercado de mensajes inmediatos, fugaces, que instauran una rápida obsolescencia de la producción cultural (Sandoval, 2002), lo que implica que las informaciones que están en la base de las posturas políticas puedan ser reemplazadas rápidamente por otras que generen un cambio en las vivencias y acciones de los individuos en este ámbito. La familia, el grupo de pares, la escuela, etc., pasan a formar parte de los canales por los cuales se discute y procesa la información que se pone en juego en el espacio social. El consumo masivo de la información que proviene de los mass-media, característica central de esta revolución cultural, pasa a ser una influencia determinante en la toma de decisiones sociales.

La participación política y el joven ciudadano

Esta cultura de masa, promueve los procesos de desvinculación de la sociedad, afectando principalmente los modos de vivenciar el espacio social, los proyectos de vida y los ideales de la juventud moderna. La mayor libertad, autonomía e individualización de estos proyectos y los deseos de autorrealización, dificultan la receptividad de los jóvenes frente a lo político, pues las acciones de los que «toman las decisiones» no son consideradas relevantes para sus proyectos personales ni colectivos. «La primera fuente de politización, la cultura, pareciera estar hoy marcada por el individualismo y el materialismo a nivel mundial» (Tenzer, 1991; citado en el Primer Informe Nacional de la Juventud INJUV-MIDEPLAN, 1994).

La individualización de los proyectos de la juventud se plantea como un problema frente a la participación política y a la democracia. La falta de un proyecto común de cambio social y la falta de politización de la juventud de la era del mensaje, y la consiguiente pérdida de democratización social, deslegitiman el régimen político y su institucionalidad (Ibíd.). Se pierde la asociatividad política (convencional), el «voto expresivo» que refleja uno de los elementos centrales por medio del cual se canaliza la participación política en función de los objetivos deseados (la elección de un candidato, la victoria electoral de un partido político). La unión de un grupo de individuos en función de la propia pertenencia, es reemplazada por una acción autónoma, en este caso la no participación.

La juventud tiene que lidiar entonces con el doble vínculo que significa, por un lado, ser individualista y, por el otro, asimilarse al grupo. Aparece entonces el problema de cómo cumplir las demandas de un compromiso individual por parte de las organizaciones de masas (partidos políticos, sindicatos, ciudades y comunas) con las exigencias de participación directa y auto organización. (Beck A., 1997).

La falta de «incentivos colectivos» (causa común, proyecto colectivo), produce que los jóvenes se incorporen con éxito al mercado, en búsqueda de la «autorrealización», de la consecución del proyecto personal. Es en el mercado donde los jóvenes (incluidos) encuentran satisfacción más rápida a sus necesidades, pues siendo éstas fugaces, deben ser satisfechas con celeridad.

La lógica del mercado también promueve procesos de exclusión social. Las oportunidades ofrecidas (poder de consumo, satisfacción de las necesidades, acceso a los servicios sociales, etc.) por el modelo económico no pueden ser satisfechas por las vías de distribución de las riquezas y hacerse extensivas a toda la sociedad. Por esto, surgen jóvenes que se encuentran marginados de las oportunidades del sistema (educación, salud, etc.). Esto produce un sentimiento de desencanto con lo político y, por lo tanto, de la participación política convencional expresada en el voto. Los jóvenes ciudadanos expresan su derecho de «no-opinión», a la vez que expresan su poca confianza en el sistema político como medio para lograr sus metas.

El joven, como ciudadano, deja de actuar (¿o cambia su actuar?) dentro de la esfera «política» de la ciudadanía, manteniendo los aspectos «civiles y sociales» de ésta. Dicha situación tiene que ver con la permanencia de aspectos tales como: la igualdad ante la ley, la libertad de la persona y la palabra, libertad de pensamiento y culto (ciudadanía civil), así como también, con el derecho a un cierto nivel de bienestar, el derecho a compartir plenamente el legado social (ciudadanía social).

La ciudadanía juvenil: percepciones entorno a los jóvenes chilenos de los noventa

La siguiente es una sistematización de datos secundarios obtenidos, prioritariamente, de dos grandes investigaciones realizadas a fines de la década de los noventa. La primera, es un Análisis de la participación política de los jóvenes (1999), realizado por el CIDE a petición del INJUV; la segunda, es una investigación realizada por el Centro de Estudios para el Desarrollo (CED), titulada ¿Debieron haberse inscrito los jóvenes en los registros electorales? Los jóvenes de los noventa, la democracia que estamos construyendo y la república que estamos edificando (2000). Ambas serán complementadas con datos obtenidos de algunas investigaciones realizadas durante la década de los noventa tales como: Situación, hábitos y opiniones de los jóvenes en Chile, una aproximación estadística (INJUV, 1992), Informe de encuesta. Representaciones de la sociedad chilena volumen I. Resultados generales (FLACSO, 1998), y Los jóvenes chilenos. Perspectivas para el siglo XXI: Cambios culturales (MIDEPLAN / USACH, 2000). Junto con ello, se integraran los resultados de los datos preliminares de la Cuarta Encuesta Nacional de Juventud, realizada durante el año 2003 (INJUV), con el fin de observar la evolución de la participación política juvenil hasta la actualidad.

La elección de dichos estudios tiene la intención de contar con información tanto de entidades gubernamentales (INJUV, MIDEPLAN), como no gubernamentales (CIDE, FLACSO) para, de esta forma, observar de una forma global e imparcial las variables que inciden sobre la participación política de los jóvenes. Del mismo modo, se pretende dar cuenta del desarrollo y evolución que ha tenido el problema de investigación durante la década de los noventa.

Para organizar de mejor forma la generación de datos, se presentarán las investigaciones de mayor alcance Análisis de la participación política de los jóvenes (1999) y ¿Debieron Haberse Inscrito los Jóvenes en los Registros Electorales? Los Jóvenes de los Noventa, la Democracia que Estamos Construyendo y la República que Estamos Edificando (2000) por separado, para luego generar un tercer apartado donde se integraran los datos que sean pertinentes provenientes del conjunto de las investigaciones restantes.

Análisis de la participación olítica de los jóvenes (CIDE-INJUV, 1999)

Con este estudio se intenta recuperar el discurso que tienen los jóvenes, así como también los políticos, sobre la participación juvenil en la década de los noventa.

A partir de estudios con grupos focales, realizados en tres localidades urbanas y tres rurales, se busca establecer generalizaciones sobre el discurso juvenil en relación a la participación política (mirada desde las bases). Se incluyen también entrevistas a políticos e informantes clave (mirada desde arriba), con el fin de complementar la información y establecer relaciones entre estos discursos que emergen desde los distintos actores, que en este caso podríamos llamar «políticos».

Grosso modo, se plantean ciertos tópicos, desde los jóvenes, que parecen relevantes y, por ello han de destacarse. Existe una clara falta de diferenciación entre la política y los políticos. Esto, acompañado de una mala evaluación de los políticos, transforma a la política en un mal necesario, pues si bien reconocen la política y la democracia como la única y mejor forma de organización y administración de las cuestiones de un país, éstas se han desvirtuado por la imagen que mantienen los jóvenes de quienes «hacen política». Éstos son percibidos como centrados en la búsqueda del éxito personal, entes que usufructúan de los cargos que ostentan en función de su propio bienestar. En contraste con los valores que los jóvenes reflejan, deben ser partes constitutivas del hacer en política, tales como: la búsqueda del bien común, la solución de los problemas centrales de la sociedad como la pobreza (percibida como la raíz de la delincuencia, la drogadicción y el alcoholismo), la equidad, etc. Los jóvenes no se sienten representados por los políticos, pues estos son vistos como personas que:

«Nunca cumplen lo que dicen» (menores de 18 años, Las Condes)

«Mucho bla-bla y poca acción» (mayores de 18 años, El Bosque)

«No están ni ahí con la gente pobre» (menores de 18 años, El Bosque)

«No interactúan con la comunidad que representan, no están en la papa misma, donde subsiste el problema» (mayores de 18 años, Melipilla)

«Les importa más competir que hacer algo» (menores de 18 años, Las Condes)

«Se hacen propaganda, solamente para verse en la tele y ser más famosos» (mayores de 18 años, Las Condes)

«Los políticos ya están pasaditos de edad, no hay políticos jóvenes» (mayores de 18 años, Melipilla)

«Tienen comodidades, dinero y facilidades» (mayores de 18 años, El Bosque)

«No se preocupan por la organización, ni por la calidad de vida de los ciudadanos (…) hacen uso de la gente para sus fines propios» (mayores de 18 años, Rengo)

«Ellos se dedican a ver leyes, estudiar las que les convienen a cada partido» (mayores de 18 años, Buin)

Desde arriba, se podría decir que los jóvenes son vistos como la oportunidad del cambio, pero que, en lo fáctico, no buscan transformaciones macro-sociales o un «proyecto país», sino la búsqueda de logros personales e inmediatos (lo que no se reconoce como un objetivo político), por medio de la formación de espacios de encuentro con sus pares, para la canalización de sus intereses, creando asociaciones informales (grupos de rock, hip-hop, expresiones artísticas y de recreación en general). Por otra parte, los jóvenes alejan de sus discursos, en relación con las acciones asociadas a grupos formales (iglesia, club deportivo, juntas vecinales, recreación comunitaria, entrega de alimentos y abrigo a los más desfavorecidos, etc.) todo apelativo de «político», pues es mal visto por éstos toda acción relacionada con lo político. Sin embargo, logran establecer relación entre estas acciones y los valores que éstas promueven, con los ideales, con lo que debiera ser la política y como debieran ser los políticos (honrados, sencillos, humildes, buscar el bien común, estar en contacto con el pueblo, etc.).

Otros elementos relevantes que plantea dicha investigación, que hacen más clara la inclusión de cada uno de estos en el proceso de participación de los jóvenes en el que hacer político, son: el voto, el contexto, la educación cívica, la apertura de espacios desde la institucionalidad política y los medios de comunicación.

El voto, como expresión de la política tradicional, es considerado como un canal poco efectivo de manifestación de intereses, así como también de consecución de metas u objetivos. Los jóvenes no se ven representados por quienes reciben la votación (los políticos), por lo tanto, no dan legitimidad al acto electoral. Una representación que se maneja en torno a lo anterior es que los políticos se corrompen una vez que llegan al poder.

«El voto no sirve porque los políticos después no ayudan» (menores de 18 años, El Bosque).

«Qué saca uno, ahí está haciendo una raya y lo único que puede decir es si o no, nada más. Uno no puede decir si por esto y no por esto otro» (menores de 18 años, Melipilla).

«Pero que saca uno con un voto, no hace nada» (menores 18 años, El Bosque).

«Porque si uno vota muchas veces, vota en blanco, o vota porque tiene que votar, no es porque realmente le importa esa persona, porque muchas veces los mismos jóvenes, ahora piensan, para qué voy a votar, de qué me va a servir, en qué me beneficia, en nada. La mayoría de las veces no nos pescan a los jóvenes, por eso no me inscribo. Qué saco y además, el hecho de ir a votar, ya estar haciendo la cola, por lo menos a los jóvenes eso ya chorea, da lata (todos repiten) sí da lata» (mayores de 18 años, Buin).

El contexto, encierra varias aristas. Por un lado está la imagen que el régimen militar impone a propósito de la política, como un mal que no consigue fines comunes, sino sólo el enriquecimiento de los propios políticos. Por otra parte, con la llegada de la democracia se plantean ciertas promesas (más participación, mejoría en la calidad de vida, mayores oportunidades, etc.) que no son cumplidas, pues existe un continuo de la situación social, expresada en la liberación de la economía, lo que mantiene «el juego» dentro de las leyes del mercado. Esto promueve y mantiene acciones individuales en función de la pérdida del asociacionismo político.

No existen canales formales de educación cívica en los que se pongan en juego los temas de la política contingente. Los políticos señalan que el estilo educacional formal en que se imparte la educación cívica en Chile, entrega una visión sesgada y parcial de la política y que refuerza la deslegitimación de la misma. En el caso de los jóvenes, expresan una molestia por la falta de espacios en donde poder conversar sobre política y las escasas o nulas herramientas que entrega la escuela para la formación de opiniones respecto de estos temas.

«Falta en cierta forma una educación política, una forma de entender por lo menos saber de qué se trata y luego intentar dar una opinión» (mayores de 18 años, El Bosque).

Según algunos políticos, a la crisis de la educación se agrega también la de los otros órganos socializadores, como la familia o los mismos partidos políticos, quienes no estarían apoyando la formación de ciudadanos jóvenes.

Desde la institucionalidad política (partidos políticos, gobierno, etc.), no existe una apertura específica de espacios de participación juvenil, salvo la permanencia de las entidades de juventud partidaria. El discurso de los actores políticos refiere a la población en general y no hacia segmentos o categorías sociales. Algunos creen que el generar un discurso particular para los jóvenes sería un acto de discriminación. Esto genera espacios de participación informales (antes mencionados), que de alguna manera reflejan el interés de los jóvenes en los ámbitos de acción social (incluyendo lo político) desde una perspectiva más cercana a lo comunitario. Esto es manifestación del desencanto que tienen los jóvenes de los canales formales de participación política (el voto y la militancia).

Los medios de comunicación de masa (en particular la televisión) son considerados agentes socializadores muy potentes a la hora de la formación de opiniones y expectativas. Éstos han sido asociados a la mala imagen que tienen los jóvenes de los políticos (por ende de la política), en tanto la mediación de la información promueve una visión negativa de los políticos. Sumado a la inmersión en un modelo que promueve las conductas individualistas y a la falta de renovación de los partidos políticos (por lo tanto falta de atractivo para los jóvenes), genera y mantiene el alejamiento de los jóvenes de la política. El contexto socializador no ayuda a la integración ni a la imagen de los políticos (desvirtuación de la actividad política por parte del régimen militar, mala imagen de los políticos en los medios de comunicación, falta de educación cívica, etc.).

Desde 1988 hasta 1999, se visualiza una marcada tendencia hacia la ausencia de inscripción en los registros electorales. Los datos que se presentan a continuación son la expresión numérica de esta tendencia, reflejo de las variables que se expusieron anteriormente. Es así como, en el período del plebiscito de 1988, la inscripción asciende a 2.676.185 jóvenes, es decir, el 35,99% del electorado; ya en 1992 el porcentaje llega al 29,94% ; en 1997, al 19,88% (1.604.241 jóvenes inscritos). Esto, asociado con el creciente número de electores (7.435.913 en 1988 y de 8.069.624 en 1997), refleja un creciente desligamiento por parte de los jóvenes de la actividad política tradicional (el voto). Ya en 1999 el porcentaje de jóvenes inscritos en los registros electorales llega al 6% (se inscribieron cerca de 85 mil jóvenes de un total de 1.400.000 jóvenes en posibilidad de hacerlo). Por otra parte, la abstención de los jóvenes a la hora de las elecciones también aumenta con el tiempo, y va de un 5,3% en 1989 a un 12,7% en 1997.

«¿Debieron Haberse Inscrito los Jóvenes en los Registros Electorales?. Los Jóvenes de los Noventa, la Democracia que Estamos Construyendo y la República que Estamos Edificando» (CED, 2000).

Esta es una investigación en la que se encuentra una visión sociológica de la incomunicación entre el sistema político y los jóvenes de los noventa. Según lo que plantean los autores, la adhesión política se da por una virtud cívica, el patriotismo, es decir, por «una preferencia continua del interés público sobre el interés de cada cual». Por el contrario, en Chile, durante el proceso de transición, el sector político instaura el discurso de «la alegría ya viene», la «lógica de las oportunidades». Es la consagración del «sistema de libre mercado», del «ciudadano liberal» al que le importa la satisfacción de sus deseos, se comporta como un ciudadano consumidor de bienes públicos; y es que las políticas públicas y la modernización de los servicios públicos trabajan con la idea de «ciudadano-cliente». «Lo anterior no solo atenta contra la configuración de un ciudadano activo y responsable, como lo espera el sistema político sino que también debilita la conformación de un tejido social y un capital social denso» (Micco, Ortega, Santibañez y Moreno, 2000).

Micco, Ortega, Santibañez y Moreno (2000), ponen en juego una propuesta explicativa desarrollada por Dahl en 1985. En términos generales, ésta señala que los fenómenos de desinterés político tienen un carácter universal. Principalmente, se trata de un enfoque individualista y racionalista que pone en juego hipótesis que enfatizan la capacidad evaluativa y decisional del ciudadano. Dichos autores, a partir de sus hallazgos, señalan que, en primer lugar, se advierte que existe una menor probabilidad de intervención en el dominio político si el tipo de recompensa que se espera obtener es de bajo valor respecto a las posibilidades existentes en otras esferas de la vida. A un 30% de los jóvenes consultados «no les interesa la política, les interesan otras cosas» (Según la segunda encuesta nacional juvenil realizada por el INJUV, 1996).

En segundo lugar, se afirma que la intervención en política disminuye si se evalúa que las diferencias entre las opciones no son significativas. Un 38,1% de los jóvenes declara que: «no me inscribo en los registros electorales, ya que faltan líderes políticos adecuados» y un 68% cree que «esté quien esté en el poder siempre busca sus intereses personales» (INJUV, 1996).

En tercer lugar, se establece que la intervención en política tiende a disminuir cuando las percepciones sobre el sistema político refuerzan la idea de que la capacidad de injerencia en el sistema político y en el curso de los acontecimientos es débil por parte de los ciudadanos. Se señala que «un voto más o un voto menos da lo mismo». El 14% de los jóvenes encuestados señalan que: «tienen la sensación de que su voto no cambiará las cosas» (INJUV, 1996).

En cuarto lugar, se indica que las probabilidades de participación disminuyen cuando se considera que el resultado será relativamente satisfactorio sin la propia participación. Un 38% de los jóvenes señala que: «no me inscribo en los registros electorales ya que lo que está en juego no es tan importante» (CEP, 1996).

En quinto lugar, se indica que bajan las probabilidades de participación cuando se estima que los conocimientos son demasiado limitados para que ella sea eficaz. En Chile, un 62% de los jóvenes cree que: «la política es tan complicada que con frecuencia la gente como yo no puede entender lo que pasa» (CERC, 1996).

Finalmente, se señala que mientras más grandes son los obstáculos existentes para participar, es probable que disminuya la participación política. El estudio del Instituto de Ciencias Políticas de la Universidad de Chile demuestra que un porcentaje levemente superior al 10% de los jóvenes comenta que no se inscribe por la dificultad que plantea el desplazarse al registro electoral.

Otros datos significativos

Para acentuar algunos aspectos que se tensionan permanentemente en las investigaciones anteriores, se puede señalar que según Los jóvenes chilenos. Perspectivas para el siglo XXI: Cambios culturales (MIDEPLAN-USACH, 2000), más del 40% de los jóvenes encuestados en dicha investigación cree que la política «divide», es «corrupta», está «centrada en los problemas de los propios políticos», es «injusta», los políticos están «interesados en la plata», a si mismo, expresan «no estar ni ahí con la política». A la vez, se manifiesta que los jóvenes se sienten decepcionados de la política, no les gusta, no se sienten motivados. Sin embargo, algunos precisan que hay que distinguir entre la política como bien superior, y los políticos, que es con quienes los jóvenes están realmente decepcionados porque, paradojalmente, no hacen política:

1: «Yo nunca me he decepcionado de la política, yo me he decepcionado de los políticos.

2: Pero ellos son la política.

1: No, la política es como el bien superior de preocuparse de una sociedad entera y en ese sentido me encanta la política.

2: ¿Pero quienes hacen eso?

Todos: Ese es el problema».

Este dato se expresa de forma implícita en las investigaciones anteriores, pero es aquí donde se encuentra explicitado desde los propios jóvenes, lo que no es un dato menor a la hora de visualizar las formas de asociacionismo que actualmente estos producen.

En general, se expresan las mismas tendencias que en las investigaciones antes mencionadas con respecto al voto como mecanismo poco efectivo de generación de cambios, a que no existen lideres juveniles que los representen, a la percepción de que los políticos no conocen los problemas reales de la gente, son «gente de plata» que busca sus intereses personales, que no se respetan entre sí, etc.

Se muestra que los encuestados creen que las situaciones o agentes que podrían ayudar a lograr que la política fuera como ellos aspiran (con políticos que conozcan la «realidad» de la gente, que pertenezcan a estratos sociales «populares», que sean auténticos, que aspiren a un cambio y no solo al poder, etc.) se relacionan con una «mayor participación de los jóvenes sin colores políticos», con una «mayor participación de la gente común», con una «menor exclusión por sexo» y con «el voto voluntario».

Por el contrario, los agentes o situaciones que podrían dificultar que la política fuera como los jóvenes aspiran se relacionan con una «mayor participación de las fuerzas armadas» y con una «mayor participación de las fuerzas de izquierda».

Sería importante destacar que dentro del discurso de los jóvenes se expresa la esperanza o el anhelo de un gran cambio, una reforma cultural, una reforma valórica. No les importa que los cambios sean lentos, siempre y cuando sean realmente profundos:

«A mí me encantaría una reforma. No sé si la reforma educativa tiene eso. Una reforma donde todos se preocuparan de la parte de los valores y después de a poco solucionando; a mí no me importaría que fueran de a poco pero solucionando lo de fondo».

Un aporte relevante de este estudio es un acercamiento a la autorepresentación de los jóvenes, a partir de «características» emergentes de polos semánticos que los sujetos asumen representativos de sí mismos, y que les son planteados desde una encuesta cerrada en torno a la pregunta: ¿cómo te defines a ti mismo como joven? En este sentido, la mayor parte de los jóvenes se ven a sí mismos como respetuosos, alegres, solidarios, no reprimidos y «ahí», en ese orden de prioridad. Asimismo, se ven un poco consumistas y un poco individualistas. Para los investigadores, la primacía de autovaloraciones positivas (70% de los encuestados. MIDEPLAN/USACH, 2000), pueden ser reflejo de una elevada autoimagen y de una alta autoestima por parte de los jóvenes.

Pareciera importante destacar, también, que, según el informe de encuesta sobre las Representaciones de la sociedad chilena (FLACSO). Resultados generales, volumen I, (1998), los chilenos, en general, se encuentran alejados de las acciones que conlleva una participación activa y tradicional en política. Es así como cerca de un 90% de los encuestados manifiesta nunca haber efectuado actividades relacionadas con la política (donar dinero o tiempo a un partido durante las campañas electorales 95,2%; trabajar para un candidato o partido 92,9%; estar afiliado a un partido 91,3%; concurrir a actos partidarios 89,8%; participar en manifestaciones de protesta 89,6%; y aconsejar a alguien sobre política 85,9%).

Las actividades más relacionadas con la política que los encuestados manifiestan haber realizado en algún momento de sus vidas, hacen referencia a prestar atención a las noticias sobre política nacional (42,8%), leer folletos u otros impresos de propaganda política (38,5%), prestar atención a las noticias sobre política internacional (37,7%) y conversar con amigos o familiares sobre política (26,2%). También esta encuesta da cuenta que un 64% de los chilenos cree que es incorrecto que el voto sea obligatorio. Un 75% de los chilenos expresa que la gente está menos interesada que hacia el fin del régimen militar por participar en la política. Una imagen que puede ser relevante a la hora de entender el comportamiento de los jóvenes, refiere a que un 77,2% de los chilenos cree que los jóvenes de hoy se interesan más por la música que por la política.

Como referente estadístico que posibilite hacer un contraste con los datos obtenidos de las investigaciones anteriores, y que a su vez permitan seguir el curso de la participación política de los jóvenes hasta la actualidad, alude a la Cuarta Encuesta Nacional de Juventud (Departamento de Estudios y Evaluación del INJUV, 2004), que destaca de los resultados preliminares, lo siguiente:

«En primer lugar, se observa que la mayor parte de los jóvenes no ven reflejados sus intereses por los partidos políticos o las figuras políticas (…). En segundo lugar, se observa un creciente y marcado desinterés de los jóvenes por votar en las elecciones de autoridades políticas. De los jóvenes mayores de 18 años, un 70% no estaría inscrito para votar. Esta cifra alcanzaba un 61,5% el año 2000. Específicamente dentro del segmento de mayores de 18 años que no está inscrito en los registros electorales, hay un 43% que ni siquiera estaría dispuesto a inscribirse si pudiera hacerlo hoy.

En tercer lugar, los jóvenes parecen tener bajos niveles de confianza tanto en instituciones políticas como en personas ligadas a la política, sólo un 18,9% confía en el congreso y únicamente un 8,6% en los partidos políticos (…). La baja identificación política de los jóvenes, su renuncia a participar de las elecciones, y su escasa confianza en los políticos e instituciones políticas, podría elevar dudas acerca del apoyo de los jóvenes a la democracia, sin embargo, los datos confirman que los jóvenes efectivamente creen en la democracia como sistema de gobierno.

La mayor parte de los jóvenes (un 70,2%) está de acuerdo con que la democracia es preferible a otros sistemas de gobierno. Así mismo, la mayoría de los jóvenes (un 75%) considera que la democracia les sirve. Además, un 25% considera que la sociedad chilena es democrática y un 54% que es democrática pero falta perfeccionarla (…); hay un porcentaje grande de jóvenes que critican al país por no tener igualdad de oportunidades (36,3%), y por ser un país discriminador (33.5%) (…); un 47,3% de los jóvenes considera que a la democracia chilena le faltan mayores oportunidades, mientras que un 36,1% considera que falta reducir las diferencias sociales» (pp. 4-5-6-7-8).

Discusión

El contexto socializador, efectos y percepciones de los jóvenes chilenos de los noventa

El creciente alejamiento de los jóvenes de la actividad política formal, devela el impacto que ha tenido en la población en general, un proceso macro-social que tiene que ver con el «contexto epocal» en que se sumerge el Chile de las últimas tres décadas. Es esta Modernidad, la generadora de espacios y cambios culturales que, siendo extensivos o compartidos por la población mundial, tienen una particularidad en el contexto latinoamericano y dentro del chileno en específico.

Dentro del ámbito político, se manifiesta un cruce entre distintas expresiones de los procesos modernizadores que dejan en evidencia cómo estos cambios culturales actúan en desmedro de la actividad política convencional en general.

En el proceso de socialización política toma vital importancia el «contexto socializador» en el que éste se lleva a cabo. Según los datos entregados por las investigaciones anteriores, la acción que ejercen los distintos agentes socializadores sobre la juventud, favorecen una percepción sesgada y negativa de los políticos y la política. La mediación de la información política por medio de los medios de masa (en particular de la televisión, como agente de influencia muy potente), se enfoca en los aspectos negativos de quienes hacen política en Chile (idea manifestada desde arriba en CIDE/INJUV, 1999), al mismo tiempo que la exposición de los políticos en estos medios genera la idea de propaganda electoral, de «actuar para la tele» (idea manifestada desde las bases en MIDEPLAN/USACH, 2000), pues, al ser evaluados de mala manera por parte de los jóvenes, desconfían de su hacer y de sus intenciones reales (cultura de la desconfianza, sociedad del riesgo).

La falta de una «educación cívica formal», que toque temas de la política contingente y dé espacios dónde hablar de política, nos muestra una sociedad despolitizada, pero que manifiesta a su vez un interés en recuperar dichos espacios, en función de una mejora real de la situación social. La tensión se encuentra en que las repercusiones que tiene el modelo neoliberal sobre la sociedad capitalista y sus individuos, se expresa en un constante vacío de los contenidos liberadores de este sentir que subyace a la acción de los individuos. Si bien, los jóvenes plantean ansias de cambios, las «reglas del juego», las leyes del mercado, la inmersión en el «sistema» no dan cabida al «individuo ideológico», sino que al «sujeto inmediatista» lo mantienen a raya de toda aspiración de transformaciones sociales de base. Así, la idea de que los jóvenes no plantean un «proyecto de país» se enmarca en la dinámica que establece el neoliberalismo hegemónico, sin oportunidades fácticas de participación en la toma de decisiones sociales.

La relación que existe entre una cultura juvenil «modernizada» (cultura de masa, cultura de la información, individualista e inmediatista), y el «tradicionalismo» mantenido desde la institucionalidad política, en cuanto a la apertura de espacios de participación para los jóvenes (por ejemplo desde los partidos políticos) plantea, por una parte, la falta de una lectura de los intereses de los jóvenes, de sus necesidades y de sus formas de vivenciar las cuestiones sociales. Por otra parte, favorece los mecanismos de la democracia formal capitalista, pues se aleja de los ciudadanos, otorgando autonomía de estos para la toma de decisiones, es decir, la democracia representativa (inmersa en el capitalismo), genera ciudadanos pasivos con derecho a la aprobación y al rechazo en bloque de los hechos consumados (Habermas, J., 1975). Por lo tanto, la única alternativa de canalización de sus intereses, ya sean individuales, colectivos, comunitarios o políticos, se encuentra fuera de esta institucionalidad política, y se manifiesta en la creciente formación de asociaciones informales o en la participación dentro de movimientos ecologistas, de ayuda comunitaria, etc.

Según el Primer Informe Nacional de la Juventud (INJUV/MIDEPLAN, 1994):

«Desde la vivencia de los jóvenes: la ausencia de sentidos de pertenencia colectiva, la ausencia de gestos de confianza en los jóvenes, la visión de las oportunidades como restos, o peor, como engaño, lleva a que un núcleo común -aquello que constituye lo social- se pierda, o que se exprese como «poderes ajenos».

Desde el mundo social: el déficit del ambiente cultural y social donde se desenvuelve la socialización de los jóvenes, empobrece aún más sus oportunidades y no resguarda sus derechos como futuros ciudadanos.

Las reglas del juego no son explícitas, o rigen solo para algunos, o se juega un doble juego. La legitimidad del sistema social está bajo sospecha y justamente su articulación con el sistema político -de cuya legitimidad no se duda- es lo que pone la nota de duda. En esta duda, algunos sectores de jóvenes optan por reivindicar un discurso global de derechos. Sin embargo, este discurso global se articula mas bien, al modo de las utopías medioambientalistas: reencuentro, fusión con la naturaleza, propiedad común de la tierra y los recursos naturales, eliminación de la lógica económica y sustitución de la misma por una lógica del bien común» (p. 366).

Es posible observar una distancia entre el interés individual y el colectivo respecto de las acciones emprendidas por los representantes del poder político y la sociedad en general. Esto se manifiesta en la pérdida de las «ideologías partidarias», del pensamiento fundamental de la asociatividad política, reemplazándose por una «ideología de base» (el mercado) sin propósitos esenciales. Como lo expresa Moulian T. (1997, p.58), «La crisis de la política en Chile tiene su fundamento en la imposición de una ideología utópica, el neoliberalismo, de una política a-ideológica, que no contiene proyecto, que es la petrificación absoluta de lo actual». Surge la política tecnificadora, cosista, aquella que se presenta como elemento administrador de servicios públicos que buscan la satisfacción de las necesidades individuales inmediatas. Es esta falta de una ideología en donde las apetencias individuales están subordinadas a los fines comunes, lo que podría generar la marginación de los jóvenes de la participación política convencional. Como señala Beck U. (1999):

«A la juventud le conmueve aquello que la política, en gran parte, excluye: ¿Cómo frenar la destrucción global del medio ambiente? ¿Cómo puede ser conjurada, superada la desocupación, la muerte de toda esperanza, que amenaza, precisamente, a los hijos del bienestar? ¿Cómo vivir y amar con el peligro del SIDA? Cuestiones todas que caen por los retículos de las grandes organizaciones políticas. Esto lleva a los hijos de la libertad a practicar una denegación de la política altamente política» (p. 11).

Si pensamos que el encanto de la política proviene, como dice Moulian T. (1997) «… de una seducción, de una transmutación capaz de dotar al poder y sus operaciones de un carácter universal y colectivo. El encantamiento político proviene básicamente de la palabra, de la magia de discursos que consiguen proyectar en la universalidad, la lucha por ese bien escaso…» (p. 63), es posible encontrar un fundamento explicativo del por qué la marginación. No existe en la política Chilena de los noventa (y hasta la actualidad) un interés en común, sino más bien, «esta se consume en la lucha por un poder que no aparece relacionado con una disputa por fines. Un poder que aparece particular, privatizado, sin referencia a lo universal. Por ello, la política que reniega de las ideologías pierde el aura y el vacío se llena fácilmente con la idea de corrupción» (ibid, p. 63). Este devenir de la «alta política» y de quienes la ejercen, no representa del todo los ideales de los jóvenes chilenos, pues si bien no explicitan la necesidad de una «ideología» transformadora, sí hablan de una «reforma de fondo» (cultural y valórica) que lleve a cabo cambios profundos, y no sólo soluciones paliativas, aunque éstos sean lentos (MIDEPLAN/USACH, 2000, p 63). Esto denota esa falta de «contenido social y/o colectivo» dentro de la «ideología neoliberal» que domina el que hacer en política.

Este desencanto por la política, esta «apatía» de los jóvenes, es el reflejo de tener que participar de un sistema político del cual no tienen un sentido de pertenencia. Les resulta aburrido asumir una obligación que se contrapone con una de las manifestaciones del sujeto (¿post?) moderno, la libertad para buscar la diversión. Y es que finalmente la juventud, como lo señala Beck U. (1999):

«Ha encontrado también algo para sí, con lo que puede hacer entrar en pánico a los adultos: ese algo es la diversión -deporte diversión, música diversión, consumo diversión, vida diversión-. Pero dado que la política, tal como es practicada y representada, nada tiene que ver con la diversión, sino que, por el contrario, parece ser un infalible aguafiestas. La juventud es, de acuerdo con su propia autocomprensión y con lo que aparenta ser superficialmente, apolítica. Aunque, por cierto, de una forma muy política: los hijos de la libertad se encuentran y se reconocen nuevamente en una colorida rebelión contra el embrutecimiento y las obligaciones que, sin que les sean indicadas las razones, sin que les sea dada la posibilidad de identificarse con ellas, deben ser cumplidas» (pp. 12-13).

El aburrimiento que implica el acto eleccionario es una expresión de esta falta de identificación con las obligaciones impuestas . En este sentido, los jóvenes chilenos manifiestan estar en desacuerdo con la obligatoriedad del voto; como alternativa prefieren el «voto voluntario». Además, la percepción del voto como un canal poco efectivo de expresión de las opiniones de los jóvenes, así como también, de generación de cambios, ayuda al alejamiento de las acciones que giran en torno a este.

Los jóvenes chilenos, son el reflejo de la acción que ha ejercido la Modernidad y todo lo que la constituye. Dentro de este contexto, la (s) forma (s) de participación política de estos se ha (n) transformado, no ha (n) desaparecido, y ha (n) derivado en nuevas formas de asociacionismo que se alejan de la institucionalidad y de la participación política convencionales.

El joven ciudadano sigue identificándose con los ideales sociales, con el bien común. Sin embargo, debe lidiar con un sistema socio-político que promueve las conductas individualistas que no abre espacios de encuentro sino de competencia, de desconfianza, lo que repercute sobremanera en las posiciones que toman los sujetos frente a la vida, frente a los otros y frente a las cuestiones sociales.

En definitiva, los jóvenes chilenos han optado por permanecer al margen de la política convencional porque ésta ha dejado de lado, en la práctica, la ejecución de una planificación que promueva el bienestar común, colectivo, comunitario, profundo, que no se centre en situaciones puntuales, en soluciones paliativas y cosistas.

La falta de modernización de los partidos políticos, y de la institucionalidad política en general, en cuanto a la apertura de espacios de participación para los jóvenes, de conocer los intereses de los jóvenes y de cómo acercarse a ellos, es otro obstáculo que ejerce el «medio político» al ingreso de los jóvenes dentro de esta institucionalidad «obsoleta». Sin embargo, es importante destacar la iniciativa mencionada por el Presidente Ricardo Lagos en el discurso del recién pasado 21 de Mayo (2004), sobre una propuesta de ley para el voto voluntario y la inscripción inmediata en los registros electorales una vez cumplidos los 18 años. Lo que plantea que la lectura que hace la institucionalidad política de la creciente apatía de los jóvenes por la política convencional, el temor al quiebre institucional, a la deslegitimación de esta, se está tomando en cuenta después de quince años de una claro alejamiento de los jóvenes (más vale tarde que nunca).

Los efectos que ha sufrido, y sufre, la sociedad chilena y los jóvenes en particular, abren la inquietud acerca de qué manera serán superadas las vallas que impone una ideología de base sin contenido, de una lógica alienada en el capital, del dilema que representa el ideal del bien común versus la lógica individualista, de los efectos que tiene la economía mundial sobre los países en vías de desarrollo (como Chile), expresados en el desempleo, en la pobreza, etc., y que al mismo tiempo se plantea como un modelo hegemónico, dominante, de las acciones de los individuos.

Es este «circulo vicioso», el que debe ser detenido, atendiendo a nuevas perspectivas, nuevas formas de hacer, de la búsqueda de nuevas «ecologías», de nuevos dominios de acción en donde se pueda tomar en cuenta la permanente intención de construir un mejor mañana.

Sin duda, este artículo representa un aporte aún limitado en la comprensión de todos los aspectos que inciden sobre los jóvenes, su participación política y sus ideales sociales. Sin embargo, se suma a la intención de encontrar las alternativas por medio de las cuales emerjan más investigaciones que ayuden a la integración social y a la valoración de las distintas esferas dañadas de lo social y cultural, promoviendo y respetando la diversidad cultural (inherente a los pueblos latinoamericanos), la protección de los recursos naturales y el medio ambiente, y el entendimiento de que los seres humanos deben representar la posibilidad de cambio, es decir, la vuelta a la confianza en el ser, el otro y los otros.

Referencias

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Beck, U. (1999). Hijos de la libertad. Argentina: Ediciones del Fondo de Cultura Económica.

Chile, Centro de Estudios para el Desarrollo (2000). ¿Debieron Haberse Inscrito los Jóvenes en los Registros Electorales? Los Jóvenes de los Noventa, la Democracia que Estamos Construyendo y la República que Estamos Edificando. Cuaderno N°7. Santiago: Autores.

Chile, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (1998). Informe de Encuesta. Representaciones de la Sociedad Chilena Volumen I. Resultados Generales. Santiago: Autores.

Chile, Instituto Nacional de la Juventud (1999). Análisis de la Participación Política de los Jóvenes.Santiago: Autores.

Chile, Instituto Nacional de la Juventud. (1994). Primer Informe Nacional de Juventud. Santiago: Autores.

Chile, Instituto Nacional de la Juventud (1992). Situación Hábitos y Opiniones de los Jóvenes en Chile, una Aproximación Estadística. Santiago: Autores.

Chile, Unidad de Estudios Prospectivos (MIDEPLAN) / Instituto de Estudios Avanzados (USACH) (2000).Los jóvenes chilenos, Perspectivas para el siglo XXI: Cambios culturales. Santiago: Autores.

Guzmán, L. (1997). Exploraciones en psicología  política I. Santiago: Editorial Universidad Diego Portales.

Habermas, J. (1975/1995). Problemas de legitimación en el capitalismo tardío (5° Reimpresión). Buenos Aires: Amorrortu Editores.

Morales, G. & Dolores, M. (1992). Representaciones sociales de la política: «La visión de los jóvenes en el escenario de la transición democrática en Chile». Cuadernos de trabajo de la Escuela de psicología.Santiago: Universidad Diego Portales.

Moulian, T. (1997). Chile actual: «Anatomía de un mito». Santiago: Editorial LOM-ARCIS.

Sandoval, M. (2002). Jóvenes del siglo XXI: «Sujetos y actores en una sociedad en cambio». Santiago: Ediciones UCSH.

Seoane, J. & Rodríguez, A. (1988). Psicología política. Madrid: Ediciones Pirámide.

Citar:

Eyssautier, A. & Palma, M.  (2006, 03 de octubre). Participación política juvenil en los noventa, un ciudadano en transición. Revista PsicologiaCientifica.com, 8(10). Disponible en: https://psicologiacientifica.com/participacion-politica-juvenil

4 comentarios en «Participación política juvenil en los noventa, un ciudadano en transición»

  1. Actualmente, vivimos en una sociedad latinoamericana demasiado pasiva, donde los jóvenes deberíamos ser los actores directos de los cambios y las transformaciones, su trabajo nos permite a los jóvenes tener más clara la situación y manejar conceptos sobre la verdadera problemática.

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  2. Me parece un excelente aporte para las autoridades gubernamentales en torno a la tendencia de los requerimientos juveniles y la nueva sociedad. Corregir errores que han llevado a la desmotivación de los jóvenes en la política, la cual actualmente no refleja los pensamientos, anhelos y participación de la juventud.

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  3. Hace falta artículos como estos, que nos den a nosotros una idea buena de investigación acerca de la realidad psicosocial de nuestro pueblo latinoamericano. Una de las razones para realizar este tipo de investigación es la de responder a la necesidad de penetrar más en la realidad social vivida desde nuestra juventud y la manera como tal población plantea, desde su concepto psicosocial y político, una serie de soluciones al problema de la poca o nula participación en las decisiones del Estado.

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